32
LILY sentía los hombros doloridos por la tensión. Miraba fijamente el teléfono inalámbrico que Manita tenía en la mano. Tía Maude se puso de pie, impaciente. Mana se inclinó hacia delante, en actitud alerta.
—¿Quieres que llame? —preguntó Maude.
Manita sacudió la cabeza. Con aire derrotado, marcó el número y, despacio, se llevó el teléfono al oído.
—¿Bertie? Soy Manita. Bertie, ¿sabes si el alguacil ha recibido alguna llamada de Hopewell Estes esta noche? —Manita guardó silencio. Tenía la frente fruncida, por la agitación y el temor—. Gracias, Bertie —susurró, y dejó caer el teléfono al suelo—. Hopewell no ha llamado al alguacil.
Lily suspiró profundamente. Se sentía abatida por lo inevitable. No había modo de esquivarlo.
—Iré a buscar a Joe —anunció, y salió.
Cuando llegó a la calle, Maude y Manita la alcanzaron.
Lily abrió de un golpe la puerta del camión. Manita la asió de un brazo.
—Esperemos. Tal vez Hopewell no se haya decidido todavía. Oh, ese tonto, ese querido tonto…
—No te atrevas a ir —la conminó Maude, mientras interponía su considerable contorno entre Lily y el vehículo—. Volveremos a llamar al alguacil y haremos que se encargue de todo.
—Llámalo tú —le respondió Lily—. Pero yo no puedo quedarme aquí sin hacer nada.
Maude clavó en ella una mirada severa.
—Estás evitando lo que no quieres hacer. Debes ir a ver a Artemas y decirle lo de su hermano. Saldrá a la luz tarde o temprano, Lily. No permitas que se entere por otra persona.
Lily dejó escapar un grito de furia y desesperación.
—No puedo darme por vencida. No voy a echar a la basura todo lo que Artemas ama, por las dudas de que no se pueda evitar que Joe Estes hable.
Manita tironeó con violencia del brazo de Lily.
—¡No puedes razonar con Joe! Y tampoco tienes con qué sobornarlo.
—Sí tengo. —Lily extendió la mano izquierda, abierta. Los diamantes y zafiros del magnífico anillo de la abuela Colebrook relucían a la luz de una lámpara de la calle. Con los dientes apretados, agregó suavemente—: Si esto es suficiente para hacer que se calle y que se vaya del pueblo, se lo daré sin pensarlo dos veces.
Maude preguntó, con tono sombrío:
—¿Y si no es suficiente?
Lily sostuvo la mirada de su tía.
—Lo sea o no, voy a detener a Joe.
El resplandor de las luces delanteras de un vehículo las paralizó. Manita se resguardó los ojos con una mano y exclamó:
—¡Es el camión de Hopewell! ¡Es él! ¡Gracias a Dios!
Salió corriendo hacia el camión, mientras el vehículo se detenía. Pero cuando Manita apoyó las manos en la manilla, la puerta se abrió de un golpe, y estuvo a punto de hacerla caer al suelo.
Joe bajó de un salto y la tomó con violencia de un brazo. Lily fue como un rayo hacia la cabina de su camión y empujó el asiento hacia delante. Tenía las manos sobre la escopeta cuando Joe gritó:
—¡La mataré! ¡Sal de ese camión, o le volaré esos malditos sesos!
Lily se detuvo, con los dedos sobre el arma.
Joe tenía la boca de una pistola bajo la oreja de Manita. Miró a Mana, que estaba en el pórtico, y vociferó:
—¡Usted también quédese quieta, vieja! —Su mirada asesina volvió a Lily y a Maude—. Necesito un poco de ayuda con algo que debo hacer. Parece que tendré más de la que esperaba. No dejaré a ninguna de ustedes para que llamen y alerten a todo el mundo. —Señaló su camión con la cabeza—. Vamos. Todas. Lo digo en serio. Apretaré el gatillo. Vamos.
Lily pasó despacio junto a tía Maude.
—Iré contigo. No necesitas a las demás.
—Diablos, sí que las necesito. Tú siempre fuiste loca. Si fuéramos solos, no te importaría hacer que chocáramos contra un árbol. —Arrastró a Manita hacia el camión de su padre—. Entre. —La hizo subir de un empujón, sin dejar de apuntarle—. Vamos, Lily. Maldición. Ustedes dos, atrás.
—¿Dónde está tu padre? —preguntó Lily.
Los ojos de Joe brillaron, sin remordimiento.
—No me hables de mi viejo, ladrona. Le hiciste pensar que eras más importante para él que yo. Recibió lo que merecía. Esta noche todos recibirán lo que merecen.
Hopewell estacionó su viejo Chevy junto al bordillo, frente a la casa de Maude. Avanzó tambaleante por las habitaciones vacías, desorientado, con la cabeza dolorida y un olor a sangre seca que salía de sus labios; tenía la vista nublada. No dejaba de intentar recordar lo último que había dicho Joe. ¿Adónde había ido su hijo?
Al ver el teléfono en el suelo, se arrodilló, mareado, mientras luchaba por mantenerse consciente. Los fragmentos se resistían a integrar una imagen completa. La puerta del camión de Lily, abierta. La puerta de la casa de Maude también. Las habitaciones vacías. El teléfono.
Lo cogió e intentó distinguir los números, llamar al alguacil. Pero volvía a verlo todo negro.
—¿Hola? —llamó alguien desde el vestíbulo de entrada. Era una voz de hombre, profunda y solemne, desconocida—. ¿Hay alguien?
—¡Aquí! Aquí. —Hopewell respiraba agitado—. Ayúdeme. —Se desplomó otra vez, se volvió sin fuerzas hacia la puerta de la sala y entrecerró los ojos. En la puerta había un hombre alto, de cabello oscuro. El extraño se le acercó; cojeaba un poco. Se inclinó sobre Hopewell y lo tomó del mentón. Hopewell se estremeció. James Colebrook.
—¿Qué sucede aquí? He venido a ver a Lily. —Colebrook tenía la mirada fija en el rostro de Hopewell—. Usted es Hopewell Estes, ¿no es así? ¿Quién le hizo esto?
Hopewell se movió y alzó una mano para apartarlo.
—Usted le hará daño. Me hará daño a mí. Temo…
Colebrook, deprisa, lo hizo incorporarse y lo sostuvo de pie, con fuerza brutal.
—¡Hábleme! ¿Dónde están Lily y las demás mujeres?
Él era el enemigo. Hopewell no podía confiar en él. Pero y si… ¿y si Joe había estado aquí? «Mataré a un hombre importante.» Hopewell dejó escapar un gemido.
—¡Joe se las llevó! ¡Y sé adónde ha ido! ¡Ha ido a matar a su hermano!
—Detén el camión. —La voz de Joe interrumpió la concentración exacerbada de Lily. Lily pisó el freno. Junto a ella, Manita temblaba. Joe estaba en el otro extremo del asiento, con el arma apuntando a la sien de Manita.
Lily miró hacia atrás y vio que Maude luchaba por ayudar a Mana a bajar por la puerta de atrás, que estaba abierta. Cruzó una mirada con Joe, a espaldas de Manita.
—No van a dar problemas aquí, en el medio de la nada-dijo Joe, burlón—. Puedes agradecerme que las deje ir.
—Se congelarán. Les daré mi chaqueta —le respondió Lily. Su tono áspero hacía poner en duda el dominio que Joe tenía de la situación. Mientras lo observaba, tensa, Lily abrió la puerta, se quitó la chaqueta y la tendió a Maude.
—Tendremos una buena historia para contar alrededor del fuego, cuando esto acabe —dijo Manita, con la vista fija delante de sí.
Joe gruñó.
—Vamos. Cierra la maldita puerta y sigue adelante.
Lily vio el resplandor lejano de las lámparas encendidas junto a la entrada de Sauce Azul. Era una luz tenue, del otro lado de una curva. Joe también la vio y se echó hacia atrás.
—Ahora escúchame bien, Lily. Cuando lleguemos al portón, más vale que te asegures de que pasemos junto al guardia sin que sospeche nada.
Fue el peor momento. Lily sintió una ola de rebeldía tan abrumadora que pisó el freno.
—Dime por qué vas a Sauce Azul.
—Si no te callas y sigues adelante, te mataré a ti y a la vieja y aun así conseguiré entrar. De esta manera, por lo menos, das a tu hombre una oportunidad de verme llegar. Tal vez hasta pueda arreglar las cosas…, hablar hasta que lleguemos a un acuerdo que le evite problemas. De otro modo, me deslizaré por el bosque y aguardaré a que salga. Entonces lo perforaré con una bala.
Lily nuevamente oprimió el acelerador. El camión avanzó.
Manita le espetó a Joe:
—¡Tu pelea no es con Artemas! ¡Es con su hermano, James! ¡Fue James quien alentó tus esperanzas!
—Sí, fue James —coincidió Lily—. Es a James a quien quieres enfrentarte. Él es el desgraciado que urdió intrigas sin tener ninguna consideración ni por ti ni por mí. Te puso ante las narices mil promesas fantásticas, aunque sabía a ciencia cierta que todo se desmoronaría apenas se supiera la verdad. No tiene sentido que odies a Artemas. Al que debes odiar es a James. Pero James ni siquiera está aquí. Está… en Nueva York. Partió esta noche hacia Nueva York.
—Señoras —exclamó Joe, con tono repulsivo—. Los Colebrook están unidos por lazos muy íntimos. Si lastimas a uno, los lastimas a todos. Y yo voy a lastimarlos a todos.
Llegaron al portón. Joe dijo en voz baja:
—Haz que entremos, o habrá sangre por todas partes.
—Deberé proporcionar al guardia los nombres de mis invitados. Es una norma. Sospechará si rehúso hacerlo. —Era otra mentira. Lily tenía los mismos privilegios que Artemas y que los miembros de la familia. El guardia jamás le haría preguntas. Pero llamaría a la casa, como siempre, y avisaría al señor Upton de que abriera las puertas de entrada. Y el señor Upton comunicaría a Artemas que Lily había llegado.
Lily bajó la ventanilla cuando el guardia salió de la casa. El guardia arqueó las cejas al ver a Lily en un vehículo desconocido, pero la saludó con cortesía.
—Qué tal, señora Porter. —Al ver a Manita, su rostro se iluminó y dijo—: ¡Vaya! Hola, Manita, ¿cómo anda? —Enseguida agregó—: Les abriré las puertas. —Tomó el control remoto que colgaba de su cinturón.
Lily se sintió invadida por el pánico. Si soltaba abruptamente información que el guardia no había solicitado, Joe sospecharía de inmediato. Lupa, que había corrido a recibir a su dueña, gemía y arañaba la puerta del camión.
—¡Lupa! Deja de arañar la pintura del camión del señor Halfman.
Halfman. El nombre del misterioso espectro que había acechado la historia de su familia, que presagiaba la muerte. Surgió en la mente de Lily como si el espíritu maligno hubiera estado agazapado para destruir sus sueños, como había destruido el futuro de Elspeth MacKenzie con el inmigrante inglés.
—Señor Halfman, lamento lo que hace esta maldita perra —continuó Lily. Sacó un brazo por la ventana y dio un empujón a Lupa. La perra bajó la cola. Lily clavó una mirada colérica en el guardia—. Pensé que le había dicho que la mantuviera dentro de la casa. Si alguien la atropella, lo haré despedir. Se lo he advertido antes. Usted nunca me presta atención.
El hombre se quedó perplejo, porque Lily nunca había sido descortés con él, ni le había pedido jamás que se ocupara de Lupa.
El guardia tomó a Lupa del cuello y retrocedió. Las rejas se abrieron lentamente.
—¡Lo siento, señora Porter! —El hombre miró a Joe—. Le pido disculpas, señor Halfman.
Lily lo miró ceñuda.
—Lo sentirá aún más después de que yo haga saber al señor Colebrook que usted es un incompetente.
—Señora Porter, se equivoca. ¡Lo lamento!
—Con lamentarlo no basta. —Lily aceleró con violencia y avanzó por el camino pavimentado que atravesaba el bosque. Su corazón latía con fuerza. Por favor, Dios mío, que haya quedado tan apenado que le cuente al señor Upton todos los detalles. Y que el señor Upton se lo cuente a Artemas.
El bosque de Sauce Azul se cerró alrededor de ellos.
Artemas tenía el teléfono pegado al oído y caminaba de un lado a otro, frente a las puertas de la galería.
—¿Podría intentarlo otra vez, operadora?
—Señor, o la línea no funciona, o el teléfono ha quedado descolgado. No puedo comunicarme.
Se dijo que no era nada, pero el no poder comunicarse con la casa de Maude lo llenó de presagios agoreros. James ya debía estar allí, hablando con Lily. Iría a casa de Maude y comprobaría lo que estaba ocurriendo. Dio las gracias a la operadora y cortó la comunicación; después se dirigió al vestíbulo de entrada, con el propósito de indicar al señor Upton que hiciera acercar un automóvil.
El mayordomo salió de la antesala que hacía las veces de su oficina. Agitado dijo:
—Señor, acabo de recibir una llamada muy extraña de Louis, desde los portones de entrada.
Artemas le dirigió una mirada sombría.
—¿Qué ha ocurrido?
—La señora Porter llegó hace unos minutos. Le dijo algunas cosas muy extrañas a Louis. Señor, la señora Porter siempre ha sido en extremo cortés, aun cuando no sabía qué esperar de nosotros. Por eso Louis se quedó tan perplejo.
Lo primero que pensó Artemas fue que la conversación de Lily con James había terminado muy mal, y que ella estaba afligida. Pero jamás se desquitaría con el personal.
—¿Qué dijo la señora Porter?
—Acusó a Louis de no cuidar bien a su perra. Lo llamó incompetente.
—¿Qué había hecho él?
—Nada, señor. Y la señora Porter insinuó que Louis había tratado mal a la perra en otras oportunidades. Pero nunca antes la había dejado para que Louis la cuidara.
Perplejo, Artemas se dirigió a las enormes puertas de entrada y las abrió. La esperaría en los escalones.
—Me ocuparé de este asunto yo mismo. Llame a Louis y dígale que no se preocupe. Estoy seguro de que la señora Porter no quiso ofenderlo.
Artemas salió. Lo envolvió una ráfaga de aire frío, con aroma a nieve. Las lámparas del jardín arrojaban una luz etérea sobre los escalones anchos y bajos que había en la entrada de la casa. Más allá del amplio parque cubierto de nieve, el camino de entrada se internaba en el bosque. Artemas escrutó con la mirada la pared de árboles, e intentó distinguir el ruido del motor que indicaría la llegada de Lily.
El señor Upton lo siguió, ansioso.
—Hay algo más, señor.
Artemas se volvió hacia el mayordomo.
—¿Sí?
—La señora Porter no conducía su propio vehículo. Louis dijo que era un viejo camión que pertenecía a una de las personas que venían con ella.
—¿Otras personas? ¿Quiénes? ¿Louis las conocía?
—A una de ellas sí, señor. Es la hermana de la tía de la señora Porter. La dama a quien todo el mundo llama… Manita.
—¿Y la otra persona? ¿La dueña del camión?
—Es un tal señor… Hoffman, creo que dijo Louis. La señora Porter se enfadó mucho porque Louis permitió que la perra saltara contra la puerta del vehículo del caballero. Aunque el señor Hoffman no parecía perturbarse. Francamente, señor, Louis estaba un poco preocupado por la apariencia del señor Hoffman. Espero que no le parezca impertinente de mi parte, señor, pero, bien… Louis no es del tipo de persona que vaya a hacer comentarios acerca de la apariencia de un invitado a menos que lo inquiete.
—¿Cómo lo describió Louis?
El señor Upton se movía, intranquilo.
—Louis dijo textualmente: «Si me encontrara de noche en un comercio y ese tipo entrara, saldría de allí antes de que me robara».
Artemas se quedó inmóvil. Pero la razón reñía con la preocupación. Hoffman era probablemente algún hombre del pueblo que Lily conocía desde que iba al colegio, alguien del estilo de los hijos de Timor Parks, que eran rústicos pero inofensivos. La apariencia de los muchachos Parks también podría haber ahuyentado a los clientes de un comercio.
—¿Hoffman? —repitió Artemas, reflexivo—. Jamás he oído ese nombre. —Sacudió la cabeza, como si intentara despejar los malos presentimientos y bajó los escalones. Oyó el primer rugido débil de un motor que se acercaba.
El señor Upton hizo una leve inclinación y regresó hacia la puerta abierta. Pero se detuvo, se golpeó la frente y exclamó:
—¡Ah! Discúlpeme, señor. No era el señor Hoffman. El nombre era Halfman. El señor Halfman.
Lily se estremeció, esperanzada, al ver la casa. No había nadie en los escalones de la entrada. Las altas paredes y ventanas a cada lado de las puertas se hallaban en completa oscuridad.
Solo los escalones y el amplio sector donde se detenían los automóviles estaban iluminados, lo que daba la misteriosa sensación de que se hubiera armado un escenario. El peor temor de Lily había sido hallar a Artemas esperándola allí, sin sospechar nada. ¿Le habría llegado su advertencia? ¿La habría interpretado bien? ¿O se trataba de una esperanza falsa? Lily detuvo el camión casi por completo. Manita estaba rígida, aplastada a su lado. Joe miraba la casa con fijeza; tenía los ojos entrecerrados y el rostro contraído, lleno de expectativa y aversión.
—Lograrás que entre en la casa —le dijo a Lily—. Los tres iremos hasta la puerta, y yo estaré detrás de Manita, y será mejor que tú vuelvas a hablar como corresponde, Lily.
Lily se detuvo frente a los escalones y apagó el motor. El silencio le crispaba los nervios, como una bomba de tiempo. Aferró el volante y se mantuvo inmóvil. Se sentía destrozada por la disyuntiva. No podía escoltar a ese malvado hasta el centro de la familia de Artemas. Pensó en Elizabeth, Michael, Cass, hasta en James. Y en Manita. Pero siempre, antes y después que todo, en Artemas.
Un leve movimiento, reflejado en el espejo retrovisor, la distrajo. Artemas avanzaba, desde las sombras, hacia la parte trasera del camión, del lado de Joe. Se acurrucó junto al remolque, con las manos apoyadas contra el metal helado; se dirigía, firme y silencioso, hacia la puerta del lado del pasajero.
—Lily, vamos —dijo Joe, con la voz cargada de amenazas.
Lily no se movió.
—Vas a matarlo —afirmó.
—Si haces lo que tienes que hacer, morirá solo él.
No tienes muchas alternativas, ¿verdad? Tal vez tú puedas pelear conmigo, Lily. Tal vez puedas evitar que lo mate. Pero esta abuelita no se salvará. Y tú tampoco. Y cualquier otro que se interponga en mi camino las pagará. Piénsalo, Lily… ¿Acaso un hombre vale más que las vidas de todos los otros?
Manita alzó el mentón. Lily se dio cuenta de que también observaba el espejo.
—¿Sabes, Lily? —Dijo con una vocecita aguda y triste—, estoy segura de que me reencarnaré. —Miró a Joe—. Regresaré —anunció con acento solemne. De inmediato puso ambas manos entre su cuerpo y el de Joe, donde se encontraba la pistola, y la alzó. El shock pasajero que se reflejó en el rostro de Joe traslucía su incredulidad. Joe le arrancó la pistola y disparó. La explosión fue ensordecedora. El parabrisas estalló.
Lily se inclinó por encima de Manita y aferró las manos de Joe y el arma. Joe volvió a apretar el gatillo. El tablero de mandos despidió chispas y saltaron fragmentos de metal y plástico. Lily clavó los pulgares en el hueco de la muñeca de Joe. De pronto, la boca del arma apuntaba al rostro de Lily.
—¡Perra!
La puerta del lado de Joe se abrió de un golpe, y Artemas lo aferró con ambas manos y lo tiró hacia atrás. Hubo otro disparo. La ventanilla de la puerta de Lily estalló.
Joe se retorció, al tiempo que agitaba el arma y su puño libre frente a Artemas. Lily dio un empujón a su puerta e hizo bajar a Manita por ese lado.
—¡Suéltame! ¡Ve! ¡Estoy bien! —gritó Manita, mientras caía sobre los adoquines. Lily rodeó corriendo el camión.
Joe volvió a disparar.
La cabeza de Artemas cayó hacia atrás. El impacto lo apartó de Joe. Artemas se desplomó.
Lily dio un alarido, un grito estremecedor y gutural, de furia y desesperación. Joe ya se había incorporado y se encontraba de pie, con las piernas separadas y el brazo que aferraba el arma extendido. Lily dio un salto hasta él y lo embistió con todo el cuerpo. Cayeron juntos al suelo. Joe soltó la pistola. Se disparó una bala contra los adoquines.
Lily oyó el rugido de otro motor, que se detenía a pocos centímetros. Puso una mano entre las piernas de Joe y retorció con toda su fuerza. Joe la golpeó en la cabeza y escupió bilis, que cayó sobre el rostro de Lily. Lily se dio cuenta de que le había proporcionado la rabia y el impulso para que la matara. Y después de ella, a Artemas.
Forcejeando, a fuerza de puntapiés, se liberó y consiguió incorporarse. Después se arrojó en dirección a Artemas, que estaba tendido sobre su espalda. Lily se arrodilló y le rodeó la cabeza con los brazos, mientras utilizaba su cuerpo para protegerlo de Joe. Se oyeron pasos sobre los adoquines. —¡Alto! —gritó Joe—. ¡O acabaré todo ahora mismo! Quien había llegado se detuvo ante la amenaza. Lily miró por encima de su hombro. James. Estaba allí, de pie, con los puños a los costados, la mirada fija en Artemas y en Lily; su rostro mostraba el sufrimiento de los condenados al tormento eterno. Detrás de él, abrazadas, estaban tía Maude y las hermanas. El señor Estes se aferraba débilmente al guardabarros delantero de su camión; tenía el rostro golpeado y la boca manchada con sangre seca. Sus ojos revelaban una total desolación al contemplar a su hijo. Joe estaba agachado, con una mano trémula sobre la entrepierna herida, pero seguía apuntando con el arma a Lily y Artemas.
Una de las pesadas puertas de entrada a la mansión se abrió unos centímetros. El señor Upton asomó la cabeza y gritó:
—¡El personal de seguridad llegará en cualquier momento! ¡Y he llamado al alguacil!
—¡James! —Alise pasó como un rayo junto al señor Upton. El señor Upton la aferró de un brazo, pero Alise logró liberarse.
—¡Vuelve a entrar! —le ordenó James. — ¡No!
—Te amo. Por favor, vuelve a entrar. El señor Upton alcanzó a Alise y se colocó con firmeza entre ella y Joe.
Alise gritó el nombre de James. Una sombra envolvió a Lily y a Artemas. Lily volvió la cabeza y vio a James por el rabillo del ojo. Les daba la espalda. Se había colocado entre ellos y Joe.
Joe se incorporó con dificultad, sin dejar de apuntarles con el arma. Doblado por el dolor, con el rostro contraído, clavó los ojos en James y dijo con voz entrecortada:
—Me queda una. Una sola. Una bala. —Miró a Artemas, quien volvió a moverse e intentaba levantarse. Lily lo atrajo contra su cuerpo, que oficiaba de escudo. Joe gritó—: ¡Apártate de él, perra!
—Lily —murmuró Artemas. Intentó apartarla, pero estaba demasiado débil. Se concentró en ella, consciente de lo que ocurría. Movió los labios y musitó, atontado pero lleno de determinación—: Te amo… todos estos años… no puedo perderte.
—¡He dicho que te apartes! —Vociferó Joe—. ¡Los dos! ¡Apartaos de él!
Lily inclinó la cabeza contra la de Artemas y lo aferró con más fuerza. Sentía la sangre de él contra su mejilla; la horrible herida en el cuero cabelludo de Artemas quedó a pocos centímetros de sus labios.
—Es a mí a quien quieres matar —gritó James. Lily se estremeció. Él lo había arriesgado todo y ahora aceptaba el desafío final—. Aprieta el gatillo —continuó James—. Ten agallas como para hacer algo acertado en tu vida miserable.
—De modo que no estaba aquí, ¿eh, Lily? —se burló Joe—. De modo que tendría que ir a Nueva York a buscarlo, ¿no? Bien, parece que el lisiado nos ha sorprendido.
Estes soltó un gemido.
—¡Joe! ¿No oyes las sirenas que se acercan? Baja el arma, muchacho.
—Las oigo, viejo —respondió Joe. Su voz era rabiosa, vencida—. Tú quieres ser el héroe, ¿verdad, lisiado? Eso no cambiará nada.
James afirmó con suavidad:
—No puedes engatusarme. Solo puedes matarme.
Artemas se aferró al hombro de Lily y alzó la cabeza, al tiempo que dejaba escapar un gemido por el esfuerzo.
—No, James.
—Te amo, hermano —dijo James—. Y… Lily… ¡Lily! Lo lamento todo. Intenté detenerlo, pero fue demasiado tarde.
Lily ahogó un sollozo.
—Ahora lo sé.
Joe soltó una risa repugnante.
—¿Quieres la gloria, lisiado? Aquí la tienes.
Apuntó al pecho de James. Los alaridos frenéticos de tía Maude y de las hermanas llenaban el aire, como las sirenas que perforaban el silencio de la noche. Las manos de Artemas se clavaron en el suéter de Lily. Lily gritó y protegió la cabeza de Artemas con su hombro, en un intento por escudarlo del horror.
El disparo sonó como un sauce al quebrarse.
Detrás de James, con los ojos clavados en él, Joe parecía estar en shock. Después su rostro se convulsionó. Se dobló, despacio, hasta quedar de rodillas; se deslizó hacia atrás y se desplomó, con cierta gracia. De su boca caía sangre a borbotones, que empapó los adoquines. Detrás de Joe, el señor Estes se tambaleó, gimió como un animal herido y dejó caer de su mano una pequeña pistola.