15

No me atrevo a dar ni un paso. ¿Lo ha dicho en broma o en serio? ¿Y por qué sonaba tan raro? No entiendo nada. Dejo el bolso en el recibidor con cuidado. Me desabrocho los botones de la chaqueta y la cuelgo con manos temblorosas. En ese momento, Aarón se asoma.

—Hola, Mel —me saluda. Está muy serio y parece un poco nervioso.

—¿Qué pasa? —inquiero acercándome a él.

—Héctor no se encuentra muy bien —dice en voz baja.

—¡Que se vaya de mi casa! —grita desde el salón.

Abro mucho los ojos, mirando a Aarón sin comprender. Se acerca aún más para poder hablarme al oído.

—Ha bebido bastante.

Me quedo observándolo con incredulidad. ¿Héctor bebiendo? Nunca lo he visto borracho. Cuando salimos se toma un par de copas como todos, nada más.

—Pero ¿no habíais ido al cine?

—¿Qué? No. —Aarón arquea una ceja—. Hace una hora o así ha venido al Dreams con una mujer. Tranquila, es una compañera de la revista —explica cuando ve que estoy empezando a alterarme—. Ya venía mal, así que he decidido traerlo a casa.

—¿Qué hacía con esa mujer? —No se me ocurre que yo he estado con otro hombre. Pero ¡no es lo mismo!

—No sé, Mel. Quizá tenían que terminar algún trabajo y luego han ido a tomar algo. —Aarón se encoge de hombros.

Me froto las manos, confundida. Paso junto a él para dirigirme al salón. Me detiene un momento.

—Ha tomado algo más.

—¿Quéee? —Me sobreviene una náusea. ¿Héctor drogándose? Pero ¿qué…?

—No es lo que piensas —me corrige Aarón, antes de que yo complete la frase—. Tiene unas pastillas para… la depresión. Pero le habrán pegado más fuerte a causa del alcohol.

No puedo creer lo que oigo. Sabía que algo estaba pasando, que cada vez que me decía que tomaba paracetamol me mentía y, aun así, me he engañado como siempre. ¿Por qué está tomando otra vez ese medicamento? Un rayo de miedo cruza todo mi cuerpo. Me dirijo al salón de nuevo y, en esta ocasión, Aarón no me detiene. Entro con cautela. Héctor está sentando en el sofá. Más bien, está derrengado. Me coloco a su lado. Cuando se percata de mi presencia, me mira con los ojos entrecerrados. Me acuclillo.

—Cariño, ¿estás bien? —le pregunto, preocupada.

Alargo una mano para acariciarlo, pero me la aparta con enfado. Lo miro asustada. Aarón se encuentra de pie junto a mí. Alzo la vista y él se encoge de hombros. Dirijo los ojos otra vez a Héctor. Suda a mares. No parece encontrarse nada bien.

—¿Qué coño haces aquí? —Su tono, furioso, me desintegra—. ¿No te he dicho que te fueras?

—No le hagas caso. Está borracho. —Aarón interviene para tranquilizarme, pero lo cierto es que no lo consigue.

—¿Deberíamos llevarlo al médico?

—No creo que le haga falta. Una ducha y lo acostamos.

Me levanto, temblando de arriba abajo y sin dejar de mirarlo. Ahora ha cerrado los ojos y respira con dificultad. Pero ¿cuánto ha bebido para estar así?

—¿Por qué ha tomado esas pastillas? —pregunto a Aarón.

—¿Y yo qué sé, Mel? Puede que esté estresado con el trabajo.

—¿Crees que es por mi culpa?

No contesta, pero puedo adivinar su respuesta. El sentimiento de culpabilidad se hace mayor, me abre un hueco en el estómago.

—Qué estáis diciendo, ¿eh? —Héctor se levanta de golpe, pero se tambalea y Aarón tiene que sujetarlo para que no se caiga. Apenas puede abrir los ojos y cada vez suda más.

—No está bien, Aarón —digo, angustiada.

—Vamos a meterlo en la ducha. —Coge el brazo de Héctor y se lo pasa por el cuello al tiempo que lo sujeta por la cintura.

—¿Y si ha tomado demasiadas?

—No. Estaría peor. Ayúdame, por favor. Pesa.

Paso mi brazo por la espalda de Héctor. Tiene la camisa empapada. Lo llevamos casi a rastras hasta el cuarto de baño. Aarón lo sienta en el inodoro y abro la ducha para que el agua se caliente.

—Déjala un poco fría. Le vendrá mejor.

Él mismo empieza a desnudarlo. Yo espero quieta, sin saber cómo actuar. Nunca me he visto en una situación así. Héctor masculla palabras que no puedo entender. Abre los ojos un par de veces y me clava una mirada en la que no me veo reflejada.

—Te he dicho que se vaya de aquí. No quiero mentirosas en mi casa… —Apenas puede hablar.

—Es Mel. No se irá.

No sé cómo Aarón puede mantener la calma, yo estoy a punto de explotar. Héctor se revuelve un poco cuando va a quitarle el pantalón. Por un momento pienso que le pegará un puñetazo, pero Aarón logra controlarlo.

Lo ayudo a meterlo en la ducha. En cuanto nota el agua sobre él, da un brinco y empieza a temblar. Miro con preocupación a Aarón, que ha cogido la alcachofa de la ducha y está mojándole todo el cuerpo.

—¡Jodeeeeeer! ¡¿Qué coño estáis haciendo?! —grita enfadado.

Me encojo ante las palabrotas que suelta. Aarón no le hace ni caso. Supongo que como dueño de un local de copas está acostumbrado a lidiar con este tipo de situaciones. Pero yo no, y mucho menos tratándose de mi novio.

Terminamos de ducharlo como podemos, porque no deja de moverse y de protestar. Aarón lo ayuda a salir de la ducha. A mí no me parece que haya mejorado. Apenas puede mantener los ojos abiertos y está muy pálido.

—¿Me ayudas a secarlo?

Saco un par de toallas, una para el pelo y otra para el cuerpo. Le doy a Aarón una y me dispongo a secarle la cabeza cuando, de repente, vuelve el rostro y me clava una mirada que me hiela la sangre. Me observa con los ojos entrecerrados y los labios muy apretados, y dice:

—Te gusta joderme, ¿eh?

—Héctor, no…

—Mentirosa —escupe, muy cerca de mi cara.

Me quedo congelada. El corazón me bota en el pecho enloquecido. Y entonces, con sus siguientes palabras, el mundo se me desordena.

—Eres una zorra, Naima.

—¡Basta ya, joder! —Aarón lo sacude para que deje de hablarme.

Pero yo no puedo respirar. Me llevo una mano al pecho, tratando de coger aire. Aarón me observa con preocupación. Niego con la cabeza y los dejo a ambos en el cuarto de baño.

—¡Mel!

Corro por el salón sin saber qué hacer. Agarro la chaqueta que me he quitado minutos antes.

—¡Mel, espera! —Aarón me detiene justo cuando estoy abriendo la puerta.

—No voy a soportar esto —murmuro con las lágrimas luchando en mis ojos.

—No sabe lo que dice. Está confundido. —Apoya las manos en mis hombros y me mira.

—Me ha llamado zorra.

—No. Se lo ha llamado a Naima.

—Peor me lo pones.

—No te ralles con eso. Es el efecto de las pastillas y el alcohol.

—¿De verdad lo crees?

—Mel, hazme caso. Es una mala racha. —Aarón inclina la cabeza y la acerca a la mía para mirarme de cerca—. Sabes por lo que él pasó. Algo lo ha trastocado otra vez.

—Yo.

—No. Él mismo. Pero le ayudamos, y ya está. Todo se solucionará.

Me quedo quieta, pensando en lo que Aarón me ha dicho. Me muero de ganas de llorar, pero quizá tenga razón. Héctor estuvo solo antes, pero ya no. Ahora estamos nosotros para ayudarlo. Y yo, más que nadie, debería hacerlo.

—Lo meteré en la cama, ¿vale? —Me acaricia la mejilla—. Ve a la cocina y prepáranos algo caliente a ti y a mí.

—Quiero ir contigo.

—No. Déjalo ahora. No está en condiciones de hablar y mejor que no te vea. Su mente está borrosa.

Asiento con la cabeza, comprendiendo. Dejo que se marche al cuarto de baño y yo me dirijo a la cocina con el estómago dándome sacudidas. Preparo dos tazas de té y las llevo al salón. Unos minutos después, Aarón aparece. Se sienta a mi lado, apoyando una mano en mi rodilla.

—Se dormirá en cuestión de segundos.

—¿De verdad está bien?

—Lo estará. Mañana tendrá una resaca de tres pares de cojones, pero nada que no pueda arreglarse con mucha agua y un ibuprofeno.

—¿Te importaría quedarte con nosotros esta noche? —pregunto, indecisa.

—Desde luego, nena.

Aarón me rodea los hombros con los brazos y me atrae hacia él. Su calor me reconforta.

Permanecemos así un buen rato, bebiendo el té en silencio. Mi mente no deja de dar vueltas a lo ocurrido. Estoy segura de que Héctor se ha puesto así porque he salido a cenar. Más bien, porque habrá pensado que estaba con Germán. Y en realidad tiene razón. No puedo permitir que vuelva a pasarlo mal. Hace años de lo de su novia, pero al parecer no lo ha superado del todo. Y esta vez soy yo la que tiene su salud mental en las manos. Mis encuentros con Germán tienen que acabar. No voy a jugarme la relación por una estupidez. Quiero a Héctor, es el único que me ha hecho feliz en mucho tiempo.

—Esta noche he estado tomando algo con Germán —confieso a Aarón.

Da un sorbo a su té, mirándome. Se mantiene unos segundos en silencio, hasta que dice:

—No soy quién para regañarte porque, de todos modos, no creo que sea algo malo.

—Para Héctor sí. Me dijo que confiaba en mí, que hiciera lo que quisiera, pero sé que le asusta o al menos que le molesta.

—La muy zorra de su ex lo dejó bien traumatizado.

—Joder, normal que sí. Le engañaba en su propia cara.

—Pero no entiendo por qué él se lo permitía. Yo la habría enviado a la mierda rápido.

—La amaba, Aarón.

Me mira muy serio. Se queda pensativo unos segundos, hasta que al final asiente.

—Además, me parezco demasiado a ella. —Agacho la cabeza—. Y no quiero que el parecido esté en eso también.

—No lo está, Mel. Tú no eres Naima para nada. —Me acaricia el pelo con afecto—. Has ido a tomar algo con tu ex, ¿y qué? Mucha gente mantiene una buena relación con su ex.

Omito el hecho de que he estado bailando muy pegada a Germán. Por mucha confianza que tengamos Aarón y yo, me avergüenza.

—No volveré a quedar con él.

—Tenéis que seguir viéndoos por la novela, ¿no?

—Lo haré desde la distancia. De todos modos, creo que ya no hay mucho más que mirar en ella. Luego se publicará y se acabó.

—Seguro que el problema también está en que el trabajo lo estresa. Se le ha juntado todo. A veces las parejas pasan por malas rachas.

—Dímelo a mí. —Sonrío con tristeza—. ¿Puedes ir a ver cómo se encuentra?

Aarón asiente. Se levanta y se encamina al dormitorio. Espero acurrucada en el sofá. Triste, confusa, con un poco de miedo. Segundos después regresa y se sienta una vez más a mi lado.

—Se ha dormido.

Suelto un suspiro. Apoyo la cabeza en su pecho. Me pasa el brazo por los hombros.

—Y es lo que tú deberías hacer también.

—Gracias por quedarte, de verdad.

Posa un beso en mi frente. Cierro los ojos, pero tardo mucho en conciliar el sueño. Me despierto de madrugada y me doy cuenta de que Aarón me ha arropado con una mantita. Lo busco por el salón: se ha sentado en el sofá de enfrente, con los pies sobre una silla, y se ha quedado dormido también. Me levanto en silencio y voy hacia el dormitorio. Me detengo en la puerta y escucho. La respiración de Héctor es agitada a pesar de que está durmiendo.

Unas horribles ganas de gritar me sobrevienen.

Los rayos de sol, apoyados en mi cara, me despiertan. Gimo. El dolor de cabeza es insoportable. También me duele todo el cuerpo, como si me hubiesen dado una paliza. Echo un vistazo al reloj. Las nueve de la mañana. ¿De qué día? Ah, sí, sábado. Intento incorporarme, pero hasta el roce con las sábanas me molesta.

Melissa no está a mi lado. Hago memoria. Creo que no ha dormido conmigo. No sé si hice algo mal, ya que no lo recuerdo. Tan sólo sé que me enfadé muchísimo tras recibir su mensaje. Le prometí que confiaría en ella, pero ayer no pude hacerlo. Cuando me escribió que iba a cenar con su editora, inmediatamente pensé en él. Joder, ¿por qué me comporto así? Melissa no es como ella. Melissa es una persona honesta, va con la verdad por delante. ¿Por qué, entonces, dudé?

Regresó el Héctor del pasado, el que se aprovechaba de las mujeres. Amelia, una compañera con la que estoy trabajando en un proyecto, me propuso ir a tomar algo y relajarnos un rato. Y acepté porque, al fin y al cabo, me había convencido de que Melissa estaba con su ex. No quería sentirme solo, pero, al mismo tiempo, pensé que así le daría una lección.

La cuestión es que bebí demasiado. Y tomé las pastillas. Tres a la vez. El hueco que sentía en el pecho me molestaba y me convencí de que la fluoxetina me ayudaría a calmarlo. Creo que no lo hizo.

Logro salir de la cama. Estoy desnudo, a excepción de los calzoncillos. Ni siquiera recuerdo si me desvestí yo o qué. Tampoco sé cómo volví a casa, a qué hora regresó Melissa y si hablé con ella. Me pongo unos pantalones de deporte y una camiseta de manga larga. Antes de nada, acudo al baño. Me lavo la cara y me miro en el espejo. Tengo un aspecto horrible. Y este maldito dolor de cabeza, y las náuseas… Esta sensación la recuerdo perfectamente de todas aquellas noches que pasé en vela, con la mente en blanco, intentando olvidar a Naima con las pastillas. Pero tengo que detenerlo. Debo hacerlo por Melissa. No quiero que ella lo descubra y que se enfade o algo peor.

Me dirijo al salón, muy despacio. Cuando entro, la descubro acurrucada en el sofá. ¿Por qué ha dormido ahí? ¿Es que acaso discutimos? Me acerco a ella tratando de no hacer ruido y entonces me sobresalta la voz de Aarón.

—Buenos días.

Me llevo la mano a la cabeza. ¡Joder, me va a estallar! Lo miro confundido, sin entender muy bien qué hace aquí.

—¿La he jodido?

—No, tranquilo —murmura él.

—¿Melissa me vio borracho?

—Me temo que sí.

Aarón se acerca y me tiende una taza de café. La cojo, pero en realidad tengo el estómago demasiado revuelto para tomar nada.

—Joder —musito dejándome caer en una silla.

Ella se remueve y cambia de posición, pero no se despierta. Aarón se sienta frente a mí.

—Le dijiste cosas un poco feas. Pero la convencí para que no te lo tuviera en cuenta. —Sonríe.

—¿Qué cosas?

—La insultaste.

—¿Por qué hice eso? —Me froto los ojos, tratando de buscar en mi memoria, pero no encuentro nada.

—La confundiste con Naima.

Abro la boca, sin que salga ni un sonido de mi garganta. Niego con la cabeza, aturdido. Joder, joder. ¿Cómo he podido cagarla así? Seguro que está muy enfadada. Alzo la vista y la clavo en Aarón, que me observa con gesto preocupado.

—¿Estás bien, tío?

—No mucho. Pero sobreviviré.

—Sabes que puedes hablar conmigo de lo que quieras.

—Lo sé, y te lo agradezco. Pero ahora mismo no se me ocurre qué decir.

—Ella es comprensiva. Es consciente de lo mal que lo pasaste.

—No es motivo para insultarla.

—Estabas borracho. No pienses más en ello. Cuando se despierte, habla con ella o, simplemente, mímala.

—¿Y si no quiere hablar conmigo?

—Querrá.

En ese momento oímos que se remueve en el sofá. Ambos nos volvemos. Una cabeza de cabello revuelto asoma por el mueble. Melissa nos mira con ojos amodorrados. Cuando los clava en mí, advierto en ellos preocupación, inquietud y… algo más que no sé a ciencia cierta lo que es.

—Creo que va siendo hora de que me vaya —dice Aarón levantándose de la silla.

Melissa no abre la boca. Yo tampoco, pero acompaño a nuestro amigo al recibidor. Nos despedimos con unas palmadas en la espalda.

—Si necesitáis algo, llamadme.

Cierro y apoyo la frente en la puerta. Me da pánico regresar al salón, pero debo hacerlo. No sé qué voy a decirle, cómo mirarla. Cuando me acerco, ella está sentada, con la vista en las manos.

—Hola…

—No sé cómo debería sentirme. No sé si tendría que estar enfadada o qué. —Hace amago de levantarse, pero le indico con un gesto que se quede donde está. Me siento, aunque no muy cerca de ella, porque quizá no le apetezca—. Me dijiste algo que no me gustó, Héctor. —Me mira fijamente.

—Lo sé. Es decir, no puedo recordarlo, pero Aarón me lo ha comentado.

—¿Por qué no me contaste que estabas tomando pastillas otra vez?

—Porque te habrías preocupado.

—Y ahora lo estoy más.

—Ya. Joder, imagino que me pasé. Lo hice ya al beber y al tomarme eso. Pero es que…

—¿Qué, Héctor?

Melissa se inclina un poco y alarga una mano. Roza la mía. Su contacto me hace temblar.

—Tengo miedo de perderte —le confieso bajando la vista.

—No lo vas a hacer. No al menos si me dejas ayudarte.

La miro sorprendido. Pensaba que todo serían reproches, que me gritaría, que me compararía con él. Al menos, antes fue así. Antes. Con Naima. Pero Melissa no es ella, y me lo he repetido infinidad de veces. ¿Por qué no puedo apartar toda esta confusión de mi mente?

—Anoche realmente estaba muy enfadada y asustada. Pero he tenido muchas horas para pensar con calma y sé que esto, en parte, es culpa mía. —Se inclina hacia mí y me aprieta la mano—. Lo he decidido: no voy a quedar más con él.

—No es necesario que…

Vuelvo la cabeza. En realidad es lo que quiero, que se aleje de él. Aunque si tuviera que ocurrir algo, no sé si serviría.

—Lo importante aquí eres tú. Nosotros. Lo demás es secundario. —Para mi sorpresa, coge mis brazos y se los pasa alrededor del cuerpo. Suspira contra mi pecho—. No podría soportar verte otra vez como anoche. Te ayudaré, y si necesitas también consejo profesional…

Me pongo tenso. Lo nota y alza la cabeza. Me observa con sus enormes ojos oscuros.

—No necesito ese tipo de ayuda —contesto con sequedad.

—Pero las pastillas… —Se muerde el labio inferior, dubitativa. Sé por dónde quiere ir, pero no permitiré que el presente se convierta en una sombra del pasado.

—Puedo dejarlas cuando quiera —digo. Y, muy en el fondo, sé que estoy mintiendo—. Sólo las he tomado para dormir mejor.

Y para aguantar la maldita presión del trabajo, y para olvidar que su ex ha regresado a su vida y para descargar este jodido peso que se me ha acoplado al pecho. También omito que he tenido pensamientos oscuros desde que he empezado a tomarlas otra vez.

Melissa me mira con cautela, rumiando sobre lo que decir. ¿Acaso me tiene miedo? ¿Tan mal me comporté anoche?

—Está bien. —Agacha la cabeza, rodeándome la cintura—. Lo lograremos nosotros mismos.

Suelto la respiración que he contenido. Cierro los párpados, agradeciendo que no esté mirándome, que no descubra mis ojos confusos y asustados.

—Estoy aquí, Héctor. Siempre lo estaré para ti.

Pero yo no lo sé… No sé dónde estoy.