Capítulo 15

—¿Se pondrá bien? —preguntó Barak con ansiedad, inclinado sobre Durnik, que aún no había recuperado la conciencia, mientras tía Pol examinaba el chichón azul de la cara del herrero.

—No es nada serio —respondió con un tono que reflejaba un tremendo cansancio.

Garion estaba sentado cerca con la cabeza entre las manos. Se sentía como si lo hubiesen despojado de todas sus fuerzas.

Al otro lado del fuego, ya casi apagado. Seda y Hettar intentaban quitarle el peto abollado a Mandorallen. Una profunda hendidura diagonal desde el hombro hasta la cadera era la prueba palpable de la fuerza de Grul, y producía tal tensión en las correas de las hombreras que era casi imposible desabrocharlas.

—Creo que tendremos que cortarlas —dijo Seda.

—Príncipe Kheldar, os ruego que lo evitéis si es posible —respondió Mandorallen, dando un respingo al ver que los otros forzaban las hebillas—. Esas correas tienen una importancia crucial para la colocación de la armadura y es muy difícil volver a ponerlas como corresponde.

—Esta se abre —gruñó Hettar mientras forzaba la hebilla haciendo palanca con una pequeña varilla de hierro.

De repente el cierre se abrió y el peto resonó con un suave tintineo.

—Ahora puedo abrirla —dijo Seda y se apresuró a aflojar la otra hebilla.

Por fin le quitaron el peto abollado y Mandorallen dejó escapar un suspiro de alivio. El caballero respiró hondo y dio otro respingo.

—¿Te duele aquí? —preguntó Seda mientras palpaba con suavidad el costado derecho del pecho del caballero. Mandorallen gimió de dolor y su cara palideció de forma evidente—. Creo que tienes algunas costillas rotas, mi querido amigo —le dijo Seda—. Será mejor que Polgara te eche un vistazo.

—Dentro de un momento —respondió Mandorallen—. ¿Y mi caballo?

—Se pondrá bien —dijo Henar—. Sólo tiene un tendón distendido en la pata delantera derecha.

—Temía por su vida —dijo Mandorallen, y dejó escapar un suspiro de alivio.

—Yo he temido por todas las nuestras durante un rato —dijo Seda—. Nuestro gigantesco amigo casi pudo con nosotros.

—Sin embargo, ha sido una buena pelea —señaló Hettar.

Seda le dirigió una mirada de disgusto y luego echó un vistazo a las amenazadoras nubes grises. Saltó las brillantes brasas del fuego y se dirigió hacia Belgarath, que estaba sentado con la vista fija en el río helado.

—Tendremos que salir de este banco, Belgarath —dijo Seda con tono apremiante—. El tiempo está empeorando otra vez y si nos quedamos en medio del río nos congelaremos.

—Déjame en paz —murmuró con brusquedad Belgarath, sin levantar la vista del río.

—¿Polgara? —dijo Seda, volviéndose hacia ella.

—Déjalo solo un rato —le indicó ella— y ve a buscar un lugar reparador donde podamos quedarnos unos días.

—Voy contigo —se ofreció Barak, y cojeó en dirección a su caballo.

—Tú te quedas aquí —le ordenó con firmeza tía Pol—. Pareces un carro con una rueda rota. Quiero echarte un vistazo antes de que la lesión sea irreparable.

—Yo sé dónde hay un lugar —dijo Ce'Nedra mientras se incorporaba y se echaba la capa sobre los hombros—. Lo vi cuando veníamos río abajo. Te lo enseñaré.

Seda miró a tía Pol con expresión inquisitiva.

—Adelante —le dijo—. Ahora no corréis ningún nesgo. En el valle donde vive un eldrak, no puede haber ninguna otra criatura.

—Me pregunto por qué será —rió Seda—. ¿Vienes, princesa?

Seda y Ce'Nedra montaron sus caballos y se perdieron en la nieve.

—¿No crees que Durnik ya debería recuperar el conocimiento? —le preguntó Garion a su tía.

—Déjalo dormir —respondió ella con cansancio—. Cuando se despierte tendrá un terrible dolor de cabeza.

—¿Tía Pol?

—¿Sí?

—¿Quién era el otro lobo?

—Mi madre, Polendra.

—¿Pero no está...?

—Sí. Era su espíritu.

—¿Tú puedes hacer eso? —preguntó estupefacto Garion ante la magnitud de tal acción.

—Sola no —dijo ella—. Tú me has ayudado.

—¿Es por eso que me siento tan...? —titubeó, hasta hablar le costaba esfuerzo.

—Para hacerlo necesitamos todo el poder de ambos. No me hagas tantas preguntas ahora, Garion, pues estoy muy cansada y aún tengo muchas cosas que hacer.

—¿El abuelo está bien?

—Ya se recuperará. Mandorallen, ven aquí.

El caballero pasó por encima de las brasas que había en el pasaje que conducía al banco y caminó despacio hacia ella, con la mano apoyada con suavidad sobre su pecho.

—Tienes que quitarte la camisa —le ordenó—. Y, por favor, siéntate.

Una media hora más tarde, Seda y la princesa regresaron.

—Es un buen lugar —dijo Seda—, una arboleda en medio de un pequeño barranco. Hay agua y está protegido; es justo lo que necesitamos. ¿Alguien está herido de gravedad?

—Nada irremediable —dijo tía Pol mientras aplicaba un ungüento en la velluda pierna de Barak.

—¿Podrías darte prisa, Polgara? —preguntó Barak—. Hace un poco de frío como para estar medio desnudo.

—Deja de comportarte como un niño —dijo ella sin compasión.

El barranco adonde Seda y Ce'Nedra los llevaron estaba a una corta distancia río arriba. Una frondosa arboleda de pinos altos y delgados se extendía de un extremo al otro, surcada por un pequeño arroyuelo de montaña. Siguieron unos cuantos metros a la vera del arroyo y llegaron a un pequeño claro en el centro de la arboleda. Los pinos que lo rodeaban, empujados por el resto de la arboleda, se inclinaban hacia dentro y casi se tocaban en el centro.

—Buen lugar —dijo Hettar y miró a su alrededor con un gesto de aprobación—. ¿Cómo lo has encontrado?

—Fue ella quien lo encontró —respondió Seda y señaló a Ce' Nedra.

—Los árboles me avisaron que estaba aquí —dijo ella—. Los pinos jóvenes son muy charlatanes. —Contempló el claro con aire pensativo—. Haremos el fuego allí —decidió, y señaló un lugar cerca del extremo superior del claro—, y levantaremos nuestras tiendas contra aquella hilera de árboles, de espaldas a él. Tendréis que rodear el fuego con piedras y sacar todas las ramas caídas que haya cerca. Los árboles tienen miedo del fuego y prometieron protegernos del viento sólo si lo mantenemos controlado. Les di mi palabra. —Henar esbozó una ligera sonrisa en su cara de halcón—. Hablo en serio —dijo ella y golpeó el suelo con uno de sus pequeños pies.

—Por supuesto, alteza —respondió él con una reverencia.

A causa de la incapacidad temporaria de los demás, la tarea de armar las tiendas y hacer el fuego recayó casi exclusivamente sobre Seda y Hettar. Ce'Nedra los dirigió como si fuera un pequeño general, haciendo oír sus órdenes con voz clara y firme. Era evidente que se estaba divirtiendo mucho.

Cuando encendieron el fuego, Garion tuvo la impresión de que los árboles se echaban hacia atrás, aunque un instante después volvieron a inclinarse protectores sobre el pequeño claro. Sin duda, se habría tratado de una ilusión óptica provocada por la luz mortecina del lugar.

—Ahora —dijo Ce'Nedra mientras se afanaba alrededor del fuego en actitud diligente—, ¿qué os gustaría cenar?

Se quedaron tres días en el pequeño y acogedor claro, mientras el caballo de Mandorallen se recuperaba de su encuentro con el eldrak. La sensación de agotamiento que había asaltado a Garion cuando tía Pol usó todo su poder para convocar a Polendra desapareció casi por completo después de una buena noche de sueño, pero aun así, al día siguiente el joven sintió que se cansaba con facilidad. La eficiencia de Ce'Nedra, que se había establecido junto al fuego, le resultaba insoportable; así que se dedicó a ayudar a Durnik a reparar la abolladura del peto de Mandorallen y luego pasó mucho tiempo con los caballos. Comenzó a enseñarle trucos al pequeño potrillo, a pesar de que nunca había entrenado a ningún animal. El animalito parecía disfrutar de las clases, aunque su atención se dispersaba con frecuencia.

El deplorable estado físico de Durnik, Barak y Mandorallen era comprensible, pero el profundo silencio de Belgarath y su aparente indiferencia hacia todo lo que ocurría a su alrededor preocupaban a Garion. El viejo parecía hundido en un sueño melancólico del que no podía o no quería despertar.

—Tía Pol —dijo por fin Garion la tarde del tercer día—, será mejor que hagas algo. Pronto partiremos y el abuelo tendrá que indicarnos el camino, y ahora mismo, no creo que ni siquiera sepa dónde estamos.

Tía Pol miró al viejo hechicero, que estaba sentado sobre una roca al otro lado del fuego.

—Es probable que tengas razón. Ven conmigo. —Dio media vuelta al fuego, unos pasos por delante del joven, y se detuvo frente al viejo—. Muy bien, padre —dijo con brusquedad—. Creo que ya es suficiente.

—Vete, Polgara —respondió él.

—No, padre —respondió ella—. Es hora de que lo olvides y vuelvas al mundo real.

—Eso fue una crueldad, Pol —dijo él en tono de reproche.

—¿Para mamá? A ella no le importó.

—¿Y cómo lo sabes? Tú no la conociste, pues murió al nacer tú.

—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó ella y lo miró directamente a los ojos—. Padre —declaró con convicción—, tú, más que nadie, deberías saber que mamá era una persona muy decidida. Siempre ha estado conmigo y nos conocemos muy bien la una a la otra. —Él la miró con desconfianza—. Ella tiene un papel que jugar en este asunto igual que nosotros. Si hubieses prestado un poco más de atención durante todos estos años, te habrías dado cuenta de que siempre estuvo aquí. —El viejo miró a su alrededor con expresión de culpabilidad—. A propósito —prosiguió Pol con un leve deje sarcástico en la voz—, deberías haberte comportado mejor, ¿sabes? Mamá es una persona bastante tolerante, pero hubo momentos en que se molestó mucho contigo. —Belgarath carraspeó incómodo—. Ya es hora de que te repongas y dejes de compadecerte —añadió con firmeza.

—Eso no es justo, Polgara —respondió el viejo, con los ojos entrecerrados.

—No tengo tiempo para ser justa, padre.

—¿Por qué elegiste esa forma en particular? —le preguntó con amargura.

—No fui yo, padre, sino ella. Después de todo, es su forma natural.

—Casi lo había olvidado —murmuró él.

—Pero ella no.

—¿Queda algo de comida por ahí? —preguntó el viejo mientras se incorporaba y erguía los hombros.

—La princesa se ocupa de la cocina —le advirtió Gañón—, quizá quieras pensarlo mejor antes de comer algo hecho por ella.

A la mañana siguiente, bajo un cielo todavía amenazador, levantaron las tiendas, prepararon sus pertenencias y cabalgaron junto al estrecho cauce del arroyo hacia el valle donde estaba el río.

—¿Les has dado las gracias a los árboles, cariño? —le preguntó tía Pol a la princesa.

—Sí, Polgara —respondió Ce'Nedra—, poco antes de partir.

El tiempo continuó inestable durante los dos días siguientes y por fin la tormenta se desató con toda su furia cuando se aproximaban a un extraño pico de forma piramidal. Las cuestas de aquel pico eran empinadas, se alzaban de forma abrupta bajo la tempestad de nieve y no parecían tener ninguna de las irregularidades de las montañas circundantes. Garion no pudo evitar el pensamiento de que aquel pico de paredes angulares había sido construido así a propósito y que su forma era el resultado de un diseño consciente; pero enseguida desechó la idea.

—Prolgu —dijo Belgarath, y señaló el pico con una mano mientras sostenía su capa con la otra para que no se la llevara el viento.

—¿Cómo se llega hasta allí arriba? —preguntó Seda, con la vista fija en las empinadas paredes, apenas visibles bajo la implacable nevada.

—Hay un camino —respondió el anciano—. Comienza allí —agregó, y señaló una enorme pila de rocas a un lado de la montaña.

—Entonces, será mejor que nos demos prisa, Belgarath —dijo Barak—. La tormenta no va a mejorar.

El viejo asintió y tomó la delantera.

—Cuando lleguemos arriba —les gritó por encima del zumbido del viento—, nos encontraremos con la ciudad. Está abandonada, pero veréis unos cuantos objetos tirados por las calles, como vasijas rotas y cosas por el estilo. No toquéis nada; los ulgos tienen unas ideas muy peculiares sobre Prolgu, para ellos es un lugar sagrado y todo debe quedar donde está.

—¿Cómo llegaremos a las cuevas? —preguntó Barak.

—Los ulgos nos dejarán entrar —le aseguró Belgarath—. Ya saben que estamos aquí.

El camino que conducía a la cima de la montaña era una estrecha cornisa que ascendía en espiral por las caras de la montaña. Desmontaron y guiaron a los caballos. Mientras subían, el viento los azotaba y la nieve torrencial, que caía a raudales, les lastimaba las caras.

Tardaron dos horas en ascender a la cima, y cuando por fin llegaron, Garion estaba entumecido de frío. El viento lo empujaba, como si quisiera tirarlo de la cornisa, así que intentó mantenerse tan lejos del borde como era posible.

El viento había sido brutal en las laderas de la montaña, pero al llegar a la cima bramaba con una fuerza implacable. Atravesaron un amplio portal en forma de arco y entraron a la ciudad de Prolgu. La nieve se arremolinaba a su alrededor y el viento soplaba en sus oídos de forma demencial.

Las calles desiertas estaban flanqueadas por altas y gruesas columnas que se alzaban bajo la incesante nevada. Los edificios, todos sin techo como consecuencia del paso del tiempo y la eterna sucesión de las estaciones, tenían un aspecto peculiar, fuera de lo corriente. Garion estaba acostumbrado a ver ciudades con estructuras rígidas y rectangulares, así que las esquinas sesgadas de la arquitectura de Ulgo le resultaron desconcertantes. La complejidad de los ángulos lo intrigaba y le sugería una sutil sofisticación que no alcanzaba a comprender. Las construcciones tenían una majestuosidad que parecía desafiar el tiempo; y las piedras, desgastadas por la intemperie, se asentaban con firmeza, unas sobre otras, en el mismo lugar donde habían sido colocadas miles de años atrás.

Era obvio que Durnik también había reparado en la peculiaridad de la arquitectura y tenía una expresión de profunda desaprobación. Cuando todos se refugiaron detrás de un edificio para protegerse del viento y descansar del ascenso agotador, el herrero pasó la mano por una de las esquinas sesgadas.

—¿Acaso no conocían la plomada? —murmuró en tono de crítica.

—¿Dónde nos encontraremos con los ulgos? —pregunto Barak y se arropó aún más con su capa de piel de oso.

—Ya estamos cerca —respondió Belgarath.

Condujeron a los caballos por las calles asoladas por el viento y pasaron otra vez junto a aquellos extraños edificios piramidales.

—Es un lugar muy misterioso —dijo Mandorallen mirando a su alrededor—. ¿Cuánto tiempo hace que está abandonado?

—Desde que Torak abrió una brecha en el mundo —respondió Belgarath—. Hará unos cinco mil años.

Avanzaron con esfuerzo por una amplia calle sobre la nieve cada vez más profunda hasta llegar a un edificio un poco más grande que los demás y entraron a través de un amplio portal coronado por un enorme dintel de piedra. Unos escasos copos caían en el aire silencioso y se escurrían por la estrecha abertura donde había estado el techo, ensuciando el suelo de piedra.

Belgarath se dirigió decidido a una gran piedra negra en el centro del suelo. Aquella piedra tenía la misma forma de pirámide truncada de los edificios de la ciudad y se alzaba un metro por encima del nivel del suelo.

—No la toquéis —les advirtió, y empezó a caminar alrededor de la piedra con cuidado.

—¿Es peligrosa? —preguntó Barak.

—No —dijo Belgarath—, es sagrada y los ulgos no quieren que la profanen. Creen que el propio UL la colocó aquí. —Examinó el suelo con atención y limpió con el pie la fina capa de nieve que cubría varias zonas de la piedra—. Veamos —dijo con el entrecejo fruncido. Luego descubrió una baldosa con una pequeña diferencia de color—. Aquí está —gruñó—, siempre tengo que buscarla. Dame tu espada, Barak.

Sin pronunciar palabra, el hombretón desenvainó su espada y se la dio al viejo hechicero.

Belgarath se arrodilló junto a la laja y la golpeó tres veces con la empuñadura de la espada. Los golpes produjeron un ruido hueco.

El anciano aguardó unos instantes y luego repitió la señal, pero no pasó nada.

Entonces Belgarath golpeó la piedra por tercera vez y se oyó un leve crujido en un extremo de la habitación.

—¿Qué es eso? —preguntó Seda con nerviosismo.

—Los ulgos —respondió Belgarath tras ponerse en pie y sacudirse las rodillas—. Están abriendo el portal que conduce a las cuevas.

El crujido siguió y de repente apareció una delgada línea de luz a unos seis metros de la pared este de la habitación. La línea se convirtió en una brecha y poco a poco se hizo más grande, mientras una enorme piedra se levantaba con pesada lentitud.

—Belgarath —dijo una voz ronca desde abajo de la piedra—, yad ho, groja UL.

—Yad ho, groja UL. Vad mar ishum —respondió Belgarath con un gesto formal.

—Veed mo, Belgarath. Mar ishum Ulgo —dijo el invisible hablante.

—¿Qué significa todo eso? —preguntó atónito Garion.

—Nos invita a entrar a las cuevas —dijo el viejo—. ¿Bajamos?