18
Dania se lleva a la boca un trozo de lechuga y la mastica con una sonrisa sin dejar de mirarme. Remuevo la pasta de mi plato también con una risita tonta. Parezco una adolescente. Pero después del fin de semana que he pasado con Héctor, no puedo sentirme de otra forma. Todavía noto sus dedos recorriendo toda mi piel, sus labios besando cada rincón hasta tocar mi alma, sus suspiros, su voz penetrando en mi mente, su sexo explorándome, las palabras de amor que me dedicó.
Ya no puedo dudar más: todo va a ir bien.
—Así que follasteis mucho —dice Dania todo lo alto que puede.
Miro a la gente de alrededor. A una mesa que está muy cerca de la nuestra está sentada una pareja madura. La mujer nos observa con horror. Inclino la cabeza, como pidiendo disculpas. La señora pone mala cara y después se centra en lo que su marido le está diciendo.
—Pues sí, pero es lo normal.
—Qué va, ya quisiera yo. Llevo casi un mes sin nada. ¿Te parece normal? Vamos, que no puedo creer que a ti te la estén clavando más que a mí.
Otra vez la mujer que se vuelve. No, si al final nos llamarán la atención y se me caerá la cara de vergüenza. Regaño a Dania con la mirada.
—Pues gracias, oye. Pero ya iba siendo hora de que mi vida sexual fuese plena, que mira que me pasé tiempo con Ducky como único compañero.
—Tía, no digas «ya era hora», que desde el verano pasado estás que lo das todo. Y mírame… Al final, tendré que pedirte el pato.
—Pues no haber dejado a Aarón —la ataco.
Dania suelta un bufido y se cruza de brazos. Aprovecho que se ha callado para comerme mis macarrones, que se me van a quedar helados.
—Bueno, cuéntame un poco cómo fue, ¿no?
—Muy bonito —respondo con voz soñadora—. El lugar era precioso, la casa lujosa y la bañera no te digo nada. También hay una chimenea y una alfombra en el suelo, todo muy sensual. La verdad es que, a excepción del paseo que dimos el sábado por la noche, no hicimos mucho más. Estuvimos recuperando el tiempo perdido.
—Joder, qué bien… —suspira, luego pincha una rodaja de tomate, pero, antes de llevársela a la boca, dice—: ¿Habéis hablado sobre lo de…?
La freno con un dedo alzado. Lo muevo de un lado a otro ante su rostro. Arruga las cejas y se encoge de hombros. No, no y no. No le permito que mencione a ése para nada. Está lejos, muy lejos de mi mente. Ahora mismo sólo somos Héctor y yo y lo que sentimos el uno por el otro. Y me basta.
—Pues nada, a ver si me encuentro con un tío que me alegre las penas.
—Dania, cualquier tío puede alegrarte lo que tú quieras, pero quizá tu corazoncito está pidiéndote otra cosa.
—¿Crees acaso que no quiero enamorarme? —Se riza un mechón de fuego—. Lo que ocurre es que no encuentro a nadie realmente interesante.
—A mí Aarón me lo parece.
—No congeniamos.
—¿Y por qué se te ve celosa cuando tontea con otras tías?
No responde. Se pone a comer la ensalada con rabia. Me quedo satisfecha con su reacción. Miro la hora en el móvil. Aarón no tardará en llegar, ya que hemos quedado para que se tome un café con nosotras. A Dania no le hacía demasiada gracia, pero he conseguido convencerla. A mí me apetece mucho verlo y que charlemos un rato, que últimamente tenemos poco tiempo.
Estoy pensando en él cuando lo veo entrar por la puerta. Se acerca a nosotras con aire despreocupado y una sonrisa en el rostro. Primero da dos besos a Dania y después a mí uno bien grande en la mejilla, alzándome unos centímetros del suelo como a una niña. Se sienta en la silla libre.
—¿Qué tal va, pequeñas?
—Aquí, cotilleando del maravilloso finde que ha tenido nuestra amiga —dice Dania con retintín.
—¿Ah, sí? —Aarón se vuelve hacia mí con una sonrisa—. Ya me comentó algo Héctor. Le propuse que comprara unas esposas o algo más cañero, pero no le gustó la idea.
—No las necesitamos —respondo riéndome.
—Me alegro de que hayáis disfrutado. Él está mejor, ¿no?
—La verdad es que sí. —Dejo el plato vacío a un lado—. Se llevó las pastillas a la montaña y las tiró allí, al vacío.
Aarón sonríe, pensativo. No me da tiempo a preguntarle si sucede algo porque la camarera viene para tomar nota de los cafés. Los tres nos pedimos lo mismo: cortados.
—¿Sabes algo de mi hermana? —le pregunto en cuanto nos han traído los vasitos.
—Esta tarde ha quedado con Félix para hablar.
—¿Por qué no me ha dicho nada? —pregunto un tanto molesta, y Aarón se encoge de hombros.
—No sé, preferirá esperar.
—Ojalá solucionen todo de una vez. —Remuevo el café y le doy un sorbo. Me fijo en que Aarón está un poco serio. ¿Acaso se siente mal por lo de Ana? ¿Y si él…?—. ¿Estás bien? —le pregunto.
—Sí, claro. ¿Por…? —Parpadea.
—Ya sabes. Lo de Ana…
—No pasa nada, Mel. Tu hermana y yo somos amigos. Es una tía estupenda y me cae genial, la verdad, pero jamás pensé que pudiéramos llegar a tener algo.
Dania tiene la cabeza agachada, pero a pesar de todo puedo ver que esboza una sonrisita. Le doy una patada por debajo de la mesa. En silencio, se queja con la mirada.
—¿Mi hermana te gusta?
Poso una mano en la muñeca de Aarón. Me observa con curiosidad durante unos segundos. En sus ojos puedo advertir que sí, que algo siente por ella. Pobrecito, primero yo, luego Dania y ahora mi hermana. ¿Se puede tener peor suerte en el amor?
—Tiene que estar con Félix. Es así y no hay nada que hacer. Tampoco creo que yo sea el hombre indicado para ella.
—Pues al principio tenía mis dudas, ya lo sabes. —Ambos nos reímos. Dania se mantiene al margen, aunque escuchándonos atentamente—. Pero luego me di cuenta de que, en realidad, eres un hombre cariñoso y entregado. Hasta podrías ser un buen novio, ¡fíjate!
Aarón ríe con un brillo especial en los ojos. Se toma su cortado casi de un trago y luego suelta un suspiro. Me da una palmada en la pierna que me hace dar un brinco.
—Bueno, ¿cuándo nos vamos de fiesta? Que hace tiempo que no salimos.
—Podríamos este finde, a ver si encuentro algo… —interviene Dania.
La miramos con una sonrisa. No va a cambiar, la tía.
—No, éste Héctor y yo cenamos con mis padres, que si no se me ponen pesados.
—Podríamos salir tú y yo, Aarón —le dice Dania. Él la observa, aunque no contesta nada y eso a ella parece molestarle.
—Tal vez deberíamos dejarlo para el día en que tu libro esté en la calle. Y lo celebramos como se merece —propone Aarón.
—Sí, eso estaría bien —coincido con una sonrisa.
—Bueno, va siendo hora de que volvamos al trabajo. —Dania rebusca en su bolso y saca el monedero. Se levanta sin añadir nada más y va hacia la barra para pagar.
Aarón se vuelve y sigue con la mirada el movimiento de su estupendo trasero. Lo cojo de la barbilla.
—Oye, que estoy aquí. —Me río—. Se ha molestado porque no has querido ir de fiesta con ella.
—Es que no pintamos nada yendo los dos. Sería incómodo.
—A lo mejor acababais follando… —He bajado la voz para que la señora de al lado no me oiga.
—Creo que no. No repito con historias fracasadas, y lo sabes.
Dania se acerca a nosotros. Me levanto para ir a pagar lo mío, pero me recuerda que hoy le tocaba a ella invitar. Me inclino sobre Aarón y le planto dos besos y un abrazo.
—Héctor me ha dicho que mañana hay partido de baloncesto. ¿Vendrás a casa para verlo?
—No creo que pueda. Tengo que hacer unas entrevistas a unas chicas para el puesto que ha quedado vacante en el local.
—Bueno, pues si no terminas muy tarde y te apetece, pásate. —Me despido de él con la mano.
Me fijo en que Dania duda unos instantes si darle dos besos de despedida o no. Al final es él quien se levanta y toma la iniciativa. Durante unos segundos, parece contrariada. Ay, Señor, que hasta las mujeres como Dania acaban cayendo en las garras del amor. ¿Por qué no es capaz de reconocerlo? ¡Le puede el orgullo!
—Hoy estaba guapísimo —dice de camino al trabajo.
—Siempre lo está. ¡Lo que te has perdido, maja!
—Tú también.
—Yo no. Tengo a Héctor, recuerda.
—Las mosquitas muertas siempre se llevan lo mejor.
Nos echamos a reír. Me agarra del brazo y nos encaminamos al trabajo. Cuando doblamos la esquina diviso a un chico ante las puertas. El corazón se me acelera. ¿No me digas que Germán ha vuelto? Le dejé claro que no quería que se presentara aquí… Una vez que estamos a una distancia prudencial, descubro que no es él. Me regaño por ser tan tonta. El chico nos mira, en especial a Dania, y nos dedica una sonrisa. Ella deja caer las pestañas de una manera tan sexy que al chaval casi se le escapa de los dedos el cigarro que tiene en la mano.
—Es tan fácil dejarlos tontos… —suspira frente al ascensor.
—Será fácil para ti, guapa. Otras tenemos que currárnoslo más.
Antes de que las puertas se abran, Dania da media vuelta y se dirige a la salida.
—¡Oye! ¿Adónde vas? —pregunto.
—A darle mi número. A falta de pan, buenas son tortas.
Me echo a reír. Dania no hace distinciones: esta vez, un yogurín.
—¡Héctor! ¡Cariño! —Mi madre abre los brazos en ese gesto tan suyo.
Él la abraza y le da dos besos.
—¿Cómo estás?
—Bien, ¿y usted?
—Llevas ya un tiempecillo con mi hija, ¿cuándo vas a tutearme?
Él tan sólo sonríe, y a mi madre por poco se le cae la baba. Anda que… Mi padre se asoma y nos saluda con un gesto de la cabeza.
—Héctor, corre, ven. Están echando en Neox una peli de la Scarlett esa. La Jobenson o algo así.
—Johansson, papá —lo corrijo.
—Como sea. Pero ¡hay que ver lo guapa que es!
—Venga, puedes decirlo: que está buena —interviene mi madre.
Mi chico me suelta de la mano y se dirige al comedor para acompañar a mi padre. Yo voy con mi madre a la cocina, de la que sale un delicioso aroma. Está preparando pollo al horno con patatas asadas. La ayudo a sacar los platos y los vasos, y a poner en pequeños recipientes unas patatas fritas y un poco de jamón y de queso.
—¿Cómo marcha todo, cielo?
—Muy bien —respondo sinceramente—. Aunque estas semanas son las más difíciles para Héctor. Dentro de nada tendrá que cerrar un contrato importante.
—Seguro que lo consigue. Se nota que es inteligente —opina mi madre, inclinada ante el horno para ver si ya está cocinado.
Continúo colocando el jamón. Me llevo una loncha a la boca y descubro que mi madre está mirándome fijamente.
—¿Qué pasa?
—Estuve hablando con Ana…
—¿Te ha explicado algo sobre Félix y ella?
—No, no es nada de eso. Aunque quiera Dios que lo solucionen… —Se queda callada unos instantes y luego dice, para mi sorpresa—: Me ha contado que Germán está por aquí.
—Ah, es eso —contesto de mala gana.
—Pero ¿tú estás bien? —Se acerca a mí con un trapo en la mano.
—Pues claro que estoy bien. No sé por qué os empeñáis en preocuparos por mí. —Guardo el resto del jamón en la nevera—. Sólo he quedado con él porque es mi editor. Punto.
—No sé si quedar con él es bueno para ti…
—¡Mamá, basta ya! Soy mayorcita, sé lo que hago. No quiero hablar más de ese tema.
Cojo los platos y salgo de la cocina. Los dejo en la mesa del comedor. Mi padre está contando a saber qué a Héctor, aunque seguro que guarda relación con Scarlett porque no deja de mirar hacia la pantalla. Me acerco a él y le doy un beso en su calva.
—Ni has saludado a tu niña. ¿Es que quieres más a esa que a mí?
Papá alza la vista y me sonríe. Si es que es como un niño pequeño. Me coge la mano y posa en ella un beso.
—Por nada del mundo. Además de que mi niña es mucho más preciosa. —Se vuelve hacia Héctor—. ¿Verdad que sí?
—Por supuesto. —Mi novio me sonríe y le guiño un ojo.
Después regreso a la cocina, donde mi madre está sacando el pollo del horno. Lo sirve en cuatro platos y añade una patata asada para cada uno. Sé que está preocupada, pero, por suerte, no toca más el tema de Germán. La ayudo con todo y regresamos al comedor. Nos sentamos a la mesa, aún con la tele puesta.
—Bueno, Héctor, ¿y qué tal llevas el trabajo? —le pregunta mi padre.
—Bien. Un poco estresante, pero ahí vamos. Se hace lo que se puede.
—Pues sí. Cuando yo trabajaba, siempre trataba de dar lo mejor de mí. Y creo que tú también eres un hombre que se esfuerza en lo suyo.
Mi padre siempre ha hecho de todo. Nunca estuvo sin empleo, y le daba igual hacer lo que fuera con tal de traer dinero para la familia. Mi madre aún trabaja limpiando en escuelas e institutos. Es un poco pesado, pero le gusta.
—¿Cómo va la convivencia? —quiere saber.
—La verdad es que muy bien —respondo.
Me hago con un trozo de jamón del plato. Se lo paso a Héctor para que coja. Me da las gracias con un gesto de la cabeza.
—Me habría gustado que Ana viniera, pero tenía cena con algunos compañeros de la notaría —nos informa mi madre.
—Espero que me llame pronto para ver cómo ha quedado con Félix —murmuro.
—Pues si es verdad que la ha engañado con otra, más vale que lo mande a la mierda —opina mi padre, que es muy pasional.
—Manuel, por favor —lo regaña mi madre—. Ese hombre es respetuoso y quiere un montón a Ana. Que se lo explique todo y veremos después.
—Lo que no puede permitirse es que un hombre engañe a una mujer o viceversa —continúa papá. Da unos golpecitos a Héctor en el brazo, y él lo mira con una sonrisa—. ¿No tengo razón?
—Claro que sí. El respeto es la clave en una pareja.
Posa su mirada en la mía. Me parece advertir en ella un atisbo de reproche. Agacho la vista y me concentro en el pollo. ¿A qué ha venido eso? Quizá he pensado mal, pero juro que ha sido raro…
—Cuando salía con tu suegra… —dice mi padre, y casi doy un brinco al oír esa palabra; Héctor, sin embargo, se mantiene tranquilo—, había otra chavala que me iba detrás. Pero vamos, yo bebía los vientos por esta mujer que ahora está aquí conmigo…
Me pierdo en mi mundo. Observo a Héctor: el cariño y el respeto con los que trata a mis padres, cómo les contesta a todo con ganas, les sonríe y charla con ellos. Aun así, me fijo en que tiene mala cara. Supongo que esta semana también ha trabajado mucho, se nota en sus ojeras y en los rastros de fatiga de su rostro.
Mientras tomamos el postre el pitido del whatsapp me alerta. Me disculpo y me levanto para ir en busca del bolso. Saco el móvil, pensando en que serán Aarón, Dania o Ana, pero al abrir la aplicación me encuentro con un mensaje de Germán. Bueno, por lo menos no me llama o va a buscarme.
Hey, guapa. ¿Qué tal? Me gustaría que me dieras la dirección a la que quieres que envíe tus ejemplares de cortesía.
Casi se me cae el móvil al suelo. ¡Oh, Dios…! ¿No me digas que ya los tienen? Escribo la respuesta con dedos temblorosos.
¿Ya están? ¡Qué rápido!
De inmediato me llega su mensaje.
No, los recibimos pronto. Pero quería ponerte sobre aviso ;)
Me parece oír voces que se acercan. Miro por encima del hombro, un poco inquieta. Héctor todavía está en el comedor charlando con mi padre. No es que esté haciendo nada malo, pero, no sé por qué, no me apetece que se entere de esto.
Envíamelos al trabajo. Ya tienes la dirección.
Me guardo el móvil en el bolsillo. Antes de dar un paso, pita otra vez. Lo saco y lo pongo en modo vibración y luego leo la respuesta de Germán.
Preferiría dártelos yo en mano… Me encantaría ver tu cara al sostenerlos y tocar sus páginas. Seguro que es como cuando te comprabas algún libro viejo y lo olías. Era una escena bonita. ¡En fin! Pasa un buen fin de semana.
Mierda. Ya estamos otra vez con desempolvar recuerdos del pasado. Pero no siento nada. No me importa lo más mínimo. Borro la conversación y regreso al comedor. Ellos ya han acabado su postre, así que termino el mío a toda prisa un poco incómoda. Héctor se percata y me interroga con la mirada. Le indico con un gesto que no pasa nada.
Nos quedamos un rato más con mis padres, hasta que empieza a entrarnos sueño. Aún tenemos que conducir una media hora, y Héctor está cansado, así que nos despedimos con un montón de besos por parte de mi madre y de palmaditas por la de mi padre.
—Di a Ana que me llame —pido a mi madre.
La noche es fresca cuando salimos y nos dirigimos al coche. Héctor no abre la boca y me siento un poco rara, como temerosa de lo que pueda decir. Cuando llegamos al Focus me sonríe y suspiro aliviada. De camino a casa soltamos un par de comentarios acerca de la cena, pero nada más.
—¿Te ocurre algo? —le pregunto, preocupada.
—Cansancio —es su única respuesta.
Decido no indagar. Apoyo mi mano sobre la suya y así pasamos el resto del trayecto. Nada más entrar en el apartamento me deshago de la chaqueta, del bolso y de los zapatos a toda velocidad. Estoy muerta; no veo el momento de echarme sobre la cama, aunque también me apetecen unos mimitos de Héctor. Estoy dirigiéndome al dormitorio cuando me fijo en que toma otro camino: el de su despacho.
—¿Qué vas a hacer?
—Trabajar un poco.
—¿A estas horas? Pensaba que podríamos estar juntitos en la cama… —Pongo morritos.
—Sabes que esto es importante, Melissa.
Suelto un suspiro y asiento con la cabeza. Me marcho sola al dormitorio y me cambio. Qué a gusto con el pijama calentito… Me cepillo los dientes y me desmaquillo. Antes de acostarme paso por el despacho para darle un beso de buenas noches. Sin embargo, el suyo no es dulce, ni apasionado. Es rápido y neutro. Me quedo observándolo con curiosidad.
—¿Va todo bien, Héctor?
—Estoy estresado. En serio, no te preocupes. Acuéstate y descansa. —Se frota los ojos.
Pero su voz, aunque ha intentado que fuese serena, ha sonado enfadada y dura. Y regreso a la habitación con esa sensación de intranquilidad que tan bien conozco.
Doy vueltas en la cama. Y más vueltas. Desvelada totalmente.
Héctor acude a las tantas de la madrugada y cuando se acuesta lo hace lo más alejado posible de mí.