Capítulo 12
—¿Por qué intentaste levantarla? —le preguntó Belgarath a Garion a la mañana siguiente, después de que él y tía Pol regresaran y Seda y Hettar describieran la situación en que lo habían encontrado.
—Me pareció la mejor manera de moverla —respondió Garion—. Ya sabes, como si la sostuviera de abajo y luego la hiciera rodar, o algo por el estilo.
—¿Por qué no la empujaste por la parte superior? Si lo hubieras hecho así se habría movido.
—No se me ocurrió.
—¿No te das cuenta de que la tierra blanda no puede soportar tanta presión?
—Ahora sí —respondió Garion—. Pero, si la hubiera empujado, ¿habría conseguido que no me echara para atrás?
—Tienes que apuntalarte —explicó Belgarath—, eso es parte del truco. Debes emplear la misma cantidad de energía en mantenerte inmóvil que en empujar el objeto que intentas mover. De lo contrario, todo lo que lograrás será que la fuerza te arroje hacia atrás.
—No lo sabía —admitió Garion—. Es la primera vez que intento hacer algo fuera de una situación de emergencia. ¿Quieres terminar de una vez? —le dijo enfadado a Ce'Nedra, que no había parado de reír desde que Seda y Hettar acabaran con su relato sobre las peripecias de Garion.
Ella rió aún más.
—Creo que vas a tener que explicarle algunas cosas, padre —dijo tía Pol—. No parece tener la más mínima idea sobre la relación de las fuerzas y sus reacciones. —Miró a Garion con ojo crítico—. Es una suerte que no hayas decidido arrojarla —le dijo—, o podrías haber volado de vuelta a Maragor.
—La verdad es que no le veo la gracia —dijo Garion a sus amigos, que reían abiertamente— Esto no es tan fácil como parece, ¿sabéis?
Era consciente de que acababa de comportarse como un tonto y se sentía avergonzado y ofendido por tanta jocosidad.
—Ven conmigo, chico —dijo Belgarath con firmeza—. Parece que deberemos empezar por el principio.
—No tengo la culpa de no saber hacerlo —protestó Garion—. Deberías habérmelo dicho.
—No sabía que pensabas comenzar a experimentarlo tan pronto —respondió el viejo—. Casi todos nosotros tuvimos la sensatez suficiente como para esperar a que nos guiaran antes de comenzar a alterar la geografía local.
—Bueno, al menos logré moverla —dijo Garion a la defensiva, mientras atravesaban la pradera en dirección a la torre.
—¡Estupendo! ¿Y luego la dejaste de nuevo en su sitio?
—¿Qué? ¿Cuál es la diferencia?
—En el valle no solemos cambiar nada de lugar. Si las cosas están en un sitio determinado es por algún motivo, y se supone que debemos dejarlas allí.
—No lo sabía —se disculpó Garion.
—Ahora lo sabes. Vamos a ponerla de nuevo en su lugar.
Siguieron andando pesadamente y en silencio.
—¿Abuelo? —dijo por fin Garion.
—¿Sí?
—Cuando moví la roca, me pareció que la fuerza que empleaba para hacerlo procedía de todos lados a mi alrededor. Daba la impresión de que manaba como un torrente desde todas las direcciones. ¿Eso significa algo?
—Es la forma en que funciona —explicó Belgarath—. Cuando hacemos algo, cogemos el poder de nuestro alrededor. Por ejemplo, cuando quemaste a Chamdar, sacaste el calor de lo que te rodeaba, del aire, de la tierra y de todos los que estaban en la zona. Sacaste un poco de calor de cada cosa para encender el fuego, y cuando moviste la roca, tu fuerza procedía de todos los objetos cercanos.
—Creí que todo venía de adentro.
—Sólo cuando creas cosas —respondió el anciano—; esa fuerza viene de nuestro interior. Sin embargo, para cualquier cosa necesitamos tomarla prestada. Reunimos un poco de poder de aquí y de allí y luego lo liberamos con un solo objetivo. Nadie es lo bastante grande como para llevar consigo ni siquiera la fuerza necesaria para realizar el acto de hechicería más sencillo.
—Entonces eso es lo que ocurre cuando alguien intenta que algo desaparezca —dijo Garion de forma intuitiva—, absorbe toda la fuerza, pero no puede dejarla salir y entonces... —Extendió las manos y las abrió de forma súbita.
—Tienes una mente extraña, chico —dijo Belgarath y lo miró con los ojos entrecerrados—, entiendes las cosas difíciles con relativa facilidad, pero no pareces ser capaz de comprender las más simples. Ahí esta la roca. —Meneó la cabeza—. No puede quedar así. Ponla otra vez donde corresponde y esta vez intenta no hacer tanto ruido. El estruendo que hiciste ayer retumbó en todo el valle.
—¿Qué hago? —preguntó Garion.
—Concentra las fuerzas —dijo Belgarath—, cógelas de todas las cosas que hay a tu alrededor. —Garion lo intentó—. ¡De mí no! —exclamó el anciano con firmeza.
Garion excluyó a su abuelo de su acción. Después de un momento, sintió un extraño cosquilleo en todo el cuerpo y los pelos se le pusieron de punta.
—Y ahora ¿qué? —preguntó con los dientes apretados para no dejar escapar la fuerza.
—Empuja hacia atrás y a la roca al mismo tiempo.
—¿Qué es lo que debo empujar hacia atrás?
—Todo..., y al mismo tiempo, empuja la roca. Tiene que ser simultáneo.
—¿No acabaré... aplastado en el medio?
—Tensa todo el cuerpo.
—Será mejor que nos demos prisa, abuelo —dijo Garion—, siento como si me fuera a partir en dos.
—Aguanta. Ahora concentra tu voluntad en la roca y di la palabra.
Garion extendió las manos y los brazos.
—Empuja —ordenó. Entonces sintió la agitación y los rugidos.
La roca se balanceó con un ruido sordo y luego rodó sin dificultad hacia donde había estado la mañana anterior. De repente, Garion sintió todo el cuerpo dolorido y cayó de rodillas, agotado.
—¿«Empuja»? —dijo Belgarath con incredulidad.
—Has dicho que dijera «empuja».
—He dicho que empujaras, no que dijeras «empuja».
—Se ha movido, así que ¿qué importancia tiene?
—Es una cuestión de estilo —dijo el anciano con cara de pena—. «Empuja» suena tan... tan pueril. —Garion comenzó a reír débilmente—. Ante todo, Garion, tenemos que mantener cierta dignidad —dijo con orgullo el anciano—; si vamos por ahí diciendo cosas como «empuja», «cae» o cosas así, nadie nos va a tomar en serio.
Garion quería parar de reír, pero le resultaba imposible. Belgarath se alejó indignado, murmurando algo para sí.
Cuando volvieron con los demás, se encontraron con que habían levantado las tiendas y cargado los caballos.
—No tiene sentido que sigamos aquí —les dijo tía Pol—, los demás nos esperan. ¿Has logrado hacerle entender algo, padre? —Belgarath gruñó con una expresión de intenso disgusto—. Parece que las cosas no han ido muy bien.
—Ya te lo contaré más tarde —dijo brevemente.
Durante la ausencia de Garion, Ce'Nedra había empleado variadas artimañas y un montón de manzanas de las reservas de provisiones para seducir al potrillo hasta lograr una especie de extática subordinación. El animal la seguía a donde fuera y las miradas distantes que le dirigía a Garion no mostraban el menor vestigio de culpa.
—Vas a conseguir que se enferme —la acusó Garion.
—Las manzanas son buenas para los caballos —respondió ella con tono frívolo.
—Díselo tú, Hettar —sugirió Garion.
—No le harán daño —dijo el hombre con nariz de halcón—. Es un viejo método para ganarse el afecto de un potrillo.
Garion intentó pensar en otra objeción apropiada, pero no lo consiguió. La escena del pequeño animal con el hocico contra la cara de Ce'Nedra le disgustaba, aunque no lograba comprender bien por qué.
—¿Quiénes son los demás, Belgarath? —preguntó Seda mientras cabalgaban—. ¿A quiénes se refería Polgara?
—A mis hermanos —respondió el viejo hechicero—. Nuestro Maestro les dijo que veníamos.
—He estado escuchando historias sobre la Hermandad de Hechiceros toda mi vida. ¿Son todos tan maravillosos como dice la gente?
—Creo que te vas a llevar una desilusión —dijo tía Pol con modestia—. La mayoría de los hechiceros suele ser viejos extravagantes con infinidad de hábitos perniciosos. Yo he crecido entre ellos, así que los conozco bastante bien. —Giró la cabeza hacia el zorzal que estaba en su hombro y le cantaba con adoración—. Sí —le dijo al pájaro—, ya lo sé.
Garion se aproximó a su tía y se puso a escuchar con atención el canto del pájaro. Al principio era sólo un ruido, bonito, pero sin ningún sentido. Luego, poco a poco, comenzó a descifrar el significado de algunos sonidos. El pájaro cantaba sobre nidos, huevos pequeños y moteados, amaneceres y el exquisito placer de volar. Luego, como si de repente se le hubieran destapado los oídos, Garion comenzó a comprender todo: las alondras cantaban sobre el vuelo y el canto, los gorriones piaban sobre pequeños sacos de semillas. Un halcón, que planeaba sobre sus cabezas, graznaba sobre su vuelo solitario en el viento y el feroz placer de matar. Garion estaba atónito, pues de repente el aire a su alrededor se había llenado de palabras.
Tía Pol lo miró muy seria.
—Es un comienzo —le dijo, sin detenerse a explicarle a qué se refería.
Garion estaba tan abstraído con el mundo que acababa de descubrir que al principio no se fijó en los dos hombres de cabellos plateados. Estaban de pie bajo un árbol muy alto, esperando a que el grupo se acercara. Llevaban idénticas túnicas azules y sus cabelleras blancas eran bastante largas, pero no tenían barba. Cuando el joven los miró por primera vez, pensó que sus ojos lo engañaban. Los dos eran tan absolutamente idénticos que era imposible distinguirlos.
—Belgarath, hermano —dijo uno de ellos —, ha pasado...
—... tanto tiempo —acabó el otro.
—Beltira —dijo Belgarath—, Belkira —agregó, luego desmontó y abrazó a los gemelos.
—Nuestra querida y pequeña Polgara —dijo luego uno de los dos.
—El valle ha estado... —comenzó el otro.
—... vacío sin ti —completó el segundo. Luego se volvió hacia su hermano—. Eso ha sido muy poético —dijo con admiración.
—Gracias —respondió el primero con modestia.
—Éstos son mis hermanos, Beltira y Belkira —informó Belgarath a los miembros del grupo mientras comenzaban a desmontar—. No os preocupéis por diferenciarlos, pues nadie puede hacerlo.
—Nosotros podemos —dijeron los dos al unísono.
—Ni siquiera estoy muy seguro de eso —respondió Belgarath con una sonrisa afable—. Vuestras mentes están tan unidas que vuestros pensamientos empiezan en uno y acaban en el otro.
—Tú siempre lo complicas demasiado, padre —protestó tía Pol—. Éste es Beltira —dijo y besó a uno de los dulces ancianos—, y éste es Belkira —agregó y besó al otro—. Yo los distingo desde que era pequeña.
—Polgara conoce...
—... todos nuestros secretos. —Los mellizos sonrieron—. ¿Y quiénes son...?
—... vuestros compañeros?
—Creo que los reconoceréis —respondió Belgarath—. Mandorallen, barón de Vo Mandor.
—El caballero protector —dijeron los mellizos al unísono, con una reverencia.
—El príncipe Kheldar de Drasnia.
—El guía —dijeron.
—Barak, conde de Trellheim.
—El temible Oso —murmuraron y miraron al corpulento cherek con aprensión.
Barak se ruborizó, pero no dijo nada.
—Hettar, hijo de Cho-Hag de Algaria.
—El señor de los caballos.
—Y Durnik de Sendaria.
—El hombre de las dos vidas —murmuraron con gran respeto.
Durnik se quedó atónito.
—Ce'Nedra, princesa imperial de Tolnedra.
—La reina del mundo —respondieron con otra gran reverencia.
Ce'Nedra rió con nerviosismo.
—Y éste sólo...
—... puede ser Belgarion —dijeron con las caras llenas de alegría—, el elegido. —Los gemelos extendieron las manos al mismo tiempo para tocar la cabeza de Garion. Sus voces resonaron en la mente del joven.
«Salud, Belgarion, jefe supremo y paladín, esperanza del mundo.»
Garion estaba demasiado sorprendido ante esta bendición, así que respondió con una simple inclinación de cabeza.
—Si esto se hace aún más empalagoso, creo que voy a vomitar —anunció una voz nueva, brusca y áspera.
Su dueño, que acababa de salir de atrás del árbol, era un hombre bajo, deformado, viejo, sucio y espantosamente feo. Sus piernas estaban arqueadas y retorcidas como troncos de roble. Sus hombros eran enormes y las manos le llegaban por debajo de las rodillas. Tenía una enorme joroba en mitad de la espalda y su cara anómala era una grotesca caricatura de un rostro humano. Sus descuidados cabellos y barba, de un color gris acerado, estaban enmarañados y entre sus nudos se enredaban pequeñas ramitas y hojas. Su horrible cara tenía una expresión permanente de desprecio y furia.
—Beldin —dijo Belgarath con suavidad—. No estábamos seguros de que vinieras.
—No debería haberlo hecho, chapucero —le dijo el horrible hombrecillo—. Has hecho todo mal, como siempre. —Se volvió a los gemelos—: Traedme algo de comer —les dijo con un tono fulminante.
—Sí, Beldin —se apresuraron a contestar ellos y se alejaron.
—Y no tardéis todo el día —les gritó mientras se iban.
—Parece que estás de buen humor —dijo Belgarath sin el menor deje de sarcasmo—. ¿Qué te ha puesto tan contento?
El horrible enano lo miró con el entrecejo fruncido y luego rió con un ruido breve, similar a un ladrido.
—Vi a Belzedar —dijo— y estaba hecho un lío. Algo le había salido muy mal y eso me encanta.
—Querido tío Beldin —dijo tía Pol con cariño y rodeó con sus brazos al hombrecillo mugriento—. ¡Te he echado tanto de menos!
—No intentes hacerme sucumbir a tus encantos, Polgara —le dijo, aunque su mirada pareció suavizarse un poco—. Tú eres tan culpable de todo esto como tu padre. Pensé que lo vigilarías. ¿Cómo hizo Belzedar para apropiarse del Orbe de nuestro Maestro?
—Creemos que usó a un niño —respondió Belgarath muy serio—. El Orbe nunca dañará a un inocente.
—Nadie es inocente —gruñó el enano—, todos los hombres nacen corruptos. —Volvió los ojos a tía Pol y la miró con ojo crítico—. Estás engordando —le dijo con brusquedad—, tus caderas son tan grandes como un carro de bueyes.
De inmediato Durnik apretó los puños y se abalanzó sobre el horrible hombrecillo.
El enano rió, cogió la túnica del herrero con una de sus enormes manazas, y sin ningún esfuerzo aparente, levantó al sorprendido Durnik y lo arrojó varios metros más allá.
—Puedes comenzar tu segunda vida ahora mismo, si lo deseas —gruñó con tono amenazador.
—Deja que yo me ocupe de esto, Durnik —le pidió tía Pol—. ¿Cuánto hace que no te bañas, Beldin? —preguntó a éste con frialdad.
—Me mojé con la lluvia hace un par de meses —respondió el enano y se encogió de hombros.
—Pero no lo suficiente — dijo ella—. Hueles como un chiquero sucio.
—Ésa es mi chica —dijo Beldin con una risita estúpida—. Tenía miedo de que los años te hubieran robado el ingenio.
Entonces, ambos hechiceros comenzaron a dirigirse los más espeluznantes insultos que Garion oyera en su vida. Intercambiaron palabras crueles y horribles que parecían zumbar en el aire. Barak, atónito, los miraba con los ojos muy abiertos, y la cara de Mandorallen palideció. Ce'Nedra, ruborizada, se alejó para no oírlos.
Sin embargo, cuanto más horribles eran los insultos, más sonreía el espantoso Beldin. Por fin, tía Pol empleó un adjetivo tan brutal que Garion se estremeció y el horroroso hombrecillo se desplomó en el suelo, soltando sonoras carcajadas y golpeando sus enormes puños contra la tierra.
—¡Por los dioses! ¡Cuánto te he echado de menos, Polgara! —dijo jadeante—. Ven aquí y dame un beso.
—¡Perro sarnoso! —rió ella y plantó un cariñoso beso en la cara sucia.
—¡Vaca gorda! —sonrió él y la estrechó en un fortísimo abrazo.
—Necesito mis costillas enteras, tío —le dijo ella.
—Pues hace años que no te rompo ninguna, mi niña.
—Espero que sigas así.
Los gemelos venían deprisa hacia Beldin con un gran plato de guiso humeante y una enorme jarra de cerveza. El horrible enano miró el plato con curiosidad, luego tiró el guiso al suelo y puso el plato a un lado.
—No huele demasiado mal —se sentó en cuclillas y comenzó a comer con las dos manos, deteniéndose sólo para escupir las piedras más grandes que se adherían a la carne. Cuando hubo terminado, se zampó el contenido de la jarra de un trago y se reclinó sobre el árbol, mientras se rascaba la cabeza con los dedos sucios de salsa—. Ahora vamos a lo nuestro —dijo.
—¿Dónde has estado? —le preguntó Belgarath.
—En el centro de Cthol Murgos. He estado sentado en lo alto de una colina desde la batalla de Vo Mimbre, vigilando la cueva donde Belzedar llevó a Torak.
—¿Quinientos años? —dijo Seda boquiabierto.
—Más o menos —respondió Beldin con indiferencia y se encogió de hombros—. Alguien tenía que custodiar al cara quemada, y no estaba haciendo nada que no pudiera interrumpir.
—Has dicho que habías visto a Belzedar —dijo tía Pol.
—Hace más o menos un mes. Llegó a la cueva como si lo persiguiera el diablo y sacó a Torak. Luego se convirtió en buitre y se fue volando con el cuerpo.
—Debe de haber sido después de que Ctuchik lo alcanzara en la frontera de Nyissa y le quitara el Orbe —musitó Belgarath.
—Yo no puedo saberlo; eso era tu responsabilidad, no la mía. Yo sólo tenía que vigilar a Torak. ¿Os alcanzó la ceniza?
—¿Qué ceniza? —preguntó uno de los gemelos.
—Cuando Belzedar sacó a Torak de la cueva, la montaña explotó, hizo volar sus entrañas. Supongo que tendrá que ver con la fuerza que rodeaba al cadáver del Tuerto. Cuando yo partí, todavía había ceniza en el aire.
—Nos preguntábamos qué podría haber provocado esa erupción —comentó tía Pol—. Cubrió Nyissa con dos centímetros de ceniza.
—Bien, qué pena que no fuera más.
—¿Viste algún signo...?
—¿... de vida en Torak? —preguntaron los gemelos.
—¿Es que nunca hablaréis como es debido? —preguntó Beldin.
—Lo sentimos...,
—... es nuestra naturaleza.
—No importa —dijo el horrible hombrecillo y meneó la cabeza disgustado—. No, Torak no se movió en los últimos quinientos años, y cuando Belzedar lo sacó de la cueva, estaba cubierto de musgo.
—¿Has seguido a Belzedar? —preguntó Belgarath.
—Por supuesto.
—¿Y dónde llevó a Torak?
—¿Tú qué crees, idiota? A las ruinas de Cthol Mishrak en Mallorea, por supuesto. Sólo unos lugares en el mundo pueden albergar la fuerza de Torak, y ése es uno. Belzedar tenía que mantener a Ctuchik y al Orbe lejos de Torak y ése era el único lugar donde podía ir. Los grolims de Mallorea se niegan a aceptar la autoridad de Ctuchik, así que Belzedar estará a salvo allí. Le costará mucho pagar por su ayuda, pero mantendrán a Ctuchik lejos de Mallorea, a no ser que consiga un ejército de murgos y prepare una invasión.
—Eso sería interesante —dijo Barak.
—Se supone que eres un oso, no un burro —le dijo Beldin—. No bases tus esperanzas en lo imposible. Ni Ctuchik ni Belzedar empezarían una guerra de esa naturaleza en este preciso momento, no con Belgarion aquí, andando por el mundo como si fuera un terremoto. ¿No puedes enseñarle a ser un poco menos ruidoso? —regañó a tía Pol—. ¿O es que tus sesos se están volviendo tan blandos como tu trasero?
—Compórtate, tío —respondió ella—. El chico sólo está empezando, todos somos un poco torpes al comienzo.
—No tiene tiempo para comportarse como un bebé, Pol. Las estrellas caen sobre el sur de Cthol Murgos como cucarachas envenenadas y los grolims muertos gimen en sus tumbas desde Rak Cthol a Rak Hagga. El tiempo apremia y el chico tiene que estar listo.
—Lo estará, tío.
—Tal vez —dijo con acritud el hombre desastrado.
—¿Volverás a Cthol Mishrak? —preguntó Belgarath.
—No. Nuestro Maestro me dijo que me quedara aquí. Los gemelos y yo tenemos trabajo y no nos queda mucho tiempo.
—También habló...
—... con nosotros.
—¡Parad ya! —exclamó Beldin y se volvió a Belgarath—: ¿Ahora te vas a Rak Cthol?
—Todavía no. Primero tenemos que ir a Prolgu. Tengo que hablar con el Gorim y recoger a otro miembro del grupo.
—He notado que vuestro grupo no estaba completo. ¿Qué pasa con el último miembro?
—Eso es lo que me preocupa —dijo Belgarath y abrió los brazos—. No he podido encontrar ni rastro de ella, y la he estado buscando durante tres mil años.
—Es que has pasado demasiado tiempo buscando en las tabernas.
—Yo también he reparado en ello, tío —dijo tía Pol con una dulce sonrisa en los labios.
—¿Adonde iremos después de Prolgu? —preguntó Barak.
—Creo que luego iremos todos a Rak Chtol —respondió Belgarath con un tono bastante lúgubre—. Tenemos que quitarle el Orbe a Ctuchik, y hace mucho, mucho tiempo que quiero tener una buena discusión con el mago de los murgos.