58
Kamal comenzó a recitar una oración en árabe y Nuria apretó los dientes, tan solo rogando por no sentir dolor cuando la afilada hoja del cúter cortase su arteria carótida.
—Sois unos putos psicópatas asesinos —masculló Nuria, aceptando al fin que su destino estaba sellado dijese lo que dijese.
—Adiós, agente Badal —se despidió el clérigo, alisándose la túnica con desinterés—. Ya me ha hecho perder demasiado tiempo. Ahora, Kamal se ocupará de…
Pero antes de que pudiera terminar la frase, dos ahogadas detonaciones estallaron desde el otro lado del sótano, y a los dos esbirros que flanqueaban al imán les brotaron sendas flores rojas en la frente, desplomándose al unísono como si lo tuvieran ensayado.
Nuria, incapaz de comprender lo sucedido, volvió a fijar su vista en el imán, que tan confuso como ella se dio la vuelta con una expresión de desconcierto en el rostro.
La voluminosa figura del clérigo le impedía ver a Nuria lo que había tras él, cuando este se abalanzó sobre el cuerpo de uno de sus esbirros y, tras arrebatarle la pistola de su mano sin vida, gritó: «¡Allah Ackbar!» y realizó dos disparos hacia el otro extremo de la habitación.
Antes de que hubiera un tercer disparo, hubo dos nuevas detonaciones y el imán sufrió un espasmo, un instante antes de derrumbarse junto a los otros dos cuerpos con un par de agujeros en el pecho.
No fue hasta entonces que Nuria pudo ver que la trampilla se encontraba parcialmente abierta y el cañón de un arma asomaba desde su interior.
—La tataharak ’awsa’asibik! —gritó una voz familiar.
Kamal, situado a la espalda de Nuria, le tiró del pelo hacia atrás, poniéndola de cara al techo y dejando expuesto su cuello como a un cordero tras el ramadán.
—Al’iifraj ean alsikin! —ordenó ahora la misma voz.
Inmovilizada, Nuria no podía ver a quién pertenecía esa voz que le resultaba tan familiar.
—Iidha aqtarabat, sa’aqtuluha! —respondió Kamal, presionando el filo de la cuchilla contra su piel.
—¡Tira el cuchillo! —ordenó entonces la voz, cambiando de idioma—. No voy a hacerte daño. Te doy mi palabra.
—¡La mataré! —repitió Kamal, y Nuria sintió cómo el acero se le clavaba en la carne.
—¡Mira! —dijo la voz con una calma tensa—. ¡Dejo mi arma en el suelo! —Nuria pudo escuchar el sonido de un objeto metálico golpeando contra el suelo, antes de que el recién llegado añadiera—. ¿Lo ves?
Tras esto, la fuerza con la que Kamal tiraba de su pelo hacia atrás disminuyó, con lo que pudo bajar la mirada lo suficiente como para comprobar que su oído no le había jugado una mala pasada.
Era Elías.
—¿Lo ves? —repitió, levantando las manos mientras salía del agujero completamente—. Voy desarmado. Suéltala y hablemos.
—¡Quédate quieto! —rugió Kamal.
Ignorándolo, Elías dio un cauteloso paso la frente.
—No voy a hacerte daño —insistió, aún con las manos en alto.
Kamal separó el cúter del cuello de Nuria y apuntó con él a Elías.
—¡Te he dicho que no…!
Pero la frase quedó interrumpida por una apagada detonación, como de un petardo debajo de una almohada, y Kamal salió despedido hacia atrás como si hubiera recibido una coz en el pecho.
El fogonazo había surgido de la trampilla, que había quedado abierta, y un segundo más tarde apareció por ella Giwan, sujetando con ambas manos una humeante pistola con un voluminoso silenciador acoplado, con la que no dejaba de apuntar a Kamal mientras este yacía en el suelo, conmocionado y con un creciente charco de sangre formándose junto a su hombro derecho.
—¿Estás bien? —preguntó ansioso Elías, que había saltado sobre ella en cuanto se produjo el disparo.
Nuria, aún conmocionada, apenas era capaz de fijar la vista en el hombre que tenía delante. No digamos ya comprender lo que acababa de suceder ante sus ojos.
—¿Cómo…? —articuló a duras penas, respirando con dificultad.
Elías alargó la mano para hacerse con el cúter que había caído al suelo, y se dispuso a cortar las ligaduras con las que habían inmovilizado a Nuria.
—Luego te lo explico todo —contestó Elías, serrando una gruesa brida negra.
—No, ahora —exigió Nuria, clavándole la mirada—. ¿Cómo sabías que estaba en este sitio?
Elías dejó de cortar las bridas y levantó la vista hacia ella. En sus ojos, Nuria pudo leer una profunda preocupación.
—¿Sigues sin confiar en mí?
Nuria no contestó a la pregunta, sino que miró con fijeza a Elías a la espera de una respuesta.
Este suspiró decepcionado y señaló la franja de piel blanca en la muñeca izquierda de Nuria.
—Tu pulsera —aclaró—. Te la llevaste al irte corriendo de mi casa, y al tratar de localizarla vi que la señal desaparecía en este cobertizo, al otro lado de la autopista.
—Creía que era irrastreable.
—Y así es. —Sonrió Elías—. Excepto para mí, claro está.
—¿Y viniste a ver qué había pasado?
Elías asintió, volviendo a afanarse con el cúter.
—Encontramos el túnel, lo seguimos… y, bueno, ya sabes el resto de la historia.
Mientras decía esto, terminó de liberar a Nuria de sus ataduras y se quedó ante ella en cuclillas.
—Tienes un pequeño corte en el cuello —añadió, sacándose un pañuelo de papel del bolsillo y aplicándolo contra la herida—. Ese misera…
—Lo siento —lo interrumpió Nuria—. Por todo. Me he comportado como una loca.
—¿Tú crees? —contestó Elías, levantando una ceja.
—Mejor no digas nada —replicó Nuria, e inclinándose hacia adelante tomó su rostro entre las manos y lo besó en los labios. Un beso largo y sentido, que a ambos les costó dar por terminado.
Cuando lo hicieron, separando lentamente sus bocas, Elías mantuvo aún las manos en su rostro y la mirada clavada en sus pupilas.
—Gracias —susurró Nuria esbozando una sonrisa, mientras otra idéntica tomaba forma en los labios de Elías.
—De nada —contestó él, con los ojos brillando de emoción.
—Luein Allah laka, almartad alkhayin! —les interrumpió Kamal, vociferando—. Luein Allah laka!
Nuria y Elías se volvieron de inmediato hacia el joven, tirado en el suelo con la mano izquierda cubriéndose la herida del hombro mientras Giwan se mantenía de pie frente él, apuntándole con su arma a la cabeza.
—¿Qué dice? —quiso saber Nuria, que hasta ese momento no se dio cuenta de que Aza y Yihan también se encontraban en el sótano, vigilando la escalera y la trampilla con sus subfusiles Vector.
Elías hizo un gesto quitándole importancia.
—Que Allah nos maldecirá, que somos unos apóstatas traidores… —tradujo—. Vamos, lo de siempre.
Con algo de esfuerzo Nuria se levantó de la silla, rechazando la mano de Elías cuando se prestó a ayudarla.
—Puedo sola —alegó, añadiendo a continuación para no parecer demasiado brusca—. Gracias.
—¿Has dicho dos veces gracias en dos minutos? —inquirió Elías, frunciendo el ceño—. ¿Quién es usted y qué ha hecho con Nuria?
Esta le dedicó una mirada de soslayo y se aproximó a Kamal, agachándose frente a él y prestando especial atención a la creciente mancha de sangre que se formaba a su alrededor.
—Parece que el disparo ha perforado una arteria —le dijo sin saber en realidad si era cierto, confiando en que los conocimientos de anatomía de Kamal no fueran muy extensos—. Si no contenemos la hemorragia —añadió con aire profesional—, morirás desangrado.
—Eso no importa —masculló entre dientes, con la voz deformada por el dolor—. Allah el misericordioso me acogerá en…
—Ya, ya —lo interrumpió Nuria—. Ya me lo has dicho antes. —Y girándose hacia Giwan, señaló su arma—. ¿Me prestas tu pistola? —le preguntó.
El kurdo se volvió hacia Elías con gesto interrogativo, y este asintió afirmativamente.
Obediente, Giwan entregó a Nuria su Sig Sauer ofreciéndole la culata y esta la tomó con precaución, comprobando de inmediato el peso extra del arma debido al aparatoso silenciador, lo que la obligaba a sujetarla con ambas manos.
Luego se volvió hacia Kamal y le apuntó a la cabeza.
Este bufó con desprecio, como si aquel intento de intimidación le hiciera mucha gracia.
—Adelante, infiel —la retó envalentonado—. Dispara. Sé que me vais a dejar morir igualmente.
—En eso tienes razón —le confirmó Nuria—. Los mierdas como tú no tienen derecho a la vida. Pero te equivocas en lo de que Allah te acogerá en su seno y todo eso. ¿Acaso no te han explicado lo que le sucede a un yihadista si lo mata una mujer?
Kamal se esforzó por mantener su gesto retador, pero Nuria vio aparecer la sombra de la duda en su mirada.
—¿No es así, Giwan? —preguntó al kurdo, que se mantenía a su lado—. ¿No había incluso una unidad de mujeres en el ejército kurdo en Siria que luchaba contra los yihadistas del ISIS? Se llamaban… —Hizo memoria durante un momento—. Ah, sí. El YPG, ¿no es así?
Giwan asintió, sorprendido de que Nuria supiera tal cosa.
—Yekîneyên Parastina Gel —precisó en su lengua—. Mujeres valientes —añadió—. Si mujer matar yihadista, él no ir a paraíso. Hombres de Dáesh huir —frunció los labios en algo que podría haberse entendido como una sonrisa— cuando mujeres de YPG llegar.
Nuria hizo lo propio, dirigiéndose de nuevo a Kamal.
—¿Lo comprendes ahora? —le preguntó, viendo en su mirada que así era—. Si yo te mato antes de que te desangres, ni paraíso, ni Allah, ni las setenta y dos vírgenes. Te pudrirás en el infierno o donde coño sea que vayáis los yihadistas pringados y vírgenes como tú.
—Tiene razón —corroboró Elías, que se había situado a su espalda—. Si ella te mata, no irás al paraíso.
—Mientes —alegó Kamal, pero su confianza se deshacía como un terrón de azúcar en un tazón de dudas—. Igual que mentiste al decir que no ibas a hacerme daño.
—No lo hice —le recordó Elías—. Fue él quien te disparó —señaló a Giwan—, no yo.
—Tú decides —intervino de nuevo Nuria, tratando de no aflojar la presión hacia Kamal—. O me cuentas todo lo que sabes o vas al infierno de cabeza.
—Allah ackbar —recitó Kamal—. Ashhaduan la Ilahail-la Al-láh.
Nuria inspiró profundamente, insuflándose paciencia y exhalando con intencionada lentitud.
—Como quieras —asintió, y poniéndose en cuclillas junto a la cabeza de Kamal, apoyó el cañón de la pistola en su sien—. Te doy cinco segundos para que salves tu alma. Uno… Dos… Tres…
Pero, para su extrañeza, la expresión de Kamal no fue de terror o ni siquiera de preocupación. En su lugar, los labios del joven se curvaron en una mueca cruel.
Nuria intuyó que algo no iba bien y dio un paso atrás. Lo justo para distinguir el pequeño objeto que Kamal había ocultado en su mano izquierda sin que se hubieran dado cuenta.
—¡Cuidado! —exclamó Nuria, al ver cómo el encendedor asomaba en la mano de Kamal y lo prendía con un chasqueo del pulgar.
—Allah ackbar! —aulló Kamal, mostrando el mechero prendido frente a Nuria, aún empapada de gasolina—. Allah ackbar!