4

—No te lo volveré a repetir. Suelta la navaja ahora mismo.

David fue a decir algo, pero al hacerlo la navaja de barbero se desplazó unos milímetros causando un fino corte por el que empezó a manar sangre. Sus ojos se abrieron desorbitados.

—Shhh… —dijo el asesino.

Nuria se esforzaba por conferir a su voz una calma imposible. Sentía cómo las palabras salían de su boca con un ligero temblor.

—Escúchame bien… No tienes escapatoria. —No podía mostrar debilidad ante un maníaco, primera página del manual de psicología criminal—. Pero si tiras la navaja ahora, tendrás una oportunidad de salir vivo de aquí.

El asesino volvió a sonreír, y Nuria comprendió que por ese camino no iba a llegar a ningún sitio.

El problema es que no había más caminos.

En ese momento llegó hasta sus oídos el inconfundible rumor de sirenas de policía acercándose en la distancia.

Esforzándose por no resoplar de puro alivio, Nuria imaginó que, al cortarse la señal de comunicación con la Central, debieron enviar unidades a su última posición conocida.

—En dos minutos esto estará lleno de policías —le dijo con renovada confianza—. Si para entonces no te has rendido, entrarán por esa puerta una docena de compañeros deseando apretar el gatillo y no te puedo garantizar que alguno de ellos no lo haga.

El hombre inclinó la cabeza como un sabueso que escuchara un silbido lejano, pero no reaccionó en absoluto a las palabras de Nuria o al creciente ulular de sirenas.

Por un instante, Nuria temió hallarse frente a un asesino sordo.

Pero no podía ser.

O quizá…

—¿Hablas mi idioma? —preguntó.

El tipo clavó sus ojos en ella con renovada intensidad, insinuando el pico de una sonrisa, pero ni una palabra salió de su boca. Sin embargo, volvió a deslizar la navaja sobre la garganta de David y un hilo de sangre resbaló por su cuello, brotando del nuevo corte.

Los ojos del policía parecieron a punto de salirse de sus órbitas al sentir el frío filo del acero cortando su piel.

—Nu… ria… —gimió tembloroso por sus labios entreabiertos.

—¡No hagas eso hijo de puta! —rugió ella, dando un paso hacia adelante y acortando aún más la distancia que los separaba, firme el arma en sus manos.

La expresión satisfecha del asesino la llevó a intuir que eso era justo lo que pretendía.

Consciente de la inmediata llegada de las patrullas policiales, estaba incitándola a deshacer aquel precario statu quo con un movimiento precipitado. Provocándola para que cometiera un error.

Mirando a los ojos enrojecidos de aquel individuo de aspecto anodino, que había degollado y mutilado a un hombre tan solo unos minutos antes y ahora hacía frente al cañón de su arma con la absurda indiferencia de un loco, Nuria comprendió que aquello no iba a terminar bien de ninguna de las maneras.

Jamás se rendiría.

Degollaría a David de un tajo rápido y luego se abalanzaría sobre ella, y lo haría antes de la llegada de los refuerzos.

Era cuestión de segundos.

El corazón de Nuria palpitaba desbocado en su pecho.

La pistola que sujetaba pareció multiplicar su peso por diez y comenzó a temblar en sus manos.

Una gota de sudor le resbaló por la frente hasta el ojo derecho, haciéndola parpadear de forma instintiva.

Y esa fue la oportunidad que el asesino esperaba.

Nuria lo vio en sus ojos un momento antes de que hiciera cualquier movimiento.

Un aullido de rabia estalló en su pecho cuando aquel loco reflejó una mueca cruel en sus labios y entendió que David, indefenso como un muñeco de trapo, estaba a punto de morir.

Solo había una cosa que podía hacer.

Fijó su vista en el punto rojo de la mira que brillaba en la frente del asesino y, tensando los músculos de los antebrazos, apretó el gatillo con decisión.

Pero justo en el preciso instante en que el percutor golpeaba el cartucho, impulsando la bala de plomo con un seco estampido fuera del arma, Nuria descubrió horrorizada que su objetivo ya no estaba ahí.

En la décima de segundo que su dedo índice había necesitado para ejecutar la orden del cerebro de disparar, el asesino, anticipando su reacción, se había desplazado con increíble rapidez hacia su izquierda usando al propio David como contrapeso.

Cuando el proyectil salió de la boca de la pistola entre una nube de humo de pólvora, era ya la cabeza del policía la que se interponía en su trayectoria.

El puntero rojo del láser era un heraldo de la muerte señalando el destino justo entre los ojos suplicantes de David, quien pareció comprender en el último instante lo que estaba a punto de sucederle.

Entonces la bala lo alcanzó, y su cabeza salió impulsada hacia atrás como un resorte.

Nuria no tuvo ocasión ni de gritar.

El cuerpo del policía se desplomó como un títere sin hilos.

Ella contempló alienada al hombre con el que había compartido patrullas y confidencias durante casi dos años, cayendo muerto víctima de su propia bala. Mirándolo sin llegar a verlo, incapaz de que su mente aceptara la certeza del espanto.

Mientras tanto, el cantante de cumbia insistía en su quejido lastimero.

Lindaaaa, tú sabes que te quieroooo…

Abrumada por el horror, Nuria apenas fue consciente de que el hombre de la navaja ya no estaba en el mismo lugar. Con una agilidad inhumana había salido de su radio de tiro, agazapándose en la penumbra del salón un par de metros a su derecha. Era un depredador preparándose para atacar.

Y aquí yo estoy enteroooo…

El instinto de supervivencia fue el que dirigió los brazos de Nuria en aquella dirección, orientando el arma hacia el asesino, y, antes de que llegara a apuntarle siquiera, apretó repetidamente el gatillo, presa del pánico y la ira.

El filo de la navaja centelleó en la oscuridad.

Esperando para tiii…

Ignorando los erráticos disparos, el depredador se abalanzó sobre ella como una diabólica sombra surgida de la peor pesadilla.

Nuria se lanzó hacia atrás disparando sin parar, en un desesperado intento por salir del alcance de aquella cuchilla que cortó el aire con un siniestro siseo a unos centímetros de su cuello.

Aquel salto a ciegas terminó cuando impactó de espaldas contra el suelo, y su nuca fue a golpearse contra algo duro y romo.

Al instante sintió cómo las fuerzas la abandonaban y su visión se oscurecía, como si alguien corriera un telón frente a sus ojos. «Se acabó la función», pensó.

Lo último que pudo ver antes de perder la consciencia fueron los ojos inyectados en sangre del hombre que iba a matarla, dilatados de excitación tras los cristales de sus gafas de pasta.

Nuria soñó que apretaba el gatillo una vez más.

Pero ya no llegó a escuchar ningún disparo.

Y todo fue oscuridad.