7
Un suave roce me despierta. Remoloneo unos segundos, estirándome en la cama, hasta que me doy cuenta de que son los labios de Héctor los que me tocan. Sonrío sin poder evitarlo. Notar su presencia a mi lado por la mañana me hace sentir viva.
—Buenos días, aburrida. —Me hace cosquillas con la nariz.
Me vuelvo hacia él y le paso los brazos por el pecho. Su cuerpo desnudo se aprieta contra mí, ofreciéndome parte de su calor. Suspiro profundamente, todavía con los ojos cerrados, anhelando que este momento no acabe nunca. Su perfume matutino es fresco y a la vez salvaje. Es un aroma al que me he acostumbrado, que se ha pegado a mí y no me suelta. Pero no quiero que lo haga, no; quiero que impregne cada parte de mi alma y que me recuerde que, posiblemente, él es el hombre que estaba esperando.
—Voy a meterme en la ducha. ¿Quieres venir conmigo?
—Tengo sueño aún —murmuro con la voz pastosa.
—¿Seguro que no te apetece probar de esto? —Su erección roza mi muslo.
Me echo a reír y parpadeo. Me encuentro con sus ojos grandes, almendrados, llenos de amor infinito por mí. Nunca nadie me había mirado como él. Hace que me sienta amada, deseada, mimada. Única.
—Sabes qué día es hoy, ¿no?
Abro los ojos de golpe. ¡Joder, sí! Si precisamente me noto tan cansada porque anoche no podía conciliar el sueño a causa de los nervios. Percibe mi agitación y me acaricia la mejilla con cariño.
—Todo irá bien. Van a decirte que sí porque eres buena, cielo.
—Si me la publican, no sé cómo reaccionaré.
—Reaccionaremos los dos celebrándolo a lo grande, con el mejor vino y la mejor música. Tú y yo en una noche tintada de felicidad.
—¿Y asegurabas que eres malo con las palabras? Pero si a este paso te me haces poeta…
—¿Sí? Pues bájame la bragueta.
Lo miro asombrada y luego me echo a reír.
—¿Eso lo has aprendido de Aarón o qué?
—Sí, sólo que su versión es distinta. —Me dedica una sonrisa tierna.
—Ya me parecía que esas tonterías sólo podían venir de él.
Héctor se levanta sin borrar la sonrisa. Me pongo de lado y contemplo su perfecto cuerpo desnudo. Es tan deseable… Pero estoy tan nerviosa que ahora mismo no me apetece hacer nada. Creo que lo ha comprendido, pues se marcha al cuarto de baño, dejándome sola con mis pensamientos. Oigo que abre el grifo y, a continuación, dice en voz alta:
—¿Por qué no llamas a Ana o a Aarón para que te acompañen?
—Pero si sólo tengo que coger el coche. Héctor, que es un viaje de una hora, no me largo a China.
—Prefiero que te acompañe alguien. —Se mete en la ducha y cierra la mampara.
De repente, me viene a la cabeza la muerte de Naima. Vale, entiendo que le preocupe que vaya en coche sola. Así que como no quiero que lo pase mal, llamaré a Ana y a Aarón, a ver si alguno de los dos se viene conmigo. Aunque tengo claro que al final acudirán juntitos. Han quedado varias veces desde la fiesta de Nochevieja. No se han acostado, ni siquiera se han liado, pero mi hermana ha encontrado un punto de apoyo en Aarón. Y la entiendo porque él es el amigo con el que todas podemos hablar. Hasta que te das cuenta de que tiene un cuerpo de infarto, unos ojos hechizantes y esa sonrisa pícara que te despierta cosquillas en el estómago. Y en otras partes, ejem. Por eso, todos los días mando un whatsapp a Aarón para avisarle de que vaya con cuidadito y hacerle saber que, como mi hermana se enamore de él, lo mato.
A ver, es mi amigo y lo quiero mucho, pero también debo reconocer que es un picha inquieta. Y encima, Ana y él no tienen nada en común. Así que lo único que espero es que estén dándose apoyo tras su respectiva ruptura y ya está. Nada más, por favor.
—¿Te duchas tú?
Héctor aparece con la toalla enrollada en la cintura. Ay, Dios, qué vientre tiene, con esa uve que me indica el camino que tendría que seguir. Practicar sexo elimina el estrés. Pero echo un vistazo al reloj y reparo en que tiene que irse dentro de nada.
Me levanto con el cuerpo machacado. Habré dormido tres horas como mucho y ahora mismo tengo un peso en el estómago que no se me va. ¿Cómo será la editora? ¿Amable y con ganas de aportar? ¿Una bruja de esas que te ordena todo lo que tienes que escribir? Paso junto a Héctor, y aprovecha para agarrarme y plantarme un besazo.
—Cuando salgas ya me habré ido, que hoy tengo una reunión muy temprano. Llámame en cuanto sepas algo, ¿vale?
Asiento con la cabeza. Lo abrazo, mimosa, y posa un beso en mi coronilla. Luego me da un cachete en el culo.
—Venga, arriba esos ánimos. Dentro de unos meses vas a ver tu libro en todas las librerías.
Le sonrío. Nos damos un par de besos más y me meto en el cuarto de baño. Uf, tengo unas ojeras enormes, tendré que camuflarlas bien para no parecer una yonqui. Quiero dar una buena imagen a la editora, que vea que soy una profesional y que estoy dispuesta a trabajar todo lo necesario.
Me paso en la ducha un buen rato, tratando de relajar todos mis músculos, pero no hay manera. Alguien golpea en la mampara. Me doy la vuelta y descubro a Héctor con uno de sus fantásticos trajes, esos que tanto me ponían cuando entraba en la oficina.
—He preparado café, pero es mejor que hoy no tomes. He puesto a hervir agua para ti. En la encimera tienes el sobrecito de tila. —Me lanza otro beso. Se despide y sale del cuarto de baño.
Cinco minutos después de que se haya marchado, salgo de la ducha. Me enrollo una toalla en el cuerpo y otra en el pelo, aunque está tan corto que ni siquiera me hace falta, pero es la costumbre. Corro en busca de mi móvil y marco el número de Aarón. Seguro que estará durmiendo, ya que últimamente va más por el Dreams, pero que se aguante.
—Eh —dice con voz ronca. Creo que tiene resaca.
—Sabes qué día es hoy, ¿no?
—¿El día en el que una pesada me llama a horas intempestivas?
—Aarón, son las ocho menos diez. Levántate ya y acompáñame a la editorial.
Le oigo resoplar. Ruidos que me hacen imaginar que se está incorporando de la cama.
—¿Ana irá?
—No lo sé. No la he llamado todavía. No me toques la moral a estas horas.
—Tengo ganas de verla.
—Pero si de nueve días habéis quedado siete.
—Pero ya hace dos que no la veo.
—Bueno, voy a llamarla, pero no sé si podrá. ¿Vienes tú o qué? A Héctor no le gusta que conduzca sola, ya sabes.
—Está bien. ¿Quieres que pase a buscarte con mi coche?
—No. Cogeremos el mío. Te recojo yo. A las ocho y media en tu portal.
—Vaaale. —Me cuelga sin añadir nada más. ¡Será posible…! Ya le hace más caso a mi hermana que a mí.
Tecleo su número. Uno, dos, tres tonos. Al cuarto, me contesta.
—¿Mel?
—Editorial.
—Lo sé. ¿Voy contigo?
—Sí. Estoy que me cago.
—Vale. —Se queda callada unos segundos. Oh, claro, sé lo que va a decir—: ¿Puede venir Aarón?
Suspiro. Esto se me está yendo de las manos. Pero bueno, ella es la hermana mayor así que… Sabrá lo que se hace.
—Sí, ya lo he llamado. Te recojo a las ocho y cuarto.
—Perfecto. Aquí te espero —responde alegremente.
Madre mía… Como una quinceañera, y sólo porque va a ver a Aarón. Nerviosa y un poco malhumorada, regreso al baño y me pongo espuma en el pelo. Me lo seco apenas y a continuación salgo y rebusco en el armario. Me decido por unas medias tupidas, una falda de tubo y una blusa. Hace frío, pero no tengo ninguna prenda que me dé calor y que sea elegante, así que ya lo hará el abrigo. Otra vez al servicio. Saco los potingues y me aplico una buena cantidad de base y de antiojeras, me pongo rímel, una leve sombra de ojos, un poquito de colorete y el carmín. He quedado bastante presentable, aunque todavía se me nota un pelín el cansancio.
Me tomo la tila con el estómago dando vueltas. Deposito la taza en el fregadero y, a la carrera, me lanzo al recibidor. Me pongo el abrigo marrón que tanto me gusta, que me llega hasta las rodillas y es bien calentito. Llevo unos zapatos de tacón bastante elegantes y formales, pero de esos que no te hacen daño y puedes aguantar con ellos durante casi todo el día.
Conduzco como una histérica. Menos mal que he llamado a estos dos, porque soy capaz de sufrir un accidente. Héctor tenía razón y le agradezco la idea. De lejos descubro la silueta de mi hermana. A medida que me acerco, aprecio lo guapa que se ha puesto. Pero bueno… Detengo el coche y se aproxima corriendo con saltitos. Al entrar, se inclina para darme un beso, pero me echo hacia atrás para observarla mejor. Se ha recogido el pelo en un moño, con dos mechoncitos que le caen a los lados. Se ha pintado los labios de rosa y se ha alargado las pestañas con la máscara. Me mira con disimulo y se quita la chaqueta. Lleva un jersey que le regalé que, según ella, es bastante atrevido porque le cae dejándole un hombro al aire. Ana aún tiene más pecho que yo, así que éste despunta bajo la lana. Ha completado su atuendo con una falda, también de lana y de color gris, unos leggins y unos botines.
—¿Se puede saber adónde vas tan guapa?
—Me apetecía arreglarme. Sabes que con Félix nunca lo hacía.
Arranco el coche, mirándola de reojo. Se pone el cinturón y apoya las manos en el regazo de manera tímida.
—Te has puesto así porque vas a ver a Aarón.
—Bueno, y si es por eso, ¿qué pasa?
—Nada. Que digas la verdad y punto.
—¿Por qué tú puedes acostarte con él y yo no? Soy mayor que tú.
—¿Qué tiene que ver eso? El problema es que lo has dejado con Félix hace nada, y estás mal y no sabes lo que haces.
Nos alejamos de mi piso. Sí, Ana vive estos días en él mientras busca uno en su ciudad. Son sus dos semanas de vacaciones, así que le están viniendo bien porque, como era de esperar, no se han ido de viaje y él ha preferido quedarse trabajando en la notaría.
—Ayer volvió a llamarme.
—¿Respondiste?
—No.
Félix la ha telefoneado un par de veces. Como no se lo coge, le deja mensajes en el buzón de voz diciéndole que tienen que hablar. Ana se niega en redondo, pero, en el fondo, me parece que quizá le vendría bien una explicación.
—Necesito un tiempo para comprender lo que sucede. Lo entiendes, ¿no? —Apoya la barbilla en la mano y fija la vista en la ventanilla—. Tú no le diste otra oportunidad a Germán.
—¡Claro que no! Pero él me dejó, y nunca llamó para preguntar cómo me sentía, para saber si estaba bien… Y encima aquel día que lo descubrí con… Joder, Ana, no compares. Que tú misma lo odiabas y me martirizaste con que no debía rogarle. Félix trata de contactar contigo. Quizá fue un error y…
—No sé si puedo perdonar ese error.
—Todos nos equivocamos alguna vez.
Nos quedamos calladas unos minutos, tras los que ella se vuelve hacia mí y dice:
—Aarón y yo nos hemos dado un pico.
—¿Un pico? —Freno de golpe porque ni me había fijado en el semáforo. Miro a mi hermana con enfado—. En Nochevieja le metiste la lengua hasta la campanilla, así que no me creo que sólo os hayáis dado un pico si ha pasado algo. —Arranco en cuanto se ilumina el disco verde—. Y mucho menos tratándose de Aarón —añado.
—No es como piensas. Es calmado y me trata genial.
—Apariencias.
—Vamos, Mel, no me trates como si fueses la hermana mayor, que ésa soy yo.
—Ya, pues te comportas como una adolescente.
—Con Aarón me siento comprendida y… deseada. Hacía tiempo que no me miraba en el espejo y me veía bonita.
—Para él todas lo son.
—No es verdad —protesta Ana.
No puedo añadir nada más porque, en ese momento, descubro el cabello oscuro del rey de Roma. Pero ¡será posible! También se ha puesto más guapo de lo normal. ¿Qué les pasa a estos dos? Dejaron atrás los quince años hace bastante.
—Eh, Mel —me saluda al entrar. Le hago un gesto a través del retrovisor—. Ana, ¿qué tal? —Apoya la mano en el hombro de mi hermana. Pongo los ojos en blanco al ver cómo le sonríe ella, entre tímida y coqueta.
El resto del camino se lo pasan charlando, y lo único que hago es quedarme en silencio con el martillo en el estómago. Alguna vez que otra me dan ganas de gritarles que se callen porque sus risitas me ponen más nerviosa.
Suspiro de alivio cuando llegamos al edificio en el que se encuentra la editorial. Ana me coge de la muñeca y sonríe. A mí me tiemblan las manos mientras aparco, me cuesta horrores, y al final desisto y lo dejo un poco mal.
—¿Vamos contigo?
Niego con la cabeza. Miro alrededor y descubro una cafetería en la esquina de la calle.
—¿Por qué no me esperáis desayunando? Cuando termine, os aviso.
—Venga, preciosa, ya verás como te dan el sí. —Aarón me pellizca una mejilla, a lo que respondo sacándole la lengua.
Me despido y entro en el edificio. Hay un guardia tras un mostrador. Me informa de que la editorial se halla en la segunda planta. Decido subir en el ascensor, para no cansarme mucho y no llegar jadeando. Me miro en el espejo, me arreglo la blusa y me bajo un poco la falda. Al final no estoy tan mal. Las ojeras son menos visibles, aunque tengo las mejillas bastante acaloradas a causa de los nervios. Cuando se abre la puerta, ya me tiemblan hasta las pestañas.
Primero asomo el cuello, dubitativa, y echo un vistazo. Hay un pasillo muy largo y, al fondo, lo que parece ser la mesa de una secretaria. Cojo aire, con los ojos cerrados, pensando que ésta es la oportunidad de mi vida y que todo irá bien. Salgo del ascensor y camino lenta, pero segura. Mis zapatos resuenan en el linóleo, armando un jaleo impresionante. La mujer que se encuentra tras la mesa alza la cabeza y me mira por encima de las gafas. Dios, qué nerviosa estoy, va a darse cuenta y pensará que no soy una escritora segura de sí misma.
—¿Nora Manfred? —pregunta levantándose de la silla.
Echo un vistazo disimulado a la hora en el móvil. Aún quedan diez minutos para mi cita, pero esta mujer parece tener prisa.
—Sí. ¿Es usted Luisa Núñez? —Me detengo ante la mesa.
—Así es. Encantada.
Alarga el brazo y nos damos la mano. Qué formal es todo aquí.
En su mesa hay un sinfín de papeles. Me recuerda a la mía, aunque quizá su trabajo sea más interesante. Me hace una señal para que la siga. Ambas caminamos por otro pasillo interminable. En éste hay un par de puertas entreabiertas. Uno de los despachos es el de la jefa editorial, pero lo pasamos de largo. Pensaba que iba a hablar con ella.
—Entre —me indica cuando llegamos a la última puerta. Me muestro dudosa. Ella arquea una ceja e insiste—: La están esperando. Suerte.
Me deja ante el despacho, y trago saliva una y otra vez de manera compulsiva. Cierro los ojos, noto que he empezado a sudar. Sin pensármelo más, llamo a la puerta y, sin aguardar respuesta, abro y entro en la sala.
—Buenos días, soy Nora Manfred…
Cuando el hombre se vuelve, me tapo la boca con una mano para no gritar. Doy un par de pasos hacia atrás, negando con la cabeza, sintiendo que la oscuridad avanza hacia mí. Él sonríe, y el corazón me da un par de pálpitos que se me antojan los últimos.
—Vaya, ¡qué sorpresa! —Su voz me eriza todo el vello del cuerpo. Se aparta del escritorio, lo rodea y se me acerca. Me echo hacia atrás otra vez, hasta chocar con la puerta. Enarca una ceja, parece divertido, y lo único que puedo pensar es que me ahogo—. Estás estupenda, Meli. —Mi nombre en sus labios me causa pánico.