36

Me despierto con la sensación de estar flotando. En realidad lo estoy porque estos dos días que llevamos en la cabaña de sus padres han sido maravillosos. Y vamos a quedarnos aquí cinco más, así que los aprovecharé al máximo. Después de pasar más de un año sin su voz, sin sus ojos, sin su tacto, sin su cuerpo contra el mío… no puedo más que querer estar las veinticuatro horas muy pegada a él.

Siempre había pensado que cuando dos personas que se han amado mucho vuelven a estar juntas, jamás se regresa al primer sentimiento que se tuvo. Sin embargo, acabo de darme cuenta de que no es cierto, puesto que con Héctor he recuperado todo lo que creamos. ¡Incluso me parece que más! El corazón se me va a desbordar en el pecho y ni siquiera sé cómo detenerlo, pero es que tampoco quiero. Estoy tan feliz que no puedo más que acallar los grititos de júbilo que me vienen a la garganta.

Me doy la vuelta en la cama y aguzo el oído. Me llega el sonido del agua de la ducha, así que Héctor estará dentro. Por unos segundos mi mente, que es muy maquiavélica, se pone a pensar en aquellas veces en las que se encerraba en el baño y se atiborraba de pastillas. Pero estoy segura de que eso ya ha quedado atrás y que ahora no me mentirá al respecto, porque ambos nos hemos dado cuenta de que necesitábamos este tiempo de separación para encontrarnos con nosotros mismos y comprender lo importante que es la sinceridad.

Me estiro en la cama con una sensación de calidez indescriptible que me recorre todo el cuerpo y, en este momento, me sobresalta el pitido del whatsapp. Vale… En estos dos días no he prestado atención a ninguna red social. No ha sido sólo porque quiera disfrutar del máximo tiempo posible con Héctor, sino también porque echar un vistazo al móvil significa, en cierto modo, enfrentarse a la realidad. Y esa realidad es que abandoné mi boda, dejé plantado a Germán en el altar y decepcioné a algunos invitados… aunque hice felices a otros. Supongo que voy a tener un montón de chats abiertos preguntándome cómo estoy o lanzándome reproches. Por suerte, nadie se ha atrevido a llamarme… Más que nada porque ya dejé claro a mi familia y a mis amigos que no osaran interrumpir mi estancia en el paraíso.

Pero bueno, ahora toca ya ser madura y saber qué es lo que se cuece por ahí fuera. Así que cojo el móvil y, con el corazón un tanto nervioso, abro el whatsapp. Madre mía, ¡si tengo tropecientas conversaciones! Incluso han creado un grupo mis amigos que han llamado «Novia a la fuga». Ja, ja, qué graciosos… Me meto en él primero porque hay cien mensajes y empiezo a leerlos todos. Dania y Aarón no paran de preguntarse adónde habremos ido, y Ana ha estado hablando una y otra vez de la satisfacción que le produjo la cara de Germán cuando le dije que no me casaba con él. Chasqueo la lengua. Me siento mal por haber actuado así, la verdad, pero en esos momentos no podía pensar en otra cosa más que en buscar mi felicidad. Tampoco creí que Héctor estaría esperándome fuera. ¡Eso sí que fue una auténtica sorpresa!

Escribo una respuesta a mis amigos para que se callen de una vez.

Sois unos cabrones… ¿Cómo se os ocurre crear un grupo con este nombre? No os paséis, joder. En cierto modo, me sabe un poco mal haber dejado a Germán así, no ha estado bien… Pero por otra parte, soy más que feliz. Héctor y yo estamos en la montaña, en la cabaña de sus padres, muy cerca de Gandía… Hace un tiempo estupendo, nos lo estamos pasando maravillosamente y, no sé, todo ha sido tan sencillo… Hasta me da un poco de miedo pensarlo. En fin, que calléis ya, que sois unas cotorras.

No me da tiempo a mirar otras conversaciones porque Ana ya está escribiendo su respuesta. Espero a que llegue y me echo a reír cuando la leo.

Hermanita, te has convertido en Julia Roberts. Mira que eres una escritora famosilla… E igual sales en los medios de comunicación. Ahora ya tienes material para escribir una nueva novela.

¿Cómo podría titularse? Mmm… Sí: Déjame que te desnude en el altar. ¿Qué os parece?

Ha sido Aarón quien ha mandado este último mensaje. Lanzo una carcajada al leerlo y niego con la cabeza. Qué tío, siempre con sus tonterías, pero en el fondo me hace reír.

Sois todos muy graciosos, sí… Y por cierto, ¿dónde está Dania?

Pues, contando con que se pidió una semana de vacaciones para tu boda, como si fuera ella la que se casase, a lo mejor hasta está en el Caribe con su churri.

Vuelvo a reír ante la ocurrencia de Aarón. Pero en ese momento nuestra amiga empieza a escribir y se tira un buen rato hasta que envía su mensaje.

Cariños míos… Ahora mismo tengo una resaca de tres pares de cojones. Ya os contaré. Lo único que voy a decir es que… ¡yo también quiero ir sólo con ropa interior en mi boda!

Ay, qué tíos. Se pasarán bastante tiempo soltando chorradas y recordándome lo que hice. La verdad es que, ahora que lo pienso, sí que tuvo su gracia. Bueno, estoy segura de que para muchas personas no, y muchísimo menos para Germán. Y entonces, al pensar en él, salgo del grupo de mis amigos y busco entre las conversaciones. Tal como esperaba, también tengo un mensaje suyo… Me va a dar algo porque no he borrado todo lo que hablamos mientras aún éramos pareja. Simplemente será mejor que me limite a leer lo nuevo que me ha escrito. ¿O no lo hago? ¿Me habrá insultado? ¿Me contará que su madre tuvo un patatús? Sin poder remediarlo, los nervios me sacuden. Abro su mensaje con dedos temblorosos… «Melissa, valor y al toro», me digo. Es muy corto, y eso todavía me preocupa más.

Meli… Sé feliz.

Un terrible sentimiento de culpa se apodera de mí en cuanto lo leo. Suelto un suspiro cuando llego al final. Pues la verdad es que esperaba malas palabras o algo peor… Y seguramente habría sido mucho más fácil. Pero con este mensaje que me ha enviado ni siquiera sé cómo actuar. Lo cierto es que me dan ganas de contestarle para pedirle perdón porque creo que se lo debo, pero puede ser que él no quiera y que mi respuesta sólo le haga más daño. Ay, Dios mío, ¿qué hago? Ahora mismo me vienen a la cabeza los recuerdos del otro día y se me cae la cara de vergüenza. ¡Actué como una loca! Debería haberle dicho antes de la boda que no podía casarme con él y no habría sido todo tan duro. Pero dejarlo plantado ante el altar fue muy cruel… Uf, ni siquiera sé cómo me ha perdonado.

—Buenos días, dormilona…

La voz de Héctor me hace dar un brinco en la cama. Vuelvo la cabeza y lo veo apoyado en el marco de la puerta, tan sólo con una toalla alrededor de su cintura. Ay, cómo se le marca la uve en el vientre…

—Tengo sueño acumulado —respondo esbozando una sonrisa.

—¿Muchos mensajes? —Me señala el móvil, que aún tengo en la mano.

Deslizo la mirada de él al teléfono y decido contarle que Germán me ha enviado uno, aunque me da un poco de miedo. Sé lo mucho que sufrimos por su regreso, pero si queremos reanudar nuestra relación, entonces debemos ser sinceros el uno con el otro por encima de todo.

—Germán me ha enviado un whatsapp —digo en voz bajita.

Y, como para demostrarle que no tengo nada que ocultar, le hago un gesto para que se acerque y le tiendo el móvil con la intención de que lea el mensaje. Sin embargo, niega con la cabeza y me dedica una bonita sonrisa.

—He tenido tiempo de madurar, Melissa, y de darme cuenta de que debería haber confiado más en ti y en nuestro amor —dice, arrancándome un palpitar en el corazón.

—Me ha escrito que sea feliz. Así, sin más… No me ha insultado ni me ha dicho que me odia ni nada por el estilo —le explico, a pesar de todo. Lo necesito. Quiero que vea que a partir de ahora no tendré secretos para él.

Héctor se sienta en la cama y se inclina hacia mí. Me aparta un par de mechones de la frente y me la acaricia con mucha suavidad.

—Supongo que todos hemos madurado —susurra muy cerca de mi nariz, otorgándome su cálido aliento con olor a dentífrico—. La verdad es que le estoy agradecido —añade, para mi sorpresa.

—¿Y eso?

Me incorporo un poco en la cama, haciendo que tenga que cambiar de postura.

—Porque te ayudó, Melissa. Cuando te abandoné, él estuvo a tu lado para sacarte de la oscuridad. Quizá algunas cosas no las hizo bien, pero otras sí. Y, por mucho que me molestara que regresara a por ti y que me joda el tiempo que ha pasado contigo, tengo que ser objetivo.

Me quedo pensativa y al final asiento. Es cierto que Germán se ha comportado muy bien conmigo a pesar de todo. Estuvo mal que intentara inmiscuirse en nuestra relación, pero, en cualquier caso, los tres tenemos nuestra parte de culpa en esa historia que quiero enterrar. Chasqueo la lengua y me dejo caer en la cama con gesto huraño. Héctor suelta una risita y me acaricia la barbilla.

—Oye, que tampoco tienes la culpa de nada. El corazón es lo que es, con sus sentimientos y sus razones, y nos hace cometer locuras que, en realidad, son muy cuerdas.

—En serio, me mentiste cuando me dijiste que no se te daban bien las palabras… —Me echo a reír, alzando mi mano y posándola en su mejilla—. Tendrás que ayudarme cuando me quede sin ideas.

Se tumba a mi lado, con el cabello húmedo rozándome el rostro y provocándome cosquillas, y pasa un brazo por encima de mi cuerpo sin dejar de mirarme. Adoro que su sonrisa sea lo primero que veo por las mañanas. Y es lo que quiero que suceda día sí y día también durante mil millones de años… y uno más.

—¿Qué va a pasar cuando regresemos a la ciudad, Héctor? —le pregunto de repente.

—¿A qué te refieres?

—Tengo un poco de miedo… Sí, otra vez —añado cuando me mira con los ojos entrecerrados—. Es verdad que todo ha sido tan familiar y sencillo… Ha sido como si no nos hubiésemos separado nunca, pero, a pesar de todo, lo hemos hecho y…

—Nosotros somos Héctor y Melissa —dice, despertando mi curiosidad. Posa un beso en la punta de mi nariz—. Estamos hechos el uno para el otro y el destino nos lo ha demostrado. Después de cuanto ha pasado… estamos aquí, ¿no? Tumbados juntos en la cama, muriéndonos por besarnos, tocarnos y hacernos el amor…

Asiento con la cabeza. Me abrazo a él con los ojos cerrados y con una sonrisa dibujándose en mi rostro.

—Supongo que no será del todo fácil, eso está claro —continúa, jugando con mi pelo—. Todavía no estoy lo bastante recuperado para dejar el tratamiento.

—Eso es algo con lo que puedo lidiar, Héctor. Ya lo hice, ¿recuerdas?

Alzo el rostro para mirarlo. Asiente y sonríe.

—Habrá momentos difíciles… porque yo lo soy, Melissa.

—Y yo estaré ahí para intentar hacerlos más fáciles. —Lo beso con suavidad y me responde. Después me aparto para contemplarlo. Tiene los ojos brillantes y una expresión decidida. Yo también… Estamos listos, una vez más, para deshacernos de nuestros miedos—. Vamos a escribir nuestra historia, ¿no?

—Por supuesto. Una historia escrita con palabras de placer. —Se echa a reír con picardía.

—Cualquier día veo una novela en los escaparates de las librerías contando nuestras peripecias… y el autor se llamará H. Palmer. —Me contagio de su risa.

Nos pasamos así unos minutos, carcajeándonos, yo incluso he de sujetarme el vientre porque me duele de tanto reír. Ese sonido me alimenta. No necesito nada más para levantarme por las mañanas. Es ver su sonrisa o escuchar su voz, y las fuerzas acuden a mí con tanto ímpetu que me tiro el día sonriendo. Vamos acercándonos a medida que la risa se nos acalla y, una vez que nos hemos quedado en silencio, nuestros ojos se encuentran y nos ponemos muy serios de repente. Un gesto extraño cruza su rostro y yo, durante unos breves segundos, me pregunto en qué estará pensando. Sus palabras me confirman que se trata de lo que había imaginado.

—Te mentí cuando aquellas veces te decía que confiaba en ti y que para mí no eras como ella.

Ella. La sombra de su pasado que siempre va a estar ahí… O eso es lo que me parece. He podido dejar el mío atrás. Lo hice al arrancarme el vestido de novia y plantar a Germán ante el altar. Él ya no regresará y, aunque lo hiciera, he aprendido que no hay nadie más en mi corazón que Héctor. Pero ella… Es evidente que ella tampoco regresará nunca. No al menos de forma física, pero… ¿cuán fuerte es el recuerdo de una exnovia muerta? Para ser más exactos… ¿de una exnovia que te trastocó la vida y después murió sin haber podido solucionar las cosas?

—Lo que sí te aseguro es que mi desconfianza no era por ti… —Alza una mano y la pasa por mi rostro con estudiada lentitud, un poco temeroso. No puedo evitar preguntarme cuánto de cierto tienen sus palabras. Pero… debería creerlo, ¿no? Porque se supone que, si estamos ahora aquí, es porque queremos retomar la relación—. Habría desconfiado de cualquiera. Si hasta me costaba hacerlo de mis padres… Así que, en serio, no quiero que pienses que era algo personal… Ni siquiera tu aspecto influyó en eso. Era mi mente la que se empeñaba en comparar tus acciones con las de alguien que ya no está.

Esbozo una sonrisa que no es del todo tranquila. Y es que, a pesar de todo, a pesar de encontrarme segura entre sus brazos, aunque me esté diciendo una y otra vez que será diferente, hay una parte de mí que continúa necesitando saber. Dicen que la curiosidad mató al gato… Y, por más que me lo niegue, quiero descubrir. ¿Todo sucedió tal como Héctor me ha contado? ¿Era Naima una mujer tan cruel, que se acostaba con cualquier hombre que encontraba con tal de satisfacerse? ¿O ésa es tan sólo su versión? ¿Para él fue todo tan difícil que se hizo adicto a las pastillas? No sé muy bien qué pensar… Sin embargo, los ojos de Héctor me dicen que sucedió algo más. Y me gustaría preguntarle qué fue. Me encantaría que, de una vez por todas, fuera sincero del todo conmigo, como lo estoy siendo con él.

—Héctor… —empiezo a decir con una especie de cosquilleo en la garganta.

Agacha la barbilla y se me queda mirando con esos ojos almendrados y risueños, que parecen haber recuperado la alegría. Me tiembla el estómago al verlo así porque recuerdo todos los momentos felices que pasamos juntos. Estamos bien. Estamos en la cabaña de sus padres, donde nos juramos amor eterno. Tenemos las piernas entrelazadas, transmitiéndonos calor. Sus dedos en mi pelo enredado. Sus labios curvados en una sonrisa. Su perfume en mi almohada. Él. Yo. Todo.

—Que te amo —acabo diciendo.

—Y yo a ti —susurra, y me frota la nariz con la suya.

Me abrazo a él, apretando mis dedos contra su espalda. Aspiro su aroma. Cierro los ojos sonriendo.

Me da igual su pasado. No importa si sus historias no son del todo reales. Somos capaces de escapar del recuerdo de Naima, ¿verdad?

Ella no volverá. Y, aunque lo hiciese de alguna forma, no habría nada que pudiera derrumbar el muro de amor que, a partir de ahora, Héctor y yo vamos a levantar.

Entierro la nariz en su pecho. Huele a limpio. Intento concentrarme en ese aroma para desterrar todos estos pensamientos oscuros que me acechan. Debo aferrarme al presente e intentar disfrutar. «Por favor, Héctor, espero que lo hagas tú también…», me viene a la cabeza.

Le sonrío. Me devuelve el gesto.

Él. Yo. Todo. Nadie más…