Capítulo 22

Barak y Garion se deslizaron colina abajo arrastrando a su paso la grava de la empinada cuesta.

—Tienen a Seda —informó Barak en un murmullo—. Brill está allí; parece que él y sus hombres atraparon a Seda cuando intentaba escapar. Se lo han entregado a Taur Urgas.

Belgarath se incorporó muy despacio, con una expresión de angustia en la cara.

—¿Está...? —empezó.

—No —respondió Barak—. Todavía está vivo. Es evidente que le han dado una paliza, pero parece que está bien.

Belgarath dejó escapar un suspiro lento y prolongado.

—Bueno, eso ya es una suerte.

—Taur Urgas lo reconoció —continuó Barak—. Por lo visto, Seda cometió una ofensa grave contra el rey, y Taur Urgas parece un hombre rencoroso.

—¿Podemos llegar al lugar donde lo esconden?

—No estamos seguros —respondió Garion—. Todos hablaron durante un rato y luego varios soldados se lo llevaron detrás de ese edificio. Ya no pudimos ver nada más.

—El murgo que se encarga del almacén dijo algo sobre un foso —añadió Barak.

—Tenemos que hacer algo, padre —dijo tía Pol.

—Lo sé, Pol. Ya se nos ocurrirá algo. —Se volvió otra vez hacia Barak—: ¿Cuántos soldados acompañan a Taur Urgas?

—Por lo menos un par de regimientos. Están por todos lados.

—Podríamos practicar la translocación, padre.

—Está muy lejos para eso, Pol; y, además, tendríamos que saber a ciencia cierta dónde lo tienen.

—Ya lo averiguaré —dijo ella, y comenzó a desabrocharse la capa.

—Será mejor que esperes a que oscurezca —dijo él—. En Cthol Murgos no hay muchos búhos y a la luz del día llamarás la atención. ¿Había algún grolim con Taur Urgas? —le preguntó a Garion.

—Creo haber visto un par.

—Eso complica las cosas. La translocación produce mucho ruido, y en cuanto lo hagamos, tendremos a Taur Urgas pegado a nuestros talones.

—¿Se te ocurre alguna otra idea, padre? —preguntó tía Pol.

—Déjame pensar —respondió—. De todos modos, no podemos hacer nada hasta que oscurezca.

De repente se oyó un suave silbido no muy lejos del barranco.

—¿Quién es? —preguntó Barak y se llevó la mano a la espada.

—¡Eh, alorns! —dijo alguien con un ronco murmullo.

—Creo que es Yarblek, el nadrak —dijo Mandorallen.

—¿Cómo descubrió nuestro escondite? —preguntó Barak.

Se oyó el crujido de unas pisadas sobre la grava y Yarblek apareció por un recodo del barranco. La gorra de piel casi le cubría la cara y tenía el cuello del abrigo levantado hasta las orejas.

—Aquí estáis —dijo con tono de alivio.

—¿Estás solo? —preguntó con desconfianza Barak.

—Claro que estoy solo —gruñó Yarblek—, les dije a mis criados que se adelantaran. Por lo visto, teníais mucha prisa.

—No teníamos ganas de quedarnos a saludar a Taur Urgas —respondió Barak.

—Tal vez sea mejor así, pues me hubiese costado mucho trabajo sacaros de ese lío. Los soldados murgos revisaron a cada uno de mis hombres para asegurarse de que fueran nadraks antes de dejarlos partir. Taur Urgas tiene a Seda.

—Lo sé —dijo Barak—. ¿Cómo nos has encontrado?

—Habéis dejado levantadas las estacas de la parte trasera de mi tienda y esta colina es el escondite más cercano de este lado del campamento. He adivinado que vendríais por aquí y vosotros me lo habéis confirmado con una o dos huellas. —El nadrak tenía una expresión muy seria y ya no mostraba los síntomas de su larga borrachera. Tendré que sacaros de aquí —dijo—. Dentro de poco Taur Urgas mandará patrullar la zona y estáis casi ante sus narices.

—Primero debemos rescatar a nuestro compañero —dijo Mandorallen.

—¿Seda? Será mejor que os olvidéis de él. Temo que mi viejo amigo ya ha jugado su última partida de dados.

—No está muerto, ¿verdad? —preguntó angustiado Durnik.

—Aún no —respondió Yarblek—, pero Taur Urgas piensa ocuparse de él al amanecer. Ni siquiera pude acercarme al foso para tirarle un cuchillo para que abriera una grieta. Me temo que su última mañana va a ser muy desagradable.

—¿Por qué quieres ayudarnos? —preguntó con brusquedad Barak.

—Tienes que perdonarlo, Yarblek —dijo tía Pol—, no está familiarizado con las costumbres nadraks. —Se volvió hacia Barak—. Te ha invitado a entrar a su tienda y te ha ofrecido su cerveza; eso te hace su hermano hasta mañana al amanecer.

—Parece que nos conoces muy bien —observó Yarblek con una sonrisa—. Al final no he podido verte bailar, ¿verdad?

—Tal vez en otra ocasión —respondió ella.

—Tal vez. —El nadrak se puso de cuclillas y sacó una daga de punta curva del interior de su abrigo. Luego alisó un trozo de arena con la otra mano y comenzó a hacer un dibujo con la punta de la daga—. Los murgos me vigilarán —dijo—, así que no podré agregar media docena de gente o más a mi comitiva sin que me persigan. Creo que lo mejor será que esperéis aquí hasta que oscurezca. Yo me dirigiré hacia el este y me detendré a unos cinco kilómetros de aquí, así que en cuanto oscurezca vosotros podréis escapar y reuniros con nosotros. Después pensaremos en algo para el resto del viaje.

—¿Por qué Taur Urgas te dijo que te fueras? —preguntó Barak.

—Mañana habrá un gran accidente —dijo Yarblek con una expresión sombría—. Taur Urgas se disculpará de inmediato con Ran Borune, argumentando que unas tropas sin experiencia perseguían a unos bandidos y los confundieron con unos mercaderes honestos. Ofrecerá pagar por los daños y las cosas se suavizarán por un tiempo. La palabra dinero es mágica cuando uno trata con tolnedranos.

—¿Piensa masacrar a todo el campamento? —Barak estaba atónito.

—Ése es el plan. Quiere expulsar a todos los occidentales de Cthol Murgos y piensa que con unos pocos accidentes como éste lo conseguirá.

Relg estaba de pie a un lado, abstraído en sus pensamientos. De repente se aproximó al dibujo de Yarblek y lo borró alisando la arena.

—¿Puedes indicarme el lugar exacto del foso donde tienen prisionero a nuestro amigo? —preguntó.

—Es inútil —dijo Yarblek—. Está vigilado por una docena de hombres. Seda tiene muy mala fama y Taur Urgas no quiere que se escape.

—Tú enséñame el lugar —insistió Relg.

Yarblek se encogió de hombros.

—Nosotros estamos aquí, en la zona norte. —Garabateó el campamento y la Ruta de las Caravanas—. El almacén de abastecimiento está aquí —lo señaló con su daga— y el foso se encuentra justo abajo, en la base de aquella colina grande, en el sur.

—¿Qué tipo de paredes tiene?

—Piedra sólida.

—¿Es un hueco natural en la piedra, o ha sido cavado?

—¿Y eso qué importancia tiene?

—Necesito saberlo.

—No vi ninguna señal de herramientas —respondió Yarblek— y la abertura de la entrada es irregular, así que quizá sea una cueva natural.

Relg asintió.

—¿Y la colina de atrás? ¿Es de roca o de tierra?

—Casi todo piedra. La apestosa tierra de los murgos está llena de rocas.

—Gracias —dijo Relg con cortesía y se puso de pie.

—No podréis hacer un túnel para llegar a él, si es eso lo que piensas —dijo Yarblek mientras se incorporaba y se sacudía la arena del abrigo.

Belgarath estaba pensativo, con los ojos entrecerrados.

—Gracias, Yarblek —dijo—. Has sido un buen amigo.

—Haría cualquier cosa para molestar a los murgos —dijo el nadrak—. Ojalá pudiera hacer algo por Seda.

—Aún no lo des todo por perdido.

—Me temo que no hay muchas esperanzas. Tengo que irme, pues mis hombres se dispersarán si no estoy allí para vigilarlos.

—Yarblek, algún día volveremos a encontrarnos y acabaremos de emborracharnos —dijo Barak, al tiempo que le tendía la mano.

El nadrak le sonrió y le estrechó la mano. Luego se volvió y abrazó a tía Pol con brusquedad.

—Si alguna vez te aburres de estos alorns, nena, la puerta de mi tienda siempre estará abierta para ti.

—Lo recordaré, Yarblek —respondió Polgara con gazmoñería.

—Suerte —les dijo Yarblek—. Os esperaré hasta medianoche.

Luego se volvió y comenzó a bajar hacia el otro lado del barranco.

—Es un buen hombre —dijo Barak—, creo que llegaría a cogerle cariño.

—Debemos hacer planes para liberar al príncipe Kheldar —sugirió Mandorallen mientras comenzaba a sacar su armadura de uno de los sacos amarrados a los caballos—. Si todo lo demás falla, no tendremos más remedio que recurrir a la fuerza.

—Ya vuelves a descarriarte, Mandorallen —dijo Barak.

—Eso ya está arreglado —les dijo Belgarath, y los dos hombres lo miraron atónitos—. Guarda tu armadura, Mandorallen —ordenó el anciano—, no la necesitarás.

—¿Quién va a sacar a Seda de allí? —preguntó Barak.

—Yo —respondió Relg en voz baja—. ¿Cuánto falta para que oscurezca?

—Alrededor de una hora. ¿Por qué?

—Necesito tiempo para prepararme.

—¿Tienes un plan? —le preguntó Durnik.

—No es necesario —dijo Relg y se encogió de hombros—. Daremos la vuelta hasta llegar a aquella colina, del otro lado del campamento. Iré a buscar a nuestro amigo y luego nos marcharemos.

—¿Así de sencillo? —preguntó Barak.

—Más o menos. Ahora, por favor, perdonadme —dijo y comenzó a girarse.

—Espera un momento. ¿No sería mejor que Mandorallen y yo fuéramos contigo?

—No podríais seguirme —dijo Relg; luego se alejó un poco y un minuto después todos pudieron oír sus plegarias.

—¿Cree que lo va a sacar del foso con sus oraciones? —preguntó disgustado Barak.

—No —respondió Belgarath—, va a ir hasta aquella colina a sacar a Seda. Por eso le hacía tantas preguntas a Yarblek.

—¿Que va a hacer qué?

—Ya visteis lo que hizo en Prolgu... Me refiero a cuando hundió su brazo en la piedra.

—Bueno, sí, pero...

—Para él es muy fácil, Barak.

—¿Y qué pasa con Seda? ¿Cómo va a sacarlo a él a través de la piedra?

—La verdad es que no lo sé; pero él está convencido de que puede hacerlo.

—Si no lo consigue, al amanecer Taur Urgas asará a Seda en el fuego. Lo sabes, ¿verdad? —Belgarath asintió con un gesto lúgubre—. No es natural —gruñó Barak, y meneó la cabeza.

—No debes preocuparte tanto —le aconsejó Belgarath.

La luz comenzó a desvanecerse y Relg seguía con sus rezos. Su voz ascendía y descendía en cadencias ceremoniales. Cuando oscureció del todo, volvió al lugar donde aguardaban los demás.

—Estoy listo —anunció—, ya podemos irnos.

—Avanzaremos en círculo hacia el oeste —dijo Belgarath—. Iremos andando. Guiaremos a los caballos e intentaremos permanecer lo más escondidos posible.

—Nos llevará un par de horas —dijo Durnik.

—Está bien, les daremos tiempo a los soldados para que se echen a descansar —respondió el hechicero, y luego se dirigió a Polgara—: Pol, mira qué están haciendo los grolims que vio Garion.

Ella asintió y Garion sintió el suave impulso que tomaba su mente al salir a investigar.

—Todo bien, padre —afirmó después de unos instantes—. Están ocupados, pues Taur Urgas los tiene ofreciendo ceremonias en su honor.

—Entonces, vamos —dijo el anciano.

Salieron con cuidado del barranco, conduciendo a los caballos a pie. La noche era oscura y el viento los azotó con fuerza al salir de las protectoras paredes de grava del barranco. Hacia el este, la planicie estaba salpicada de cientos de fuegos que se agitaban en el viento y delimitaban el enorme campamento del ejército de Taur Urgas.

Relg gruñó y se cubrió la cara con las manos.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Gañón.

—Los fuegos —dijo Relg—, me lastiman los ojos.

—Intenta no mirarlos.

—Mi dios ha depositado una gran carga sobre mis hombros, Belgarion —dijo Relg; luego inspiró y se limpió la nariz con la manga—. Yo no tendría que estar al descubierto de este modo.

—Tienes que dejar que tía Pol te dé una medicina para el resfriado. Es probable que tenga muy mal sabor, pero te sentirás mejor después de que la hayas tomado.

—Tal vez —dijo Relg, todavía protegiéndose los ojos del débil resplandor de los fuegos de los murgos.

La colina que se alzaba en el extremo sur del campamento era un afloramiento de granito. A pesar de que eones de viento constante lo habían cubierto con una espesa capa de tierra y arena, debajo de aquel manto había roca sólida. Se detuvieron detrás de la colina y Relg comenzó a quitar la tierra de una de las cuestas de granito.

—¿No saldrías más cerca si empezaras allí? —preguntó Barak en voz baja.

—Demasiada tierra —respondió Relg.

—Tierra o roca..., ¿cuál es la diferencia?

—Hay una gran diferencia, pero tú no lo comprenderías. —Se inclinó hacia delante y pasó la lengua por la superficie de granito, como si estuviera comprobando el sabor de la roca—. Va a llevar un rato — dijo, luego se incorporó, comenzó a rezar y se hundió despacio en la piedra.

Barak se sobresaltó y desvió los ojos con rapidez.

—¿Qué os ocurre, mi señor? —preguntó Mandorallen.

—Siento escalofríos de sólo mirarlo —respondió Barak.

—Nuestro nuevo amigo no será el mejor de los compañeros —dijo Mandorallen—, pero si su don le permite liberar al príncipe Kheldar, lo abrazaré con alegría y lo llamaré hermano.

—Si tarda mucho, nos acercaremos demasiado a la hora del amanecer. Entonces vendrá Taur Urgas y descubrirá que Seda se ha ido —observó Barak.

—No tenemos más remedio que esperar y ver qué pasa —respondió Belgarath.

La noche parecía interminable. El viento gemía y silbaba entre las piedras de la colina rocosa y los escasos arbustos espinosos se agitaban con rigidez. Aguardaron, y, a medida que las horas pasaban, un miedo creciente oprimía el corazón de Garion. Cada vez estaba más convencido de que, además de a Seda, habían perdido a Relg. El joven experimentó la misma sensación de vacío que había sentido cuando habían tenido que dejar al herido Lelldorin en Arendia. Entonces se dio cuenta de que hacía meses que no pensaba en Lelldorin y se sintió culpable. Se preguntó si el impetuoso joven se habría recobrado de sus heridas y si habría quedado bien. A medida que pasaba el tiempo, sus pensamientos se volvían cada vez más tristes.

De repente, de improviso, sin el menor ruido, Relg emergió de la cuesta de roca por donde había entrado horas antes. A horcajadas sobre sus anchos hombros estaba Seda, abrazado con desesperación a la espalda del ulgo. Los ojos del hombrecillo con cara de rata estaban fuera de sus órbitas de horror y su pelo parecía estar literalmente de punta.

Todos rodearon a los dos hombres, intentando reprimir su alegría, conscientes de que estaban casi encima del ejército de los murgos.

—Siento haber tardado tanto —dijo Relg y sacudió sus hombros, incómodo, hasta que Seda se bajó de su espalda—. Hay un tipo diferente de roca en medio de la colina y tuve que hacer ciertos ajustes.

Seda estaba de pie con la boca abierta y no podía dejar de temblar. Por fin se volvió hacia Relg.

—No vuelvas a hacerme eso nunca —le dijo con brusquedad—, jamás.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Barak.

—No quiero hablar de ello.

—Temía que os hubiéramos perdido, amigo mío —dijo Mandorallen, y estrechó la mano de Seda.

—¿Cómo te atrapó Brill? —preguntó Barak.

—Me descuidé. No esperaba que estuviera allí y sus hombres me lanzaron una red cuando galopaba por una hondonada. Mi caballo se cayó, y se partió el cuello.

—Hettar se disgustará.

—Vengaré al caballo despellejando a Brill..., y creo que cortaré muy cerca del hueso.

—¿Por qué Taur Urgas te odia tanto? —preguntó con curiosidad Barak.

—Hace unos años estuve en Rak Goska y un agente tolnedrano hizo varias acusaciones falsas contra mí, nunca supe por qué. Taur Urgas envió a varios soldados a arrestarme, y como yo no tenía ganas de que lo hicieran, tuve una pequeña disputa con ellos. Varios de sus hombres murieron; son cosas que pasan de vez en cuando. Por desgracia, uno de los muertos era el hijo mayor de Taur Urgas y el rey de los murgos lo tomó como algo personal. A veces es muy obtuso.

—Cuando vaya a buscarte, al amanecer, se llevará una enorme decepción.

—Lo sé —respondió Seda—. Revisará cada piedra de esta región para encontrarme.

—Creo que es hora de que nos vayamos —asintió Belgarath.

—Creía que no ibas a proponerlo nunca —dijo Seda.