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—¿Qué? ¿Tú? —balbució Susana con gesto alucinado—. Pero ¿cómo…?

—Ven, sígueme —le indicó Nuria, señalando hacia los lavabos.

Susana, clavada en el sitio, todavía necesitó unos momentos para reaccionar y, solo entonces, miró a su alrededor para comprobar que nadie les estaba prestando atención. Luego se encaminó tras los pasos de Nuria, que acababa de desaparecer tras la puerta del lavabo de señoras.

Para cuando Susana entró en el baño, Nuria ya había comprobado que no había nadie más usándolo y la esperaba junto al lavamanos, con una genuina sonrisa de felicidad en los labios.

—¡Oh, Susi! —exclamó Nuria, yendo hacia ella con la intención de estrecharla entre sus brazos—. ¡No te imaginas cuánto me alegro de verte!

—¿Qué haces aquí, Nuria? —le espetó en cambio Susana, dando un paso atrás—. ¿De dónde sales? ¿Qué…, qué coño está pasando aquí?

—Es muy largo de explicar —arguyó Nuria, deteniéndose en seco y aguando la sonrisa—. Pero las cosas no son lo que crees.

—¿Las cosas? —le espetó Susana—. ¿Te refieres al asesinato de Gloria con tu arma? ¿O a la explosión en Villarefu en la que se te ve en el vídeo huyendo del lugar? ¿O quizá… a tu gran éxito, haciendo dúo con Aguirre? ¿A qué cosas te refieres exactamente, Nuria?

Nuria asintió comprensiva, consciente de cómo se debía ver todo aquello desde fuera. Cualquier alegato de inocencia debía parecer poco menos que risible, incluso para su amiga del alma.

—Tienes que confiar en mí —alegó, apelando a su amistad como único argumento—. Yo no he matado a nadie —hizo una imperceptible pausa para hacer memoria—…, al menos no intencionadamente —se corrigió—. Pero te aseguro que yo no le hice nada a Gloria —resopló, negando con la cabeza—. Joder, Susi, tú me conoces.

—Ya no estoy tan segura —objetó, mirándola de arriba abajo.

—Alguien entró en mi casa y se llevó mi pistola —explicó—. Gloria me estaba ayudando a resolver el asesinato de David, y por eso la mataron a ella implicándome a mí. Querían quitarme de en medio y hacerme cargar con las culpas.

—Pero… ¿quién? ¿Elías Zafrani?

—¿Elías? No, joder. Él ha sido quien me ha ayudado a seguir viva desde entonces. Él… —sintió cómo un puño le oprimía el corazón al recordar que ya no podía hablar de él en presente—, él me salvó de los terroristas que me tenían en Villarefu, en la casa que explotó.

—¿Los terroristas que te tenían? —repitió Susana con escepticismo—. Según los informes, tú y tu amigo provocasteis la explosión. Hay imágenes de ambos huyendo en coche del lugar.

—No, Susi. —Nuria meneaba la cabeza repetidamente—. Elías me rescató, y horas más tarde evitamos el atentado durante el mitin del Palau Blaugrana.

—¿También estuviste ahí? —preguntó Susana con incredulidad—. Por lo que sé, fue un equipo de las fuerzas especiales quien lo hizo.

—Sí, es cierto —confirmó Nuria—. Pero en realidad estaban persiguiéndonos a Elías y a mí. No tenían ni idea del atentado.

—¿Y tú sí?

—Cuando me secuestraron los yihadistas, vi lo que planeaban. Luego apareció Elías, hubo un tiroteo y la casa explotó. Por eso salgo en las grabaciones de seguridad.

Susana resopló, ahogando una carcajada.

—Tienes una explicación para todo, ¿no? —inquirió a modo de burla—. ¿Y qué pasa con lo de Aguirre? ¿También es cosa de los yihadistas? Porque la que salió en televisión esta mañana apuntándole a la cabeza se parecía mucho a ti.

—Me obligaron a hacerlo —alegó—. Amenazaron con asesinar a mi familia si no lo mataba frente a las cámaras.

—¿Quién te amenazó? ¿Los mismos yihadistas?

Nuria negó con la cabeza.

—No me vas a creer.

—Joder, Nurieta —bufó por la nariz—. No has dicho nada creíble desde que has abierto la boca. Un absurdo más no va a marcar la diferencia.

—Está bien. —Nuria abrió las manos—. Fue el propio secretario general de España Primero, Jaime Olmedo. Quería que matara a Aguirre delante de todo el mundo gritando Allah Ackbar, para convertirlo en un mártir y que lo votaran a él como nuevo presidente.

Susana, boquiabierta, tardó un buen rato en volver a cerrarla.

—Tenías razón con lo de que no iba a creerte —dijo al fin.

—Lo sé —admitió—. A mí también me cuesta hacerlo.

—Pero… no lo hiciste.

—¿A qué te refieres?

—A que no lo mataste. Aguirre llegó al hotel hace un rato, y parecía bastante vivo.

—Lo iba a hacer —admitió—. Iba a matarlo. Pero comprendí que iban a asesinar a mi madre y al abuelo igualmente, así que solté mi discurso con la esperanza de que alguien me creyera.

—¿Qué discurso?

Ahora fue Nuria quien la miró extrañada.

—Pues el que di mientras apuntaba a Aguirre a la cabeza, ¿cuál va a ser si no?

Susana torció el gesto.

—No sé cómo decirte esto… —advirtió, rascándose la nuca con incomodidad—. Pero a los pocos segundos de que aparecieras en escena, cortaron la retransmisión. Solo dijeron que todo el mundo estaba bien y que las fuerzas de seguridad lo habían salvado de un nuevo intento de asesinato. Al cabo de diez minutos prosiguió la transmisión de la ceremonia como si tal cosa, explicando que la terrorista había sido neutralizada.

Al oír aquello, Nuria echó la cabeza hacia atrás y puso los ojos en blanco.

—Mierda —masculló—. Pues sí que estoy jodida. Debo haber parecido una puta loca con una pistola.

—Una puta loca terrorista —puntualizó Susana—. Lo que me lleva a preguntarme, ¿cómo lograste escapar?

—Me llevaron a Montjuïc para eliminarme antes de que hablara —aclaró—, pero… tuve suerte y logré escapar —añadió, evitando mencionar a Puig.

—Joder —prorrumpió Susana—. Pero, entonces… ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Has venido a entregarte?

—No exactamente.

Nuria pudo ver en el rostro de su amiga cómo las piezas iban encajando en su cabeza. Cuando completó la imagen, dio un paso atrás con gesto alarmado, tropezándose al hacerlo con el lavamanos.

—¿No estarás pensando en…? —señaló hacia arriba—. Joder, Nuria. Dime que no has venido a por Olmedo.

—Pues no te lo diré.

Automáticamente, Susana llevó la mano derecha a la cadera, apoyándola en la culata de su pistola.

—No puedo permitir que lo hagas —le advirtió.

Nuria la miró con súbita tristeza.

—Yo solo quiero hacer justicia, Susi.

—No me jodas, Nuria —replicó—. Tú lo que quieres es vengarte.

—En este caso es lo mismo. Ese miserable financió a los yihadistas para el atentado, mandó el sicario a asesinar a David y ordenó que mataran a Gloria. Es un demonio con escaño y, si sale elegido presidente, mucha más gente sufrirá por su culpa. Este es el momento de detenerlo.

—Pues denúncialo —le espetó Susana—. Cuéntalo en las redes sociales, llama a la prensa, haz lo que sea necesario…, pero si tratas de matarlo, lo único que lograrás es darle la razón.

—Eso dará igual si está muerto.

—A mí no me dará igual, Nuria. Porque lo que pasará será que te matarán a ti.

—Ese es mi problema.

Susana respiró hondo y desenfundó su arma, apuntando a su amiga mientras las lágrimas comenzaban a asomar por la comisura de sus ojos.

—No voy a permitir que te suicides —le advirtió—. Si vas a juicio, podrás contarle al juez todo lo que me has dicho. Yo testificaré a tu favor —agregó—, y seguro que Puig y otros muchos también lo harán. Debes confiar en la justicia, Nuria. Al final, todo se aclarará.

Nuria mantenía los ojos fijos en Susana, ignorando el cañón del arma que apuntaba hacia ella.

—Todo está muy claro ya, Susi —sentenció, dando un paso hacia ella.

—No, por favor… —rogó Susana, bajando el martillo del percutor—. No me obligues a dispararte.

Nuria le mostró las manos vacías en señal de rendición.

—De acuerdo. Tú ganas —afirmó.

En respuesta, las facciones de Susana se relajaron en señal de alivio, apartando el dedo del gatillo.

Y eso fue todo lo que Nuria necesitó.

Su brazo izquierdo se proyectó hacia la mano derecha de Susana, desviando el arma primero y luego accionando la aleta de desmontaje con el índice y tirando de la corredera de la pistola. Susana aún trataba de comprender qué estaba pasando cuando descubrió que en su mano ya solo sostenía la mitad inferior de su arma, completamente inútil.

—Pero ¿qué…? —farfulló, mirando sucesivamente su mano derecha y la izquierda de Nuria, donde se encontraba ahora el cañón y la corredera de su pistola—. ¿Cómo has hecho eso? —inquirió desconcertada—. Ni…, ni siquiera lo he visto.

—Necesito tu ayuda —dijo, señalando la tarjeta enganchada al bolsillo superior de su uniforme, que la identificaba como agente del operativo que protegía el hotel.

—¿Qué? —Susana caminó de espaldas en dirección a la puerta, fijándose por primera vez en las pupilas dilatadas de su amiga y el rojo intenso en la esclerótica de sus globos oculares—. ¿Qué es lo que quieres? —preguntó, y su tono ya no era de sorpresa o extrañeza, era de miedo.

—No voy a hacerte daño, Susana —le aseguró mientras caminaba hacia ella, pero viendo que la duda ya había arraigado en su amiga.

Esta echó un fugaz vistazo a su espalda, en busca de la puerta del baño.

Nuria advirtió que se iba a girar y a salir corriendo, y entonces todo habría acabado para ella, para su madre, para su abuelo y quién sabe para cuantos más.

—Lo siento, Susi —le dijo, y tensando los músculos se abalanzó sobre su amiga.