22
EL corazón de Lily comenzó a galopar cuando llegó al desvío hacia MacKenzie. Tomó una carretera pavimentada estrecha y luego otra. Iría directamente a la mansión. Si él estaba allí, le diría… ¿qué? No estaba segura. Lo único seguro era que necesitaba saber por qué Artemas quería controlar su vida.
Por fin, con la garganta seca, cruzó el puente sobre el oscuro río Toqua y entró en un mundo diferente. No era su tierra. Sin embargo, era casi suya, espiritualmente, y una parte integral de la imagen de su hogar. Una carretera angosta de dos carriles se desviaba hacia la derecha y parecía perderse en un túnel en el bosque.
Era el camino Sauce Azul. El que llevaba a la granja quedaba a cuatro kilómetros y medio, más allá de la entrada a la propiedad de los Colebrook. La torre del reloj se hallaba en un claro cubierto de hierba, en el cruce entre el camino Sauce Azul y la carretera.
El ver la torre gótica, de piedra, con su elevado techo de tejas azules, la hizo detener el coche y mirar hacia arriba, con lágrimas en los ojos.
Lily se sentó allí, pensando en los cuatro kilómetros y medio que la separaban de la granja, temerosa de pronto de decir todo lo que no debía decir, de acusarlo, de herirlo, de permitir que Artemas la hiriera otra vez.
Por fin pisó con fuerza el acelerador y tomó el camino de Sauce Azul, hasta llegar a una ancha faja de pavimento que conducía al portón. La casa que se alzaba junto a la entrada, que en otros tiempos era una cáscara vacía, con las ventanas rotas y enredaderas trepadas a las paredes, había sido restaurada en su totalidad.
Un hombre robusto, de cabello gris, vestido con uniforme de guardia de seguridad, salió por una puerta lateral y se plantó frente a la reja abierta; miró a Lily como si pensara que iba a entrar corriendo como una loca.
Lily alzó una mano a manera de saludo, pero pasó de largo. No iba a pedir que la anunciaran, como si fuese un extraño.
Se encontró rodeada por el bosque. Atravesó el puente de piedra sobre el arroyo MacKenzie, que habían limpiado y arreglado con argamasa. También habían despejado los márgenes y plantado hiedra.
Al llegar al buzón, Lily estacionó al lado del solitario camino y comenzó a atravesar el bosque a pie. Era capaz de llegar al sendero principal de la mansión con los ojos vendados.
Tras unos minutos de andar, se detuvo en la amplia franja de adoquines frente a la entrada principal y estudió las puertas enormes. La imponente combinación de cristal y madera, cubierta por hierro negro forjado que formaba intrincados diseños, contradecía el aspecto desarreglado de la mansión. ¿Habría un mayordomo que ejerciera su autoridad sobre esas puertas? Lily subió corriendo los escalones y apretó un timbre encajado en la pared. Si funcionaba, el sonido era demasiado bajo como para que ella lo oyera. Golpeó con una pesada aldaba de bronce; se sentía insignificante y furiosa a la vez.
Las puertas estaban cerradas con llave. Lily las golpeó con ambos puños y gritó que Artemas la dejara pasar. Quería gritarle también que él no podía comprar el pasado.
Del interior de la casa llegó el sonido rápido y suave de unos pasos. Las puertas se estremecieron. Una se abrió abruptamente. Artemas estaba con los pies separados, centrado con aplastante autoridad física ante el enorme y desierto vestíbulo de entrada. Sus ojos grandes e intensos revelaron asombro y tristeza; escudriñaban a Lily con ansia, con beneplácito o tal vez… con un sentimiento de triunfo. Mientras Lily evaluaba su modo de mirarla, Artemas arqueó una ceja y preguntó:
—¿Testigo de Jehová? ¿Representante de cosméticos?
Su actitud despreocupada rompió el dique. Lily se arrojó sobre él, le aferró la pechera de la camisa y dio un tirón; golpeó contra el pecho de Artemas con tanta fuerza que él retrocedió varios pasos mientras la tomaba por los hombros.
—¡Compraste esa maldita tetera! —gritó Lily—. No pudiste evitar interferir en una de las pocas opciones libres que me quedaban, ¿verdad?
—No tenías derecho a venderla —respondió Artemas, con voz brutal—. Esa estúpida tetera representa algo importante para ambos, algo que no voy a permitirte que olvides.
—¿No vas a permitírmelo? —Lily lo empujó y dio un paso en falso. Cayeron juntos al frío suelo de piedra.
Artemas maldijo y apretó ambas manos de Lily con las suyas; después luchó contra el cuerpo que se contraía rabiosamente, mientras Lily encogía las rodillas y clavaba los talones de sus gruesos zapatos de cuero en los muslos de él. La respiración entrecortada de Artemas reflejaba su dolor e incredulidad, y con una repentina exclamación de furia se echó hacia atrás y enredó una mano en el cabello desaliñado de Lily. Se arrodilló y la sostuvo a distancia, mientras Lily tironeaba e intentaba incorporarse. La respiración de Artemas estaba matizada por maldiciones y advertencias.
—Es una locura… sin ninguna duda… jamás he visto… ¡Dios!
Lily emitió un sonido agudo y le clavó lo que quedaba de sus uñas, destrozadas por el trabajo, en la muñeca.
—¡Si debo comportarme como una maldita para lograr que me dejes en paz, soy capaz de hacerlo!
—Gracias a Dios por algo —dijo Artemas, y respiró profundamente—. Estás luchando como la mujer que recuerdo.
Lily torció la cabeza y luchó por liberar su cabello; le dolía el lado del rostro, apretado contra la piedra áspera.
—¡Quieres que todo sea como tú lo recuerdas! ¡Pero eso significa fingir que Richard nunca existió!
—Ojalá nunca hubiera existido. Mi hermana estaría viva, y no habría ni culpa ni deber que nos mantuvieran apartados. —La soltó. Lily se incorporó y quedó agachada, agitada, con las manos sobre las piernas. En medio de una nube de furia y frustración, vio a Artemas arrodillado frente a ella, con el rostro lleno de cólera indisimulada.
Lily sacudió la cabeza con violencia.
—Julia está muerta porque maltrataba y amenazaba a la gente sin piedad. —Se llevó una mano al pecho. El dolor la venció y gritó—: Crees que puedes engatusarme y hacer que lo olvide. ¡Siempre protegerás a tu familia, aunque me hieras!
Artemas la tomó por los hombros y soltó un grito amargo.
—Si fuera cierto, te hubiera vuelto la espalda desde el momento en que supe que Richard estaba incriminado. Cada vez que intento ayudarte, me arriesgo a perder el respeto de mi familia. Pero eso no impide que lo haga. Maldición, Lily, debes creerme.
Lily se puso de pie.
—Cuando tenía diecinueve años, quería creer que me amabas más que a nadie o a ninguna otra cosa en tu vida. En ese entonces aprendí una lección difícil. Jamás la he olvidado.
Se volvió y se dirigió hacia la puerta, con las piernas trémulas. Oyó un movimiento veloz detrás de sí, y después los pasos de Artemas sobre la piedra.
—Necesitamos sostener una larga conversación acerca de mis motivos y de tu actitud —afirmó Artemas con suavidad, y asió con una mano la parte de atrás de la camisa de Lily.
Lily gritó y se retorció, pero para entonces él ya la había rodeado con su otro brazo. Artemas le trabó los brazos a la altura de la cintura y la alzó.
—Ven a ver la casa —dijo, con la voz tensa por el agotamiento—. Siempre has querido conocerla.
La llevó, mitad alzada y mitad a rastras, a través del vestíbulo sombrío y cavernoso. La casa, despojada y sublime, era magnífica, y la sala estaba inundada por la luz del atardecer que atravesaba las puertas.
La atención aturdida de Lily se concentró en el piano. La tetera azul y blanca estaba sobre él.
Artemas la tomó del cabello con una mano y la inmovilizó. Lily sentía el corazón de él contra su espalda. —He soñado con llevarte en un recorrido más airoso, pero esto es lo mejor que podemos hacer. —Artemas la empujó contra el piano—. Tómala-le ordenó, mientras señalaba la tetera.
—Comienzo a sentir que debería llevarla colgada del cuello. Como un amuleto de porcelana.
Artemas la aplastó contra el teclado. Un acorde hizo eco en la habitación.
—Levanta esa maldita tetera —repitió. La había trabado poco más arriba de los codos. Lily logró alzar una mano y por fin pudo asir el asa del delicado recipiente. Artemas acercó la cabeza a la de Lily y dijo con voz severa:
—Vamos a sentarnos en la galería con nuestro amuleto y a disfrutar de la puesta del sol.
Sin que él la soltara, salieron por las puertas abiertas que daban a la galería, bajo los rayos largos y suaves del sol, que ya caía sobre las montañas.
—Siéntate —le ordenó Artemas al llegar a los escalones de mármol. Como Lily no se movió, Artemas le empujó una pierna. Ambos cayeron sentados, con las piernas entrelazadas, ella un escalón más abajo que él. Con gesto protector, Lily sostuvo la tetera en su regazo.
El brazo de Artemas le aplastó los senos cuando Lily intentó ponerse de pie. Después él la soltó. Su mano volvió a hundirse en el cabello rojo. Lily intentó liberarse de las piernas de Artemas y clavó los ojos en él.
Se miraron azorados, con violencia, estudiándose. Artemas tenía el rostro enrojecido. El cabello negro le caía en desorden sobre la frente. Soltó el cabello de Lily. Lily no se movió.
—Tregua —dijo Artemas, severo—. Por favor.
Lily examinó sus ojos e intentó evaluar el bramido caliente de la sangre en su cuerpo. Temerosa de esa sensación, miró hacia delante. El aire era fresco y vigorizante sobre su piel acalorada.
—¿Te agrada este sitio? —preguntó Artemas, con tono grave—. Necesita tu atención.
—Este lugar no es un santuario para ninguno de los dos.
—Jamás aceptaré eso, Lily. —La tomó por un hombro y la obligó a volver a mirarlo.
—Ahora. Tienes responsabilidades hacia todos los que dependen de ti, que confían en que harás lo mejor para tu familia y tus empresas.
Artemas frunció el entrecejo.
—Tiene que haber lugar para lo que es mejor para mí. Y para ti. Podríamos empezar ahora mismo, hoy, si nos ponemos de acuerdo en dejar de despedazarnos por el pasado.
—Lo único que quiero de ti es respeto por lo que viví con Richard, por el hijo al que amé con toda mi alma y por mi fe en la entereza de mi esposo. Hasta que no tenga ese respeto, no existirá nada más.
—Tienes mi respeto. No necesito compartir tus creencias para respetarlas. —Tocó el rostro de Lily muy despacio. Las puntas de sus dedos parecían inmóviles sobre las mejillas de ella.
—No lo hagas —suplicó Lily.
Como si no pudiera detenerse, Artemas sacudió apenas la cabeza.
—No te pido que lo olvides. Te pido que me recuerdes a mí.
—Es lo mismo.
—¡Lily! —Su voz era un susurro apenas audible—. No importa qué otras cosas sientas, pero no creo que puedas decir que dejaste de amarme, aun después de haberte casado.
La pena y la culpa estallaron. Lily se echó hacia atrás. La tetera resbaló de sus manos. Con el sonido horrible y pasmoso de algo frágil e irreemplazable sobre la piedra dura, la tetera cayó contra la balaustrada y se partió en mil pedazos.
Lily lanzó una exclamación horrorizada y Artemas dejó escapar un grito de zozobra. Contemplaron los restos, unidos por la congoja. Lily cayó de rodillas. Alzó un fragmento de porcelana, cerró la mano a su alrededor, inclinó la cabeza.
—No fue mi intención. Lo juro.
Artemas se arrodilló muy cerca y abrió con cuidado la mano de Lily. Una pequeña mancha de sangre señalaba el lugar en que Lily había clavado la punta afilada contra su propia palma. Artemas tomó el fragmento y lo examinó angustiado. Lily dejó escapar un suave grito cuando Artemas la asió con fuerza. Al abrir los dedos, la palma de Artemas tenía también una mancha de sangre. Artemas soltó el trozo de porcelana y apretó la mano de Lily, para fundir la sangre de ambos.
Lily murmuró el nombre de Artemas con violenta desesperación. El la atrajo hacia sí y cubrió con fuerza los labios de Lily con los suyos. La boca desenfrenada de Artemas se alimentaba de la provocación, y su calor estalló contra el de Lily. Lily sentía que todo, todas las advertencias y las alarmas, le gritaban que había ido demasiado lejos y que no podía volver atrás. Que no quería volver atrás.
«No podemos. No cambiará nada», intentó decir, pero las palabras, al salir, se transformaron en un gemido.
Artemas la alzó y la llevó al oscuro túnel bajo las glicinas. Al resguardo de toda mirada, se volvieron el uno hacia el otro con manos feroces. Artemas perforó la boca de Lily con su lengua, y Lily se sintió envuelta por el calor profundo e intenso de una ceguera que había conocido solo con él. Se aferró a la sensación y a Artemas, mientras apretaba la boca contra la de él.
Lily sentía una necesidad animal de él, y Artemas absorbía esa ferocidad con magnífica precisión. Los ojos de Artemas ardían, ciegos por la necesidad, mientras Lily lo atraía hacia el suelo. Ambos dejaban escapar sonidos guturales, furiosos, sexuales.
Artemas deslizó sus brazos bajo la espalda desnuda de Lily, la alzó contra su vientre y sus muslos, y buscó con una mano veloz y experta entre las piernas de Lily; cuando la oyó gritar de placer, con la cabeza echada atrás y los ojos cerrados, Artemas penetró en su cuerpo con un movimiento rápido y fuerte.
Lily se estremecía debajo de él y movía las caderas de manera convulsiva. Artemas la besó con ternura inesperada, y los ojos de Lily se llenaron de lágrimas. Artemas se unió a ella en un último movimiento frenético; sus labios se aplastaron contra las mejillas femeninas, sus manos alzaron las caderas de Lily contra la profunda penetración y la sostuvo así, mientras jadeaban juntos. Estaba terminado. Completo. Perdido.
No hubo ninguna pacífica relajación, después de desvanecerse la feroz necesidad física. Inmóviles, se aferraron el uno al otro con crueldad. Las piernas de Lily rodeaban con fuerza a Artemas, y sus caderas se aplastaban contra los muslos de él. Los brazos de Artemas la rodeaban. Sólo los hombros de Lily estaban en contacto con el suelo. Sentía que el corazón de Artemas golpeaba contra sus senos. Respiró con dificultad, mientras sentía contra su boca la textura suave y húmeda del cabello de él. Pasaron varios minutos, en medio de un silencio frágil. Ninguno de los dos deseaba romper el hechizo.
Culpa sin vergüenza. Amor sin placer. Estaban unidos tan íntimamente como sus cuerpos. Con lentitud, Artemas levantó la cabeza. Los sentimientos encontrados habían estado a la espera, bajo la superficie, ineludibles.
Lily volvió la cabeza hacia un costado y cerró los ojos. Dejaba a Artemas fuera. El cuerpo de él se llenó de una tensión diferente.
—No lo hagas —dijo Artemas.
—Sólo hemos empeorado las cosas.
Él se apartó y se recostó, junto a ella, pero cuando Lily quiso moverse la aferró contra su cuerpo. Lily le dio la espalda, temblorosa.
—Entremos —dijo Artemas. Su voz era áspera, frenética—. Tratemos de encontrarle algún sentido a todo esto.
—Debo irme a mi casa —respondió Lily desesperada, mientras se sentaba. Artemas también se sentó y la tomó de un brazo. —Estás en tu casa.
Las lágrimas, que antes no habían podido caer, se deslizaron entonces por las mejillas de Lily. Se inclinó sobre sus piernas desnudas y acercó su ropa.
Lily se volvió hacia él. Se le veía tan vulnerable y desprotegido como lo estaba ella. El impulso de comunicar su tormento y su gratitud la hizo tender una mano y rozar el pecho de Artemas con el dorso de los dedos; de inmediato retiró la mano y desvió la mirada. El rostro de Artemas revelaba la misma angustia que ella sentía, pero Lily sabía que no podían ir más lejos. Artemas alzó una mano para acariciarle el cabello, pero Lily se puso tensa, y Artemas la bajó. Lily tenía los nervios destrozados. Trémula, se vistió rápido, intentando no mirarlo mientras Artemas también se vestía. Se incorporaron al mismo tiempo y chocaron.
—No somos exactamente dos personajes románticos —dijo Lily, en un intento inútil por mostrarse indiferente.
Artemas la tomó en sus brazos. Su rostro estaba surcado por profundas líneas de cólera y tristeza.
—Es solo cuestión de tiempo. No estoy dispuesto a seguir sacrificando mi felicidad. Ni la tuya.
—Tal vez hayamos tenido nuestra única oportunidad hace años y la hayamos perdido.
—Quieres decir que yo la desperdicié. Jamás me lo has perdonado.
Lily asió con fuerza la camisa de Artemas. —Hiciste tu elección en ese momento. Y no me elegiste a mí.
—Había tantos factores en esa elección que no podía controlar… Sé que no comprendes el porqué, pero jamás volveré a estar atrapado de esa manera.
—Estás atrapado ahora. Entre tu familia y yo. Entre lo que crees acerca de Richard y lo que yo creo acerca de Julia. Y si debes volver a elegir, perderé también esta vez.
—No. Quédate conmigo. Pelea por nosotros. Danos esa oportunidad y no habrá nada que no podamos superar.
—No sé si podría sobrevivir a la pérdida de otra persona que… —Lily vaciló, y se sintió ahogada.
—… amo —terminó Artemas en su lugar—. Otra persona que amas. ¿Puedes decir, por lo menos, que me amas?
Lily se estremeció. No puedo hacerle eso a Richard.
—Te amé cuando tenía dieciocho años. Amo lo que recuerdo de ti. Pero ahora, en demasiados sentidos, eres un extraño.
—¿Un extraño? —Artemas la soltó. Miró hacia el espacio en sombras que habían compartido, bajo las glicinas—. Puedes mentirme a mí, pero no te mientas a ti misma.
Lily le tocó el brazo. Se desesperaba por decirle cuánto deseaba olvidar, confiar en él, amarlo, pero no podía. Su mente estaba llena de fantasmas de un futuro en el que Artemas perdería a su familia, y ella perdería el respeto por sí misma. Los hermanos de él jamás comprenderían su rencor hacia Julia, porque no habían presenciado cómo el hostigamiento vengativo de su hermana había atormentado a Richard y a los demás.
—Por algunos minutos fuimos invisibles —dijo Lily, en un susurro ronco.
Pasó junto a las fuentes y a la tetera rota; bajó las escaleras de piedra que conducían a la pendiente y siguió el camino hacia el lago. Al llegar al bosque, cuando estaba segura de que Artemas ya no podía verla, se sentó en la oscuridad y se echó a llorar, con la cabeza entre las manos.