Capítulo 18
Ce'Nedra había recibido una educación exquisita. La habían entrenado de tal modo que poseía un conocimiento instintivo de los modales de etiqueta y la forma de comportarse en la presencia de un emperador o de un rey, pero la presencia física de un dios la dejaba perpleja, la asustaba. Se sentía avergonzada, incluso torpe, como si fuera una campesina ignorante. Se dio cuenta de que temblaba y, quizá por primera vez en su vida, no tuvo la menor idea de qué debía hacer.
UL seguía con la vista fija en el rostro estupefacto de Relg.
—Tu mente ha malinterpretado mis palabras, hijo mío —afirmó el dios con seriedad—. Las has modificado para hacerlas coincidir con tu deseo más que con mi voluntad. —Relg se sobresaltó y lo miró con los ojos llenos de pánico—. Te dije que el futuro Gorim llegará a Ulgoland a través de ti —continuó UL— y que debías prepararte para cuidarlo y educarlo. ¿Pero acaso te dije que te enorgullecieras de ti mismo por esta razón? —Relg comenzó a temblar con violencia—. ¿Te dije que predicaras la rebelión? ¿O que levantaras a Ulgoland contra el Gorim que yo elegí para que lo guiara?
Relg se derrumbó.
—¡Perdóname, oh dios mío!—suplicó mientras se arrastraba por el suelo.
—Levántate, Relg —dijo UL con tono severo—. No estoy contento contigo y tu cortesía me ofende, pues tu corazón está lleno de orgullo. Haré que te sometas a mi voluntad, Relg, o de lo contrario te destruiré, te despojaré de esa presuntuosa arrogancia que demuestras; sólo entonces serás digno de la tarea que te he encomendado.
Relg se incorporó tambaleante con expresión de arrepentimiento.
—¡Oh mi dios...! —dijo con voz ahogada.
—Escucha mis palabras con atención, Relg, y haz todo lo que te digo. Te ordeno que acompañes a Belgarath, discípulo de Aldur, y que le brindes toda la ayuda posible. Le obedecerás como si hablara en mi nombre. ¿Comprendes lo que te digo?
—Sí, mi dios —respondió Relg con humildad.
—¿Le obedecerás?
—Haré lo que digas, mi dios, aunque me cueste la vida.
—No te costará la vida, Relg, porque te necesito. Tu recompensa por esto será mucho mayor de lo que imaginas.
Relg hizo una muda reverencia de aceptación. Entonces, el dios se volvió hacia el Gorim:
—Espera un poco más, hijo mío —dijo—, aunque los años te pesen. No pasará mucho tiempo antes de que te libere de esta carga. Quiero que sepas que estoy orgulloso de ti. —El Gorim hizo un gesto de aceptación—. Belgarath —saludó el dios al hechicero—, he estado observando tu tarea y comparto el orgullo de tu Maestro. Gracias a ti y a tu hija Polgara, la profecía avanza hacia el momento que todos esperamos.
Belgarath también hizo una reverencia.
—Ha pasado mucho tiempo, sagrado UL —respondió—, y ha habido complicaciones y cambios que ninguno de nosotros previó al comienzo.
—Es verdad —asintió UL—. Nos ha sorprendido a todos en más de una ocasión. Y el enviado de Aldur al mundo, ¿ha recuperado ya su derecho de nacimiento?
—No del todo, sagrado UL —respondió con seriedad Polgara—. Sin embargo, pronto lo hará y lo que nos ha mostrado hasta ahora nos da esperanzas de su éxito.
—Salud, entonces, Belgarion —dijo UL al asombrado joven—. Recibe mi bendición y recuerda que cuando comiences tu gran tarea, yo estaré a tu lado junto con Aldur.
Garion respondió con una reverencia bastante torpe, según pudo observar Ce'Nedra. La princesa decidió que pronto, muy pronto, tendría que darle algunas lecciones al respecto. El se resistiría, por supuesto —¡era un chico tan obcecado!—, pero ella sabía que si insistía y se ponía lo bastante pesada, acabaría por aceptar; después de todo, era por su propio bien.
UL seguía con los ojos fijos en Garion, pero se produjo un cambio sutil en su expresión, y Ce'Nedra tuvo la impresión de que se comunicaba en silencio con otro ser, alguien que formaba parte de Garion, pero que al mismo tiempo no era él. Luego giró la cabeza con seriedad y se volvió a mirar a la princesa.
—Parece una niña —le dijo a Polgara.
—Tiene la edad necesaria, sagrado UL —respondió Polgara—. Es una dríada, y las de su raza son muy pequeñas.
UL dedicó una sonrisa tierna a la princesa y ella sintió que la envolvía con su calidez.
—Es como una flor, ¿verdad? —dijo UL.
—Aún tiene algunas espinas, sagrado UL —respondió Belgarath con ironía—, y unas pocas malezas estropean su carácter.
—Eso la hace aún más valiosa, Belgarath. Llegará el momento en que su fuego y sus malezas servirán a nuestra causa mucho más que su belleza. —UL miró a Garion y en su rostro se dibujó una sonrisa extraña y perceptiva. Ce'Nedra sintió que se ruborizaba, sin saber por qué, pero alzó la barbilla como si quisiera espantar el rubor—. Es contigo con quien quiero hablar, hija mía —dijo UL, dirigiéndose directamente a ella, y su tono y su cara se volvieron serios—. Cuando tus compañeros se marchen, tú debes permanecer aquí. No debes entrar en el reino de los murgos, pues si fueras a Rak Cthol, sin duda perecerías, y sin ti la lucha contra las tinieblas fracasaría. Quédate aquí hasta que tus compañeros regresen.
Este era el tipo de discurso que Ce'Nedra podía entender con facilidad. Como buena princesa, reconocía la necesidad de una sumisión rápida a la autoridad. A pesar de que había engatusado, coaccionado y fastidiado a su padre durante toda su vida para conseguir lo que quería, muy pocas veces se había rebelado de forma explícita.
—Haré lo que me ordenas, sagrado UL —respondió con una pequeña inclinación de cabeza y sin detenerse a pensar en las consecuencias de las palabras del dios.
—Así la profecía estará protegida —declaró UL con un gesto de aprobación—. Cada uno de vosotros tiene un papel que jugar en esta tarea común y yo también tengo el mío. No os entretengo más, hijos míos. Os deseo lo mejor en vuestra misión. Volveremos a encontrarnos.
Entonces el dios desapareció. El eco de sus últimas palabras retumbó en las cavernas de Ulgoland, y después de un momento de silencio y asombro, el coro volvió a cantar el himno de adoración y todos y cada uno de los ulgos alzaron sus voces en éxtasis por esta visita divina.
—¡Por Belar! —exclamó Barak de forma explosiva—. ¿Lo habéis sentido?
—La presencia de UL es imponente —asintió Belgarath y se volvió a mirar a Relg, con una ceja levantada que le daba una expresión irónica—. Supongo que habrás cambiado de opinión —observó.
La cara de Relg se había vuelto cenicienta y el hombre aún temblaba con violencia.
—Obedeceré a mi dios —respondió— en todo lo que me ha ordenado.
—Me alegro de que así sea —dijo Belgarath—. Ahora quiere que vayas a Rak Cthol. Es probable que tenga otros planes para ti más tarde, pero ahora debemos dirigirnos a Rak Cthol.
—Te obedeceré sin reservas —declaró el fanático—, tal como mi dios me ha ordenado.
—Bien —respondió Belgarath y luego fue directo al grano—. ¿Hay algún modo de evitar el mal tiempo y las dificultades allí arriba?
—Conozco un camino —respondió Relg—; es largo y duro, pero nos conducirá a las colinas de la tierra de los hombres caballo.
—Ya ves —le dijo Seda a Barak—, ya comenzó a ser útil.
Barak gruñó, aún no demasiado convencido.
—¿Puedo preguntar por qué debemos ir a Rak Cthol? —dijo Relg con una actitud muy distinta tras el encuentro con el dios.
—Debemos recuperar el Orbe de Aldur —respondió Belgarath.
—He oído hablar de él —admitió Relg.
—¿Estás seguro de que podrás encontrar las cuevas de abajo de Rak Cthol? —le preguntó Seda con el entrecejo fruncido—. Esas cuevas no son las de UL, ya sabes, y en Cthol Murgos no es probable que sean sagradas, sino más bien todo lo contrario.
—Yo puedo encontrar cualquier cueva en cualquier sitio —afirmó Relg con seguridad.
—Muy bien —continuó Belgarath—. Entonces, suponiendo que todo vaya bien, subiremos por las cuevas y entraremos a la ciudad sin que nos vean. Allí encontraremos a Ctuchik y le quitaremos el Orbe.
—¿No intentará pelear? —preguntó Durnik.
—Eso espero —respondió con vehemencia Belgarath.
—Empiezas aparecer un alorn, Belgarath —dijo Barak con una breve risita.
—Eso no es exactamente una virtud —señaló Polgara.
—Me encargaré del mago de Rak Cthol cuando llegue el momento —dijo con tono lúgubre el hechicero—. De todos modos, una vez que hayamos recobrado el Orbe regresaremos a las cavernas y escaparemos con él.
—Con todo Cthol Murgos pegado a nuestros talones —añadió Seda—. He tenido ocasión de tratar con los murgos y son un pueblo muy obcecado.
—Ése podría ser un problema —admitió Belgarath—, No es conveniente que la persecución sea demasiado grandiosa. Si un ejército de murgos nos siguiera al Oeste, la gente lo consideraría una invasión y se desataría una guerra para la cual aún no estamos preparados. ¿Alguien tiene idea de cómo evitarlo? —preguntó, mirando a su alrededor.
—Conviértelos a todos en sapos —sugirió Barak, encogiéndose de hombros.
Belgarath le dirigió una mirada fulminante.
—Sólo era una idea —dijo Barak a la defensiva.
—¿Por qué no nos quedamos escondidos en las cavernas hasta que dejen de perseguirnos? —propuso Durnik.
—No —dijo con firmeza Polgara y meneó la cabeza—. Tenemos que estar en determinado lugar en un momento exacto y apenas tenemos tiempo para conseguirlo. No podemos perder un mes o más escondidos en las cuevas de Cthol Murgos.
—¿Dónde tenemos que estar, tía Pol? —preguntó Garion.
—Ya te lo explicaré en otro momento —dijo ella, y dirigió una rápida mirada a Ce'Nedra.
La princesa supo de inmediato que la cita de Polgara tenía algo que ver con ella, y le asaltó la curiosidad.
Mandorallen, con aire pensativo y los dedos apoyados con suavidad sobre las costillas que se había roto en el enfrentamiento con Grul, se aclaró la garganta.
—Por casualidad, ¿hay algún mapa de la región a la que nos dirigimos, venerable Gorim? —preguntó con cortesía.
El Gorim reflexionó un momento.
—Creo que tengo uno en algún sitio —respondió.
Golpeó su taza con suavidad sobre la mesa e inmediatamente entró un criado ulgo. El Gorim intercambió unas pocas palabras con él y el criado se marchó.
—El mapa que recuerdo es muy viejo —prosiguió el Gorim, dirigiéndose a Mandorallen— y me temo que no sea demasiado preciso. Nuestros cartógrafos tienen dificultades para comprender las distancias del mundo exterior.
—Las distancias no importan demasiado —le aseguró Mandorallen—. Sólo quiero refrescar mi memoria acerca de los reinos cercanos a la frontera de Cthol Murgos. Yo fui poco aficionado a la geografía en mis épocas de estudiante.
El criado regresó y le entregó un gran rollo de pergamino al Gorim, quien a su vez se lo pasó a Mandorallen. El caballero desenrolló con cuidado el mapa y lo examinó un momento.
—Es tal como recordaba —dijo y se volvió a Belgarath—. ¿Habéis dicho, viejo amigo, que ningún murgo podría entrar en el valle de Aldur?
—Así es —respondió Belgarath.
Mandorallen señaló el mapa.
—La frontera más cercana a Rak Cthol es la de Tolnedra —les indicó—, y, por lógica, nuestra vía de escape debería ser ésa.
—Es cierto —asintió Belgarath.
—Entonces, simulemos huir a toda prisa hacia Tolnedra y dejemos rastros de nuestro paso. Más adelante, donde el suelo rocoso nos permita disimular las huellas de nuestro cambio de dirección, giremos y desviemos nuestro camino hacia el noroeste, rumbo al valle. ¿No creéis que así los confundiremos? ¿No creéis que de ese modo perseguirán nuestra ruta imaginaria? Con el tiempo advertirán su error, por supuesto, pero para entonces nosotros estaremos muchos kilómetros por delante. ¿No es probable que el hecho de saber que están lejos y que además nos dirigimos al valle prohibido los haga abandonar por completo la persecución?
Todos miraron el mapa.
—Me gusta —dijo Barak y con su enorme manaza le dio una efusiva palmada en la espalda al caballero. Mandorallen dio un respingo y se llevó la mano a las costillas rotas—. Lo siento, Mandorallen —se disculpó enseguida Barak—, me había olvidado.
—El plan tiene muchas ventajas, Belgarath —dijo Seda tras estudiar el mapa con atención— y si nos desviamos por aquí —señaló—, saldremos arriba del acantilado del este. Nosotros tendremos mucho tiempo para bajar, pero ellos lo pensaran dos veces antes de intentarlo. En ese lugar hay por lo menos un kilómetro y medio de distancia hasta abajo.
—Podríamos enviar un mensaje a Cho-Hag —sugirió Hettar—. Si lográramos que unas cuantas tribus se reunieran al pie del acantilado, los murgos lo pensarían más de dos veces ante de empezar el descenso.
Belgarath se rascó la barba.
—Muy bien —decidió después de un momento—. En cuanto Relg nos saque de Ulgoland, irás a visitar a tu padre, Hettar. Dile lo que pensamos hacer y pídele que lleve unos pocos miles de guerreros a encontrarse con nosotros en el valle.
El delgado algario asintió con la cabeza, agitando su negra coleta. Sin embargo, su cara reflejó cierta desilusión.
—Olvídalo, Hettar —le dijo con brusquedad el viejo—. Nunca tuve intención de llevarte a Cthol Murgos, pues allí tendrías demasiadas oportunidades de meterte en líos.
—No te lo tomes tan a pecho, Hettar —bromeó Seda—. Los murgos son una raza de fanáticos, así que, al menos unos pocos, intentarán el descenso, sea lo que sea lo que los espere abajo. Y tú tendrás que usarlos como ejemplo, ¿verdad?
La cara de Hettar se iluminó con aquella idea.
—Seda —dijo Polgara con un gesto de reprobación.
—Tenemos que convencerlos de que no les conviene perseguirnos, Polgara —protestó el hombrecillo, con expresión de inocencia.
—Por supuesto —respondió ella con sarcasmo.
—No sería bueno que el valle se llenara de murgos, ¿verdad?
—¿Quieres acabar ya?
—En realidad, no soy tan sanguinario, ¿sabes? —Ella le volvió la espalda y Seda suspiró con gazmoñería—. ¡Siempre piensa lo peor de mí!
Mientras tanto, Ce'Nedra había tenido suficiente tiempo para considerar las consecuencias de la promesa incondicional que le había hecho a UL. Los demás se irían pronto y ella se quedaría atrás. Ya comenzaba a sentirse sola y marginada mientras ellos hacían planes que no la incluían. Cuanto más pensaba en ellos, peor se sentía, y entonces advirtió que su labio inferior comenzaba a temblar. El Gorim de los ulgos la había estado observando con una expresión compasiva en su ajada y sabia cara.
—Es duro que te dejen atrás —dijo con dulzura, como si sus enormes ojos pudieran leer sus pensamientos—, y nuestras cuevas son extrañas para ti, oscuras y en apariencia llenas de tristeza. —Ella hizo un gesto de asentimiento—. Sin embargo, dentro de un día o dos —continuó él—, tus ojos se acostumbrarán a la luz tenue. Aquí dentro hay bellezas que ningún extranjero ha podido apreciar. Si bien es cierto que no tenemos flores, hay cavernas ocultas donde las gemas brotan en el suelo y en los muros como pimpollos salvajes. En nuestro mundo sin sol, no hay árboles ni vegetación, pero conozco una cueva donde enredaderas de oro puro caen desde el techo como serpentinas y forman una alfombra sobre el suelo.
—¡Cuidado! —advirtió Seda—. Sagrado Gorim, la princesa es tolnedrana, si le enseñas ese tipo de riqueza, puede darle un ataque de histeria ante tus propios ojos.
—No le veo la gracia, príncipe Kheldar —dijo Ce'Nedra con frialdad.
—Me arrepiento en el alma, alteza imperial —se disculpó Seda con evidente hipocresía y una ostentosa reverencia.
La princesa no pudo evitar la risa. El pequeño drasniano con cara de rata era tan gracioso que resultaba imposible enfadarse con él.
—Mientras estés en Ulgoland, princesa, serás como mi amada nieta —le dijo el Gorim—. Caminaremos juntos a la orilla de nuestros tranquilos lagos y exploraremos cuevas durante mucho tiempo olvidadas. Además, tendremos ocasión de hablar. En el mundo exterior se sabe poco de Ulgoland y es probable que seas la primera extraña en comprendernos.
Movida por un impulso, Ce'Nedra extendió su mano y cogió la del frágil anciano. ¡Era un viejecito tan encantador!
—Para mí será un verdadero honor, venerable Gorim —dijo la joven con absoluta sinceridad.
Pasaron aquella noche en las confortables habitaciones de la casa en forma de pirámide del Gorim, a pesar de que los términos día y noche no tenían especial significado en aquel extraño país subterráneo. A la mañana siguiente, varios ulgos condujeron los caballos hasta la caverna del Gorim —la princesa supuso que por un camino más largo que el que habían tornado ellos— y sus amigos hicieron los preparativos para partir. Ce'Nedra se sentó en un rincón y se sintió terriblemente sola. Paseó la vista por cada uno de ellos para intentar fijar los rostros en su memoria. Cuando por fin llegó a Garion, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Por irracional que pareciera, ella ya había comenzado a preocuparse por él. ¡Era un chico tan impulsivo! Presentía que en cuanto estuviera lejos de su vista, haría cosas que lo pondrían en peligro. Era cierto que Polgara estaría allí para vigilarlo, pero no sería lo mismo, De repente se sintió enfadada con él por todas las tonterías que iba a hacer y por las preocupaciones que le causaría su arriesgada conducta, así que lo miró ansiosa por encontrar una excusa para reñirlo.
Había decidido que no los seguiría más allá de la casa del Gorim, pues no quería verlos partir, desolada, desde la orilla del lago; pero cuando todos atravesaron la enorme puerta en forma de arco, su resolución se derrumbó. Sin detenerse a pensarlo, corrió detrás de Garion y lo cogió del brazo.
El joven se volvió, sorprendido, y la princesa se puso de puntillas, le cogió la cara con sus pequeñas manos y lo besó.
—Cuídate —le ordenó.
Luego volvió a besarlo y corrió hacia la casa sollozando, mientras Garion la miraba con estupor.