Redención
A Nuria casi se le salió el corazón por la boca del susto y los berberechos que tenía en la boca en ese momento salieron disparados hasta estamparse en el mamparo de enfrente como perdigones.
Nuria se volvió hacia la voz con el corazón en un puño, y por poco se desmaya de la impresión al ver asomándose por la escotilla un rostro que no creyó volver a ver jamás.
Allí, en cuclillas en lo alto de la escalerilla, Elías la observaba en silencio mostrando su dentadura blanca en una sonrisa radiante.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó Nuria, poniéndose en pie de un salto—. ¡Estás vivo!
—Eso parece —apuntó Elías, descendiendo los escalones de madera—. Me alegro mucho de verte, Nuria —añadió al llegar abajo, abriendo los brazos.
Nuria, sin embargo, no se movió del sitio. Feliz, confusa y cabreada a partes iguales.
—Pero… ¿qué…?, ¿cómo…? —farfulló atropelladamente, apuntándole con el dedo—. ¿Dónde cojones te habías metido?
—Ya veo que tú también te alegras… —ironizó sin perder la sonrisa.
—¡Pensaba que habías muerto! —alegó en estado de shock.
Elías, viendo que no le iba a quedar más remedio que dar explicaciones, se acomodó apoyándose en la pequeña mesa de cartas.
—Tú y todo el mundo —aclaró—. Hasta ayer por la tarde no pude contactar con Aya de forma segura y decirle que estaba vivo.
—¿Ella está bien?
—Sí, perfectamente —confirmó—. Aya está en buenas manos con Giwan y Yady.
Nuria bajó la cabeza, afligida.
—Yo…, lo siento. Te he complicado mucho la vida.
—¿Complicado la vida? —resopló—. ¡Al contrario! Gracias a ti estoy oficialmente desaparecido y en unos meses me darán por muerto. Y eso, en mis circunstancias —añadió—, resulta extremadamente práctico.
Nuria se dio cuenta entonces, de que el aspecto que Elías presentaba no era mucho mejor que el de ella. Llevaba puesta una sudadera vieja con capucha para ocultarse de las cámaras de vigilancia, tenía una mano vendada y tanto en el rostro como en los brazos exhibía multitud de cortes y heridas, además de un feo moratón en la sien.
Nuria sintió el irrefrenable deseo de acercarse a él y acariciar sus heridas con la yema de los dedos.
Acercándose lentamente, aproximó su rostro al suyo hasta que sus labios se unieron y mirándose a los ojos se fundieron en un largo y silencioso abrazo.
Lágrimas de alivio recorrieron las mejillas de Nuria, que fueron a parar al cuello y el hombro de Elías, quien al sentirlas la abrazó aún con más fuerza.
—Creí que me había quedado sola —susurró Nuria.
—No lo estás —contestó Elías en el mismo tono—… ni lo estarás mientras me quieras a tu lado.
Nuria trató de sonreír y llorar al mismo tiempo, con lo que el efecto fue algo así como un fruncir de labios con un bufido.
—Todos los que se acercan a mí acaban muertos —le advirtió—. Es como si estuviera maldita.
—Bueno, en cierto modo yo ya estoy muerto, así que tu maldición ya no me afecta —bromeó Elías—. Y, en cualquier caso, es un riesgo que estoy dispuesto a correr.
Nuria dio un paso atrás, con el fin de poder mirarle directamente a los ojos.
—Estás loco —sentenció.
—… dijo la que saltó por la ventana de un piso veinticinco —replicó Elías, alzando una ceja.
—En realidad era un balcón —corrigió Nuria, con una sonrisa culpable—. Pero sí, fue una locura. Aún no me creo que lo hiciera.
—También dicen que te cargaste a todo el equipo de seguridad… —inquirió, ahora con tono más serio—, y luego a Aguirre y a Olmedo.
—No, eso no es verdad —objetó Nuria—. No del todo, al menos —puntualizó, y negando con la cabeza añadió—. Pero no quiero hablar de eso ahora.
—Lo imagino.
—¿Y tú? —preguntó—. ¿Cómo saliste de aquella alcantarilla?
Elías hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Nada tan espectacular como lo tuyo —aclaró—. Pasé un mal rato y creí que iba a morir ahogado allí abajo, pero al final logré agarrarme a una escalerilla y terminé saliendo a la superficie en algún lugar del barrio de Sants, con solo algunos golpes y cortes sin demasiada importancia. Luego fui al piso franco —añadió, como si describiera una aburrida jornada laboral—, y ahí me quedé hasta que fue seguro salir.
—Pero… ¿cómo me has encontrado? —inquirió Nuria, cayendo en la cuenta—. Nunca te hablé de este barco.
—No, pero sí de tu abuelo.
Nuria necesitó unos segundos para comprender a lo que se refería.
—¿Has hablado con él? —preguntó entusiasmada—. ¿Se encuentra bien?
—Perfectamente. No me resultó difícil localizarlo —aclaró—. Te manda saludos.
—Dios mío. —Se llevó las manos a la cara, sollozando—. Pensé que él…, que lo habían… —barbulló incoherente—. Me amenazaron con matarle si yo no…
—Tranquila. —La abrazó de nuevo para calmarla—. Puse a gente a vigilar la residencia por si tú ibas a verlo, tu abuelo está a salvo.
—Gracias —suspiró Nuria, aunque apartándose ligeramente—. Pero creerá que he muerto. Tengo que avisarlo.
—¿Tu abuelo? —resopló Elías, casi divertido—. ¡Él me convenció a mí de que estabas viva! No dejó de insistir en lo gran nadadora que eres. Repetía una y otra vez que unas cuantas olitas no habrían podido con su Nurieta.
Nuevas lágrimas de felicidad resbalaron por el rostro de Nuria, que ya no podía ni quería contenerse. Se acabó aparentar una firmeza impostada; si necesitaba llorar, lloraría hasta deshidratarse.
—¿Y ahora qué? —preguntó, cuando sintió que ya se había desahogado—. ¿Qué vas a hacer?
—Qué vamos a hacer —la corrigió Elías.
Nuria meneó la cabeza, con la sensación de que no la estaba escuchando.
—Estoy muy jodida —insistió—. Debo ser la persona más buscada por la Policía Nacional y la Interpol en este momento, los de la Iglesia del Renacido y los de España Primero me la tendrán jurada, y quién sabe quiénes más me estarán buscando para silenciarme.
—Sí, es verdad —le lanzó un guiño—. Últimamente eres bastante popular. Procura que no se te suba a la cabeza.
—¿Te parece gracioso?
Una sonrisa delatora asomó en el rostro de Elías.
—Un poco sí, la verdad.
Nuria hizo el amago de ir a enfadarse, pero acabó por imitarle.
—Es verdad —admitió—. Tiene su gracia. Pero eso no quita que sea muy peligroso estar cerca de mí.
—No querría estar en ningún otro sitio —aseguró Elías, súbitamente serio—. Y no vas a hacerme cambiar de opinión, así que no insistas.
—Tendré que pasar el resto de mi vida huyendo.
—¿Y acaso yo no? —le recordó—. Pero no te preocupes por eso. Ahora mismo a todos les conviene pensar que hemos muerto, y dentro de un año ya nadie nos estará buscando. Con un profundo cambio de imagen para engañar a las cámaras y documentos falsos, podrás volver a pasear por la plaza Catalunya si te apetece.
—¿Un año? —repitió—. ¿Y qué vamos a hacer mientras tanto?
Elías pasó la mano sobre la mesa de cartas y echó un vistazo a su alrededor.
—Este parece un buen sitio —apuntó con tono apreciativo.
A Nuria le tomó un instante seguir el hilo de sus pensamientos.
—¿Quieres…, quieres quedarte aquí?
—No exactamente —apuntó—. Sabes llevarlo, ¿no?
—¿Y tú?
—Aprendo rápido.
Nuria sacudió la cabeza varias veces.
—A ver, a ver…, ¿estás insinuando que nos vayamos a navegar?
—¿Por qué no? Tenemos un barco y el dinero no será un problema.
—¿Y tu sobrina? —quiso saber—. ¿Y tus negocios?
—Mis negocios los he dejado en buenas manos y Aya irá a París con Giwan y Yady en cuanto sea seguro, para pasar allí un año estudiando y derrochando mi dinero. Te aseguro que no me ha costado nada convencerla.
—¿Y qué hay de Yihan y Aza? —recordó con un chispazo de culpabilidad—. ¿Están bien?
—Mejor que nosotros —resopló Elías—. Están a cuerpo de rey en un hospital privado.
Nuria asintió aliviada y se cruzó de brazos, sopesando la propuesta.
—Entonces… ¿hablas en serio?
—Completamente.
—En fin…, qué narices. —Soltó una carcajada seca—. De acuerdo, ven conmigo y ayúdame —añadió, soltándose del abrazo y subiendo por la escalerilla—. Tú recoge las amarras de proa y yo las de popa. Encenderé las luces exteriores y pondré el motor en marcha para que se vaya calentando.
—¿Qué? —preguntó Elías con gesto aturdido, sin llegar a moverse del sitio—. ¿Quieres zarpar ahora? Pero si aún es de noche.
Nuria se dio la vuelta, asomándose por la escotilla.
—¿Es que tienes algo mejor que hacer?
Elías la miró con picardía.
—Bueno… —Se pasó la mano por el cuello—. La verdad es que se me ocurren un par de cosas.
Nuria puso los ojos en blanco.
—Ya habrá tiempo para eso. Debemos aprovechar la oscuridad.
Elías asintió tras pensarlo un momento, comprendiendo la conveniencia de ser discretos.
—Sí, claro —aceptó a regañadientes—. Ya habrá tiempo. —Y salió a cubierta en pos de Nuria.
En un par de minutos soltaron amarras, y Nuria tomó el timón, poniendo el motor de veinte caballos en reversa y, tras hacer la maniobra de desatraque, viró en dirección a la bocana del puerto al mínimo de revoluciones.
—¿No sería más discreto si fuéramos a vela? —sugirió Elías—. Este motor suena como un concierto de batucada.
—Primera lección de náutica: por el interior del puerto es obligatorio ir a motor —le aclaró Nuria—. Amén de que, en espacios tan pequeños, sería muy difícil controlar la vela.
—Ah, entiendo.
—Lo que sí necesito es que retires las defensas, por favor —le indicó Nuria a continuación, señalando los costados del barco.
—¿Que retire qué?
—Las defensas —repitió—. Esos flotadores que cuelgan a los lados. Súbelos a cubierta.
—Ah, ya —bromeó Elías imitando un saludo militar—. A la orden.
—Se dice «A la orden, mi capitana», grumete —le regañó Nuria, aguantándose la risa—. Y date prisa, que es para hoy.
Elías la miró de reojo y soltó un teatral resoplido mientras obedecía la orden, murmurando lo bastante alto como para que Nuria lo oyese.
—… aunque igual no ha sido tan buena idea lo de navegar contigo.
Nuria sonrió de nuevo, sintiéndose absurdamente feliz mientras atravesaba la bocana del puerto y ponía rumbo este, dejando a su espalda, justo por la popa, a la ciudad de Barcelona.
De inmediato el mar de fondo comenzó a mecer el velero arriba y abajo, haciéndolo cabecear levemente al compás del oleaje.
—Ven —llamó a Elías, cuando acabó de recoger la última defensa—. Acércate.
Este, agarrándose a los obenques para no caer al agua, se aproximó a la bañera del timón, situándose de un salto junto a Nuria.
—¿Alguna cosa más, capitana? —inquirió burlón—. ¿Limpio la cubierta? ¿Le saco brillo a las barandillas?
—Coge el timón —le indicó, haciéndose a un lado.
Elías la miró extrañado.
—¿Estás segura? Yo nunca he…
—Segura. —Sonrió—. Vamos, cógelo.
Elías se encogió de hombros.
—De acuerdo —accedió, colocando las manos sobre la enorme rueda de aluminio y fijando la mirada al frente, por donde la noche comenzaba a teñirse de índigo y violeta—. ¿Y ahora?
—Ahora solo tienes que mantener la proa cara al viento, siguiendo el rumbo que llevamos, mientras yo despliego las velas.
—Hecho. ¿Algo más?
—Bueno, procura no chocar con nada.
—Muy graciosa.
—Ya lo sé. —Le lanzó un guiño y se puso manos a la obra, desplegando la mayor y el génova, azocando nudos y adujando los cabos sueltos tal y como le había enseñado su abuelo.
Cuando se dio por satisfecha, volvió junto a Elías y, tras comprobar que seguían el rumbo correcto, le preguntó.
—¿Qué tal lo llevas?
—Muy bien, la verdad. La sensación de independencia es increíble. Como si no hubiera nadie más en el mundo.
—Cierto —coincidió Nuria, haciendo una pausa antes de añadir—. Me he estado preguntando algo.
—¿El qué?
—Más bien…, por qué —puntualizó—. ¿Por qué yo? Haciendo memoria, veo que desde que nos conocimos has estado ayudándome, y ahora me dices que quieres estar conmigo cuando solo voy a traerte problemas.
—Será que me va la marcha.
—Te lo pregunto en serio.
Elías se tomó un segundo antes de contestar.
—¿Y qué quieres que te diga? —alegó, sin quitar la vista de la proa—. Desde el día que entraste en mi oficina, supe que quería estar contigo. Cada segundo a tu lado ha sido excitante y peligroso, pero me has hecho sentir vivo, como si nunca antes lo hubiera estado en realidad. Contigo he dejado atrás el pasado —añadió sombrío—, y he regresado por fin al presente, a exprimir cada momento sabiendo que puede ser el último. Ya no me preocupa lo que me vaya a suceder mañana —concluyó—, sino que las horas que restan hasta ese momento no las pueda pasar contigo.
Los labios de Nuria se curvaron hacia arriba.
—Eso es lo más hermoso que nadie me ha dicho jamás.
—Y eso que aún no te he visto desnuda —bromeó Elías, guiñándole un ojo.
—Pues eso tiene fácil solución —contestó Nuria, y soltándose el nudo de la toalla dejó que esta cayera a sus pies.
—¡Madre mía! —exclamó Elías, apabullado al ver el cuerpo desnudo de Nuria a su lado—. No me hagas esto ahora, joder. ¿No ves que no puedo soltar el timón?
—Claro que puedes —aclaró Nuria con una mueca ladina—. El piloto automático está puesto desde el principio.
—¿Qué? —le espetó Elías, levantando las manos del timón y comprobando que el barco seguía el rumbo perfectamente—. ¿Por qué me has engañado?
—Así estabas atareado en algo —se excusó—… aunque ahora prefiero que te ocupes de otra cosa.
Elías se olvidó definitivamente del timón y se acercó a ella como si fuese un ser humano único y frágil, acariciando la curva de su cadera con la yema de sus dedos, aproximándose para empaparse del olor a mar de su piel. Una promesa de sal, amor y libertad.
—No imaginas cuántas veces he soñado con esto —susurró, sumergiéndose en aquellos increíbles ojos verdes.
—Yo también —confesó Nuria—. Pero ahora ya no es un sueño.
—Aunque lo parece —señaló Elías—. Tú desnuda frente a mí, navegando en un velero hacia… —se interrumpió, cayendo en la cuenta—. En realidad, aún no me has dicho adónde vamos.
Nuria volvió la vista hacia la proa un instante, donde el alba comenzaba a despuntar sobre el horizonte como un halo de esperanza y redención.
—Hacia el amanecer —contestó, pensando en que todo el mundo se merece un final feliz. Incluso ella—. Siempre hacia el amanecer.