11
Al final llamé a Germán. Le dije que aceptaba publicar con ellos. Mientras hablaba con él, estaba tan nerviosa que no podía dejar de mover la pierna.
—Me alegra que te hayas decidido por la opción correcta.
Omití la respuesta relacionada con esa frase. Quise establecer unas condiciones, aunque la jugada no me salió muy bien. Pensaba que los autores podíamos tener más voz, pero no fue así.
—Quiero que todo lo lleve la editora jefe.
—Eso no va a ser posible, Meli. Ella se encarga de dar el visto bueno, pero soy yo quien debe trabajar con los autores.
—Pero ¿qué sabes tú de novela romántica? —pregunté, alterada.
—La editora ha decidido no publicarla bajo el sello de «romántica». Tu historia es mucho más, así que no saldrá con etiquetas. De ese modo lograremos llegar a más gente.
Guardé silencio durante un buen rato. Podía oírlo teclear a toda prisa.
—Entonces trabajemos por teléfono o mediante correos electrónicos —propuse.
—Ésa no es nuestra política, y mucho menos teniendo al autor cerca. Además, hay algunos aspectos de la novela de los que tenemos que hablar con calma.
Me rendí. Encima tocaba firmar el contrato.
Por eso, una semana después me encuentro sentada en la terraza de una cafetería de lo más pija, donde me ha citado mi ex, al que estoy esperando con un capuchino. Un ex que ahora se ha convertido en mi editor. ¿No tengo razón si digo que el mundo es extraño?
Doy un sorbo al café. Y lo descubro, acercándose a paso ligero, con las manos en los bolsillos de ese vaquero que le queda como un guante, para qué mentir. Perfecto. «Cabecita de Mel, ¿puedes callarte aunque sólo sea por un instante?».
—Eh —me saluda, inclinándose para darme dos besos.
Le vuelvo la cara. Se muestra sorprendido.
—Pensé que ya habíamos superado eso.
—Que haya decidido publicar con vosotros no significa que tenga que tratarte como lo que no eres. No esperes que en unos días pueda ser tu amiga —musito en tono seco.
En lugar de decir algo, chasquea la lengua y se mete en la cafetería. Me arrebujo con la chaqueta. Germán sólo lleva un jersey y, aunque es grueso, hace demasiado frío para no haberse puesto nada más. Quería sentarme dentro, pero no quedaba ni un asiento libre, así que aquí estoy, en la terraza, con las manos y la punta de la nariz heladas.
Regresa con un café. Recuerdo que le encantaba; bebía muchos, a todas horas. A veces le costaba dormir y me daba la lata. Se fija en mi mirada ausente, puesta en la taza, porque la señala y dice:
—Todavía no me he librado de la adicción al café.
Ni siquiera le echa azúcar. Se lo bebe de un trago y deja la taza sobre el platito. Entonces pone en la mesa una carpeta azul en la que yo no había reparado. Saca de ella unos cuantos folios.
—Éste es el contrato. Échale un vistazo. Bueno, léelo con tranquilidad, si quieres. Pero te aseguro que está todo en orden. —Me entrega una copia.
Observa con insistencia cada uno de mis movimientos mientras leo todas las hojas. Sí, todo parece correcto. Los royalties que voy a recibir están bastante bien comparados con otras editoriales. Al llegar a la última página, me detengo. Pienso en que tengo entre las manos el sueño de mi vida.
—¿Firmas?
—Tiene que haber alguna trampa en esto. —Sonrío, todavía incrédula.
—¿Tu talento ha hecho trampas? Creo que no. —Deja un boli, de aspecto caro, encima de la mesa.
Lo cojo dubitativa. Una vez que escriba mi nombre en el papel, no habrá marcha atrás. Cierro los ojos, inspiro con fuerza, los abro y plasmo mi firma. Cuando termino, me fijo en que Germán parece más que satisfecho. ¿Cuánto ganará con todo esto?
—¿Cuándo estará publicada?
—Si trabajamos con rapidez, a finales de marzo podría sacarse a la luz. Pero hemos de tenerla perfecta para finales de enero o principios de febrero. Yo te ayudaré.
Me da el vértigo. ¿En dos meses y poco más mi novela estará en las librerías? No me esperaba que todo fuese tan rápido. La editora debe de tener mucho interés en ella. En mi interior, siento una especie de complacencia y orgullo, y sonrío al pensar que tengo que ser buena.
—Supongo que la semana que viene podremos empezar con los aspectos que tienes que revisar —me anuncia al tiempo que se levanta—. Voy a pedirme otro café.
No contesto. Todavía estoy asimilando las noticias, regocijándome en lo que he conseguido en unos segundos. Minutos después, se deja caer en la silla con una nueva taza.
—Por ejemplo, la escena en la que Moira está a punto de morir. En ésa la editora quiere que cambies la reacción del protagonista masculino.
—¿Has leído la novela? —pregunto, sorprendida al descubrir que conoce el nombre de mi personaje.
—Por supuesto. Es mi trabajo.
Niego con la cabeza, un poco enfadada. Nunca se interesó por lo que escribía, alegando que ese tipo de historias no le gustaban. Y ahora resulta que se ha leído la novela en la que he puesto más de mí. Una historia que es un canto a la vida, con una mujer como protagonista que me habría gustado ser yo misma. ¿Se habrá dado cuenta de eso?
—Toma, tu copia del contrato. Fírmala también. —Me tiende los papeles.
—He de irme —le informo una vez que he terminado.
—¿Ya?
Miro el reloj. Asiento.
—Tengo una cena con algunos amigos para celebrar todo esto.
—Es estupendo —opina con una sonrisa. Me pregunto si es sincero. Se mantiene a la espera unos segundos, como si aguardara que le dijera algo. ¿Éste quiere que lo invite o qué? Pues va listo. Como ve que no abro la boca, me pregunta—: ¿Qué tal está Ana?
—Bien —respondo. No quiero hablar con él de nada relacionado con mi vida personal.
—Supongo que ahora me odia más.
—Da por hecho que si tuviera la oportunidad, te cortaría tus partes —suelto con una sonrisa.
Me sorprende verlo reír, ya que antes se tomaba muy en serio lo que la gente pensaba o decía de él. Sin embargo, ahora parece ver la vida de otra manera, como al principio… Pensaba que iba a responderme mal, que criticaría a mi hermana o que se pondría a la defensiva.
—Bueno, pues nos vemos. Ya me llamarás. —Me levanto, poniéndome bien la falda.
Germán también abandona su asiento y se acerca a mí.
—Mañana quizá te mande un correo con lo que tienes que revisar.
—Vale —asiento.
Me coloco el bolso en el hombro y me dispongo a darme la vuelta para marcharme cuando, de sopetón, se inclina y me estampa un beso rápido en la mejilla. Bueno, está bien, mi movimiento ha provocado que sus labios se hayan acercado a la comisura de mi boca más que a cualquier otro lugar.
Lo miro con expresión asustada, sin saber qué decir. De repente soy consciente de que las manos han empezado a sudarme. Aprieto la correa del bolso y dibujo en el rostro una sonrisa forzada. Está muy callado y parece nervioso.
—Adiós, Germán —me despido.
—Hasta pronto.
Mientras me dirijo al coche el sentimiento de culpabilidad reaparece. Y se hace más grande cuando entro y me llevo la mano allí donde me ha rozado. Su beso me ha traído a la memoria los primeros años de la relación. Por aquel entonces sus labios eran cálidos y, al mismo tiempo, apasionados. Cada vez que quedábamos, en lugar de besarme en la boca lo hacía cerquita, con lo que mis ganas por notarlo aumentaban. Hoy ha hecho lo mismo. Doy un manotazo al volante y suelto unas cuantas palabrotas.
Miro el reloj otra vez. He pedido a mi jefe que me dejara salir antes para no llegar tarde a la cena. Eso, y que no quería poner otra excusa a Héctor. Y, además, hoy voy a contárselo. He invitado a nuestros amigos para no tener que hacerlo cuando estemos a solas, ya que no sé cómo reaccionará y necesito el respaldo de alguien. Aunque tengo claro que a mi hermana tampoco le va a hacer mucha gracia.
Llego al apartamento antes que él. Dejo el bolso y la chaqueta de cualquier manera y salgo disparada hacia la cocina para preparar el salmón con nata. Es mi receta predilecta cuando vienen amigos porque es la que mejor se me da, y como a ellos también les gusta, pues ya es como un ritual. Mientras el pescado está en el horno, corro al baño y me doy una ducha rapidísima. Aún con el pelo mojado dispongo la mesa, saco las bebidas para que no estén demasiado frías y, una vez que he terminado, regreso al lavabo y termino de arreglarme. En realidad me he puesto cómoda: unos vaqueros y un jersey calentito.
Suena el timbre. Respiro aliviada. Los invitados llegan antes que Héctor. Llevo unos días que no actúo como soy yo delante de él, y me preocupa que se dé cuenta. O quizá ya se la haya dado. La cuestión es que esta semana apenas hemos hablado, aunque es cierto que también se ha debido a que ambos hemos tenido jornada intensiva en el trabajo. Especialmente él, que en febrero tiene que sacar el número de primavera y le está costando convencer a una de las modelos que el jefe le ha pedido.
—¡Qué pasa, cachonda mía! —Dania entra con una botella de vino en alto.
Espero en la puerta y, al ver que no entra nadie más, estiro el cuello y me asomo al descansillo.
—¿Dónde está el rubio musculado? —le pregunto cerrando.
—¿Quién? —Arruga un poco la nariz. Hago un gesto en plan: «Venga ya. ¿En serio no te acuerdas de él?». Y un momento después se da un golpe en la frente—. ¡Ah! Tony… Pues nada, en su casa está. ¿Para qué voy a traerlo a una cena entre amigos?
—No sé, es lo que suele hacerse… —Me encojo de hombros, camino de la cocina. Cojo el cuenco con patatas fritas y el de las aceitunas y los llevo a la mesa.
—Sólo le como la polla alguna que otra vez —dice ella cogiendo una patata—. Y aquí no haría eso, así que ¿para qué decirle que viniera?
—Entiendo —respondo, dándole un manotazo—. ¿No te cansas nunca? Lo tuyo es turismo puro y duro. Eres una nómada.
—Sí, hija, tú lo has dicho: turismo sexual. Así es como mejor se conocen las otras culturas.
—No lo pongo en duda. —Me echo a reír.
—¿Quieres que te ayude en algo?
—No, ya sólo queda que el pescado esté listo.
El timbre suena una vez más. Dania me indica con un gesto que va a abrir. Apago el horno y saco el salmón. Huele de maravilla. La verdad es que a Héctor le sale mejor —sí, es buen cocinero—, pero esta vez he tenido que hacerlo yo. Oigo voces que se acercan. Son Aarón y mi hermana.
—¡Mel! —Ana me agarra de la cintura desde atrás y me da un beso.
—Hey, cariño, ¿cómo estás? —Pongo morritos, a lo que acerca la mejilla.
—Aarón y yo venimos de tomar unas cañas —responde.
Asiento con la cabeza. Ya no me sorprende. Sigue molestándome un poco, pero es mayorcita. No sé si se han liado o qué y ni siquiera sé si me lo contaría.
Me vuelvo con disimulo. Dania está con una cara de gata rabiosa que asusta. Ay, Señor, ¡si fue ella la que dejó a Aarón! ¿Por qué le perturba tanto? Jamás se había comportado así con otros hombres. Voy a tener que hablar seriamente con mi amiga.
—Preciosa… —Aarón me abraza desde atrás y posa un beso en mi nuca. Es un gesto que lo caracteriza, pero me siento un poco incómoda. Menos mal que Héctor no está porque, aunque delante de él lo haya hecho alguna vez y mi novio no se haya molestado, tal como estamos últimamente, no sé cómo se lo tomaría—. Al final ¿qué? —me pregunta en voz bajita.
—Luego os cuento. —Me doy la vuelta, alzo el rostro, le acaricio la mejilla y le sonrío.
—¿Dónde está nuestro gentleman? —pregunta Ana cuando salimos al comedor.
—No tardará en llegar. Estos días está trabajando muchísimo.
—Pobrecillo —murmura Dania—, va a ser llegar y nosotros a tocarle las pelotas.
—Se las tocarás tú, nena, que se te da muy bien —interviene Aarón.
Las tres nos quedamos en silencio. A Dania casi se le ha descolgado la mandíbula de lo abierta que tiene la boca. Se lleva una mano al pecho, como si estuviera hiperdisgustada, y pregunta a Aarón:
—Perdona, ¿te pasa algo conmigo?
—¿Qué me va a pasar? Sólo estaba hablando de la realidad.
Decido intervenir para romper la tensión que reina en el ambiente.
—¡Chicos! Vamos a brindar con el vino que ha traído Dania. —Cojo a Aarón por el codo—. Ayúdame a traer las copas —pongo como excusa. Una vez que estamos en la cocina, lo miro con los brazos en jarras—. ¿Ha pasado algo?
—Es sólo que tu amiga se ha dedicado a enviarme mensajes nada bonitos.
—¿Cómo?
—Está más despechada que la protagonista de una telenovela.
—Pero ¿qué te ha dicho?
—Cosas como que desde que lo dejamos, tengo un gusto muy raro.
Parpadeo, totalmente confundida. Supongo que con eso del «gusto raro» estaba refiriéndose a mi hermana. ¡Joder, Dania! Muevo la cabeza, un poco molesta. Sin embargo, tampoco puedo enfadarme en exceso. Sé que aprecia a mi hermana y que habrá dicho esas cosas cuando estaba borracha o rabiosa. Es demasiado impulsiva; se le va demasiado la lengua, pero luego es un pedazo de pan.
—Voy a obviar esa información, Aarón. De todos modos, sé que tú le cantarás las cuarenta si se pasa más con Ana. —Abro el armario y saco las copas—. Estoy segura de que no habla en serio. Sólo está molesta, aunque no entiendo por qué, ya que te dejó ella.
—Las mujeres afirmáis que nosotros tenemos una especie de alergia al compromiso, pero muchas de vosotras tenéis un resfriado entero. —Coge las copas que le tiendo—. Dania se acuesta unas cuantas veces con un hombre y todo perfecto. Pero le dices de ir al cine o de hacer algo normal, y se asusta.
—¿Eso es lo que os pasó?
—Supongo.
Oigo la puerta y, a los segundos, la voz de Héctor saludando. Sonrío a Aarón.
—Ahí está mi chico.
—¡Nuestro chico! —exclama él abriéndose paso para ir a saludarlo.
—Desde luego… ¡No podíais ni veros, y ahora no eres capaz de vivir sin él!
—A mí siempre me cayó bien. Tu forma de hablar de él me dejaba claro que era mucho mejor persona de lo que creías al principio. —Me guiña un ojo.
Le hago un gesto con la mano para que se calle. Salimos al comedor. Ana y Héctor están charlando. Dania se ha sentado en una silla y no para de teclear en el móvil.
—Cariño —me saluda Héctor cuando me acerco a él para darle un beso—. ¿Cenamos?
—¿Por qué no te pones cómodo antes? —Le señalo su traje.
—Da igual. Se hará tarde. Estoy bien. —Se vuelve hacia Aarón. Ambos se dan la mano—. ¿Qué pasa, tigre?
—Tienes cara de cansado —observa Aarón.
—Me están matando últimamente. Y aún me quedan tres semanas para que esto acabe. Pero bueno, luego podré respirar tranquilo. —Me mira—. ¿Te importa que me siente?
—Claro que no. —Le doy un beso en la cabeza—. Voy a por el salmón.
—Deja, que te ayudo. —Ana viene conmigo. Ella coge los platos y yo la fuente con el pescado. Antes de regresar con los otros, me dice—: Dania y Aarón están un poco raros, ¿no?
—Bah, cosas de exparejas. —Le resto importancia.
Picoteamos algunas patatas y aceitunas al tiempo que charlamos sobre cómo nos va todo. Decido esperar a que hayamos bebido un poco más de vino para dar mi noticia. Dania nos cuenta que está planeando hacer un viaje a Miami durante sus vacaciones. Aarón nos explica que ha tenido que echar a una de las camareras porque ya la había pillado varias veces liándose con distintos tíos en los lavabos durante sus horas de trabajo. Y sí, era la camarera de las tetas y el culo fantásticos.
—Yo también tengo algo que deciros. —Mi hermana interviene en el momento en que estamos dando cuenta del salmón.
La miro con una mezcla de terror y esperanza. O va a soltar la bomba de que Aarón y ella han empezado a salir o la de que ha vuelto con Félix. Que sea la segunda, por favor.
—Mel —me llama. La observo con una sonrisa nerviosa—. Ya he encontrado piso. El próximo lunes tengo que regresar al trabajo, así que me viene de perlas porque los traslados desde tu apartamento habrían sido muy pesados.
—¿Y Félix? —pregunto impaciente. Me fijo en que Aarón se remueve en su asiento.
Ana se queda callada. Deja su tenedor sobre la servilleta e inclina la cabeza.
—Aún estamos así, así. He hablado con él para avisarle de que volvía a la notaría. Aprovechará para cogerse sus vacaciones.
—Oh —respondo con decepción.
Terminamos nuestros platos. Mientras los recojo, Héctor me acaricia la cintura. Le sonrío. No ha hablado apenas durante toda la cena y tiene toda la cara de estar muerto de sueño. La verdad es que es demasiado bueno conmigo: siempre acepta que haya cenas o encuentros aunque esté cansadísimo. Me siento fatal. ¿Debería callarme y esperar a que esté mejor? Lo medito en la cocina mientras aguardo a que se hagan los cafés. Ana entra con más platos y me interroga con la mirada. Niego con la cabeza para asegurarle que no pasa nada.
—Yo también quiero deciros algo —aviso una vez que todos tenemos nuestros cafés.
—¿Estás embarazada? ¿Vais a casaros? —Dania alza la voz.
—¡No, mujer! —exclamo con las cejas fruncidas. Bajo la mirada y cojo la servilleta con nerviosismo. Por fin, lo suelto—. Finalmente me publican la novela.
Vítores. Alzo los ojos un poco y los poso en Héctor; está sonriendo. Levanta el pulgar en señal de victoria. Y ahora… viene lo peor. Desvío la mirada hacia Aarón, que asiente. Vale, tengo que hacerlo. Mi novio merece toda la verdad y, al fin y al cabo, tampoco es algo tan malo.
—Tendré que trabajar un par de veces con el editor porque dice que hay que revisar alguna cosilla.
—¡Pero si tú escribes genial! —protesta Dania.
—Siempre hay aspectos que fallan —le explico.
He hecho trizas la servilleta. Vuelvo a mirar a Aarón, y abre los ojos instándome a que lo cuente ya.
—¡Espero que el editor sea majo! —exclama Héctor en ese momento.
Contemplo las caras de los demás. La de Dania y la de Aarón son normales, pero Ana no parece muy contenta. Lo entiendo. Le indico con un gesto que no he tenido más remedio. Ella vuelve la cabeza, un poco disgustada.
—Bueno, Héctor, a decir verdad, lo conoces. —Inspiro hondo. Es hora de confesar.
—¿Ah, sí? —pregunta confundido.
—Es Germán.
Tarda unos segundos en relacionar ese nombre con alguien a quien conoce. Mi corazón se acelera. Y lo hace más todavía cuando su mirada dulce cambia a aquella que descubrí al principio de nuestros encuentros.
No, es una peor. Una mirada de confusión, pero también de enfado y rechazo.