6

Cojo aire. Me recuerdo por unos instantes… Desquiciada, con las lágrimas resbalando por mis mejillas, golpeando fotos y recuerdos… Me obligo a apartar todo eso de mi cabeza y a centrarme en lo que Ana me explica.

—¿Quieres decir que…?

—Sí, me lo ha soltado justo hace un rato, cuando estábamos preparándonos para ir a vuestra casa. —Parecía más serena, pero se echa a llorar de nuevo—. ¿Cómo ha podido hacerme esto?

—¿Dónde estás ahora?

—Dando vueltas por la calle. ¡Mel…! Y encima no me ha bajado aún. No puedo con todo esto.

—Dime dónde estás y que Héctor vaya a por ti. —Ana me da la dirección. Miro a mi novio, que enarca una ceja sin entender. Cuelgo y me acerco a él, abrazándolo—. Por favor, ve a buscar a mi hermana.

—¿Qué pasa?

—Dice que Félix le ha confesado que estaba con otra.

Héctor se queda callado. Asiente y me da un beso en la mejilla.

—Por favor, compra una prueba de embarazo en alguna farmacia de guardia.

Asiente una vez más. Le oigo coger las llaves del coche y cerrar la puerta. Me deshago de la ropa y me meto en la ducha. Mientras el agua caliente relaja mis músculos, rememoro todas las noticias que he recibido en menos de una hora. ¡Y yo que pensaba que la mía era la más impactante!

Cuando salgo de la ducha siento una pena tremenda por mi hermana, porque está pasando por lo mismo que yo. Aunque a lo mejor es mentira; me cuesta creer que Félix haya hecho eso, no parece un hombre así…

El sonido del timbre me saca de mis pensamientos. Héctor no puede ser porque tiene llaves, así que imagino que serán o bien Dania con su nuevo ligue, o bien Aarón. Es el segundo. Contengo la respiración al descubrirlo apoyado en el marco de la puerta. Es la primera vez que lo veo vestido de manera formal, con pantalón negro, camisa azulada y corbata. Dios, está para comérselo. ¿Cómo ha podido Dania dejarlo escapar? Bueno, en el fondo yo también lo hice, pero porque estaba Héctor…

—¡Vaya! —exclamo sin poder evitarlo.

—Quiero que Dania se dé cuenta de lo que se pierde —dice, apartándome de un suave empujón y pasando al apartamento—. Tú tampoco estás nada mal. Quédate así toda la noche, al menos tendré buenas vistas.

Caigo en la cuenta de que sólo llevo una toalla. Chasqueo la lengua y me dirijo al dormitorio para vestirme.

—¿Dónde está el alcohol?

—¡En el congelador!

Lo oigo trastear. Estará sirviéndose una copa. Me estoy subiendo el tirante del vestido cuando aparece en el vano de la puerta. Se me queda mirando con un vaso de whisky en la mano.

—Aarón, ¡avisa! Podría haber estado desnuda.

—Te he pintado desnuda y te he visto desnuda. Y no tienes nada que no haya probado ya. —Da un trago a su bebida—. ¿Quieres que te ayude en algo?

—No, ya está todo hecho. Bueno, sí, súbeme la cremallera, por favor. —Le señalo mi espalda.

Y de repente, suelta una exclamación. Deja el vaso en la cómoda y se acerca a mí. Me coge un mechón.

—Pero ¿qué te has hecho, loca?

—¿Ahora te das cuenta de que me lo he cortado?

—Venía cabreado y no me he fijado. —Me da la vuelta para mirarme cara a cara—. Estás buenísima.

—¡Aarón!

—¿Qué? Soy sincero.

—Hoy no estoy para bromas. Primero lo vuestro y después Ana me llama para decirme que su novio le está poniendo los tochos.

—¿De verdad? ¿Estás segura? ¿Ese hombre que parece un pringado?

Se coloca detrás de mí y me sube la cremallera, pero lo hace de una forma tan lenta, tan sensual, que puedo notar el roce de sus dedos en cada milímetro de mi piel.

Me aparto de súbito, un poco nerviosa. Se me queda mirando con una sonrisa pícara. Coge su vaso y lo agita, haciendo un molesto ruidito con los cubitos de hielo.

—Voy a secarme el pelo. Ve al salón y ponte la tele, si quieres.

Lo observo hasta que sale del dormitorio. Tardo menos de diez minutos en secarme la melenita. Me habría gustado hacerme un recogido, pero la tengo tan corta que no puedo, así que me aplico un poco de espuma para darle forma y, al final, me queda bastante decente. Me pongo rímel y me doy un toque de colorete sobre la base. Ahora mismo no me apetece maquillarme.

Me dispongo a llevar a la lavadora las toallas cuando oigo que la puerta se abre. Las tiro sobre la cama y voy corriendo al comedor, de donde provienen las voces de Aarón y Héctor. Nada más verme, Ana se lanza a mis brazos. La acuno como a una niña. Se aferra a mi espalda con tanta fuerza que incluso me hace daño. Los chicos nos miran con expresión inquieta.

—¿Has comprado eso?

Héctor asiente y me tiende la bolsa de la farmacia. Le paso la mano a mi hermana por la cintura y me la llevo al cuarto de baño. La pobre no deja de llorar, tiene los ojos tremendamente hinchados y enrojecidos. La dejo sentada en el taburete y saco la prueba de embarazo de la bolsa. Rompo la caja y leo las instrucciones.

—¿Qué haces, Mel? —me pregunta Ana entre sollozos.

—Vamos a salir de dudas ahora mismo. —La levanto y le agarro la falda para subírsela.

—¡No! —chilla.

—¿Cómo que no? ¡Necesitas saberlo!

—No puedo ahora. Y si lo estoy… ¿qué? Ese niño no tendría padre. —Hipa.

—Déjate de chorradas, claro que tendría. —Le tiendo el cacharrito—. Aparta el miedo y hazte la prueba.

Me doy la vuelta, aunque antes me topo con la desolada mirada de mi hermana y se me encoge el estómago. Un minuto después, la oigo deshacerse de las braguitas.

—Ya está —me avisa.

—¿Lo has hecho bien?

—Claro que sí.

Al menos ahora no está llorando. Dejamos la prueba en el lavamanos. Nos toca esperar un poquito, pero, por suerte, Héctor ha comprado uno de los test más modernos, de esos que te dicen sí o no y encima la fecha en la que te has quedado embarazada… en caso de que la respuesta sea afirmativa.

—¿Por qué tarda tanto? —pregunta Ana, desquiciada.

Le acaricio el brazo. Me inclino sobre el aparato, donde se están formando unas letras. Yo misma estoy que me va a dar un ataque.

—Míralo tú primero, por favor —me pide con lágrimas en los ojos.

Asiento y agarro la prueba. Trago saliva, preparándome para lo peor. Echo un vistazo a las palabras de la pantalla y suelto un chillido.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! Lo estoy, ¿verdad? —Me mira con los ojos muy abiertos.

No contesto. La cojo y la estrujo como nunca. Niego con la cabeza.

—¡No, no lo estás! —Le planto un montón de besos en el pelo.

Ana se echa a llorar otra vez. Nos quedamos abrazadas un buen rato, hasta que se aparta y se pone a lavarse el rostro. Cuando termina, su mirada ha cambiado.

—Pues estupendo, porque así puedo beber todo lo que quiera —dice resuelta.

—¡Ana!

—Lo necesito, Mel, de verdad.

Abre la puerta del baño. Salgo tras ella, sin añadir nada más. Me gustaría hablar de lo ocurrido, pero parece que no quiere, así que tendré que esperar.

En el comedor ya están todos. Dania ha llegado con su nueva conquista. Es otro jamelgo, para qué mentir. Cabello rubio oscuro, ojos azules, labios carnosos, mandíbula fuerte y cuerpo de escándalo. Ambos charlan con Héctor mientras Aarón los observa desde la barra de la cocina. No puedo evitar fijarme en que está enfadado. ¡Dania, es que menuda idea! Qué crueldad. Me dispongo a ir con él para hablar, cuando mi hermana me adelanta como un bólido.

—¿Me sirves un vaso de eso que estás bebiendo? —le dice.

Me quedo con la boca abierta. Aarón sonríe, sí, con una de esas sonrisas coquetas que dedica a las mujeres que podrían convertirse en conquistas. Arqueo una ceja, lo miro un poco enfadada, él me mira disimuladamente…

—Claro. Es whisky.

—Está bien.

Ana coge la copa que Aarón le tiende. Por suerte, es demasiado tímida para coquetear… ¡Espero que tampoco lo haga cuando esté borracha!

La cena transcurre con normalidad —o al menos la roza— a pesar de mis reservas. El ligue de Dania es tonto, así que no se entera de todas las pullitas que Aarón le lanza. Héctor le da una patada tras otra, pero nada, no hay manera de hacerlo callar. Y mi hermana se limita a reírse con sus bromas. Dania los mira con la rabia dibujada en el rostro. Le sonrío, haciéndole comprender que ha sido ella quien lo ha dejado, así que no tiene motivos para enfadarse. Cuando terminamos la estupenda cena, nos colocamos en los dos sofás con nuestros platitos de uvas, dispuestos a recibir el nuevo año como toca. Los chicos se han puesto gorritos en la cabeza y las chicas llevamos guirnaldas en el cuello.

—¡Vamos, niños, para que este año que entra sea el mejor de todos! —grita Dania minutos antes de que empiecen a sonar los cuartos.

Me pongo nerviosa cuando falta un minuto para las campanadas. Todos los años me pasa. Héctor me agarra de la mano y me la estruja. Me susurra que estoy preciosa. Le sonrío. Me fijo en que mi hermana y Aarón están riéndose muy felices. Pero ¡será posible! Y entonces las campanadas empiezan. Una. Dos. Tres. Cuatro. Me meto en la boca una uva tras otra hasta parecer un hámster. El ligue de Dania se las ha tragado todas ya. No puedo más, estoy a punto de ahogarme, pero logro comerme la última a tiempo.

—¡Feliz año nuevoooooo! —chilla Dania lanzando confeti por el aire. Su conquista hace sonar una trompetilla. Dios, qué mal me cae.

—¡Para que este año todo nos salga bien! —Aarón alza su copa. Los demás lo imitamos.

—Vale, vale. Tengo algo que decir.

Todos se vuelven hacia mí con los ojos muy abiertos. A ver si creen que les anunciaré que estoy embarazada o que voy a casarme. Trago saliva antes de hablar.

—El otro día me llamaron de la editorial Lumeria y tengo una cita con la editora. Está interesada en mi obra.

Sueltan exclamaciones de sorpresa. Aarón me mira con una sonrisa abierta, Dania me abraza con efusividad, Ana se ha puesto a llorar… El único que no muestra reacción alguna es Héctor. Oh, oh. No me digas que está enfadado porque envié el manuscrito sin contárselo.

—Héctor, yo…

Me coge de la cintura. Y, de repente, me echa hacia atrás, como en las pelis, y me planta un morreo que me deja sin aliento. Todos aplauden. Cuando me levanta, está sonriendo.

—Te lo dije, Melissa. Te dije que eres buena. Te mereces lo mejor, mi amor. —Me aprieta las mejillas y vuelve a besarme.

Como tengo los ojos abiertos, descubro que mi hermana se abalanza sobre Aarón, lo agarra del cuello y… ¡le da un besazo! Él, que no se corta un pelo, le rodea la cintura y se suma al morreo. Dania está que trina. Me aparto de Héctor y corro hacia ellos.

—¡Eh, eh, quietecitos! —Los separo.

¡Madre mía…! Cómo se pega Ana, parece una lapa. Está borrachísima. Ha bebido demasiado vino en la cena, sin contar los dos whiskies que antes Aarón le ha servido mientras charlábamos.

Ana me mira sin entender, tambaleándose, suelta un hipido y ríe. Dania la está fulminando con la mirada. Engancho del brazo a Aarón y lo llevo aparte.

—Oye, ¡que es mi hermana! Ni se te ocurra.

—Me ha besado ella. —Levanta las manos como si fuese inocente.

—Lo acaba de dejar con su novio de hace tropecientos años. No hagas nada que la joda más, Aarón, te lo pido. Es mi hermana.

—No voy a hacer nada, Mel. Sólo pretendía que disfrutara un poco. —Se queda serio. Sé que me está diciendo la verdad.

Cuando regresamos, Dania está sentada en el sillón, completamente enfurruñada, mientras el tontito intenta alegrarla. Aarón me mira con una ceja enarcada y me encojo de hombros.

—Ya sabes que ella es así. Cuando le quitan su juguete, aunque ya no lo quiera, se enfada.

El resto de la noche es divertido. Bailamos, nos reímos, bebemos y brindamos una y otra vez. Ana se la pasa toda con Aarón, pero él tan sólo la trata como a una amiga, le provoca carcajadas y, al menos, la distrae. Me parece perfecto. Es lo que mi hermana necesita: una mano que la levante, y él lo está haciendo esta noche. Es un sol.

Héctor y yo bailamos juntos cuando suena What a Wonderful World de Louis Armstrong. Me aprieta contra él y, muy acaramelado, me regala una sonrisa. Se la devuelvo, apoyo la cabeza en su hombro y suspiro, aliviada.

—¿Te estás divirtiendo?

—Sí, mucho.

«I see trees of green, red roses too. I see them bloom for me and you. And I think to myself what a wonderful world». («Veo árboles verdes y rosas rojas también. Las veo florecer para ti y para mí. Y pienso que el mundo es maravilloso»).

—Esta canción es muy bonita, ¿verdad?

—Sí. Pero una de mis preferidas es Idiota.

Me echo a reír. Ésa fue la canción con la que bailamos por primera vez, cuando fui a buscarlo porque me di cuenta de que quería estar con él.

—¿No has puesto en la lista ninguna de Antonio Orozco? —le pregunto.

—Alguna habrá por ahí.

Aarón y Ana están bailando también, pero decido no decirles nada. Dania se aprieta al tontón como si no hubiese un mañana. Aunque es mi amiga, no me gusta lo que ha hecho con Aarón, así que me parece bien que él se muestre tranquilo.

—Voy a empezar un año nuevo contigo, Melissa. Es maravilloso. Y encima todo nos irá bien. —Héctor me roza la nariz con la suya en uno de sus gestos característicos.

Pasamos un buen rato bailando, acaramelados, sin sentir u oír nada más que la música y el fluir de nuestra sangre bajo la piel.

—Me muero por meterme debajo de ese vestido —susurra a mi oído.

Me aprieto a él, aplastando mi pecho contra el suyo, para que me note. Acerca sus manos hasta mi trasero y me lo acaricia con suavidad; escondo la nariz en su cuello, sintiendo ese agradable cosquilleo que precede a la excitación más sublime.

—¿Vamos al cuarto? —me pregunta.

—¡No podemos dejarlos aquí! —Miro alrededor, pero sólo descubro a Aarón y a mi hermana en el sofá, charlando animados—. ¿Dónde están Dania y el otro?

Héctor se encoge de hombros. Me estira de la mano para sacarme del comedor. Esboza una pícara sonrisa.

—Venga, cariño… Será rápido. No se enterarán de nada.

Me dejo llevar por él. En el pasillo me empuja contra la pared y me besa el cuello con ansia. Me pego a su espalda y se la acaricio, notando las contracciones de sus músculos. Sus dedos se cuelan por mi vestido y me roza el muslo suavemente, los sube creando un caminito de cosquillas. Lo cojo de la nuca y lo atraigo hasta mi boca. Le muerdo el labio, a lo que él responde jadeando. Nos dirigimos al dormitorio entre risas, caricias y besos. Cuando llegamos, ¡menuda sorpresa! Dania está cabalgando cual amazona sobre su ligue y están tan emocionados que ni se enteran de que hemos abierto la puerta. Héctor la cierra. Se me queda mirando con los ojos muy abiertos.

—¿Están follando en nuestra cama?

—¡Sí! —cuchicheo.

Para mi sorpresa, suelta una carcajada. Alzo las manos, encogiéndome de hombros; no entiendo nada.

—No importa. Estos dos no van a privarme de la diversión.

Héctor me agarra de la mano y tira de mí otra vez.

Lo sigo riéndome porque ahora que se me ha pasado la sorpresa inicial, es cierto que lo de Dania es gracioso. Héctor me empuja contra la puerta y se apodera de mis labios. Introduce la lengua en mi boca, buscando la mía, y cuando la encuentra juega con ella de una forma increíblemente excitante. Le acaricio el pelo, se lo revuelvo, tiro de él mientras sus manos escanean mi cuerpo.

De repente me aparta de la puerta y me lleva al lavabo, colocándome delante del espejo. Me acaricia los costados, dibujando mis contornos, al tiempo que observa mi reflejo. Miro el suyo: tiene los labios húmedos e hinchados a causa de la intensidad de nuestros besos.

—Ahora vas a ver lo atractiva que eres —susurra con voz ronca.

Me alza los brazos por encima de la cabeza. Baja la cremallera del vestido. Después coge los bordes de la falda y me los sube hasta sacarme la prenda. Me quedo ante el espejo en ropa interior. Me he puesto la más sexy, de encaje negro, por si después de la fiesta celebrábamos la nuestra. Él se quita toda la ropa en un santiamén. Una vez que está desnudo se aprieta contra mí. Su pecho agitado contra mi espalda me provoca. Cierro los ojos en cuanto su mano me acaricia el vientre.

—Ábrelos. Mírate. Disfruta de la visión de nuestros cuerpos.

Obedezco. La situación es muy excitante. Su erección roza, de manera disimulada, mi trasero. Lo echo hacia atrás con tal de sentirlo más. Héctor gruñe y, sin dejar de acariciarme el vientre y el ombligo, me muerde el cuello. Observo el avance de sus dedos hacia el borde de mis braguitas. Entreabro la boca, notando las olas que me sacuden.

—Me. Pone. Tanto. Tu. Cara. De. Placer… —Deja una estela de besos en mi nuca.

Su otra mano se dirige a mis pechos. La mete por debajo del sujetador y me acaricia. Muevo las caderas a un lado y a otro, aprieto los muslos para capturar el cosquilleo que me inunda. Cuando me muero por más, la saca y me desabrocha el sujetador tan sólo con una mano. La prenda cae al suelo, liberando mis pechos, los cuales atrapa y masajea con movimientos circulares. Apoyo la cabeza en su clavícula.

—No dejes de mirarte. ¿Te pone?

Asiento sin poder decir palabra alguna. Sus dedos pellizcan mis pezones, arrancándome un gemido. Tira de ellos, después los acaricia con las palmas de las manos. Me vuelve loca.

Soy yo misma la que se baja las bragas. Héctor dirige la vista a mi sexo depilado. No reconozco mi cara de placer en el espejo, con esa mirada tan atrevida y morbosa. Estoy tan excitada que no puedo contenerme: me llevo una mano a la vagina y me la abro para él. Entreabro los labios; su corazón palpita en mi espalda. Le cojo una de las manos que está en mi pecho y la poso sobre mi pubis. A continuación, se la deslizo hasta mi clítoris. Lo aprieta con la punta del índice, arrancándome un nuevo gemido. Lo abandona y abre la palma, abarcando todo mi sexo, frotándolo y extendiendo la humedad.

Su pene entre mis nalgas me excita demasiado. A punto está de meterse en mí de lo duro que lo tiene. Se lo cojo, apretándolo con suavidad. Gruñe, no aguanta más. Deja mi pecho para volverme la cara y besarme con unas ganas que me hacen temblar. Su dedo corazón entra en mí y se pierde… haciendo que me pierda yo. Gimo en su boca, él jadea, nuestras lenguas se encuentran, se enroscan y se azotan.

Cuando estoy a punto de caer en el orgasmo, Héctor saca el dedo para ocupar el vacío con su pene. Se roza un par de veces, alargando mi agonía. Por fin, entra en mí con una sacudida tan fuerte que me voy hacia delante y tengo que apoyar las manos en el mármol del lavabo. Alzo la cabeza y observo nuestros reflejos. Apoya una mano en mi espalda, mirándome a su vez a través del espejo. Advierto deseo en sus ojos, pero también algo que me preocupa.

—¿Te gusta? ¿Te gusta así, Melissa?

—Claro que sí —respondo entre jadeos.

Sin previo aviso, sale de mí y me da la vuelta, colocándome sobre el lavamanos. Me separa las piernas todo lo que puede y se coloca entre ellas. No me da tregua: me penetra con ímpetu, abriéndose paso en mis entrañas. Me sujeto a sus hombros para no resbalarme. Con cada una de sus embestidas, mi culo choca contra el lavabo. Varía los movimientos y empieza a hacer círculos con las caderas. Se me escapa un gemido, al que responde con una nueva estocada. Echo la cabeza hacia atrás, con la muerte pegada a los talones. Una muerte de placer. Me lame el cuello, lo muerde, clava los dedos en mis muslos.

—Cómo te amo, Melissa… —jadea contra mi mejilla.

Quiero contestar, pero de mi boca tan sólo sale un grito. Me escurro entre sus brazos, mi alma se descompone en mil pedacitos de luz que se pegan a su cuerpo. Es tanto el placer que me sacude que la vista se me emborrona. Héctor continúa sus embestidas, gimiendo en mis oídos, hasta que su pene se contrae, después vibra y, al fin, se abre a mí. Los dos temblamos a causa de los espasmos.

—Melissa, cariño, qué bien… Qué bien —dice aún con la respiración agitada, apoyándose en mí.

En ese momento se abre la puerta. Menos mal que Héctor me oculta con su cuerpo porque resulta que es Aarón. Luego recuerdo que el espejo ofrece nuestros reflejos y suelto un grito. Héctor se vuelve, asustado, y descubre a nuestro amigo, quien se tapa los ojos.

—¡Lo siento!

—¡Mierda! —Aterrizo en el suelo para coger mi vestido. Me lo pongo tan rápido como puedo al tiempo que Héctor hace lo propio con su ropa.

—¿Ya puedo mirar? —Aarón aparta un dedo y, cuando se asegura de que estamos decentes, retira toda la mano. Me sonríe—. Oye, que voy a llevar a tu hermana a casa.

—¿Perdona? ¿No has bebido?

—Muy poco —responde.

Arrugo las cejas. Lo miro a él y después a Héctor, que se encoge de hombros. Me acerco a Aarón y cruzo los brazos ante él.

—Escucha, cuando dices que vas a llevar a mi hermana a casa… ¿a qué casa te refieres? Porque en la suya está Félix, y recuerda que lo han dejado.

—Se quedará en la mía. Ana está bastante borracha y necesita descansar.

Suelto un bufido. Aarón me mira con una ceja enarcada.

—Aarón, lo dejaré pasar porque hoy es Nochevieja y hasta hace unos segundos estaba disfrutando de un perfecto orgasmo… —Oigo a Héctor riéndose a mi espalda. Aarón sonríe a su vez—. Así que puedes llevarte a mi hermana a tu casa, siempre y cuando no la seduzcas. —Alzo la vista y lo miro muy seria.

Posa un beso en mi nariz y se echa a reír. Después se dirige a la puerta y antes de salir dice:

—Eso está hecho. En realidad, es ella la que ha estado seduciéndome.

—¡Eh! —exclamo enfadada.

Cierra la puerta. Me vuelvo hacia Héctor con el susto pegado al rostro. Se acerca y me abraza.

—No pasa nada. Con Aarón va a estar bien. Es un tío legal y, tal como está Ana, no hará nada.

Suspiro. No hay otro remedio. Mi hermana ya es grandecita. De repente, noto la erección de Héctor en mi vientre. Lo miro asombrada.

—¿Crees que Dania ya habrá dejado libre nuestra habitación?

Lanzo una carcajada y me abrazo a él con fuerza, empapándome de su calidez.