CAPÍTULO XVIII

 

10 de julio de 1972

 

Henry volvió a casa. Mientras su mujer y sus hijas abrían las maletas, él tuvo que ir al laboratorio para ver cómo marchaban las cosas, y al parecer nadie encontró nada de raro en ello. Una vez en la calle tomó un taxi y se fue directamente al piso de Becky. Llamó todos los timbres del automático y alguien abrió la puerta de la calle. Subió corriendo la escalera y golpeó su puerta con la mano.
Nadie respondió. La llamó por su nombre. Al extremo del vestíbulo se abrió una puerta.
—No creo que esté —dijo una mujer—. Hace más de una semana que no la he visto.
—Gracias —dijo Henry.
—¿Usted llamó abajo?
—Sí.
—No debería hacerlo. Podría ser cualquiera. Hay toda clase de pervertidos en esta ciudad.
—Lo siento.
Ella cerró la puerta. Henry marchó a casa.