16
El lunes, nada más abrir los correos, me topo con un montón de trabajo para la semana. Suspiro. Quería avanzar con la siguiente novela, pero imagino que no podrá ser. Es que cuando tengo un ratito libre, sin que nadie se entere, aprovecho para retocarla. Por suerte, las revisiones de la primera las envié a Germán ayer, y espero que ya no tenga que revisar nada más y que pueda mantenerme alejada de él.
Me preparo las correcciones para cada día, dando prioridad a las que tengo que entregar antes, a pesar de que son las más tediosas. A media mañana, cuando ya estoy muriéndome de ganas de ir a por un café y una ensaimada, me suena el móvil. Es Ana. ¿Se le habrá pasado el mosqueo?
—Hola, guapa —saludo, intentando poner mi mejor voz.
—Mel, ¿cómo estás? —Suena ansiosa—. Aarón me contó el sábado lo que pasó con Héctor, pero no he querido molestaros.
—Estoy bien y él se encuentra mejor. Hoy ha ido al trabajo como de costumbre. Sólo fue una borrachera —miento.
—No es eso lo que Aarón me explicó.
Me quedo callada. En realidad, no sé qué decirle. He de reconocer que el resto del fin de semana fue raro. El sábado lo pasamos en el sofá la mayor parte del día porque Héctor no se encontraba bien. Me propuso ir a cenar, pero me negué. Prefería estar a solas con él, en casa, disfrutando de esas horas que últimamente nos faltan. Vimos varias películas, pedimos comida china y por la noche hicimos el amor. Sin embargo, su tacto y sus besos me parecieron distintos: unas veces, indecisos; otras, rabiosos. Sentí que, a pesar de todo lo que me había dicho, no se había librado de los fantasmas. Tardé en dormirme, rezando para que pronto pasase el bache. El domingo nos levantamos tarde, salimos juntos a correr y después estuve repasando la novela mientras él adelantaba trabajo.
Y no hablamos más sobre lo ocurrido. Puede decirse que hemos corrido un tupido velo. No sé hasta qué punto es la solución.
—Mel, ¿estás ahí? —La insistente voz de mi hermana.
—Sí. Es que estoy corrigiendo.
—Te dije que no era bueno quedar con él.
Chasqueo la lengua. Me froto la frente, empezando a notar un leve dolor que puede transformarse en una jaqueca.
—¿Me has llamado para echarme un sermón? Porque es lo que menos necesito ahora, la verdad.
—Sólo quiero que Héctor y tú estéis bien —se queja.
—Y yo que tú lo estés con Félix, pero no me haces caso.
—Aarón y yo no hemos tenido nada, si es lo que te preocupa. Sigo enamorada de Félix, pero no es tan fácil como crees.
Bueno, por lo menos algo continúa igual que antes. Y realmente tengo la esperanza de que la historia entre Félix y ella acabe bien, porque no soy capaz de imaginarlos separados.
—¿Quieres que quedemos para comer? Puedo salir un rato antes.
—¿Seguro?
—Sí, no te preocupes. A la una y media más o menos me tienes ahí.
Nos despedimos y colgamos. Termino la corrección de la mañana y se la envío al editor de contenidos junto con una copia para la maquetadora. El móvil vibra en la mesa en ese momento.
Tengo una sorpresa para este finde. Pero no la sabrás hasta el viernes ;)
Sonrío. Al parecer, Héctor está intentando que nos vaya bien. Me he dado cuenta de que siento mucho más por él de lo que pensaba, así que tampoco necesito demasiado para que me alegre. Con estar como en los primeros meses, perfecto. Sólo quiero que me mire con la misma ternura que antes.
¿Qué será, será? ¿Un nuevo patito?
Me echo a reír sola ante mi ocurrencia. A los pocos segundos, contesta.
No necesito eso para hacerte vibrar.
Vaya, ¡ha vuelto el señor engreído!
Nunca se había ido, nena ;) Pero dime, ¿no es verdad? Yo vibro con tan sólo el roce de tus manos. ¿Tú no?
Por supuesto que sí.
En ese momento llaman a la puerta. Tecleo con rapidez para despedirme.
Llaman. Nos vemos por la noche, cariño. No trabajes mucho.
—¡Adelante!
Dania pasa trastabillando. La miro, confundida.
—¿Desde cuándo llamas tú a la puerta? —le pregunto con una sonrisa en la cara.
Se acerca al escritorio sin decir nada, con cara de sorpresa.
—¿Qué pasa?
—Ahí fuera, en recepción, hay un maromo esperándote.
—¿Cómo que un maromo? —Me levanto de golpe.
—No ha dicho quién es, pero me parece que se trata de tu ex.
La miro asustada. Se encoge de hombros, mordiéndose un labio, mientras me dirijo corriendo hacia la puerta. La abro de golpe y me asomo al pasillo. Por suerte, todos están trabajando. Me vuelvo, y Dania me hace un gesto con la mano para que eche hacia delante. Cojo aire. Como de verdad sea Germán, voy a matarlo. Camino por la oficina con la cabeza bien alta, buscándolo con la mirada.
Y allí, inclinado sobre el mostrador de recepción, está él. Sí, es él. Y está sonriendo a Fabi, la recepcionista. Parecen estar charlando de un tema muy interesante. A cada paso que doy, me siento más enfadada. Alza la vista cuando estoy a pocos metros y me saluda con la mano y con esa sonrisa arrebatadora que me obliga a detenerme en seco.
—Mel, no he querido llamarte al despacho por si estabas muy ocupada y Dania me ha dicho que se encargaba de avisarte —me informa Fabi, un poco nerviosa.
Asiento con la cabeza, sin prestarle apenas atención, y luego clavo la vista en Germán. Hoy lleva puestos unos pantalones negros que se adaptan a la perfección a sus piernas musculosas. ¿Perdonaaa? Mel, por favor, céntrate para lo que has venido a hacer.
—Hola, Meli. ¿Cómo estás?
—Ven.
Paso por delante de él y me dirijo a los ascensores. A la derecha hay un hueco con ventana donde antes la gente se ponía a fumar. Ahora sirve para tomarnos cafés y cotillear. Espero que no haya nadie en este momento. Por suerte, está vacío. Freno de golpe y me vuelvo hacia Germán, quien me observa con curiosidad. Por favor, ¡que borre esa sonrisa! Me distrae con esos dientes tan blancos.
—¿Puede saberse qué haces aquí? —pregunto bajito para que nadie se entere de lo que hablamos.
—He venido para decirte que la novela ya está en maquetación. Paula ha quedado muy satisfecha con los cambios. Seguramente la segunda semana de marzo se enviará a las librerías. —Ensancha la sonrisa.
—¿Y eso no podías decírmelo por correo o por teléfono? —Cruzo los brazos, un tanto enfadada.
—Prefería hacerlo en persona. —Me tiende una bolsita roja de esas que se utilizan para regalo. La miro con la ceja enarcada. La mueve ante mí con insistencia hasta que la cojo—. Y también quería disculparme por lo del viernes.
—Déjalo. Yo ya lo he olvidado.
Se fija en que no toco la bolsa. Me la señala, un poco serio.
—¿No vas a abrirlo?
Lo miro de mal humor. Saco una caja envuelta en papel de regalo. Lo desgarro y aparecen mis bombones preferidos: Ferrero Rocher. Alzo la mirada y la poso en él. ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué me trae un regalo? Chocolate con el que, de vez en cuando, me obsequiaba. Miro la cajita fijamente, sin poder decir palabra alguna.
—Como te gustan tanto… Para que te endulces un poco.
—Gracias —musito con sequedad al tiempo que meto los bombones en la bolsa—. Pero no hacía falta.
—Es sólo un detalle de disculpa.
—Muy bien, pues ya está. Vuelvo al despacho. Nos vemos, Germán. —Me dispongo a irme, pero no me permite pasar. Me coge del brazo. Lo muevo bruscamente para que me suelte—. ¿Qué coño te pasa?
—Fíjate, pero si ha vuelto la Meli maleducada… —Se echa a reír.
—¿Cómo esperas que te hable? Vienes a mi trabajo de improviso y me traes una caja de bombones. ¿Para qué? ¿Qué es lo que quieres?
—Que comamos juntos.
Su respuesta me deja patidifusa. Niego con la cabeza, con la boca abierta. Suelto una carcajada como si estuviese loca.
—Por supuesto que no.
—¿Por qué no?
—He quedado.
—¿Con tu pareja? —Me parece notar un leve resquicio de molestia en su tono.
No contesto. El móvil me vibra en el bolsillo del pantalón. Lo saco y descubro una llamada perdida de mi hermana. ¡Uf, si ya es la hora a la que habíamos quedado!
—Tienes que irte.
Pulso el botón del ascensor un par de veces.
—¿Y eso por qué?
—Mi hermana viene hacia aquí y me niego a que te encuentres con ella.
—Pues me apetece saludarla.
—¡Germán, por favor! No me jodas más.
—¿De verdad crees que te estoy jodiendo? —Parece ofendido.
—¡Pues sí! Ana no puede ni verte, está molesta conmigo porque he quedado contigo varias veces. Así que, por favor, vete y ya hablaremos sobre la novela cuando tengamos que hacerlo.
—¿No quieres quedar conmigo por él? —pregunta de repente.
Abro la boca, sin soltar palabra alguna. Me río de forma sarcástica. Al fin, el ascensor se abre. Se lo señalo.
—Lo siento, Germán. Lo que ocurre simplemente es que no me apetece comer contigo.
Arquea una ceja. Esta vez se le ha borrado la sonrisa por completo. Pues bien, que se enfade. No voy a preocuparme por eso ya que no es nadie en mi vida. Entra en el ascensor sin apartar los ojos de mí.
—Gracias por los bombones —digo cuando la puerta se está cerrando.
No contesta. Se limita a mirarme de un modo que casi me preocupa. La puerta se cierra por completo y suspiro, aliviada. Esto tiene que ser una pesadilla. ¿Es que los ex son así de tocapelotas? De camino al despacho mando un whatsapp a mi hermana avisándola de que estoy a punto de terminar. Dania me espera en la puerta.
—¿Y bien? —pregunta casi ansiosa.
—Sin comentarios.
—Pero ¡tienes que contarme qué quería!
—¡Nada, Dania! Sólo informarme sobre la novela.
—¿Y qué es eso que llevas ahí? ¿Te ha traído un regalo? —Señala la bolsa.
—Sólo son bombones.
—Joder, tía, que éste se ha propuesto recuperarte y no sabe cómo.
—¡No digas tonterías! —exclamo dándole con la puerta en las narices.
Apago el ordenador, cojo la chaqueta y, antes de salir, también cojo aire.
La gente se está volviendo loca, si no, no entiendo nada. Y tampoco encuentro explicación a lo que Dania ha dicho. ¿Que Germán se ha propuesto recuperarme? Eso no tiene ningún sentido, ya que no sentimos nada el uno por el otro, cada cual tiene su vida y el tiempo ha borrado la pasión que alguna vez nos dominó. Lo único que siento por él es algo parecido al cariño. Realmente no querría, pero me he dado cuenta de que no puedo evitarlo y me da rabia. Me gustaría continuar enfadada como antes. Pero noto un vacío extraño cada vez que lo veo. Eso sí, cuando no está cerca, yo tan tranquila.
Esperando el ascensor casi me da un chungo al imaginar que Germán aún puede estar ahí esperándome. Se abren las puertas y, al no verlo, suelto un suspiro de alivio. Mi hermana me hace otra llamada. ¡Impaciente! Nada más verla a través del cristal, un retortijón me atrapa las tripas. Uy, ¿por qué tiene esa cara de perro? ¿Por qué está mirándome así…?
—¡Hola! —saludo entre jadeos.
Ana se mantiene callada unos segundos, observándome con mucha atención, hasta que por fin habla y mis peores sospechas se confirman.
—Cuando estaba llegando, Germán salía de aquí. Ha cambiado, pero sin duda era él. —Espera a que diga algo, pero lo único que hago es mantenerme muda, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué hacía aquí, Mel? —Frunce las cejas.
—Me ha traído unas cosillas de la novela. —Me cuesta hablar sin tartamudear y, a pesar de mis esfuerzos, mi hermana ha notado el temblor en mi voz.
—¿Era necesario que viniera a tu trabajo?
—Ana, ya, por favor —le suplico.
Sacude la cabeza. Su coleta se menea de un lado a otro. No puedo evitar fijarme en que cada día está más radiante. Puede que esté ocultándole cosas, pero tampoco me fío de que ella esté siendo sincera conmigo respecto de lo de Aarón.
—¿Comemos en el chino? —pregunta. Vaya, menos mal que ha cambiado de tema.
Asiento, ansiosa. La tomo del brazo y nos encaminamos al restaurante. Me dice algo como que hace mucho que no prueba la comida china y que le va a engordar. Sin embargo, apenas le presto atención porque lo que hago es mirar de reojo a mi alrededor por si Germán aún está por aquí.
En el restaurante pedimos arroz, rollitos y pollo con limón. En cuestión de minutos tenemos sobre la mesa los platos humeantes. Los primeros bocados los pasamos calladas.
—Pues… —empieza cuando estamos con el segundo plato.
—Dime…
—Ayer hablé con Félix.
—¿En serio? —Se me ilumina el rostro.
—No te emociones, que no es lo que piensas. —Agacha la vista para echarse un poco de salsa en el arroz—. Hoy volvía de las vacaciones, así que era inevitable que nos encontráramos. Sólo hablamos sobre eso cinco minutos y ya está.
—Pero le cogiste el teléfono —musito con una sonrisita.
—Me apetecía oír su voz —continúa sin alzar la mirada. Aprecio que se pone rojísima.
—¿Y qué hay de malo en ello? —Doy unos golpecitos en la mesa para que levante la cara—. Entonces ¿os habéis visto en el trabajo?
Asiente. Me fijo en que está sonriendo un poquito.
—Nos hemos saludado, pero nada más. Parecía nervioso.
—Seguro que se siente fatal —apunto.
—Deja de defenderlo, Mel. —Ana suspira—. Sé que tengo que hablar con él. No puedo continuar huyendo, pero debo prepararme.
—Y yo estaré ahí para lo que quieras. Si necesitas algo, sabes que soy buena con las palabras. —Sonrío.
El resto de la comida lo pasamos hablando de trabajo y de nuestros padres. He de ir a verlos un día de éstos, que ya va siendo hora. Ana se pasa un fin de semana sí y otro también por su casa. Mi madre y ella están muy unidas.
De postre tomamos un flan. Estoy a punto de meterme la primera cucharada en la boca cuando Ana carraspea. La miro con la boca abierta.
—A pesar de lo que lo odio, tengo que reconocer que está guapo.
—¿Quién? ¿Félix? —pregunto confundida.
—Germán.
Su nombre, sin entender por qué, me provoca un cosquilleo en la piel. Hasta mi hermana se ha dado cuenta de que está mejor que antes. ¡Eso quiere decir que no estoy loca!
—Está más fuerte, ¿no? El tío se habrá puesto en forma para ver si liga con niñas. —Arruga la nariz en un gesto de asco.
—Ana —la reprendo, a pesar de que no debería. De alguna forma, me sabe mal que se meta con él.
—Su actitud también es distinta. No sé, estaba serio, pero parecía muy seguro de sí mismo —dice pensativa.
—Normal que estuviera serio, literalmente lo he echado de las oficinas.
Ana me observa con una sonrisa. Vamos, que la alegra un montón que lo haya tratado sin miramientos. Me termino el flan y llamo al camarero para pedirle un café con leche. Ana quiere un té. Mientras esperamos, juguetea con las miguitas que han caído en la mesa, pero no aparta la vista de mí.
—¿Qué? —pregunto con impaciencia.
—¿Quieres a Héctor?
La miro boquiabierta. Ladeo la cabeza con una sonrisita.
—Pues sí.
—Bueno, entonces vale. —Se encoge de hombros.
Nos traen el café y el té. Ana se pone sacarina y después ataca otra vez.
—¿Héctor sabe de tus nuevos encuentros con él?
—Sí —miento.
Esta vez lo hago sin dudar. Pero no, a él no le dije que no había cenado solamente con la editora sino también con Germán. Y mucho menos le confesé que habíamos bailado juntos.
—Vale.
—¿Qué pasa?
—El Germán que he visto hoy me ha recordado a aquel que conociste en el instituto, el que tenía una personalidad arrolladora y no se detenía ante nada ni nadie.
—Venga ya, Ana…
—Sabes que no me equivoco.
—¿Y qué? Puede ser el tío más guay del universo que, a mí, plim.
—¿Qué pensarías si hubiese vuelto a recuperar algo?
—¿A recuperar qué? —Me hago la tonta, aunque sé que me dirá lo mismo que Dania.
—¿Qué harías si quisiera intentarlo otra vez? —Va directa al meollo de la cuestión.
Doy un sorbo al café con leche. Me quemo la lengua de lo caliente que está. Ana espera mi respuesta.
—No haría nada. Seguiría con Héctor.
—¿Seguro? —Ana me interroga con la mirada.
—Claro que sí.
—Sabes lo enganchada que estuviste a ese hombre —insiste mi hermana.
—Tú lo has dicho: estuve. Pero ya no lo estoy, Ana. Y eso es lo que importa ahora —respondo con mala cara.
No agrega nada más. Se toma su té y pide la cuenta. Decido contarle que Héctor me ha preparado una sorpresa, para cambiar de tema. Ana sólo asiente y sonríe, a pesar de que sé que su mente no para de dar vueltas a lo que hemos estado hablando.
Y la verdad es que la mía tampoco cesa. Si Germán me pidiera otra oportunidad, no sabría qué hacer. No lo sabría por la sencilla razón de que siempre he pensado que jamás iba a volver. Pero ahora está aquí —muy cerca, a una hora en coche, y eso me provoca vértigo—, y me trae bombones —mis preferidos—, me invita a comer, baila conmigo como cuando éramos unos universitarios alocados e intenta besarme. ¿Son indicios de que quiere una segunda oportunidad?
Trato de convencerme de que no, que sólo está siendo amable porque tenemos que trabajar juntos y porque, en el fondo, sabe que se comportó mal.
Pero, de repente, noto en las entrañas un sentimiento raro. Creo que es… orgullo y un poco de envanecimiento mezclado con alegría.
Pensar que quiere recuperarme hace que sienta algo para lo que no estoy preparada.