25
Los días pasan y la editora me llama un par de veces rogándome que acuda a la presentación. Me niego en todas las ocasiones alegando que tengo muchísimo trabajo pendiente. Paula siempre contesta que se celebra en fin de semana, así que no perderé días. A la tercera me excuso diciendo que tengo problemas familiares. Se queda callada un rato y asiente, y pienso que ya lo tengo. Pero cuando falta una semana para el evento vuelve a llamarme. Puede ir Germán solo, por supuesto, pero el hecho de que yo no aparezca por allí puede afectar a las ventas.
—No sé cómo es de grave el problema que tienes, pero sólo es necesario que estés en Madrid el sábado. Vuelve en un AVE el domingo por la mañana. Sabes que es una oportunidad inmensa, es un evento importantísimo en España y tu primera presentación. A las lectoras les encantará conocerte.
Al final acepto. Pido a Ana y a Aarón que me acompañen, pero él no puede porque está muy ocupado con lo del Dreams. Ana acepta, y le pago el billete de tren. Envío un correo a Germán avisándole de que no viajaré con él, a pesar de que sé que la editorial correría con mis gastos. Pero no, me niego. Él responde con un escueto OK.
Unos días antes del evento decido acudir al psiquiatra en secreto. Ni siquiera pido cita porque seguramente me dirán que no tiene horas libres, y necesito comentarle la situación. Tengo que aguardar hasta el final de la tarde, cuando termina de atender a todos los pacientes.
—¿Qué tal le va, Melissa? —me pregunta con su voz serena, tan fuerte al mismo tiempo.
—Con mucho trabajo, pero bien.
—Ha observado el cambio que Héctor ha experimentado, ¿cierto?
—Sí. Estamos muy contentos.
—No le ha pedido más pastillas de las que debe tomar, ¿verdad?
—No, y ya no está ansioso.
—Él ha hablado mucho conmigo. Ya no piensa tanto en su expareja, pero, sin duda, todavía sigue ahí, en algún lugar de su cabeza. Quizá consigamos que el parecido que usted guarda con ella tenga un efecto rebote y que Héctor lo supere del todo. —Me sonríe, pero algo en ese gesto me dice que es falso.
—He venido porque tengo que pedirle consejo. —Voy directa al asunto, ya que no me gusta hablar con él; es como si quisiera psicoanalizarme.
—Usted dirá.
—Recuerda lo que le conté de mi ex, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Como le dije, es mi editor. Y este fin de semana debo ir a Madrid a presentar mi novela y, ya sabe, él será el presentador.
—¿Y cuál es el problema, Melissa?
—No sé cómo actuar con Héctor.
—Sencillamente, no se lo cuente.
—Pero eso sería mentirle.
—No, Melissa. Eso sería protegerlo. Es lo que usted quiere, ¿no? Me aseguró que él había recaído a raíz de sus encuentros con él, así que… ¿Cómo quiere decirle la verdad? No podemos permitir que recaiga, con todo lo que hemos avanzado.
Asiento con la cabeza, aunque sus palabras no me convencen. Me marcho de la consulta con una horrible sensación.
Esa noche, duermo mal. Héctor se me pega a la espalda, me mima y me susurra palabras bonitas. Y me siento como una mentirosa. No me parece bien estar ocultándole esto porque, al fin y al cabo, ¿qué excusa me invento para explicarle que voy a pasar el día y la noche del sábado fuera?
Al día siguiente me rindo. Decido contárselo. Su madre ya no viene todos los días porque el psiquiatra opina que es mucho mejor ir dejándole su espacio. Así que, cuando regreso a casa, él está solo y me dedico a prepararle una cena estupenda. Las noticias, especialmente si son malas, siempre se reciben mejor con el estómago lleno. Aprecio que está más serio que de costumbre y empiezo a preocuparme. Es cierto que no todos sus días son igual de buenos, pero hacía tiempo que no se mostraba tan meditabundo.
—¿Sucede algo? —le pregunto.
—La semana que viene me incorporo al trabajo.
—¿En serio? ¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Mi psiquiatra lo ha decidido hoy mismo.
—Te vendrá bien mantener la cabeza ocupada, ¿no? Y tu jefe sabe que no tiene que cargarte demasiado.
—El problema es que no consiguieron cerrar el trato. Cuando lo he llamado hoy para comunicarle mi vuelta, me lo ha confesado.
Aparta el plato medio lleno. Lo miro con el corazón encogido.
No voy a hablarle de mi viaje. Soy incapaz de confesarle que me marcho a la presentación. Podría mentirle y decirle que Germán no estará allí, pero no me creería. Tampoco sé qué excusa inventar para que su mente no se vaya por otros caminos. Sospechará de todos modos porque su cabeza está acostumbrada a hacerlo.
Al día siguiente explico la situación a su madre. A Teresa se le ocurre una idea: justamente este fin de semana son las fiestas en el pueblo de los tíos de Héctor, así que podría pedirle que fuese allí con ella de sábado a domingo. El problema es que él querrá que yo los acompañe, de modo que decidimos decirle que tengo mucho trabajo atrasado y que necesito quedarme.
Teresa acude esa misma tarde para cumplir con el plan. Al principio Héctor se niega, no le apetece nada, quiere pasar el fin de semana conmigo. Su madre insiste alegando que hace mucho que no los ven y que va siendo hora de que Héctor conozca al hijo de uno de sus primos, que entre tanto trabajo y todo lo demás no ha podido ser. Al final, acepta. Durante todo el rato que hemos charlado sobre ello no me ha quitado el ojo de encima. Me preocupa que pueda sospechar algo.
Cuando llega el viernes vuelve a mostrarse distante conmigo y eso me preocupa muchísimo. Sin embargo, cuando por la noche regreso del trabajo, ha pedido comida china y se comporta de forma cariñosa. Hacemos el amor cuando nos vamos a la cama. Y casi parece que me lo hace desesperado, ansioso, como si no hubiese un mañana. Y la sensación de inquietud crece en mi interior.
—Ojalá pudieses venir al pueblo conmigo. Es muy bonito, te encantaría —dice abrazado a mí.
—Hay mucho tiempo por delante. Cuando quieras, podemos ir. —Dejo un beso en la comisura de sus labios.
Pero no dice que sí ni añade nada más. Me cuesta conciliar el sueño pensando en que debería confesarle la verdad, porque realmente me siento fatal. No me gusta ocultarle nada. Sin embargo, si el psiquiatra dice que es mejor para él, debo hacerle caso porque se supone que es el profesional.
Al día siguiente Teresa acude a buscar a su hijo muy pronto. Mi tren sale a las doce del mediodía, así que ya lo planeamos todo para que pareciese que me quedo en casa. Héctor se despide de mí con un simple beso en la mejilla. Quiero pensar que se debe a que está su madre delante, aunque no ha sido nunca muy discreto cuando hemos quedado con ellos.
—Nos vemos el domingo —se despide ella, dándome dos besos y apretándome la mano.
Advierto en sus ojos que me pide que no me preocupe y, en gran parte, me otorga tranquilidad pensar que ella no me juzga.
A las once menos diez salgo de casa para ir a la estación, donde he quedado con Ana. Tan sólo llevo una bolsa de mano en la que he metido un camisón, el vestido de noche, maquillaje y el cargador del móvil. Hay un montón de tráfico y me cuesta un buen rato llegar hasta la estación. Ana está en la puerta y me saluda desde lejos. Ha venido con Félix y el corazón me da un vuelco, pero de la alegría.
—¡Eh! —lo saludo, dándole un gran abrazo.
—Mucha suerte en tu presentación, Mel —me desea él.
Se despiden con un beso en la mejilla, pero me doy cuenta de que todavía se desean, de que ambos se mueren de ganas por juntar sus labios. No le pregunto nada porque tengo la cabeza en muchas partes: en cómo se encontrará Héctor, en la presentación, en el encuentro entre Germán y mi hermana. Esperamos en la fila y, cuando nos acomodamos en nuestros asientos, Ana se inclina y me suelta:
—Ni siquiera voy a saludarlo.
—No tienes que hacerlo si no te apetece.
—Pues eso.
Al llegar a Madrid digo a mi hermana que se espere un momento, que quiero llamar a Héctor. Voy a los servicios para que no oiga de fondo el trasiego de la estación y me encierro en uno. Sin embargo, no me lo coge. Estará ocupado con toda la familia o comiendo con ellos.
Veinte minutos después llegamos al hotel. También me lo paga la editorial y la verdad es que es precioso, muy elegante y con todo tipo de lujos. Paso un buen rato admirando la habitación que me han asignado, toqueteando las cositas que hay en el cuarto de baño y echando un vistazo al minibar. Mi hermana tiene la suya en el otro extremo del pasillo. Bajamos a comer, y cada vez me pongo más nerviosa porque a las seis he quedado con Germán. La presentación se realizará a las siete, pero antes nos harán fotos y alguna entrevista. Después de la presentación se fallarán los resultados de las nominaciones y a continuación iremos a la cena de gala. Sé que también hay barra libre cuando terminemos, pero no acudiré porque tengo hueco en el AVE de las nueve y cinco del domingo.
A las seis menos diez bajo al vestíbulo. Llevo la misma ropa con la que he llegado, que más o menos es elegante. Ya me arreglaré más para la cena. Germán está esperándome, acompañado de unas cuantas personas.
—Meli, deja que te presente.
Dos de ellas pertenecen a otras editoriales, también hay una bloguera, que nos hará entrevistas, y un periodista. La bloguera me dice que ha leído la novela y que le ha encantado, y me lleva aparte para hacerme algunas preguntas a las que respondo como una autómata porque estoy nerviosísima. Ay, madre, no estoy preparada para esto. Creía que no resultaría difícil, pero lo cierto es que me muero de miedo al pensar que tengo que hablar delante de un montón de gente.
Germán no aparta la vista de mí y aún me pongo más nerviosa. Está realmente guapo con el traje oscuro que se ha puesto, que resalta sus ojos azules. El tiempo pasa volando entre unas cosas y otras y, cuando quiero darme cuenta, ya es hora de ir entrando en la sala donde se realizarán las presentaciones. Empiezan a temblarme las manos al ver la cantidad de sillas que hay, muchas ya ocupadas, entre ellas la de mi hermana, que me sonríe en cuanto entro. Algunas personas me miran, otras me señalan y cuchichean entre ellas. Un par de chicas me saludan aunque no las conozco. Nosotros somos los primeros en presentar, así que Germán me da un toque para que avancemos y subamos al escenario, donde hay una enorme mesa con mi libro expuesto y unos cuantos micrófonos.
—Todo va a ir bien. Lo harás genial —me susurra al oído.
Me presenta a toda la gente que está allí. Cada vez acuden más asistentes, y mi estómago no deja de dar vueltas. Casi ni escucho lo que Germán cuenta de mí y de mi libro. Cuando me da paso, cojo el micro con manos temblorosas. Al principio me cuesta soltarme, pero al descubrir los rostros sonrientes de quienes están ante mí y la atención que prestan a mis palabras, la vergüenza se me pasa y pongo toda la pasión que llevaba dentro. Hablo de cuándo y cómo empecé a escribir, de qué significa para mí la escritura y de lo agradecida que estoy por hallarme aquí. Una vez que he terminado se abre el turno de preguntas. Me hacen muchas; algunas curiosas, otras divertidas. Una chica me emociona con sus hermosas palabras. Todos aplauden cuando termino de hablar. Me hacen fotos, los flashes me deslumbran. Al bajar del escenario, Germán apoya la mano en mi espalda y dice:
—¿Ves? Te los has metido a todos en el bolsillo.
Esperamos durante dos horas a que los demás autores y editoriales presenten sus obras. Después nos acompañan hasta la mesa donde todos firmaremos. Mi cola es mucho más larga que la de los demás y, durante casi cuarenta y cinco minutos, escribo dedicatorias y recibo el cariño de la gente. Me siento como en un sueño. Germán me observa desde una silla en primera fila, con una ancha sonrisa. Le susurro un «gracias» y él me guiña un ojo.
Tras las firmas, toca fallar los premios. Como mi libro se ha publicado hace relativamente poco, no puedo estar nominada aún. Me encantaría que me sucediera algo así, que el año que viene fuera yo una de esas escritoras que están subiendo al escenario a recoger un galardón. Germán parece leerme el pensamiento porque me susurra al oído:
—Dentro de nada, estarás tú ahí, con un montón de premios bajo el brazo.
Y, sin esperármelo, me abraza. Se lo permito porque la verdad es que yo también estoy eufórica. Alzo la cabeza y me topo con la severa mirada de mi hermana. Hago caso omiso, ya que no quiero que me fastidie la noche.
Charlamos durante un rato con otros escritores, hasta que se hace la hora de ir a la cena de gala. Corro a mi habitación para prepararme. Quince minutos después, Ana me espera fuera. He conseguido que la apuntasen a la cena, pero no estará en la misma mesa que yo. Me asegura una y otra vez que no le importa mientras bajamos en el ascensor. No quiero que se sienta fuera de lugar ni nada por el estilo. Nada más abrirse las puertas y acercarnos a la sala, un par de personas me separan de ella. Pido a Ana con la mirada que me disculpe, y me indica con un gesto que me quede tranquila. Se mete en la sala mientras aguardo fuera respondiendo a las preguntas de los periodistas.
Cuando consigo entrar, casi todas las mesas están ocupadas. Me dirijo a la mía un tanto tímida, pues sé que muchos me miran y me muero de vergüenza. Germán me llama desde nuestra mesa y me siento a su lado, sonriéndole. Ya conozco al resto de los allí presentes: son los escritores que han presentado conmigo. Charlo con ellos, me río, brindamos con vino por nuestros triunfos. En mitad de la cena me fijo en que Germán está bebiendo más de lo acostumbrado. No solía tomarse más que un par de cervezas. Eso me hace pensar en Héctor y me disculpo para ir al servicio y así poder llamarlo. Tal como ha sucedido por la mañana, no me contesta. Abro el whatsapp y le envío uno, aunque no se ha conectado desde hace horas. Regreso a la mesa un tanto preocupada.
—¿Sucede algo? —me pregunta Germán en voz baja.
—No, no. Es que ya me está entrando el cansancio. Demasiado ajetreo. —Sonrío.
—Me ha encantado verte ahí arriba, Melissa. En serio, estoy feliz de que hayas conseguido tu sueño.
Y esta vez no le replico de manera brusca. Ya no le recuerdo que antes no tenía en cuenta mi pasión. Es cierto que el odio ha desaparecido. En realidad, estoy contenta de que haya cambiado y de que piense en alguien más que en sí mismo.
—Estoy seguro de que la editora querrá contratar tu próxima novela.
—Eso espero.
La cena transcurre entre risas, charlas sobre escritura, sobre nosotros y sobre editoriales. Contamos nuestras experiencias, nuestros deseos y nuestros futuros proyectos. Uno de los editores que he conocido se interesa por mi próxima novela, pero Germán se apresura a decirle que ya está contratada, aunque es mentira. No puedo más que sentir orgullo por todo lo que he conseguido. Sí, me noto feliz, aunque una parte de mí está preocupada por Héctor.
Cuando la cena acaba ya son más de la doce de la noche. Estoy que me caigo, pero Germán insiste en que vaya con él y los otros también me piden que me anime, que baile un rato y que lo celebre con ellos. Voy a proponer a Ana que vayamos, pero no le apetece. Le aseguro que quiero estar con ella y hasta pongo la carita del gato de Shrek. No consigo nada. Supongo que lo que le pasa es que no desea estar cerca de Germán. Estamos despidiéndonos cuando él se coloca junto a nosotras. Ana lo mira con odio, y rezo para que no den aquí el espectáculo.
—Me alegro de verte, Ana —la saluda él.
—Yo no puedo decir lo mismo.
Mi hermana me da dos besos y nos deja allí. Sé que está un poco molesta, pero se le pasará. Bajamos a la primera planta, donde está la sala de baile. Ya hay bastantes personas, pidiendo en la barra o bailando.
—¿Quieres beber algo?
—Un ron con cola.
Me quedo esperándolo en una mesa, observando al resto de los asistentes. Una de las escritoras que he conocido esta noche, la que mejor me ha caído, se sienta conmigo y charla hasta que Germán regresa con nuestras bebidas. Se queda un poco más hasta que su agente la llama.
—Espero que quiera presentarme a algún editor —nos dice guiñándonos un ojo.
Germán y yo pasamos un ratito sin hablarnos, sólo tomando las bebidas y mirando cómo los demás bailan y se divierten. Me doy cuenta de que está un poco contentillo porque los ojos se le achinan tal como sucedía cuando bebía un poco más de la cuenta.
—¿Te lo estás pasando bien? —me pregunta.
—Sí. Todo es perfecto.
Arrima su silla a la mía. Quiero separarme, pero tampoco tengo que quedar mal y menos delante de toda esta gente porque quizá algunos estén mirándonos.
—¿Bailamos? —Me tiende la mano.
—La verdad es que no me apetece mucho.
Saco el móvil porque me parece que ha vibrado y creo que será Héctor, pero no hay ninguna llamada ni ningún mensaje.
—Vamos, Meli, sólo un poco. Como amigos —añade.
Salimos a la pista. Bailamos bastante separados, cada uno a la suya. Me entra la risa cuando empieza a hacer pasos de baile a lo Fiebre del sábado noche. Unos cuantos se nos unen y durante varias canciones bailamos todos juntos, riéndonos y cantando.
Sin embargo, al cabo de un rato me doy cuenta de que se han formado grupitos más reducidos y que Germán y yo hemos vuelto a quedarnos solos. Y entonces suena una de mis canciones preferidas, Locked out Of Heaven de Bruno Mars. Suelto una exclamación y alzo mi bebida, animada. Germán me imita y brindamos con nuestros vasos.
«Oh yeah yeah… Oh yeah yeah… Oh yeah yeah… Never had much faith in love or miracles. Never wanna put my heart on deny. But swimming in your world is something spiritual…». («Oh yeah yeah… Oh yeah yeah… Oh yeah yeah… Nunca había tenido demasiada fe en el amor ni en los milagros. Nunca puse mi corazón en negarlo. Pero nadar en tu mundo es algo espiritual…»).
Germán alarga una mano para que se la coja. Me digo que no tiene por qué significar nada. Sólo quiere bailar. Me da una vuelta, me da otra. Río, echando la cabeza hacia atrás. Entonces me pega a su cuerpo y me hace bajar sensualmente, como si fuésemos los protagonistas de Dirty Dancing aquella vez… No puedo apartar los ojos de los suyos. La manera en que me mira me provoca un escalofrío. ¿Por qué tiene que bailar tan bien?
«Cause your sex takes me to paradise, yeah. Your sex takes me to paradise and it shows cause you make me feel like I’ve been locked out of heaven for too long, for too long…». («Porque tu sexo me lleva al paraíso, yeah. Tu sexo me lleva al paraíso y me demuestra que me haces sentir como si me hubieran cerrado las puertas del cielo durante demasiado tiempo…»).
Me aprieta contra él, abrazándome. Me quedo quieta, sin tocarlo, sin saber qué hacer. No parece tener intención de besarme, pero no puedo evitar ponerme en tensión. Acerca sus labios a mi oreja, provocándome cosquillas. Su cuerpo no deja de moverse contra el mío. Ya ni siquiera escucho la canción.
—Tengo algo que contarte, Melissa —me dice alzando la voz para que pueda oírlo.
Pienso que va a susurrarme que me quiere, pero eso ya lo ha hecho antes, así que no puede ser. Entonces me sorprende con su confesión:
—Sabía que la que se escondía bajo ese seudónimo eras tú. Siempre te lo oculté, pero cuando salíamos, alguna vez leí a escondidas lo que escribías. Y me jodía tanto que lo hicieras mejor que yo, que plasmaras sentimientos de esa forma tan bella en que tú sólo sabes…
Intento apartarlo, negando con la cabeza, sorprendida y confundida por todo lo que está confesándome.
—Cuando el manuscrito cayó en mis manos y leí el nombre de Nora, sabía que eras tú.
Sin apenas ser consciente, mi mano le golpea la cara. Una bofetada que incluso resuena por encima de la música. Unos cuantos se vuelven hacia nosotros, mirándonos con la boca abierta, preguntándose qué sucede.
—Eres un maldito gilipollas —le digo con voz temblorosa.
Me doy la vuelta y salgo de la sala con lágrimas en los ojos.