18

EL ruido de sus zapatos era el más fuerte que Lily hubiese oído en su vida, y cada paso que la acercaba a la puerta de la habitación de James Colebrook en el hospital agitaba más su pulso. Ya había venido una vez. El recuerdo era borroso; tal vez hubiera sido la semana siguiente a los funerales. Casi un mes y medio atrás.

Se detuvo frente a la puerta abierta; su corazón latía con violencia. Sabía que estaba nerviosa porque percibía las sensaciones físicas, pero su mente estaba tranquila, casi indolente. Oyó voces en la habitación. Varias voces, pero todas femeninas. Después alcanzó a oír un murmullo bajo, masculino.

Debía hacer que esa gente comprendiera que no había razón para sospechar de Richard.

Iba a llamar a la puerta, pero bajó la mano. Llamar parecía demasiado cortés, como si fuese a entrar con flores y una cesta con frutas. Alzó el mentón y entró despacio.

 

Cuando la vieron, se hizo un silencio atónito. Lily se detuvo. Los rostros de los presentes aparecieron como diapositivas que pasaran demasiado rápido. Cassandra. Elizabeth. Alise.

La respiración de Lily era agitada. Por fin, James. Sin cabestrillo. Sin catéter. Una columna blanca se extendía desde su cadera izquierda, paralela a la saliente que formaba su pierna derecha bajo la sábana. Se hallaba sentado, con unas almohadas blancas detrás de la espalda. Sus poderosos hombros y su pecho estaban cubiertos por un pijama de seda negra.

El rostro de James estaba pálido y furioso.

—Supongo —dijo en voz baja— que no ha tenido agallas para enfrentarse antes a un lisiado.

Las palabras fueron como un puñetazo que se hundiera en su pecho, hasta la médula. Lily lo miró en medio de una embotada agonía, mientras luchaba por respirar.

Alise se incorporó de un salto.

—James, ha venido antes. Te lo dije. —Pero la mirada que Lily recibió de Alise revelaba una dignidad helada. Ya no albergaba ningún consuelo—. No debería haber regresado.

James pareció no notar ni las palabras suaves y despiadadas de su esposa ni el movimiento leal y protector hacia su lado.

—Si busca a mi hermano, no está aquí. A Artemas podría llegar a interesarle oír lo que haya venido a decir, pero a mí no. —Los ojos grises de James se fijaron con dureza en los de Lily. Su boca se hizo más cruel—. Y cuando esta familia haya terminado con usted, sabrá que tampoco él le dará la bienvenida. En realidad, está intentando encontrarla, por decirlo así. Yo diría que sus ilusiones de mantener la amistad no sobrevivirán mucho tiempo.

Lily hizo un esfuerzo y logró hablar, a pesar del nudo que tenía en la garganta:

—Cambiaría mi lugar por el de ustedes si pudiera modificar lo sucedido…, si con eso pudiera recuperar a mi esposo y a mi hijo, o a su hermana, o a cualquiera de los otros que murieron.

—Qué sentimiento tan hermoso. Qué sentimiento tan inútil.

—¿Ya se han decidido? —preguntó Lily, al tiempo que llevaba la mirada de uno a otro—. ¿Sin ninguna prueba?

Alise tenía los ojos vacíos. No dijo nada. La expresión de Cassandra era tan claramente desdeñosa como la de James.

—Las pruebas se están acumulando a un ritmo vertiginoso.

 

Lily sacudió la cabeza. ¿Estaban ciegos?

 

—¿Qué pruebas?

—Maldición —dijo Cassandra.

Elizabeth Colebrook se adelantó y examinó a Lily como si se tratase de un dibujo sobre porcelana sin terminar. Su expresión era similar a la de Alise: revelaba aversión, pero no una abierta crueldad.

—Resulta obvio que sus abogados todavía no se lo han dicho.

—¿No me han dicho qué?

James se inclinó rápido hacia delante. El movimiento descuidado le arrancó una mueca de dolor, y perdió el aliento. Las manchas rojas en las mejillas le daban un aspecto afiebrado. Alise dejó escapar un grito desesperado y se acercó a su esposo. Lo tomó por los hombros.

—Por favor, no. Debes descansar.

James la ignoró. El odio en sus ojos hacía estremecer el estómago de Lily.

—Avery Rutgers —dijo.

—No lo conozco.

—¿No? Trabajaba para Oliver Grant.

—Docenas de personas trabajaban para Grant. De forma directa o a través de subcontratistas.

—Rutgers era el experto en control de calidad. Le resultó difícil conciliar ese hecho con la muerte de más de doce personas. Llamó a nuestros abogados esta mañana.

Al ver que Lily solo fruncía la frente, consternada y atormentada, Cassandra terció:

—Dijo que el hormigón que utilizaron para el puente era una basura. Que Grant lo sabía y no lo reemplazó. Y cuando Artemas se encaró con el querido Grant, que está sentenciado a la ruina, Grant confesó que su esposo y su socio también lo sabían. Sabían que el puente podía no ser seguro, pero no hicieron nada.

 

La visión de Lily se nubló. Sentía el rostro helado y las piernas débiles. En todas estas semanas jamás había estado tan cerca de desmayarse. Dio dos pasos vacilantes hacia una pared y se apoyó en ella, con la frente contra la superficie dura y fresca. Oliver era responsable. No Richard. Ni Frank. Jamás creería que habían colaborado con Oliver. Lily quería matarlo. Quería arrastrarlo hasta las tumbas de Richard y de Stephen y matarlo con sus propias manos.

Su único objetivo era salir de allí y encontrarlo. A través de una niebla de odio oyó la voz de James que hablaba a otra persona.

—… de inmediato. No toleraré que se desmaye en mi habitación. Si lo hace, la dejaré en el suelo como una maldita basura.

—Enviaremos a alguien apenas podamos, señor Colebrook —fue la respuesta impersonal que provino del intercomunicador de las enfermeras.

Lily giró, tambaleante, mientras la furia le invadía los músculos.

—No es cierto. No me importa lo que les hayan dicho. Lo que haya hecho Oliver, lo hizo solo.

El rostro de James se convulsionó por la ira.

—La única pregunta es cuánto sabía usted. Y si no sabía de qué era capaz su esposo, ¿qué revela eso de su capacidad de discernimiento? —Su rostro brillaba por el sudor, que manchaba su pijama. Las mujeres estaban agitadas e intentaban que se reclinara de nuevo contra la almohada—. ¡Cualquiera que se haya acostado con ese bastardo, que tan siquiera les haya sonreído a él o a su socio, es responsable por hacerme esto!

 

Lily estalló. Se abalanzó hacia el extremo de la cama y se aferró a ella con ferocidad.

—¿Eso incluye a Julia? ¿Condena a su propia hermana por enamorarse de Frank Stockman? ¿Cree que ella creía que no podía confiar en él? ¿Qué culpa haría pesar sobre ella?

Las terribles acusaciones se reflejaron en los rostros atónitos. Lily notó las expresiones de horror, y se le heló la sangre. No sabían nada de Julia y Frank. —Cierra la puerta —dijo Artemas. Lily se irguió lentamente y se volvió para mirarlo. Artemas tenía un aspecto temible, con los ojos entrecerrados, la cabeza alta, la boca dura.

Tamberlaine estaba justo detrás de Artemas; parecía preocupado y alarmado. Michael Colebrook cerró la puerta de la habitación y se situó junto a Artemas, mientras miraba a Lily consternado.

—¿Qué es lo que acabas de decir? —preguntó Artemas. Su voz era baja pero autoritaria.

 

Lily sostuvo la mirada despiadada de Artemas. La verdad que los hermanos de él acababan de transmitirle le devolvía la dignidad que Lily había perdido tan a menudo durante las últimas semanas. Recordó qué tipo de persona había sido antes. No sería víctima de nadie…, en especial no de Artemas.

—Julia amaba a Frank. La relación surgió más o menos al año de iniciarse la planificación del proyecto Colebrook. —El sonido tranquilo y resuelto de su propia voz la tranquilizó. Hablaba con tanta frialdad como un asesino a sueldo. Cuando terminara con esto, iría a buscar a Oliver. Las consecuencias no importaban.

—Continúa —ordenó Artemas mientras la miraba con fijeza. Sus ojos revelaban otro sentimiento. Lily se preguntó si sería preocupación, si presentiría la fría locura que la poseía.

Lily exhaló e intentó concentrarse en la conversación.

—Una vez que hubo comenzado a construirse el edificio, Julia estaba la mayor parte del tiempo en Atlanta. Pasaba todas las noches con Frank, en el hotel de Julia o en la casa de él. Todo terminó hace alrededor de un año.

—No lo creo —afirmó Cassandra—. ¿Cómo lo sabe?

Lily volvió ligeramente la cabeza y dijo por encima de su hombro:

—Porque Frank no nos lo ocultó, ni a Richard ni a mí. Porque Julia me habló de ello. Para ser más específica, porque una vez los sorprendí en un camión de remolque de la obra. No estaban usando el escritorio para examinar planos.

Su mirada volvió a cruzarse con la de Artemas. La máscara revelaba una sombra de dolorosa certeza. Lily sufría por él, pero no podía enternecerse.

—Frank tenía un ama de llaves que vivía en su casa. Pregúntenle a ella. Puede contarles cuan a menudo Julia se quedaba con él cuando estaba en Atlanta. Pregúntenle a Oliver Grant. Él lo sabe. Algunos de sus hombres solían quejarse de que debía haber un cartel que dijera: «No molestar» en la puerta del remolque, cuando Julia venía a esta ciudad.

 

Artemas dijo con lentitud:

 

—Mi hermana no tenía motivos para guardar un secreto como ése.

—Le preocupaba que todos ustedes pensaran que sería menos implacable en la supervisión del edificio. Pero yo di por sentado que habría confiado por lo menos en uno de ustedes. O que ustedes lo sospecharían.

Por las miradas que el grupo intercambiaba resultaba obvio que no era así. Lily miró a James. La expresión tensa de él estaba imbuida de una rabia más calma, más intensa.

—Lo que describe no es amor. No significa nada. —Las manos grandes y pálidas de James se aferraban a las sábanas.

La voz de Artemas hirió a Lily.

—¿Te han comentado tus abogados las acusaciones que surgieron hoy con respecto a Richard y a Frank?

—Me enteré de ellas de la peor manera, hace un momento, de parte de gente que cree que son ciertas.

Si los ojos de Artemas habían albergado algo de comprensión, tal sentimiento había desaparecido.

—No defiendas a Richard a ciegas. Esta familia merece algo más que eso.

—Mi esposo merece algo más que ser juzgado por las afirmaciones de un contratista que está preocupado por salvar su propio pellejo.

—Richard y Frank estaban desesperados porque el Edificio Colebrook saliera perfecto. Necesitaban los clientes ricos que les llevaba. No puedes negar que, si fallaban, Richard sabía que se arriesgaba a perder todo lo que tú y él poseíais. Utilizó las propiedades personales de ambos para obtener préstamos que él y Stockman necesitaban para construir sus nuevas oficinas.

—Lo sé. Estuve de acuerdo. —Lily trataba de no pensar en esos préstamos, o en cómo habría que manejarlos en semejantes circunstancias.

—¿Te das cuenta de cuántos juicios habrá? ¿De que la firma terminará en la bancarrota y de que todos los bienes relacionados con ella serán destinados a pagar las deudas? ¿Seguirás perdonando a Richard cuando pierdas tu casa y todo lo demás?

—Ya he perdido lo que más amaba —afirmó Lily, con la voz ronca—. No hay nada que deba perdonarle a Richard. No hay motivos para creer que Oliver no miente.

 

—Si hay pruebas que lo respalden, las conseguiré. —Artemas dio un paso hacia Lily. Transmitía una amenaza muda. Lily la absorbió sin acobardarse—. ¿Qué otra cosa debes decirme acerca de Julia? —preguntó Artemas—. Grant dijo: «Pregunte a Lily Porter. Ella sabe por qué estábamos todos tan alterados hacia el final de la obra. Pregúntele acerca de Julia».

—Frank rompió la relación cuando Julia comenzó a hablar de boda. No voy a defenderlo… Lo hizo de manera estúpida, sin tacto, y pude comprender que Julia disfrutara tanto de hacerlo sufrir después. Pero Julia también descargó su ánimo vengativo sobre Richard, sobre Oliver y sobre mí… sobre todos quienes teníamos relación con el proyecto. Siempre había sido difícil satisfacerla. Nunca habían podido hacerle entender que no hay nada simple en un proyecto tan grande como el del Edificio Colebrook. Hay retrasos, errores, cambios de planes, costos inesperados. Comenzó a haber alteraciones a los presupuestos aprobados.

 

Pero Julia no prestaba atención. Y después de que Frank y ella rompieran, nada estaba bien para Julia. Amenazó con llevarlos a juicio si el proyecto costaba un centavo más del presupuesto o si se finalizaba un día más tarde de lo previsto. Julia sabía a ciencia cierta qué Richard y Frank no podían enfrentarse a un juicio, pues todo el dinero de ambos estaba comprometido en las nuevas oficinas. Sabía que la economía había dañado la empresa de Oliver y que él estaba luchando por no endeudarse. Hacia el final de la obra, tenía a todos desesperados. —Lily alzó los puños—. Observé cómo Richard se extenuaba pensando en esto. Tenía dolores en el pecho. No dormía. Jamás perdonaré a Julia lo que le hizo.

James terció, en tono letal:

—¿Intenta decir que nuestra hermana presionó a esas maravillas sin agallas, hasta tal punto que hubieran hecho cualquier cosa por sobrevivir, aunque ello implicara una negligencia criminal? —Alzó la voz—: Maldición, ¿le está echando la culpa de lo que sucedió?

Elizabeth Colebrook gimió y se llevó las manos a la garganta. Alise, sentada sin fuerzas junto a James, sacudía la cabeza. El rostro de Cassandra expresaba asco; el de Michael, incredulidad; el de Artemas, advertencia. La muda agresión hizo que Lily se estremeciera. Hasta ese momento no se había percatado de adonde conducía la historia acerca de Julia. El significado la atravesó como un cuchillo.

—¿Acusa a nuestra hermana? —repitió Elizabeth.

Lily tembló. Artemas la tomó de un hombro.

—¿Lily? —dijo con voz serena.

Lily sintió el sabor de la sangre donde se había mordido el labio.

—Nada disculpa lo que Oliver, y solo Oliver, eligió hacer. Fue un cobarde, y por su culpa ha muerto gente inocente y…

—¡Basta! —Artemas la sacudió; su brazo era como una cuña bajo el de Lily—. Ten el coraje de admitir que Richard también puede haber estado involucrado. Por amor de Dios, si alguna vez lo amaste… —Hizo una pausa, y su rostro se contrajo—. ¿Lo amas tanto —continuó—, tanto que no puedes creer que pudo ser responsable por lo menos en parte de la muerte de tu hijo?

—Es el único hombre de quien jamás he dudado. No comenzaré a hacerlo ahora.

Un destello de angustia se reflejó en los ojos de Artemas; fue tan íntimo y breve que solo Lily estaba lo bastante cerca como para verlo.

Artemas bajó la mano. La máscara fría volvió a cubrir su expresión.

—Entonces tal vez puedas comprender qué tipo de fe tiene esta familia en Julia.

Fe ciega, pensó Lily.

 

—Julia ponía las reglas. Hacía imposible cumplirlas. Buscaba problemas y los encontraba. Lo que les digo es que tiene parte de la culpa.

 

James emitió un sonido gutural de furia, que fue acompañado por la penetrante exclamación de Cassandra. Cassandra se lanzó hacia delante y golpeó a Lily en la boca. Se desató el caos. Artemas intentó separarlas mientras pronunciaba el nombre de su hermana como una maldición; Elizabeth y Alise tomaron a Cassandra de los brazos, Michael saltó hasta la cama tratando de impedir que James se levantara.

Lily retrocedió tambaleándose y tocó la sangre que salía de un costado de su boca. La desesperación y el horror por la ruina que se había abatido sobre la familia de Artemas y sobre la propia la invadieron. Tamberlaine apareció de pronto junto a ella, como una fuerza inamovible que la sostenía con un brazo. Lily no pudo ver el rostro de Artemas: le había vuelto la espalda. Pero algo en su expresión hizo que los demás se paralizaran. Hasta James lo miró y su violencia comenzó a desvanecerse. Un temblor helado recorrió la espalda de Lily.

Artemas se volvió hacia ella, vencido.

—Lo lamento —dijo Artemas, con la voz apagada por la desesperación.

Lily inclinó la cabeza, también disculpándose. Tamberlaine sugirió con suavidad:

—¿Puedo acompañarla hasta su automóvil, Lily?

Lily asintió.

Mientras caminaba hacia la puerta, vaciló y se volvió hacia el grupo conmovido y pálido que rodeaba a Artemas.

 

—Los he conocido toda mi vida, aunque jamás nos hayamos visto. Leí tantas cosas acerca de todos en las cartas de Artemas… Pensaba en ustedes como en mi segunda familia. No quise lastimarlos.

—No somos su familia —afirmó James—. Y jamás lo seremos.

Lily no pudo mirar de nuevo a Artemas. Se dio la vuelta y salió.

 

El frío viento de la noche despeinaba su cabello y enredaba el abrigo abierto en sus piernas. Lily caminó desde el jeep hasta una pared baja, que rodeaba el parque que había frente a la casa de Oliver. Todas las luces, dentro y fuera de la casa, estaban encendidas. Los faros azules de varios automóviles de policía brillaban frente a Lily, como un agregado surrealista al shock que experimentaba.

En las sombras, a un lado de una farola de la calle, Lily se apoyó débilmente contra la pared, con los puños en los grandes bolsillos de su abrigo, y contempló la escena inexplicable que se desarrollaba en la casa de Oliver. Una mano la tomó por el hombro. Lily se sobresaltó. Artemas estaba junto a ella. Lily miró hacia la calle. Un sedán grande y discreto se hallaba estacionado detrás del jeep.

—Me has seguido —dijo Lily.

—Hice que uno de mis agentes de seguridad te siguiera —la corrigió Artemas—. Me llamó cuando saliste de tu casa y te dirigiste de nuevo a Atlanta.

Artemas se sentó junto a ella. Una de sus manos le asió la muñeca con fuerza. Artemas introdujo su otra mano en el bolsillo del abrigo de Lily. Todo sucedió tan rápido que ella no tuvo tiempo de protestar ni de retroceder.

Artemas tomó el pesado revólver y lo sostuvo en su mano. Lily se encorvó ligeramente y no dijo nada. Se sentía aletargada. Lo único que podía pensar era: «Artemas sabía que yo intentaría algo así. Me conoce lo suficiente como para saberlo».

Artemas suspiró y contempló el arma, con los hombros hundidos.

—Mi gente también ha estado observando a Grant —dijo por fin—. Lograron conseguir algo de información después de la llegada de la policía y de la ambulancia. —Abrió la cámara del revólver y vació las balas en su mano—. Grant se tendió en una bañera y se abrió las muñecas. Su esposa lo encontró.

Lily pensó un momento en lo que acababa de oír. Le habían robado su venganza.

—¿Está muerto? —preguntó.

—Sí. Me comunicaron por el teléfono de mi automóvil que la ambulancia se fue hace unos quince minutos y se llevó el cuerpo.

Lily cerró los ojos y respiró con dificultad. Artemas le tendió el revólver vacío. Su rostro reflejaba infinita tristeza.

—Desearía…

—No lo digas. No cambiará lo que debas hacer ni lo que yo deba hacer.

La intensa conexión entre ambos se desvaneció, en medio de un silencio árido. Artemas se irguió.

—Tienes razón.

Lily se puso de pie y pasó junto a él, mientras dejaba caer el revólver en su otro bolsillo.

—Quería oír a Grant decir lo que te dijo a ti. Quería hacerlo admitir que mentía. Si escribió cualquier tipo de confesión antes de… Quiero verla.

—Sí dejó información, la conseguiremos. Y te prometo que lo sabrás.

Se dirigieron a sus vehículos. Artemas se detuvo junto al bordillo, y Lily sintió cómo la observaba mientras iba hacia el jeep. Se quedó de pie, atontada, con la mano sobre la puerta. Sentía en su interior el terror angustioso de que lo que Grant había dicho pudiera ser cierto, de que Richard y Frank hubieran puesto en peligro la segundad del puente porque estaban desesperados por ahorrar tiempo y dinero. Y de que ni Artemas ni su familia fueran a admitir jamás que las exigencias irracionales de Julia habían sido el catalizador.

Lily se puso rígida y miró a Artemas.

—Desde ahora será mejor que tú y yo nos comuniquemos solo a través de nuestros abogados. No podría soportar otra escena como la de hoy en el hospital. No hace ningún bien, ni a tu familia, ni a ti, ni a mí.

Artemas la miraba sin hablar. La amargura y la fatiga en su rostro lo hacían parecer cruel y más viejo de lo que era en realidad. Con una ligera inclinación de cabeza, expresó su consentimiento.

 

En el hotel lo aguardaba un sobre de parte de Oliver Grant. El pecho de Artemas se convulsionó. Abrió el sobre bajo la luz de una lámpara de escritorio de su suite. Al leer la carta garabateada y darse cuenta de que lo que Grant le había dicho podía ser probado sin lugar a dudas, Artemas se apoyó contra el respaldo del sillón y dejó caer la carta al suelo, fuera de su alcance, fuera de su control, mientras fijaba la vista en la oscuridad al otro lado de las ventanas.

La reunión tendría lugar en las oficinas de los abogados que representaban a Porter y Stockman. El celebrarla allí era un pequeño favor que Artemas podía hacer a Lily: permitirle reunirse con todos en terreno amistoso para ella. Artemas no habría pedido a sus hermanos que asistieran, pero Lily había insistido. Su coraje destrozó el corazón de Artemas. Lily y los abogados de la firma de arquitectura ya sabían lo que Oliver Grant había escrito antes de morir.

 

—Llegan tarde —dijo Elizabeth, con los codos sobre la larga mesa de reuniones, mientras se pasaba las puntas de los dedos por las sienes—. Quiero terminar con esto.

—Dudo que tenga ganas de vernos de nuevo después del otro día —comentó Michael. Se echó hacia atrás en el sillón que estaba junto al de Elizabeth y sacudió la cabeza—. No la culpo.

Artemas se hallaba de pie junto a una ventana de la amplia sala de reuniones, con las manos a la espalda. Se volvió y examinó al grupo. Elizabeth, Michael y Cass. Varios abogados de Colebrook. James, cerca del extremo de la mesa, pálido y rígido en su silla de ruedas especial. Se abrió una puerta revestida de madera. Marcus DeLan, el socio principal de la firma de abogados, entró con un hombre pequeño, delgado pero fuerte, de aspecto tímido, que vestía un traje azul barato; lo condujo hasta un sillón en el otro extremo de la mesa.

—Siéntese aquí, señor Spencer —dijo DeLan. Spencer se sentó deprisa y fijó la mirada en la mesa de caoba—. Lily llegará en cualquier momento —afirmó DeLan, y salió de la habitación.

Artemas se dirigió hacia Spencer y le dio la mano.

—Gracias por venir a otra reunión llena de abogados, señor Spencer. No se le pedirá que haga otra declaración formal. Sólo diga a la señora Porter lo que ha narrado a los investigadores del gobierno y a mis abogados.

—Sí, esta es para la señora Porter. —Había un tono defensivo y angustiado en la voz de Spencer—. Si no le debiera este favor, preferiría que una prensa me aplastara todos los dedos. Ella no merece todo esto. Y creo que el señor Porter tampoco lo merecía. Fueron muy buenos conmigo todos estos años. Jamás actuaban como si se creyesen mejores que los obreros.

—Comprendo que esto no le resulte fácil —dijo Artemas. Presentó a sus hermanos.

 

La puerta volvió a abrirse. El pecho de Artemas se cerró. DeLan entró y se hizo a un lado. Entró Lily. Se la veía alta y solemne, con su traje oscuro y la masa de cabello rojo recogida. Llevaba grandes gafas negras. Sus mejillas estaban demacradas. Michael se puso de pie e ignoró la risa despreciativa de Cass ante su actitud ceremoniosa. Spencer se incorporó de un salto y corrió hacia Lily.

—Jamás hubiera dicho nada, ni a usted ni a nadie más, si el señor Grant no hubiera puesto mi nombre en esa carta —dijo conmovido, y cuando Lily le tomó ambas manos entre las suyas, el rostro curtido de Spencer se contrajo por la emoción—. Supongo que él se enteró de que yo había hablado con el señor Porter. Tuve miedo de hablar, miedo de meterme en problemas.

—Lo sé, Spencer. —La voz de Lily era un susurro dolorido. Sus hombros estaban encorvados, vencidos. Artemas quedó paralizado, como si deseara detener lo que ese día estaba haciéndole a Lily.

—Pero no era solo que tuviera miedo —prosiguió Spencer—. No quería achacar nada al señor Porter. Él siempre fue franco conmigo, y cuando me dijo que haría algo con respecto a ese puente, le creí. Creo que todavía le creo.

El delicado rostro de Lily se contrajo. Cuando volvió a hablar, parecía fortalecida.

—Ojalá pudiésemos saber todo lo que pensaba, pero siempre podemos creer que hizo lo que consideraba correcto.

—Sí, señora.

 

James soltó una exclamación de ira. Artemas le lanzó una mirada de advertencia, pero James miraba a Lily con expresión sanguinaria. También Cass la miraba así. Michael se sentó lentamente. Él y Elizabeth observaban a Lily con el entrecejo fruncido, pensativos.

Marcus DeLan se hizo cargo de la situación. Cerró la puerta, indicó cortésmente un sillón a Lily y se sentó junto a ella. Spencer regresó a su asiento y encorvó los hombros. Artemas volvió junto a la ventana y se colocó donde pudiera examinar a Lily sin que los otros lo notaran.

Lily se quitó las gafas, se volvió con lentitud y miró a Spencer.

—Dígame todo lo que sabe, por favor.

El hombrecito asió con fuerza el borde de la mesa.

—Yo estaba construyendo moldes para el hormigón, mientras los obreros volcaban la mezcla para las paredes de sostén y el puente. Los oí hablar… Decían que el señor Rutgers los estaba jorobando. No les caen bien los chismosos de control de calidad… Los muchachos piensan que nadie conoce su trabajo mejor que ellos. Pues… oía quejas de ese tipo todo el tiempo, así que no les prestaba mucha atención.

—¿Cuándo oía todo eso? —quiso saber Lily.

—Unos dos meses antes de entregar el edificio a los pintores y al resto.

—¿A qué se refiere con «los pintores y el resto»? —preguntó Cass, impaciente.

—El personal de decoración de interiores —explicó Artemas—. Alfombras, azulejos, empapelado…, la última etapa de la construcción.

Lily seguía con los ojos fijos en Spencer.

—¿No le dijo nada a Richard en ese momento?

—No. Tal vez el señor Grant pensó que oí algo que no debía oír, porque me envió a trabajar a un edificio al otro lado de la ciudad. Pero más o menos dos semanas antes de que el Edificio Colebrook estuviera terminado, volví para hacer algunos trabajos en las molduras de las oficinas grandes de arriba.

—¿Por qué?

Spencer bajó repentinamente la cabeza y echó una mirada cautelosa a Artemas y a los otros. Después contestó:

—La señorita Colebrook decía que veía algunas cabezas de clavos. Quería que arrancáramos todas las molduras y pusiéramos otras nuevas. Yo podría haberlas arreglado para que nadie se diera cuenta, pero el señor Grant dijo que ella sí se daría cuenta, así que hubo que rehacerlo todo.

—Vaya al grano —terció James.

Lily se volvió levemente. Su mirada insondable sostuvo la de James. La sala hervía con la muda confrontación. Artemas dio un paso adelante.

—Continúe, por favor, señor Spencer.

Lily se volvió hacia el carpintero y esperó. Spencer suspiró.

—Mientras trabajaba con las molduras, vi otra vez al señor Porter. Se detuvo para charlar conmigo, como lo hacía siempre. Y yo dije, hablando por hablar: «Mientras trabajábamos en el puente, pensé que los muchachos que volcaban el hormigón iban a moler a palos a don Rutgers. Tuvo suerte de no hallar mezcla húmeda en el asiento de su automóvil».

Lily respiró con dificultad.

—¿Esto fue solo una o dos semanas antes de la inauguración del edificio?

—Sí, señora. Don Porter me preguntó qué quería decir exactamente, y le expliqué que don Rutgers había hecho pasar a los muchachos muchos momentos desagradables, porque decía que no estaban dejando curar el hormigón lo suficiente. Creí que a don Porter le iba a dar un ataque. Estaba furioso. Y muy asustado. Nunca lo había visto así.

 

Lily se tapó la boca con las manos. Tenía los ojos entrecerrados y una expresión atormentada.

—¿Qué dijo?

—Me preguntó si yo le había contado eso a alguna otra persona. Le dije que no y agregué: «Señor Porter, ¿cree que el señor Rutgers y el señor Grant dejaron pasar algo malo?». Recuerdo con exactitud lo que respondió, porque lo estaba mirando fijo, muy preocupado: «Si lo hicieron, este edificio no va a ser inaugurado hasta que lo arreglen». Eso fue todo. No volvimos a hablar del tema. Nunca volví a verlo, después de ese día.

 

Lily cerró los ojos. Quedó inmóvil, con las manos casi en actitud de oración contra los labios; de cada centímetro de su cuerpo emanaba desdicha. Marcus DeLan le tocó un brazo. Lily se echó atrás en su sillón y lentamente bajó las manos. Exhaló, abrió los ojos y clavó la vista en la mesa, como si no viera nada. Spencer bajó la cabeza y murmuró:

—Él quiso corregir las cosas. Tal vez no pudo, por alguna razón.

Uno de los abogados de Colebrook dijo:

—Me temo que lo que el señor Porter y su socio hayan hecho o dejado de hacer a continuación no viene al caso. Resulta claro que sabían que había problemas con respecto a la seguridad del puente y que, o bien no tomaron ninguna medida, o las que tomaron no fueron eficaces. Ellos y Oliver Grant son responsables. Esa deberá ser la conclusión oficial de Colebrook International acerca del asunto.

—Caso cerrado —dijo James, con voz fría—. Siento algo de compasión por usted, Lily, de verdad. Estoy dispuesto a creer que no sabía nada acerca de la falta de ética de su esposo. Pero deberá vivir con lo que él hizo durante el resto de su vida.

Artemas fue a grandes pasos hacia el extremo de la mesa, apoyó en ella ambas manos y se inclinó hacia su familia. Toda su violencia estaba concentrada en James.

 

—No estamos aquí para castigar a Lily. Si cualquiera de los presentes duda de que ella haya sufrido tanto como nosotros, que salga de esta habitación. No quiero oírlo.

Cass presionó.

—Podemos sentir algo de compasión por Lily, pero yo, por lo menos, quiero oírla disculparse por dar a entender que nuestra hermana tuvo algo que ver con lo ocurrido.

Lily alzó el mentón. Sus ojos brillaban.

—Ese temor es algo con lo que ustedes deberán vivir. Y deberán preguntarse si Julia también sabía lo que pasaba con el puente y no hizo nada.

Artemas oyó el ruido de su propia respiración, el estremecedor estallido interno del terror que jamás podría resignarse a expresar. Cass se levantó de su sillón, furiosa. James asió los brazos de su silla de ruedas. Michael y Elizabeth parecían azorados. Artemas miró a Lily a los ojos y dijo lo único que podía decir:

—No es cierto. No puede ser cierto.

Lily se levantó de la mesa, con dificultad, pero rígida y erguida, y sacudió la cabeza.

—Dios los ayude. Jamás lo sabrán a ciencia cierta, y jamás tendrán más paz que yo.

Artemas la observó, mudo y desesperado, mientras Lily abandonaba la habitación. Lily estaba en lo cierto.

 

Algunos meses más tarde, mientras el hogar que ella y Richard habían construido con tanto amor se convertía en un espectáculo de capullos y árboles en flor, Lily hacía las maletas para partir. Viviría por el momento con tía Maude, hasta decidir qué hacer.

Casi todas sus pertenencias habían sido vendidas para pagar honorarios de abogados y las deudas de la empresa de Richard y Frank. Colebrook International los había llevado a juicio, como Lily había previsto. Era lo que Artemas debía hacer, una decisión empresarial que no podía eludir. Lily comprendía, pero su amargura era demasiado profunda como para perdonarlo.

 

Artemas fue a verla el día antes de que Lily partiera.

 

Fue una visita siniestra, terrible; tía Maude y sus hermanas se negaron a dejarlos solos y observaron a Artemas con desconfianza. Artemas le preguntó si aceptaría ayuda de él. Quería prestarle…, maldición, quería darle dinero para volver a comenzar, en otra parte. A Lily no le había importado saber si la oferta era bienintencionada, o un mero intento de evitar que volviera a instalarse en MacKenzie, o ambas cosas. Artemas había parecido enojado pero no sorprendido por su rechazo.

 

Lily recorrió las habitaciones vacías, mientras tocaba la madera tallada y se detenía a levantar una pelusa de la alfombra o para tocar, distraída, las marcas de las paredes. «Si no puedes doblarte, te quebrarás», hubiera dicho su madre. Lily se sentía muy próxima a quebrarse.