La kundalini
PARA LOS HINDÚES, la kundalini es una diosa dormida, una semilla en la tierra, una serpiente hibernada, el infinito poder del espíritu latente en las profundidades del hombre. Según enseñan los antiguos tratados, en el principio, el equilibrio universal que antecede a la Creación se escinde en dos fuerzas opuestas: Siva, la consciencia inmutable, y Shakti, su poder activo. Un núcleo estático y un principio dinámico que evoluciona expandiéndose y diferenciándose, dando lugar al espacio, al tiempo y a las formas: el fuego inmutable y la llama cambiante. Desde la energía más sutil a la materia más densa, el universo entero es la manifestación de Shakti, el impulso creador de la vida y el cambio. En el hinduismo siempre se ha considerado a Siva como una fuerza masculina y a Shakti como una femenina. En la infinita noche cósmica que precede a la vida, ambos principios duermen abrazados en una unidad indistinguible. Con su separación se origina un ciclo universal que no finalizará hasta que ambos se unan de nuevo en una sola consciencia que abarque toda la creación.
El Génesis nos relata los orígenes del universo en jornadas: Dios crea una cosa cada día. La más antigua cosmogonía oriental habla, en cambio, de elementos y estados. Shakti (la madre creadora de vida) concibe primero la idea, el pensamiento cósmico. Después crea el espacio, el marco necesario para albergar las formas. Las primeras partículas inconexas dan lugar a masas gaseosas, difusas, indefinidas que reaccionan en explosiones formidables de materia incandescente: el fuego. Más tarde, las aguas y la tierra —lo liquido y lo sólido—, evolucionan, hasta dar lugar a la vida orgánica y al hombre. Llegado este punto, Shakti —la diosa madre, el poder creativo—, descansa recogida sobre sí misma, como una serpiente hibernada. Algo parecido dice también la Biblia: «el sexto día Dios creó al hombre, y el séptimo descansó».
Sostiene la filosofía Vedanta que el Ser es uno, todo penetrante, infinito, inmutable y eterno. El universo, con su inmensa variedad de formas, es sólo una manifestación de este Ser único. De acuerdo con el grado de evolución de la mente a través de la que se manifiesta, el Ser adopta distintas formas, a cuya diversidad responden los reinos animal, vegetal, mineral, etc. Si bien el espíritu o esencia permanece inalterable y el mismo cualesquiera que sean las formas, el desarrollo del cuerpo y mente en los que está integrado determina distintos planos de consciencia que constituyen los diversos grados de inteligencia de los seres.
Igual que el cuerpo físico es un microcosmos que atesora quintaesenciada la memoria de toda la evolución en la misteriosa entraña de sus genes, el cuerpo astral, inconsútil e intangible, guarda la impronta de los diferentes estados de consciencia que Shakti ha desplegado a lo largo de su evolución en los chakras, centros de energía espiritual que, alineados a lo largo de la médula espinal, esperan el momento de ser activados por la kundalini.
Pero ¿qué es la kundalini? Cuando el poder creativo (Shakti) alcanza ese estado de consciencia caracterizado por la aparición del ego y el intelecto (el hombre) y, por tanto, la capacidad de hacerse preguntas, verse como algo separado y distinto, y protagonizar la búsqueda de la propia identidad, su labor cesa y descansa enroscada en el último de los chakras, situado dos dedos por encima del ano y dos dedos por detrás de los genitales. Rúndalo, significa «serpentina» en sánscrito y da nombre a ese estado durmiente de la energía que, tras haber protagonizado la evolución, permanece latente y enroscada sobre sí misma, como una serpiente, en espera de ser despertada.
¡Ah!, ¿pero, entonces, la evolución ya ha terminado? Sí, desde el punto de vista de Shakti. Uno sólo puede adentrarse en un bosque hasta la mitad. A partir de ahí, ya está saliendo. Cualquier circunferencia comienza alejándose del origen, pero, tras alcanzar el apogeo, vuelve a acercarse a éste progresivamente. Del mismo modo, la evolución de la consciencia alcanza su apogeo en el hombre y, a partir de ahí, sólo resta la involución, el retorno al origen. Precisamente por eso todo progreso espiritual comporta el despertar de la kundalini, para que su inmenso poder nos ayude a regresar a la Fuente Original.
Estudiando la apasionante mística hindú se aprende que existen siete chakras. El más alto (sahasrara), se sitúa en la glándula pineal y es el asiento de Siva, la Consciencia Cósmica. Cuando la kundalini alcanza la unión con Siva, el ego se disuelve para siempre. Hasta llegar ahí, la kundalini ha de protagonizar un difícil ascenso desde muladhara, su asiento en la base de la columna, pasando por svadistana, manipura, anahata, visudha y aña chakras, centros que se corresponden con los plexos sacrocoxígeo, lumbar, solar, cardíaco, laríngeo y cavernoso, respectivamente. Cada uno de estos centros está asociado con un elemento: tierra, agua, fuego, aire, éter, etc., y representa una etapa de la Creación. Cuando la kundalini descansa en muladhara, el centro más bajo, la consciencia del hombre es muy básica y sus experiencias, meramente sensoriales. En raras ocasiones se activa svadistana, el centro del agua, y entonces sobreviene por un instante el éxtasis sexual. Muy pocos han conseguido activar manipura, el chakra del fuego, y menos aún los que le siguen, que abren la puerta de la experiencia mística.
Se dice que el despertar de la kundalini va acompañado de extrañas sensaciones y de la adquisición de grandes poderes. No son pocos los aspirantes que, más o menos veladamente, insinúan que su kundalini ha dado muestras de actividad y creen estar en el umbral de la gloria. Es un síntoma claro de que no saben muy bien lo que se traen entre manos. Estamos hablando de fuerzas cósmicas y de la evolución de la consciencia. Es absurdo pensar que un proceso que comenzó antes que el tiempo se vaya a resolver de un día para otro. Una vez más hay que aclarar que las bellas metáforas con las que se sintetizan conceptos inaprensibles e inabarcables para la comprensión humana no responden, en la práctica, a su literalidad. Ni Dios creó el mundo en siete días, ni la kundalini se despereza una buena mañana inundando el espíritu de dicha.
Pero no hay quien pueda con ellos. En Brasil cuentan que un conocido profesor de yoga hacía sentar a sus alumnos (mayormente alumnas) sobre puntos marcados en la moqueta del suelo. Con los ojos cerrados y la mente absorta en muladhara, les invitaba a sentir un calor de intensidad creciente a la altura del perineo. Casi todos se veían pronto inundados de un placer maravilloso que les ascendía por la zona genital hasta límites que no todos podían controlar. Las clases crecían y los «orgasmos místicos» se sucedían con gran frecuencia. Hasta que un día, un alumno avispado dio en investigar y descubrió que bajo el piso de la habitación había instalada una glorieta que proporcionaba el calor, a través de estratégicos agujeros que se correspondían exactamente con los puntos marcados en la moqueta. ¿Qué quieren que les diga?