Capítulo 27
Tras aquella puerta les aguardaban riquezas dignas de un imperio. Sobre el suelo había verdaderas montañas de brillante oro amarillo mezcladas descuidadamente con anillos, pulseras, cadenas y coronas que resplandecían en toda su opulencia. Contra la pared había pilas de lingotes de oro rojo, procedentes de las minas de Angarak, y baúles rebosantes de diamantes del tamaño de un puño que brillaban como si fueran de hielo. En el centro de la sala se toparon con una gran mesa cubierta de rubíes, zafiros y esmeraldas del tamaño de huevos. Cordeles e hilos con perlas ensartadas —rosas, grisáceas, e incluso algunas azabache— sostenían las pesadas cortinas carmesíes que colgaban de las ventanas.
Belgarath caminaba como un animal al acecho, con la mirada alerta, sin mostrar el menor signo de su edad. Ignoró las riquezas que lo rodeaban y cruzó aquella habitación alfombrada en dirección a un estudio, donde apretados rollos de pergamino se apilaban en montañas que llegaban al techo y los lomos de piel de los libros se alineaban como batallones en los oscuros estantes de madera. Las mesas de esta segunda habitación estaban llenas de curiosos aparatos de cristal, de los que se usan para experimentos químicos, y extrañas máquinas de bronce y hierro, repletas de engranajes, ruedas, palancas y cadenas.
En una tercera habitación, encontraron un enorme trono de oro con un fondo de cortinas de terciopelo negro. Sobre el trono había una capa de armiño, un cetro y una pesada corona de oro. Sobre las pulidas baldosas del suelo se dibujaba un mapa que, según dedujo Garion, representaba el mundo entero.
—¿Qué clase de lugar es éste? —preguntó Durnik, con los ojos desorbitados por el asombro.
—Ctuchik se divierte aquí —respondió tía Pol con una expresión de repugnancia—. Tiene muchos vicios y le gusta practicarlos por separado.
—No está aquí —murmuró Belgarath—. Subamos a la próxima planta.
Regresaron por donde habían venido y siguieron subiendo por la escalera que se curvaba alrededor de la pared redondeada del fuerte.
La habitación de arriba era una sala de tormentos. En el centro había un potro de torturas, y látigos y porras colgaban de los muros. Contra la pared había una mesa llena de crueles instrumentos de metal brillante ordenados en hileras: ganchos, clavos de junta fina y horribles sierras que aún conservaban restos de hueso y carne entre sus dientes. La habitación entera apestaba a sangre.
—Sigue tú con Seda, padre —dijo tía Pol—. En las demás habitaciones de esta planta hay cosas que Garion y Durnik no deberían ver.
Belgarath asintió con un gesto y salió de la habitación seguido por Seda. Unos minutos después, regresaron por otra puerta. La cara de Seda tenía una ligera expresión de repugnancia.
—Tiene algunas perversiones bastante exóticas, ¿verdad? —comentó con un estremecimiento.
La cara de Belgarath reflejaba desolación.
—Seguiremos subiendo —dijo en voz baja—. Está en la planta superior. Me había imaginado que estaría allí, pero quería comprobarlo.
Comenzaron a subir otra vez, y cuando se acercaban al final de la escalera, Garion sintió una especie de ola de calor que brotaba de lo más profundo de su ser y un zumbido que lo impulsaba a seguir. La señal en la palma de su mano estaba ardiente.
En la habitación superior del fuerte había un altar de piedra negra y la imagen metálica de Torak se alzaba amenazadora en la pared del fondo. Sobre el altar reposaba un cuchillo brillante, con costras secas y rojas en la empuñadura. La sangre se había filtrado por los poros de la piedra, formando grandes manchas indelebles. Belgarath se movía con rapidez, con mirada vigilante y pasos de gato. Espió por una puerta que había en la pared de atrás del altar, pero meneó la cabeza y se dirigió a otra, cerrada en el muro del fondo. Apoyó sus dedos con suavidad sobre la madera y luego asintió con un gesto.
—Está aquí —murmuró con satisfacción. De repente hizo una profunda inspiración y luego sonrió—. He esperado esto durante mucho tiempo —dijo.
—No te entretengas, padre —rogó tía Pol con impaciencia; su mirada era dura y el rizo blanco de su pelo brillaba como la escarcha.
—Cuando entre, quiero que te mantengas al margen de esto, Pol —le recordó—. Y tú también, Garion. Esto es entre Ctuchik y yo.
—De acuerdo, padre —respondió tía Pol.
Belgarath extendió la mano y abrió la puerta. La habitación era vulgar y estaba casi vacía. El suelo de piedra no estaba alfombrado y las ventanas circulares dejaban ver la oscuridad del exterior, pues no tenían cortinas. Simples velas ardían en las lámparas de los muros y en el medio de la habitación había una mesa corriente. Un hombre vestido con una túnica negra, sentado a la mesa y de espaldas a la puerta, contemplaba un cofre de hierro. Garion sintió que todo su cuerpo temblaba en respuesta a lo que había en aquel cofre, y el zumbido de su mente lo ensordeció.
Un niño pequeño de cabellos claros estaba de pie ante la mesa y también contemplaba el cofre. Llevaba un guardapolvo manchado y pequeños zapatos sucios. A pesar de que su expresión parecía ausente, tenía un aire de tierna inocencia que llegaba al corazón. Sus ojos eran grandes, azules y confiados, y era el niño más hermoso que Garion había visto en su vida.
—¿Por qué has tardado tanto, Belgarath? —preguntó el hombre de la mesa con tono seco, sin molestarse en volver la cabeza. El cofre produjo un leve chasquido al cerrarse—. Comenzaba a preocuparme por ti.
—Unas pocas complicaciones sin importancia —respondió Belgarath—. Espero que no te hayamos hecho esperar demasiado.
—No importa, tenía cosas que hacer mientras tanto. Adelante, entrad todos.
Ctuchik se volvió a mirarlos. Su cabello y su barba tenían un color blanco amarillento y eran muy largos. Su cara estaba llena de arrugas y sus ojos brillaban; un semblante que reflejaba una antigua y profunda perversión. La crueldad y la arrogancia le habían borrado cualquier rasgo de humanidad y su tremendo egoísmo le confería una expresión de constante desdén hacia cualquier otro ser vivo. Sus ojos se posaron en tía Pol.
—Polgara —la saludó con una burlona inclinación de cabeza—. Estás tan hermosa como siempre. ¿Has venido para someterte por fin a la voluntad de mi amo? —agregó con una sonrisa maligna.
—No, Ctuchik —respondió con frialdad—. He venido a ver cómo se hace justicia.
—¿Justicia? —rió él con sorna—. Eso no existe, Polgara. Mi Maestro me ha enseñado que los fuertes hacen su voluntad y los débiles se someten.
—¿Y su cara quemada no te ha enseñado otra cosa?
El sumo sacerdote se ruborizó un poco, pero enseguida se repuso de su momentánea irritación.
—Te invitaría a sentarte y a beber algo —continuó con la misma voz seca—, pero me temo que no te quedarás lo suficiente como para eso. —Sus ojos se volvieron a los demás y se detuvieron en cada uno de ellos—. Tu grupo se ha reducido, Belgarath —observó—. Espero que no hayas perdido a ninguno por el camino.
—Están todos bien —le aseguró el hechicero—, pero sin duda apreciarán tu preocupación.
—¿Todos? —preguntó arrastrando la palabra—. Veo al ingenioso ladrón, al hombre de las dos vidas y al ciego, pero no a los demás. ¿Dónde están el temible oso y el caballero protector? ¿Y el señor de los caballos y el arquero? ¿Y las mujeres? ¿Dónde está la reina del mundo y la madre de la raza exterminada?
—Están todos bien, Ctuchik —respondió Belgarath—, muy bien.
—¡Qué extraordinario! Estaba casi seguro de que a esta altura ya habrías perdido al menos a uno o dos. Admiro tu dedicación para seguir a rajatabla una profecía que hubiera fracasado si uno solo de sus antecesores hubiera muerto en el momento equivocado. —Sus ojos cobraron un aire ausente durante unos instantes—, ¡Ah! —exclamó—, los has dejado a hacer guardia frente a la puerta. No era necesario que lo hicieras, Belgarath. He dado órdenes de que no nos molestaran. —Los ojos del sumo sacerdote se detuvieron en la cara de Garion—. Belgarion —dijo con tono casi cortés. A pesar del zumbido que hacía vibrar sus venas, cuando la mente del sumo sacerdote tocó la suya, Garion sintió un escalofrío—. Eres más joven de lo que esperaba. —Garion lo miró desafiante y comenzó a concentrarse en su voluntad para protegerse de cualquier movimiento por sorpresa de aquel viejo—, ¿Te atreverías a competir con mi poder, Belgarion? —dijo divertido Ctuchik—. Es cierto que quemaste a Chamdar, pero él era un idiota. Creo que conmigo te resultaría más difícil. Dime, chico, ¿te divirtió quemarlo?
—No —respondió Garion, siempre alerta.
—Con el tiempo empezará a gustarte —dijo Ctuchik con una sonrisa maligna—. Mirar cómo tu enemigo se retuerce y chilla entre las garras de tu mente es una de las mayores satisfacciones del poder. —Volvió su mirada hacia Belgarath—. ¿Así que por fin has venido a matarme? —le preguntó con tono burlón.
—Si es necesario, sí. He esperado este momento durante muchos años, Ctuchik.
—¡No me digas! Somos muy parecidos, Belgarath. Yo he deseado este encuentro tanto como tú. Sí, de veras, somos muy parecidos. En otras circunstancias, podríamos haber sido amigos.
—Lo dudo. Yo soy un hombre simple, y algunas de tus diversiones son un poco sofisticadas para mí.
—Ahórrate eso, por favor. Sabes tan bien como yo que los dos podemos hacer lo que queramos, sin limitaciones.
—Es posible, pero yo prefiero elegir a mis amigos con más cuidado.
—Te estás poniendo pesado, Belgarath. Diles a los demás que vengan. —Ctuchik levantó una ceja en un gesto irónico—. ¿No te gustaría que vieran cómo me destruyes? Piensa en la agradable admiración que te dispensarán.
—Están muy bien donde están —le dijo Belgarath.
—No seas aburrido. No vas a negarme el placer de rendir homenaje a la reina del mundo —dijo con tono burlón—. Ansío contemplar su exquisita belleza antes de que me mates.
—No creo que le importes mucho, Ctuchik, pero, de todos modos, le presentaré tus respetos.
—Insisto, Belgarath. Es sólo un pequeño ruego, fácil de complacer. Si tú no la llamas, lo haré yo.
Belgarath entrecerró los ojos y luego sonrió.
—O sea que es eso —dijo con suavidad—. Me preguntaba por qué nos habías dejado pasar con tanta facilidad.
—Ya no importa, ¿sabes? —dijo Ctuchik con una voz que parecía un ronroneo—. Has cometido tu último error, viejo. La has traído a Rak Cthol y eso es todo lo que yo necesitaba. Tu profecía se acaba aquí y ahora, Belgarath, y supongo que tú junto con ella.
Los ojos del sumo sacerdote brillaron de júbilo y Garion sintió cómo la fuerza de su mente perversa salía al exterior con un terrible propósito.
Belgarath intercambió una mirada rápida con tía Pol y le guiñó un ojo con expresión burlona.
Los ojos de Ctuchik se llenaron de asombro cuando su mente bajó a la última planta de su fuerte y la encontró vacía.
—¿Dónde está? —gritó desesperado con una voz que fue casi un aullido.
—La princesa no ha podido acompañarnos —respondió Belgarath con calma—, pero envía sus disculpas.
—¡Mientes, Belgarath! No te habrías atrevido a dejarla atrás. No estaría segura en ningún lugar del mundo.
—¿Ni siquiera en las cuevas de Ulgoland?
La cara de Ctuchik palideció.
—¿Ulgoland? —preguntó boquiabierto.
—Pobre viejo Ctuchik —dijo Belgarath y meneó la cabeza en un gesto de pesar—. Me temo que te has equivocado mucho. Tu plan no era malo, ¿pero no se te ha ocurrido asegurarte de que la princesa estuviera con nosotros antes de permitir que me acercara tanto?
—Cualquiera de los demás servirá.
—No —negó Belgarath—. Los demás son todos irreductibles; Ce'Nedra era la única vulnerable y está en Prolgu, bajo la protección del propio UL. Podrías intentar enfrentarte a él, si quieres, pero yo no te lo aconsejaría.
—Yo te maldigo, Belgarath.
—¿Por qué no me das el Orbe, Ctuchik? —sugirió Belgarath—. Sabes que si quiero puedo quitártelo.
Ctuchik se esforzó por recuperar el control.
—No nos apresuremos, Belgarath —dijo después de un momento—. ¿Qué ganaremos si nos destruimos el uno al otro? Tenemos a Cthrag Yaska en nuestro poder y podríamos dividirnos el mundo entre ambos.
—Yo no quiero la mitad del mundo, Ctuchik.
—Lo quieres todo para ti. —Una sonrisa comprensiva se dibujó en los labios de Ctuchik—. Yo también lo quería todo..., al principio, pero ahora me conformaré con la mitad.
—La verdad es que yo no quiero nada del mundo.
—¿Y qué es lo que quieres, Belgarath? —preguntó Ctuchik con un gesto desesperado.
—El Orbe —respondió implacable Belgarath—. Dámelo, Ctuchik.
—¿Por qué no unimos nuestras fuerzas y usamos el Orbe para destruir a Zedar?
—¿Y para qué?
—Tú lo odias tanto como yo. Él traicionó a tu Maestro y te robó a Cthrag Yaska.
—Se traicionó a sí mismo, Ctuchik, y creo que esa idea lo tortura de vez en cuando. Sin embargo, su plan para robar el Orbe fue muy inteligente. —Belgarath miró con aire pensativo al niño que estaba de pie frente a la mesa, con sus ojos grandes fijos en el cofre de metal—. Me pregunto dónde encontró al niño —murmuró—. La inocencia y la pureza no son exactamente lo mismo, por supuesto, pero están muy cerca. A Zedar le habrá costado mucho criar a un inocente, piensa en todos los impulsos que habrá tenido que reprimir.
—Por eso dejé que lo hiciera él —respondió Ctuchik. El pequeño niño rubio, como si advirtiera que hablaban de él, miró a los dos hombres con los ojos llenos de confianza—. Lo cierto es que aún tengo a Cthrag Yaska, el Orbe —afirmó Ctuchik. Luego volvió a sentarse y apoyó una mano sobre el cofre—. Si intentas llevártelo, lucharé contigo. Ninguno de los dos puede asegurar lo que ocurrirá, así que por qué arriesgarse?
—¿Para qué lo quieres? Y si yo aceptara tu trato, ¿que harías con el Orbe? ¿Despertarías a Torak y se lo darías a él?
—Es probable. Pero Torak lleva quinientos años dormido y el mundo ha funcionado bastante bien sin él. No creo que fuera necesario despertarlo ahora.
—Por lo tanto, seguirías en posesión del Orbe.
—Alguien debe tenerlo, ¿por qué no yo?
Estaba apoyado en el respaldo de la silla y parecía completamente tranquilo. Por fin atacó sin previo aviso y sin que su rostro delatara sus emociones.
Fue tan rápido que, más que una agitación, Garion sintió algo similar a un enorme ventarrón, y los familiares rugidos en su mente sonaron como truenos. Garion era consciente de que si aquella fuerza hubiera sido dirigida hacia él, lo habría destruido, pero el poder de Ctuchik estaba atacando a Belgarath. Durante un pavoroso instante, Garion vio a su abuelo envuelto en una sombra más oscura que la noche. Luego la sombra se rompió como una delicada copa de cristal, esparciendo, al estallar, fragmentos de oscuridad. Entonces Belgarath se enfrentó a su antiguo enemigo con expresión sombría.
—¿Eso es todo lo que puedes hacer? —preguntó al mismo tiempo que se defendía con su poder.
De repente, una luz deslumbrante rodeó al grolim y se cerró sobre él, como si lo aplastara con su potencia. La tosca silla donde se sentaba Ctuchik estalló en trozos y astillas, como si un peso descomunal se hubiera posado sobre ella. Ctuchik cayó encima de los restos de la silla y ahuyentó con ambas manos el resplandor azul. Luego se puso en pie y respondió al ataque con llamas. En ese horrible instante, Garion recordó a Asharak quemándose en el bosque de las Dríadas. Pero Belgarath apagó el fuego y, pese a que él mismo decía que no se necesitaban gestos para actuar con la Voluntad y la Palabra, levantó la mano y atacó a Ctuchik con rayos.
El mago y el hechicero estaban frente a frente en el centro de la habitación, rodeados de luces abrasadoras, llamas y sombras. Garion se sentía atontado por las constantes detonaciones de energía que se producían en la lucha. Tuvo la impresión de que sólo una parte de la batalla era visible y de que había embestidas que no alcanzaba a vislumbrar, ni siquiera a imaginar. En aquella habitación del fuerte, el aire parecía crepitar y zumbar. Aparecían y desaparecían extrañas imágenes, oscilando en los límites extremos de lo visible: caras enormes, manos gigantescas y cosas que Garion no alcanzaba a reconocer. El edificio entero temblaba mientras aquellos dos terribles ancianos desgarraban la materia misma de la realidad, empuñando las armas de la imaginación y la ilusión.
Casi sin pensarlo, Garion comenzó a convocar su poder y a concentrarse. Tenía que detener aquella lucha, pues él mismo y los demás estaban sintiendo sus consecuencias de forma indirecta. Más allá de cualquier razonamiento, Belgarath y Ctuchik se consumían en su odio mutuo y liberaban fuerzas que podían matarlos a todos.
—¡Garion, no te metas! —exclamó tía Pol con una voz tan brusca que el joven no podía creer que proviniera de ella—. Han llegado al límite; si tú interfieres, podrías destruirlos a los dos. —Apartó a los demás con un gesto rápido—. ¡Todos atrás! El aire que los rodea está vivo.
Todos retrocedieron temerosos hacia la pared del fondo de la habitación.
El hechicero y el mago estaban muy cerca uno de otro con los ojos brillantes, y sus poderes iban y venían en oleadas. El aire chisporroteaba a su alrededor y sus túnicas echaban humo.
Entonces los ojos de Garion se fijaron en el niño, que miraba a los dos ancianos sin comprender lo que ocurría, pero con serenidad. No se asustaba ni retrocedía ante los horribles sonidos y visiones que se producían a su alrededor. Garion se preparó para correr y salvar al pequeño, pero justo en ese momento el niño se dirigió a la mesa. Con total serenidad, atravesó una cortina de llamas verdes que se alzaba frente a él. Era obvio que no había visto el fuego, o al menos que no lo temía. Cuando llegó junto a la mesa, se puso de puntillas y levantó la tapa del cofre que Ctuchik había contemplado con malicioso placer unos minutos antes. El niño sacó una piedra redonda, pulida y gris del interior del cofre, al mismo tiempo que Garion volvía a sentir ese extraño y cosquilleante calor y sus oídos se llenaban de un inquietante zumbido.
En ese momento oyó la exclamación de asombro de tía Pol.
Con la piedra gris cogida con las dos manos, como si fuera una pelota, el niño se volvió y caminó directamente hacia Garion, con expresión de seguridad y los ojos llenos de confianza. La piedra pulida reflejaba los destellos de la terrible batalla que tenía lugar en la habitación, pero a su vez irradiaba un brillo propio. En lo más profundo de la piedra se vislumbraba un resplandor azul, una luz que no vacilaba ni cambiaba y que se hacía cada vez más fuerte a medida que el niño se acercaba a Garion.
Una imagen instantánea pasó por la mente de Garion, una imagen de absoluto terror, y supo que estaba viendo el interior de la mente de Ctuchik. En aquella mente había una escena que aterrorizaba al mago: un retrato de Garion con la brillante piedra en sus manos. El joven advirtió que el miedo de Ctuchik aumentaba y entonces, muy despacio y de forma deliberada, extendió su mano derecha hacia la piedra que le ofrecía el niño. La señal de su mano ardía de deseos de tocar la piedra y el zumbido de su cabeza se elevó en un poderoso crescendo. Mientras extendía la mano, sintió el violento miedo irracional de Ctuchik y oyó su ronco alarido.
—¡Desaparece! —gritó con desesperación el grolim mientras dirigía su terrible poder a la piedra que había en las manos del pequeño.
Durante unos emocionantes segundos, un silencio absoluto llenó la habitación del fuerte. Incluso la cara de Belgarath, contraída por la terrible lucha, reflejó sorpresa e incredulidad.
El resplandor azul del corazón de la piedra pareció contraerse y luego volvió a brillar.
Ctuchik, con la larga barba y el pelo desgreñados, se quedó boquiabierto, con los ojos llenos de asombro y terror.
—¡No he querido decir eso! —gimió—. ¡No he querido decirlo!
Pero una nueva y descomunal fuerza ya había penetrado en la habitación. Aquella fuerza no irradiaba ninguna luz, ni hacía presión contra la mente de Garion; por el contrario, parecía querer hacerlo a un lado mientras se cerraba sobre el aterrorizado Ctuchik.
El sumo sacerdote de los grolims aulló de forma demencial y de repente dio la impresión de que se contraía, se expandía y se contraía otra vez. Su cara se llenaba de grietas, pues se había convertido en piedra y la piedra se desmoronaba bajo el poder de aquella terrible fuerza. Debajo de aquellas grietas impresionantes, Garion no vio carne ni huesos, sino una destellante energía. Ctuchik comenzó a brillar con un resplandor cada vez más fuerte. Entonces alzó las manos con desesperación.
—¡Ayudadme! —gritó—. ¡NO! —aulló desesperado, y con un estruendo indescriptible el discípulo de Torak desapareció.
Aquel asombroso estallido arrojó a Garion al suelo, contra la pared de la habitación. De forma inconsciente, el joven cogió entre sus brazos al niño, que cayó sobre él como una muñeca de trapo. La piedra redonda rebotó en el muro, Garion hizo ademán de cogerla, pero la mano de tía Pol le agarró la muñeca.
—¡No! —exclamó—. No lo toques, es el Orbe.
La mano de Garion se detuvo. El niño se soltó de sus brazos y corrió tras el Orbe, que rodaba por el suelo.
—Misión —rió con expresión de júbilo al agarrarlo.
—¿Qué ha ocurrido? —murmuró Seda mientras intentaba ponerse en pie y miraba a todos lados.
—Ctuchik se ha destruido a sí mismo —respondió tía Pol mientras también se incorporaba— Ha intentado hacer que el Orbe desaparezca y la madre de los dioses no permite la desaparición de nada. —Dirigió una mirada rápida a Garion—. Ayúdame con tu abuelo.
Belgarath había estado prácticamente en medio de la explosión que había destruido a Ctuchik. El estallido lo había arrojado al otro extremo de la habitación y estaba acurrucado en el suelo con expresión de asombro, con los ojos brillantes y el pelo y la barba chamuscados.
—Levántate, padre —dijo tía Pol con tono apremiante mientras se inclinaba sobre él.
El fuerte comenzó a temblar y la roca de basalto que lo sostenía se inclinó. Entonces una gigantesca explosión resonó desde el interior de la tierra, una lluvia de piedras y argamasa comenzó a caer de las paredes, mientras la tierra temblaba con la onda expansiva de la destrucción de Ctuchik.
En la habitación de abajo la puerta se abrió con estrépito y Garion oyó unas ruidosas pisadas.
—¿Dónde estáis? —gritó la voz de Barak.
—Aquí arriba —respondió Seda desde la escalera.
Barak y Mandorallen subieron corriendo los peldaños de piedra.
—¡Salid de aquí! —rugió Barak—. El fuerte está comenzando a desmoronarse. El templo se viene abajo y hay una grieta de más de medio metro en la unión del fuerte con la roca de la montaña.
—¡Padre! —gritó Polgara—. ¡Tienes que levantarte! —Belgarath la miró con expresión ausente—. ¡Levántalo! —le ordenó a Barak.
Las rocas que sostenían el fuerte a la ladera de la montaña comenzaron a agrietarse con las furiosas convulsiones de la tierra.
—¡Allí! —exclamó Relg con voz estridente y señaló una pared negra del fuerte donde las piedras se agrietaban y desmoronaban—. ¿Puedes abrir un hueco, Polgara? Detrás hay una cueva.
Tía Pol levantó la vista con rapidez, fijó los ojos en la pared y la señaló con un dedo.
—¡Estalla! —ordenó y el muro de piedra se abrió como si lo hubiese derribado un huracán.
—¡Se está separando! —gritó Seda, y señaló la grieta cada vez más grande entre el fuerte y la sólida cuesta de la montaña.
—¡Saltad! —gritó Barak—. ¡Deprisa!
Seda saltó por encima de la grieta y se giró para agarrar a Relg, quien lo seguía a ciegas. Durnik y Mandorallen cogieron entre ambos a tía Pol y saltaron justo cuando la grieta se hacía más ancha.
—¡Ahora tú, chico! —le ordenó Barak a Garion mientras se acercaba a la abertura, cargando al todavía confuso Belgarath.
«¡El niño! —exclamó la voz en la mente de Garion, esta vez sin frialdad ni desinterés—. ¡Salva al niño, o todo lo que habéis hecho carecerá de sentido!»
Garion recordó al pequeño y dejó escapar un gemido. Entonces dio media vuelta y volvió a entrar en el fuerte, que se desmoronaba poco a poco. Cogió al pequeño entre sus brazos y corrió hacia el agujero que tía Pol había abierto en la pared.
Barak saltó, y al llegar al otro lado, sus pies oscilaron durante un terrible segundo en el borde mismo de la grieta. Garion tomó impulso mientras corría y cuando por fin saltó lo hizo con todas sus fuerzas, de modo que chocó de lleno contra la ancha espalda de Barak, con el pequeño en sus brazos.
El niño abrazaba con actitud protectora el Orbe de Aldur.
—¿Misión? —preguntó.
Garion se volvió. El fuerte estaba inclinado a una creciente distancia de la piedra de basalto y las piedras que lo sostenían se agrietaban, desprendiéndose de la cuesta empinada de la montaña. De repente, todo el peso del edificio se inclinó hacia fuera, y bajo una lluvia de cascotes y restos del templo de Torak, el fuerte se separó de la montaña y cayó en el impresionante abismo.
El suelo de la cueva adonde habían entrado vibraba con los temblores de la tierra y cada movimiento repercutía en toda la montaña de basalto. Los enormes trozos de paredes de Rak Cthol se desprendían y caían junto a la puerta de la caverna, temblando bajo la luz roja del sol naciente.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Seda y echó un rápido vistazo a su alrededor. Luego, aliviado al ver que todos estaban a salvo, agregó—: Será mejor que nos alejemos un poco de la entrada. Esta parte de la montaña no parece muy firme.
—¿Quieres bajar ahora? —le preguntó Relg a tía Pol—. ¿O prefieres esperar a que no haya más temblores?
—Será mejor que nos movamos —aconsejó Barak—, Las cuevas estarán repletas de murgos en cuanto cese el terremoto.
Tía Pol echó un vistazo al semiinconsciente Belgarath y luego cobró fuerzas.
—Bajaremos —decidió con voz firme—. Todavía tenemos que detenernos a buscar a la esclava.
—Lo más probable es que esté muerta —se apresuró a decir Relg—. El terremoto debe de haber derrumbado el techo de su cueva.
Tía Pol le dedicó una mirada fulminante; una mirada que ningún hombre en el mundo hubiese sido capaz de sostener por mucho tiempo.
Relg bajó la vista.
—Muy bien —dijo de mala gana y se volvió para conducirlos a la cueva. El terremoto seguía rugiendo a sus pies.