9
Llego a la oficina con unas ojeras que se me arrastran por el suelo. Un par de hombres alzan la vista y me miran extrañados. Estarán pensado que la aburrida avinagrada ha vuelto. Quizá sea así.
No he podido pegar ojo en toda la noche. Cada vez que me vencía el sueño, me despertaba sobresaltada, dando un brinco en la cama. Héctor murmuraba adormilado, se volvía hacia mí para abrazarme, pero lo rehuía. Y cada vez me sentía más culpable, por supuesto.
Cuando me he levantado esta mañana tan sólo quedaba su aroma flotando en la habitación. He abierto la parte de su armario y me he aferrado a una de sus camisas, aspirando ese aroma que me tranquiliza. Ese que no es One, de Calvin Klein.
He tenido que tomarme un café a pesar de los nervios, ya que de no hacerlo ni siquiera habría sido capaz de acudir a trabajar. Saco la llave del despacho distraídamente. Alguien me saluda por la espalda. Vuelvo la cabeza y me encuentro con Julio, nuestro jefe. Era muy amigo de Héctor, así que supongo que me preguntará por él.
—Chiquilla, ¿cómo le va a nuestro chico? Con lo ocupados que estamos los dos, no hay manera de vernos.
—Le va genial en Love. Pero eso sí, no para de trabajar. Anoche llegó a casa bastante tarde.
—Ya le diré a mi excuñado que no lo cargue tanto, que vosotros también tenéis que disfrutar.
Sonrío. Julio siempre ha sido un jefe amable y cercano. Asiento y me dispongo a entrar, pero reanuda la conversación.
—Y tú tienes muy mala cara hoy.
Oh, Dios… Va a pensarse que anoche tuvimos mambo. Intento parecer tranquila.
—He pasado una mala noche. Algo que me sentaría mal.
—¿Qué tal fue ayer la entrevista en la editorial?
—Oh, bien. Aseguraron que me dirían algo durante este mes.
—Espero que te den el sí, aunque no quiero perder a otra de mis mejores trabajadoras. —Me guiña un ojo. Niego con la cabeza y le dedico otra sonrisa—. Y cuídate ese estómago. Si te encuentras peor, avísame y te envío a casa.
—Tranquilo, estoy mejor.
Julio asiente y se despide con la mano. Se marcha a su despacho tarareando una canción que no reconozco. Me meto en el mío, lanzo el bolso a la silla del fondo y me acomodo en la mía. Miro los posit que me han dejado pegados en la pantalla del ordenador. Uf, cuántas tareas atrasadas, y eso que sólo ha pasado un día. Tomo aire, lo suelto y me dispongo a trabajar. En el fondo, es la única manera en que voy a poder olvidarme de todo, al menos durante unas horas.
Me paso la mañana entera corrigiendo. Tengo la suerte de que el artículo que me ha tocado es interesante. Habla sobre el boom de las nuevas tecnologías como, por ejemplo, WhatsApp, pero de manera muy divertida. Estoy riéndome como una loca cuando la puerta se abre. Eso me recuerda a los días en que Héctor entraba sin avisar, aunque esta vez es Dania, como siempre, la que asoma la cabeza.
—¿Se puede? —pregunta con una sonrisita. No sé para qué, porque ya se ha metido en el despacho.
Lleva en la mano dos vasos de tubo y una botella de cava. Enarco una ceja.
—¡Mira lo que he encontrado en la nevera! —Alza la botella—. Se lo habrán dejado ahí de alguna fiesta. Queda un poco, lo suficiente para que las dos celebremos tu nuevo estatus como escritora.
Suelto un suspiro y aparto la mirada. Dania se acerca a mí, pero no se sienta.
—¡Eh! ¿Qué pasa? No me jodas que esos gilipollas te han dicho que no. ¡Seguro que son unos estirados que…!
—No, Dania, no ha sido eso. —Me froto los ojos. No quiero volver a repetir lo que sucedió, pero, de alguna manera, hay algo que tira de mí para que lo suelte otra vez.
—¿Entonces…? ¿Llegaste tarde? ¿Te cagaste de miedo y diste media vuelta antes de entrar?
Por fin toma asiento. Nos miramos desde la misma altura. Ella, con sus ojazos, que aún se ven más grandes debido a lo abiertos que los tiene; yo, supongo que con cara de lechuga.
—Me encontré con alguien indeseable. Y por si fuera poco… era el editor.
—¿Con quién? —Saca el corcho de la botella y sirve un poco de cava en los vasos. Lo miro con asco. No sé si voy a poder tomarme eso—. De todos modos brindemos, que es bueno.
—No hay nada por lo que brindar —me quejo.
—¿Cómo que no? Te despiertas cada mañana con un tiarrón entre las piernas.
—Qué más quisiera yo.
Da un trago largo a su bebida. La imito. Uf, sabe raro. ¿A que está caducado?
—Venga, suelta por esa boquita. ¿Qué te ha pasado para que tengas esa cara de mustia total?
Se echa la larga melena hacia atrás. Me fijo en su blusa, con dos botones desabrochados. Eso es algo que me trae a la realidad.
—Germán era el editor.
Mi amiga se queda callada unos segundos, pensando en mi respuesta. Entonces se tapa la boca, señalándome con el dedo de la otra mano, y suelta un gritito.
—¿Germán? ¿Germán… tu ex? ¿El cabronazo? —chilla.
—Baja la voz, joder.
—Pero ¿qué coño hace ése ahí?
—Eso mismo me pregunto yo. —Juego con el vaso entre mis manos—. No, en realidad no es algo tan extraño, ya que él siempre quiso trabajar en una editorial.
—¿En serio? Nunca me lo dijiste.
—No hablaba de él con nadie. —La miro con expresión severa—. Mientras preparaba las oposiciones lo intentó en varias editoriales, pero ninguna lo cogió. Cuando trabajaba en los institutos hizo algunos cursos de corrección y de dirección editorial. Después se fue y ya no supe nada… Hasta ayer.
—Joder, pues maldita la gracia que justamente esté ahora en esa editorial. —Dania apura su vaso y se sirve un poco más de cava. Me hace un gesto con la botella, pero yo niego con la mano. Bebe otra vez y, entonces, casi se atraganta, provocando que dé un brinco en mi silla. Se levanta de la suya y me mira con los ojos aún más abiertos que antes—. ¡Tía, joder! ¿Y si el cabrón te estaba buscando? ¿Y si ha propiciado ese encuentro?
Me levanto yo también. Por un momento me asusto al oír sus palabras, pero recuerdo algo y niego con la cabeza.
—Escribo con pseudónimo, y él no lo conocía.
—¿Estás segura?
—Sí.
Dania asiente, aunque no parece muy convencida.
—Pues, en ese caso, el destino es un hijo de puta.
—Dímelo a mí… —suspiro, pasando un dedo por el teclado para quitar unas motitas de polvo.
Se me queda mirando, y agacho la vista y la centro en las letras, que al final se tornan borrosas.
—Lo pasaste mal ayer, ¿verdad?
—No fue mi mejor momento.
—No debes dejar que te hunda, Mel. Que le den por culo y ya está, que tú ahora tienes a un maromo que le da cien vueltas.
No respondo. Tiene razón, pero todavía hay algo en mí que me hace sentir muy culpable. Y sé que es por el hecho de que el encuentro con Germán me haya afectado tanto. No quiero pensar, ni por un segundo, que un rinconcito de mi alma sienta aún algo por él.
—Mel… —dice Dania de repente. Alzo la barbilla y la miro—. No contestes si no quieres, pero… ¿cómo estaba?
—¿Perdona?
—Germán… Que cómo lo viste. Sé que no está bien que te pregunte esto, pero no puedo evitarlo. —La noto nerviosa, y eso que a Dania no suele preocuparle ser políticamente incorrecta.
Lo cierto es que no debería responderle, pero me parece que si digo en voz alta lo que llevo pensando desde ayer, podré librarme de esos fantasmas con más facilidad.
—Pues… estaba cambiado. Es decir, es el mismo de siempre y, al mismo tiempo, no lo es.
—¿Qué quieres decir? —Dania se inclina hacia delante.
La miro mientras me retuerzo las manos. No pretendía decir eso, pero es lo que me ronda la cabeza, lo que está carcomiéndome, y debo eliminarlo.
—Cuando salía con él, era un hombre normal, atractivo y con una sonrisa y unos ojos sorprendentes, pero no era un tío de esos buenorros. No sé cómo explicártelo… A ver, para mí era el más guapo del mundo, claro está, y el mejor en todo, pero ahora… Ahora realmente está muy guapo objetivamente. Más fuerte, con más seguridad en sí mismo, con un temple que abandonó en los últimos años de nuestra relación. Incluso viste mejor. —Me asusto al darme cuenta de que, aunque sólo estuve con él unos cinco minutos y fueron de lo más horribles, también le vi cosas buenas. Joder, esto no pinta bien.
—Eso suele pasar —coincide Dania, cruzando las piernas—. Estás con un tío de lo más normal, quizá guapo, sí, pero tampoco algo excepcional. Lo dejas y, al cabo de un tiempo, te lo encuentras y resulta que se ha convertido en un dios griego. —Pone los ojos en blanco—. Una vez me tiré a uno que vestía fatal, un inmaduro de cuidado, y encima muy normalito. Que conste que iba borracha. —Le hago un gesto para regañarla por ser tan superficial, pero se hace la sorda—. Y un año después me lo encuentro en un restaurante de lo más exclusivo, rodeado de mujeres a las que se les caía la baba. ¡Estaba tremendo! Como estarás pensando, me lo tiré. Me contó que había conseguido escalar puestos, que había contratado a una asesora de moda… En fin, todo le iba genial. Pero los dos teníamos alergia al compromiso así que… Un par de polvos y ya está.
La miro sin saber qué decir. Hay que ver cómo se va por las ramas la tía, pero mejor para mí, que así no tengo que continuar con lo mío. No obstante, tras un minuto en silencio, ataca de nuevo.
—¿Y qué sentiste al verlo?
¡Menudas preguntas hace! Ésta es de las más difíciles. Con Ana y con Aarón no quería hablar de todo esto porque sabía cuáles iban a ser sus respuestas. Sin embargo, con Dania no las sé y no me siento tan presionada, más que nada porque ella ni siquiera conoció a Germán.
—Miedo. Dolor. Y… —Me callo unos segundos, notando que el corazón se me acelera—. Nostalgia —añado.
Dania abre la boca, un tanto sorprendida. Asiente con la cabeza. Quizá piense que soy una mala pécora o algo por el estilo, no lo sé.
—Es normal, cariño. —¿De verdad lo es? Su respuesta me sorprende—. Pasasteis mucho tiempo siendo felices. ¿No es así?
Asiento con la cabeza. Sí, sí lo es. Pero lo único que debería sentir es enfado hacia él, y no esa sensación de vacío. Ahora hay alguien que lo llena, así que todo esto es demasiado extraño.
—Dania, no quiero sentir nada por él —me atrevo a decir.
—Y no lo sientes —se apresura a contestar, muy segura—. Es simplemente el poder del recuerdo.
Me quedo mirándola con sorpresa. Vaya con Dania, a veces es capaz de hablar en serio y todo.
—Es muy normal que, al ver o encontrarnos con algo que estuvo en nuestro pasado, sintamos un cosquilleo de añoranza. Puede que ese pasado fuera malo, pero solemos tener la tendencia de situar los buenos recuerdos por encima de los malos, aunque pensemos que no. Y eso es lo que te ha ocurrido.
Medito unos instantes sobre lo que me ha dicho. Quizá tenga razón y no debo preocuparme por nada. Contemplo el vaso, aún con el cava, y me lo llevo a la boca para bebérmelo de un trago. Dania alarga una mano y la posa sobre la mía. Me la frota suavemente, con una sonrisa en sus labios rojos.
—Y ahora contesta: ¿no vas a permitir que tu sueño se apodere de tu vida?
—¿Qué quieres decir?
—Déjame adivinar… —Se lleva los dedos índices a las sienes y cierra los ojos, como si estuviese leyéndome la mente—. Te largaste y no dejaste que te hablase sobre la novela.
—¿Cómo iba a quedarme y hablar con Germán de eso? ¡Si a él ni siquiera le importó mi futuro como escritora cuando estábamos juntos! —protesto.
—¿Y qué? Ahora no es nadie en tu vida más que el editor que, posiblemente, logre que te publiquen esa historia en la que tanto has trabajado.
—Ni hablar, Dania. Ya me llamarán de otra, si es que tiene que pasar.
Me mira con disgusto, pero no añade nada más. Suspira, da un par de palmadas en los reposabrazos de la silla y se levanta.
—Tengo que seguir trabajando. ¿Quieres que comamos juntas?
—No, pediré algo y me lo tomaré aquí. Llevo las correcciones atrasadas por culpa de lo de ayer.
—Bueno, pues si puedo luego, vuelvo a venir.
Me lanza un beso con los labios. Yo sonrío y, una vez que se ha marchado, me pongo a corregir de nuevo. A las dos llamo por teléfono al restaurante chino que se encuentra en la esquina de la calle. Pido un rollito y pollo al limón. Cuando me lo traen, me doy cuenta de que apenas tengo hambre. Me como la mitad del rollito y unos pocos trozos de pollo, y enseguida me siento hinchada.
Voy en busca de un café porque la modorra se está apoderando de mí. Por el pasillo me encuentro con un par de compañeras que regresan de comer. Las saludo con la cabeza, un tanto ensimismada, pensando en lo que Dania me ha dicho acerca de cumplir mi sueño. No, no puedo hacerlo. No, porque no quiero encontrarme con él otra vez. Ni siquiera para eso. Tengo que mantener la esperanza de que habrá más oportunidades.
Al llegar al despacho reparo en que el móvil está vibrando. Dejo el vasito de plástico sobre la mesa y me apresuro a cogerlo. Ni me fijo en el número.
—¿Dígame?
—Meli… Por favor, no cuelgues.
No. Su voz. Su voz áspera y, al mismo tiempo, cálida. La que me susurró tantas veces por la noche mientras me hacía el amor. Oh, Dios… Cierro los ojos, con la boca seca.
—Voy a hacerlo. Vete de mi vida.
Y cuelgo. Aprisiono el móvil entre las manos, con el corazón a mil por hora y la respiración agitada. Segundos después vibra otra vez y doy un grito. Estoy a punto de lanzarlo contra la pared, pero, en el último instante, una presión en mi interior me obliga a descolgar.
—Basta, Germán. No puedes hacerme esto —digo con los dientes apretados.
—Escúchame, joder. Sólo deseo hablar, por favor… Sé que estás cabreada, pero únicamente te pido unos minutos. Nada más. Y después, si tú quieres, desapareceré para siempre.
Se calla, pero oigo su respiración a través de la línea. No recordaba lo bonita que era su voz por teléfono. Y realmente no quiero recordarlo. Cierro los ojos otra vez, frunzo los labios con fuerza y, al fin, aunque debería darme una bofetada, respondo:
—Dime.
—Me gustaría que habláramos sobre tu novela. Era tu sueño, Meli, y ahora puedes lograrlo. Naciste para esto.
—¿Ah, sí? No recuerdo que pensaras lo mismo cuando estábamos juntos.
—No se trata de eso en este momento. Se trata de que a la editora jefe le ha encantado y quiere sacarla cuanto antes. Sabes cómo funciona Lumeria, sabes lo poderosos que son.
—No puedo con esto. —No me atrevo a pronunciar su nombre una vez más. Siento que me amargará en la boca si lo hago—. Simplemente, no puedo. Prefiero dejarlo pasar.
—¿Estás segura?
No. Ahora mismo no lo estoy. Me vienen a la cabeza todas las noches en vela que he pasado con tal de crear esa historia y otras. Creo que se merecen una oportunidad, pero… No de esta forma.
—Tenemos que vernos y hablar —dice de repente.
—¿Qué?
—He de contarte mucho, y por aquí es más complicado. Sé que en persona podré convencerte.
—Pero yo no quiero quedar contigo.
—Meli, por favor, piénsalo. Piénsalo y dame una respuesta dentro de un rato. —Guarda silencio, pero al ver que no digo nada, añade—: Estaré esperando tu llamada. Un beso.
Cuelga. ¿Un beso? Maldita sea, ¿un beso? ¿Cómo se atreve? Me llevo una mano al pecho, como si así pudiera ralentizar la velocidad de mi corazón, que se me va a salir por la boca. Me apresuro a sentarme en la silla para apaciguarme. Cojo aire, lo suelto, tal como me enseñaron para que no me dé otro ataque de ansiedad. Necesito oír a alguien. A alguien que pueda ofrecerme una opinión imparcial, sin dejarse llevar por los sentimientos. Decido llamar a Aarón.
—Mel, hola…
—Aarón —digo únicamente.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Me ha llamado.
—¿De verdad? ¿Qué coño quiere ahora?
—Verme.
—¿Para qué? ¿Para joderte más?
—Quiere hablar de la novela.
—¿En serio? ¿O es una excusa?
—Aarón, necesito que actúes como todas esas veces en las que me dabas una opinión neutral. Por favor… ¿Estoy malgastando una buena oportunidad?
Se queda callado. Está meditando qué contestar. Me remuevo en la silla. Por lo menos, mi corazón se ha aquietado.
—Mel, soy tu amigo y en estos momentos me encantaría romperle los dientes a ese gilipollas.
—Lo sé.
—Pero también tengo que decirte que sí, que es una enorme oportunidad y que quizá debas tenerla en cuenta. Puedes hacer algo… No sé… ¿Y si hablas con otro editor? ¿Hay más en la editorial?
—Sí, la editora jefe.
—Entonces ya sabes.
—Pero ¿debería quedar con él?
—Mira, preciosa, la única forma de superar nuestros miedos es enfrentarnos a ellos.
Entiendo lo que quiere decir. Aprieto el móvil, mordiéndome el labio inferior. Asiento con la cabeza, aunque Aarón no puede verme.
—Tengo que ser fuerte. Quizá sí sea la única forma de que pueda continuar con mi vida.
—Seguramente sólo habléis de la novela —intenta animarme—. Y, de todos modos, ¿no crees que te debe una explicación?
—No sé si la quiero.
—Entonces recházala. Limitaos a charlar de tu futuro como escritora. Es lo que se supone que él quiere, ¿no? Pues que sea coherente con lo que ha dicho.
—Gracias, Aarón. De todas formas, voy a pensarlo un poco más.
—Llámame si necesitas cualquier cosa, ¿vale?
—Claro. Gracias otra vez.
—No me las des. Estoy aquí para ayudarte.
Cuando colgamos, me quedo un buen rato pensando. Enfrentarme a mis miedos… Nunca lo hice. Ni siquiera aquel día en que lo encontré en la terraza tomando algo con su nuevo ligue adolescente. En ese momento debería haberle dicho todo lo que pensaba. Quizá de esa forma no habría caído en aquel pozo oscuro que estaba repleto de rabia, rencor e incomprensión.
Si lo veo sin temblar, si consigo hablar con él sin que el corazón se me detenga, si puedo mirarlo a los ojos sin que piense que voy a morir… Entonces me demostraré a mí misma que lo he superado de verdad. Y podré continuar con mi vida al lado de Héctor, que es lo que más deseo en el mundo.
Me obligo a pensar que la cita con Germán se debe sólo a esos motivos. No pueden existir más… No lo permitiré.
Le mando un whatsapp en lugar de llamarlo. A los pocos minutos, recibo su respuesta:
Me alegro de que hayas cambiado de idea. No te vas a arrepentir. ¿Quedamos esta tarde? Puedo acercarme a donde quieras.
¿Esta tarde? ¿Estoy preparada? Bueno, cuanto antes lo haga, antes pasará.
¿Conoces el Dreams? Podemos quedar allí a las siete, cuando salga de trabajar.
Perfecto. Pues allí estaré. Un beso.
He querido citarlo allí porque quizá Aarón esté trabajando y me sentiré más segura. Espero unos segundos a que mis manos dejen de temblar y llamo a Héctor, pero no lo coge. Le dejo un mensaje en el buzón de voz diciéndole que llegaré un poco más tarde porque necesito terminar un trabajo. Me siento fatal por mentirle. Me siento un poco más como Naima, y eso hace que el estómago se me revuelva.
Las horas se me hacen eternas hasta que me toca dejar mi puesto. Entonces todavía me pongo más nerviosa y, cuando estoy en el coche, casi doy media vuelta para no asistir a la cita. Sin embargo, me repito una y otra vez que hago esto para conseguir la publicación y nada más. Bueno, y también para purgarme y exorcizar mis fantasmas.
El Dreams acaba de abrir en el momento en que llego. Ni siquiera está el guardia aún. Al entrar, no veo a Aarón por ninguna parte. Germán tampoco ha llegado todavía. Camino hacia la barra con aire seguro. Claro, ahora que no hay nadie puedo hacerlo.
—¡Eh, guapa! ¿Qué haces por aquí? —me pregunta Sofía, una de las camareras.
—Un asunto de trabajo —digo alzando la voz para que me oiga por encima de la música.
Le pido una cerveza y me la llevo hasta una de las mesas del fondo. Me la bebo de varios tragos y hago un gesto a Sofía para que me traiga otra. Miro el reloj: se está retrasando. A lo mejor no viene. Sería lo mejor, ¿no?
Estoy terminándome la segunda cerveza cuando noto una presencia a mi espalda. Voy a volverme, pero se inclina hacia delante y su pelo me roza la nuca. El corazón sale disparado sin control alguno. No puedo moverme, no puedo reaccionar.
—Qué bien que hayas venido —me dice cerca del oído.
Y entonces reacciono. Me doy la vuelta y lo miro con cara de pocos amigos.
Sí, definitivamente es hora de enfrentarme al fantasma que tanto me ha asustado.