33
Un año después
Estoy tecleando como una loca. He empezado a escribir mi tercera novela y me hallo en una especie de ataque de musas. Mi madre está en la cocina, preparándome la comida. Últimamente se pasa mucho por aquí porque dice que, entre unas cosas y otras, no estoy comiendo nada. Es normal que esté nerviosa: debo mantener un nivel en mis escritos y tengo miedo de no satisfacer las expectativas de mis lectoras y lectores.
La primera novela llegó a la sexta edición. Fue un éxito. Pero todos esperamos que la segunda, que se publicará dentro de unos meses, la supere. De momento, los derechos se han vendido a varios países. Cada día me meto en Facebook para saludar a cuantos me siguen, y para darles las gracias por mantener mi sueño y por hacerlo más grande cada día. Aún no me creo lo que está pasándome.
Hace dos meses dejé la oficina. Me organizaron una gran fiesta de despedida y mi jefe me hizo llorar alabando mi trabajo y rogándome que volviese algún día. Me habría encantado continuar con ellos, pero no podía mantener el trajín, así que tuve que tomar una decisión, y creo que ha sido la correcta.
Dania me llama casi a diario. Me cuenta chismorreos de la oficina. Me dice que la nueva correctora es un poco patosa, que el jefe la regaña mucho porque se pasa por alto errores que cualquiera vería. Ésa «cualquiera» soy yo, lo sé. También me explica los avances con su nueva relación. Llevan medio año juntos y en verdad es sorprendente. Pero está emocionadísima e incluso habla de boda.
Aarón y yo quedamos todos los fines de semana y tomamos una cerveza. Desde hace mucho no le pregunto por Héctor. He conseguido habituarme a mi vida. En realidad, he logrado sobrevivir y con eso me basta. Quiero continuar observando el presente, y no el pasado. He aprendido de mis errores y me he hecho mucho más fuerte.
La única que apenas me habla es Ana. Desde que supo que Germán y yo habíamos vuelto y que íbamos en serio, está enfadada. Se casó hace unos meses; fue una boda sencilla en el juzgado, y me sorprendió muchísimo puesto que mi hermana siempre había deseado una por todo lo alto… Pero parece que todos hemos cambiado. Acudí, por supuesto acudí, y a pesar de que lo hice sin Germán, Ana se mostró fría conmigo. Eso me puso muy triste, pero mi madre no deja de insistir en que se le pasará pronto. Es precisamente mi madre quien me cuenta sobre su vida, quien me ha explicado que Félix y Ana están buscando un bebé. Me alegro tanto por ellos… Aunque desearía tenerla a mi lado, apoyándome en estos complicados momentos.
Puedo decir que, en cierto modo, Germán está haciéndome feliz. Feliz a mi manera, porque no estoy segura de poder serlo del todo. Pero, al menos, he vuelto a sonreír, a arreglarme, a redescubrir los colores y a ser yo misma… o casi. Cuando hacemos el amor nunca consigo llegar al orgasmo, y es algo que me frustra. Intenta por todos los medios que goce, pero no hay explosiones, no hay estallidos de luz, no hay vibración. Aun así, he aprendido a quererlo otra vez. Y el tiempo hará el resto.
—¡Mel, no encuentro el tomate! —grita mi madre desde la cocina.
—Será que no hay —respondo, poniendo el punto final a otro capítulo.
—Pues entonces tendré que bajar a comprar, porque si no, no sé con qué voy a hacer los macarrones… —Se asoma al despacho.
Minutos después, oigo la puerta. El silencio regresa al piso. Germán no volverá hasta la tarde, pues, desde que mi novela fue un éxito, la editorial tiene más trabajo que de costumbre recibiendo manuscritos. Y eso es mucho, porque antes ya era de las mejores, pero la editora jefe ahora está que lo da todo. Me recuesto en la silla giratoria, alzando los brazos por encima de la cabeza, y me estiro. Dejo que los agradables rayos de sol incidan en mi cara. Hacía tanto que no los notaba que, cada vez que lo hago ahora, sonrío.
Me coloco de nuevo en posición para continuar escribiendo. Y entonces el pitido del correo me avisa de que ha llegado uno nuevo. Al abrir la página, el corazón me da un vuelco. El remitente no es otro que hectorplm@love.com. Las manos me tiemblan cuando paso el ratón por encima de su nombre. No debería abrirlo. No tengo que hacerlo. Hace tanto que no nos vemos… Más de un año es mucho. Más de doce meses es toda una vida. Pero al final caigo. Abro el mensaje con el estómago ardiendo.
De: hectorplm@love.com
Asunto: Tú
Hola, Melissa:
¿Cómo te va todo? Creo que muy bien, a juzgar por las noticias que me llegan de ti. Te veo cada día en el escaparate de una librería por la que paso para ir al trabajo. Has conseguido ser una autora reconocida y me alegro mucho por ti. Yo continúo con lo mío, dirigiendo, que es lo único que se me da bien. Al final conseguimos cerrar aquel trato, ¿lo recuerdas? La revista escaló muchos peldaños y ahora tenemos presencia en más países.
He leído que este año sacarás una segunda novela. Me imagino que será aún mejor que la primera, y que habrás madurado como escritora. Supongo que también lo habrás hecho como persona. Por eso, hay algo que no entiendo.
Te he leído en algunas entrevistas. Te he visto en fotos, sonriendo. En alguna, salías con él. Así que estuve dando la lata a Aarón y, al final, tuvo que confesar. Me contó que, dentro de unas semanas, vas a casarte. Y lo que más me sorprendió es que lo hagas con él. No te comprendo, Melissa, de verdad. ¿No te hizo tanto daño? ¿Cómo has podido perdonarlo? Me dijiste, más de una vez, que no sentías nada por él. Supongo que mis sospechas fueron acertadas y que continuabas reteniéndolo en tu corazón. Y yo, ¿dónde he quedado?
No te escribo este correo para pedirte nada. No voy a rogar por tu perdón. Ambos nos equivocamos, cometimos errores, y el destino nos llevó por caminos separados. Aquella noche que nos vimos en el Dreams estuve a punto de salir a buscarte. Pero no quería hacerte más daño, aún no había superado nada. Había vuelto a tomar más pastillas. Por eso, esa noche pensé que era demasiado tarde para traerte a mi lado.
Quería enviarte un correo en el que iba a felicitarte por tu inminente boda. Sencillamente, no puedo. Me alegro de que estés intentando ser feliz, y te juro que me parecería bien si te casaras con otro hombre. Pero no con él. No te diré que te hará daño, porque confío en que no será así. Tus sonrisas en las fotos demuestran que estás bien y que, de algún modo, él lo ha conseguido. Muchos días pienso que debería haber sido yo quien te dibujara esa sonrisa, pero, ya ves, se fue todo a la mierda. Puede que fuese yo el que lo echase a perder, ya no estoy seguro de nada.
Estoy tan rabioso… No estoy enfadado contigo, sino con el mundo en general. Bueno, en realidad no lo sé. Puede que sí lo esté, que esté furioso contigo, con tu ex, que va a convertirse en tu marido, y conmigo mismo por haber sido un puto gilipollas. ¿Qué coño hago ahora conmigo?
Siento este correo. Sé que no debería enviártelo, pero mis dedos se han empeñado.
Sé feliz, Melissa. Te he querido tanto que es lo que más deseo, aunque sea con él.
Héctor
P. D.: No he tomado más pastillas de esas que no debo desde hace más de cinco meses. Todo un logro, ¿no?
Me pilla totalmente desprevenida. Y cuando quiero darme cuenta, estoy llorando. Llevaba sin hacerlo meses y, ahora, me deshago otra vez. ¿Cómo se atreve a escribirme algo así, después de tanto tiempo, tras haberme dado una patada? ¿Cómo se atreve a decirme que está enfadado porque he decidido continuar con mi vida?
Me levanto y doy vueltas por la habitación. Confundida, enojada, con esa sensación de horrible vacío en el pecho. No voy a contestarle. Borraré el correo y, sí, continuaré con mi vida. Me lo merezco. No puedo con esto. No cuando estoy volviendo a ser yo.
En ese momento mi madre regresa del supermercado. Corro al cuarto de baño, me refresco los ojos y trato de poner mi mejor cara. Pero, como me ha parido, me conoce perfectamente y se da cuenta de que me pasa algo.
—¿Estás bien, cariño? —me pregunta mientras me sirve un plato de macarrones.
—Estoy un poco estresada —miento.
—Es normal. Con todo esto de la novela y de la boda, no sé cómo aún no has caído mala.
Al principio a ella también le disgustó mi decisión de casarme con Germán. Pasaron las semanas y los meses, y se hizo a la idea. Y lo cierto es que él ha puesto todas sus ganas en camelársela, y lo ha conseguido. No tanto con mi padre, pero como él sólo quiere verme feliz, lo acepta.
—Pero no te preocupes, que ya está todo solucionado. Tu suegra y yo nos hemos encargado de que todo esté perfecto. No tienes que preocuparte por nada, sólo disfrutar de estas semanas que quedan y, por supuesto, brillar en tu día.
Me acaricia la mejilla. Le beso la mano.
—¿Sabes si Ana vendrá o qué?
—Tú tranquila, que lo hará. Es tu hermana y te quiere. ¿Cómo no va a acompañarte en el día más importante de tu vida?
En realidad, no sé si lo es. Estoy contenta y tengo ilusión, pero no es como esperaba. Y ahora que he recibido ese correo, el temor está volviendo a inundarme. Cuando mi madre se marcha y me quedo sola, releo las palabras de Héctor y lloro otra vez. Soy gilipollas, de verdad que lo soy.
Germán regresa con una rosa. Me la entrega junto con un apasionado beso. Por la noche hacemos el amor, pero, como de costumbre, no siento nada. No hasta que empiezo a pensar en Héctor, en su manera de tocarme y mirarme, en sus susurros calientes que me hacían vibrar. Y, por primera vez en tanto tiempo, me corro. Aunque lo hago de manera callada y tímida.
Al día siguiente Germán me acompaña a probarme el vestido de novia para que realicen los últimos retoques. Me observa con ojos brillantes y una ancha sonrisa. Me hace dar una vuelta.
—Sin duda, la mujer más hermosa del universo. Y eres mía.
Me estrecha y me besa delante de la dependienta, que sonríe embobada, como si nuestra historia fuese la mejor. Si ella supiera…
Las semanas pasan. Me he obligado a olvidar el correo de Héctor. Es más, lo borré para no leerlo más porque sabía que podía caer en cualquier momento.
Por las noches pienso en él… Me duermo con sus ojos en mi cabeza y consigo tener plácidos sueños. Me despierto abrazada a Germán y me digo que todo está en su orden, tal como tiene que suceder.