Capítulo 2
El viaje por los rápidos del río de la Serpiente les llevó casi una semana. A pesar de que todavía hacía un calor sofocante se habían acostumbrado bastante al clima. La princesa Ce’Nedra pasaba mucho tiempo sentada en cubierta con Polgara e ignoraba deliberadamente a Garion. Sin embargo, a menudo miraba en su dirección para ver si podía detectar alguna señal de sufrimiento.
Como su vida entera estaba en manos de aquella gente, Ce’Nedra sentía la imperiosa necesidad de ganar su simpatía. Con Belgarath no tendría problemas; unas pocas sonrisas graciosas de niña pequeña, unas cuantas caídas de ojos y uno o dos besos que parecieran espontáneos lo harían caer en sus redes. Podía poner en marcha este plan en cualquier momento, cuando resultara más conveniente. Sin embargo, con Polgara era muy diferente. Para empezar, a Ce'Nedra le impresionaba su espectacular belleza, pues Polgara era perfecta. Incluso el mechón blanco en su pelo azabache no parecía un defecto, sino que le daba cierto realce, algo así como un sello personal. Pero lo más desconcertante para la princesa eran sus ojos, que variaban del gris al azul según su humor y eran capaces de atravesar cualquier cosa. Era imposible el disimulo ante aquella mirada calma y firme. Cada vez que la princesa la miraba a los ojos, creía oír el sonido metálico de las cadenas. Era imprescindible que se ganara a Polgara.
—¿Lady Polgara? —dijo la princesa una mañana.
Estaban sentadas juntas en la cubierta, mientras la sofocante jungla verde grisácea se deslizaba a ambas orillas del río y los sudorosos marineros remaban con esfuerzo. Polgara levantó la vista del botón que cosía en una de las túnicas de Garion.
—¿Sí, cariño?—Tenía puesto un vestido azul claro y le había abierto el cuello por el calor—. ¿Sí, querida?
—¿Qué es la hechicería? A mí me han enseñado que esas cosas no existen.
Parecía una buena forma de entablar conversación.
—La educación tolnedrana es un poco parcial —sonrió Polgara.
—¿Es una especie de truco? —insistió Ce'Nedra —. Quiero decir, ¿es como enseñarle a la gente una cosa con una mano mientras coges algo con la otra? —preguntó mientras jugueteaba con las tiras de sus sandalias.
—No, cariño. No es nada parecido.
—¿Hasta dónde puedes llegar con ese sistema?
—Nunca hemos buscado los límites —respondió Polgara, todavía ocupada con la costura—. Cuando es necesario hacer algo, lo hacemos. No nos detenemos a preguntarnos si es posible o no. Sin embargo, cada uno tiene talento para algo específico; es algo equiparable al hecho de que algunos hombres sean más buenos en trabajos de carpintería, mientras que otros se especializan en albañilería.
—Garion es un hechicero, ¿no es cierto? ¿Qué es capaz de hacer?
¿Por qué diablos habría preguntado eso?
—Me preguntaba adonde querías llegar —dijo Polgara y dirigió una mirada penetrante a la menuda princesa. Ce'Nedra se sonrojó un poco —. No te mordisquees el pelo, cariño, te estropearás las puntas. —Ce'Nedra se quitó con presteza el mechón de pelo de la boca —. Todavía no sabemos a ciencia cierta lo que Garion es capaz de hacer —continuó Polgara—, tal vez sea demasiado pronto para asegurarlo. Da la impresión de que tiene talento; no hay duda de que mete suficiente alboroto cuando hace cualquier cosa y ésa es una buena señal de su poder potencial.
—Entonces es probable que sea un hechicero muy poderoso.
—Puede ser —respondió Polgara con una ligera sonrisa—, eso siempre y cuando aprenda a controlarse.
—Bien —declaró Ce'Nedra—, entonces tendremos que enseñarle a hacerlo, ¿verdad?
Polgara la miró un instante y luego rompió a reír. Ce'Nedra se sintió un poco estúpida, pero luego también rió. Garion, que estaba cerca de allí, se volvió a mirarlas.
—¿Qué es lo que os hace tanta gracia? —preguntó.
—Tú no lo comprenderías —respondió Polgara.
Garion se alejó ofendido, con la espalda tensa y la cara seria. Ce'Nedra y Polgara se echaron a reír otra vez.
Cuando el barco del capitán Greldik llegó a un punto donde las rocas y la turbulencia de la corriente no permitían avanzar, lo amarraron a un árbol enorme en la orilla norte y el grupo se preparó para desembarcar. Barak, sudoroso en su cota de malla, estaba de pie junto a su amigo Greldik, y ambos miraban cómo Hettar supervisaba la descarga de los caballos.
—Si llegas a ver a mi esposa, dale recuerdos míos —dijo el hombretón de la barba roja.
—Es probable que pase cerca de Trellheim el invierno que viene —asintió Greldik.
—No creo que debas decirle que estoy enterado de que está embarazada, pues sin duda querrá darme la sorpresa cuando vuelva a casa y no es mi intención estropearlo todo.
—Pensé que te encantaba estropearle las cosas —dijo Greldik, un tanto sorprendido.
—Tal vez sea hora de que Merel y yo hagamos las paces. Esta pequeña guerra nuestra resultaba divertida cuando éramos más jóvenes, pero ahora sería conveniente acabar con ella; aunque sólo sea por el bien de los niños.
Belgarath subió a cubierta y se unió a los dos barbudos chereks.
—Ve a Val Alorn —le dijo al capitán Greldik—, dile a Anheg dónde estamos y lo que estamos haciendo, para que avise a los demás. Diles que les prohíbo terminantemente que entren en guerra con los angaraks, pues Ctuchik tiene el Orbe en Rak Cthol, y, si se entabla una contienda, Taur Urgas cerraría las fronteras de Cthol Murgos. Las cosas ya se van a poner bastante difíciles por sí solas, para que además tengamos que sortear ese obstáculo.
—Se lo diré —respondió Greldik con expresión dubitativa—, pero no creo que la idea le guste mucho.
—No tiene por qué gustarle —dijo Belgarath con brusquedad—, sólo debe limitarse a obedecer.
Ce'Nedra, que estaba cerca de allí, se quedó atónita al ver cómo ese viejo andrajoso daba órdenes tan drásticas. ¿Cómo se atrevía a hablarles así a los soberanos? ¿Tendría algún día Garion la misma autoridad por su condición de hechicero? Se volvió y miró de reojo al joven, que ayudaba a Durnik, el herrero, a calmar a un caballo que se había puesto nervioso. No parecía una persona con autoridad. Ce'Nedra frunció los labios; necesitaría ropa especial, tal vez algún libro de magia en las manos e incluso un poco de barba. Entrecerró los ojos para imaginarlo con la ropa adecuada, el libro y la barba.
Garion notó que lo estaba mirando y se volvió con una expresión inquisitiva. ¡Era tan vulgar!. La imagen de aquel chico ordinario y humilde no concordaba en absoluto con el atuendo elegante que ella acababa de imaginar, de modo que no pudo evitar reírse. Garion se sonrojó y le volvió la espalda con un gesto hostil. Los rápidos del río de la Serpiente les impedían navegar río arriba y el sendero que conducía a las montañas era bastante amplio, lo que indicaba que casi todos los viajeros seguían su viaje por tierra a partir de ese mismo punto. Cabalgaron por el valle bajo la luz de la mañana y pronto dejaron atrás la enmarañada jungla que bordeaba el río para salir a un bosque de maderas duras que a Ce'Nedra le gustaba mucho más. Al llegar a la cima de la primera colina, la brisa acabó con el calor sofocante y el hedor de los inmundos pantanos de Nyissa. De repente Ce'Nedra se sintió mucho más animada. Pensó en buscar la compañía del príncipe Kheldar, pero éste estaba medio dormido en su silla y, por otra parte, a la princesa le daba un poco de miedo aquel drasniano de nariz puntiaguda. Hacía tiempo que había descubierto que ese hombrecillo cínico y sabio podía leer en ella como en un libro abierto, y esa idea no le gustaba nada. Por fin se dirigió hacia el barón Mandorallen, que, como de costumbre, iba al frente del grupo. En cierto modo, se adelantaba porque tenía prisa por alejarse de los vahos del río; pero había algo más. De pronto se le ocurrió que sería una excelente oportunidad para interrogar al noble arendiano sobre un asunto que le preocupaba.
—Alteza —dijo con respeto el caballero cuando ella aproximó su caballo al enorme corcel de guerra que montaba él—, ¿consideráis prudente poneros al frente del grupo?
—¿Quién sería tan estúpido de atacar al caballero más valiente del mundo? —preguntó con estudiada inocencia. El barón suspiró y su expresión se volvió melancólica —. ¿Por qué suspiráis así, señor caballero? —se burló ella.
—No tiene importancia, alteza —contestó él.
Cabalgaron en silencio a través de la sombra moteada donde los insectos zumbaban y volaban rápidamente y pequeñas criaturas se escondían dando brincos y se arrastraban entre los arbustos a un lado del camino.
—Dime —dijo por fin la princesa—, ¿conoces a Belgarath desde hace mucho tiempo?
—De toda la vida, alteza.
—¿Es muy respetado en Arendia?
—¿Si es respetado? ¡El sagrado Belgarath es el hombre más importante del mundo! Sin duda ya lo sabíais, princesa.
—Soy tolnedrana, barón Mandorallen —señaló ella—, y no estamos muy acostumbrados a los hechiceros. ¿Los arendianos creen que Belgarath es un hombre de noble cuna?
—Alteza —rió Mandorallen —, la cuna del sagrado Belgarath está tan perdida en los albores de los tiempos que vuestra pregunta no tiene mucho sentido.
Ce'Nedra frunció el entrecejo. No le gustaba mucho que se rieran de ella.
—¿Es o no es un noble? —insistió.
—Es Belgarath —respondió Mandorallen, como si eso lo explicara todo —. Hay cientos de barones, multitud de condes e innumerables lores; pero sólo hay un Belgarath. Todos los hombres retroceden ante él.
—¿Y lady Polgara? —se apresuró a preguntar ella.
Mandorallen parpadeó y Ce'Nedra se dio cuenta de que iba demasiado rápido para él.
—La señora Polgara es la mujer más respetada del mundo — contestó con expresión de perplejidad —. Alteza, si conociera el objeto de vuestras preguntas, tal vez podría daros respuestas más satisfactorias.
—Mi querido barón —rió ella —, no es nada serio ni importante, sólo curiosidad y una forma de pasar el tiempo mientras cabalgamos.
Justo en ese momento, Durnik, el herrero, se acercó al trote. Las pisadas de su alazán resonaban sobre la tierra apisonada del sendero.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó Ce'Nedra.
—No. Polgara vio un arbusto no muy lejos del camino y quiere sacarle algunas hojas, pues parece que tienen propiedades curativas. Dice que es muy raro y que sólo crece en esta parte de Nyissa. —La cara vulgar y honesta del herrero tenía una expresión respetuosa, como siempre que hablaba de Polgara. Ce'Nedra tenía ciertas sospechas sobre los sentimientos de Durnik, pero las guardaba para sí—. ¡Ah! —continuó él —, dijo que los previniera sobre este arbusto, pues podría haber otros por aquí. Es de unos treinta centímetros de altura y tiene brillantes hojas verdes y flores pequeñas de color púrpura. Es muy venenoso, incluso al tacto.
—No nos apartaremos del camino, señor —le aseguró Mandorallen—, y permaneceremos aquí hasta que Polgara nos dé permiso para seguir.
Ce'Nedra y Mandorallen condujeron sus caballos bajo la sombra de un árbol frondoso y esperaron allí.
—¿Qué piensan los arendianos de Garion? —preguntó ella de repente.
—Garion es un buen chico —contestó Mandorallen un poco confundido.
—Pero de ningún modo noble —insinuó.
—Alteza —dijo Mandorallen con delicadeza—. Mucho me temo que vuestra educación os hace ver las cosas de un modo equivocado. Garion es de la familia de Belgarath y Polgara, y a pesar de que no tiene un título como el vuestro o el mío, su sangre es la más noble del mundo. Yo lo trataría como a un superior, si él lo quisiera, cosa que no hace porque es un chico modesto. Durante nuestra visita a la corte del rey Korodullin, en Vo Mimbre, una joven condesa lo persiguió con vehemencia, convencida de que casándose con él ganaría prestigio y una mejor posición social.
—¿De verdad? —preguntó Ce'Nedra con un deje de disgusto.
—Buscaba casarse y lo atrapó con flagrantes coqueteos y tierna conversación.
—¿Una condesa hermosa?
—Una de las más bellas del reino.
—Ya veo. — La voz de Ce'Nedra era fría como el hielo.
—¿Os he ofendido, alteza?
—No tiene importancia. —Mandorallen volvió a suspirar —. Y ahora ¿qué pasa? —lo increpó ella.
—Me doy cuenta de que tengo muchos defectos.
—Pensé que eras el hombre perfecto.
De inmediato se arrepintió de haberlo dicho.
—No, alteza. No podéis imaginaros lo imperfecto que soy.
—Tal vez te falte algo de diplomacia, pero ése no es un gran defecto en un arendiano.
—La cobardía sí lo es, alteza.
Ella rió de aquella idea.
—¿Cobardía? ¿Tú?
—He encontrado ese detecto en mí mismo —confesó él.
—No seas ridículo —lo riñó ella —, si tienes algún defecto, sin duda es todo lo contrario.
—Sé que es difícil de creer —respondió él —, pero os aseguro con gran vergüenza que he sentido las garras del miedo en mi corazón.
Ce'Nedra se quedó atónita ante la penosa confesión del caballero, e intentaba encontrar una respuesta apropiada cuando oyó un ruido estrepitoso unos pasos más allá. Su caballo, asustado, giró y dio un salto brusco. La princesa apenas alcanzó a divisar una criatura descomunal, rojiza y con su enorme boca abierta que se abalanzaba sobre ella. Desesperada, intentó asirse a la montura con una mano y controlar su aterrorizado caballo con la otra; pero el animal, víctima del pánico, pasó por debajo de una rama y tiró a la princesa de su asiento, arrojándola sin miramientos en medio del camino. Ce'Nedra rodó hasta quedar en cuatro patas y luego permaneció inmóvil frente a la bestia que había salido con tanta torpeza de su escondite.
Enseguida se dio cuenta de que el león no era demasiado viejo, y reparó en que a pesar de que su cuerpo ya tenía tamaño de adulto, su melena aún no había crecido del todo. Sin duda era un animal joven y con poca práctica en la caza. Rugió de frustración al ver cómo el caballo desaparecía del camino, y agitó la cola con furia. Por un instante a la princesa le causó gracia: ¡era tan joven y ridículo! Pero pronto la gracia se trocó en furia contra aquella bestia joven y torpe que la había humillado tirándola del caballo. Se puso en pie, se sacudió las rodillas y lo miró enfadada.
—¡Fuera! —le dijo, ahuyentándolo con la mano.
Después de todo ella era una princesa y él un simple león joven y estúpido. Los ojos amarillentos de la bestia se posaron en ella y se entrecerraron de forma casi imperceptible mientras la cola se quedaba súbitamente inmóvil. Entonces el león la miró con espantosa intensidad, y se encogió, tocando el suelo con el vientre. Su labio superior se levantó y dejó al descubierto unos dientes largos y blancos. Luego comenzó a avanzar con lentitud hacia ella, apoyando con cuidado sus enormes patas.
—¡No te atrevas! —le dijo la princesa, indignada.
—Quedaos muy quieta, alteza —le advirtió Mandorallen en voz baja y tétrica.
Por el rabillo del ojo, Ce'Nedra vio cómo el caballero se bajaba de su silla y el león, molesto, posaba los ojos en él.
Con cuidado, paso a paso, Mandorallen recorrió la distancia que lo separaba del animal, hasta colocar su cuerpo cubierto por la armadura entre el león y la princesa. La bestia lo miró con desconfianza, pero no se dio cuenta de lo que pretendía hasta que fue demasiado tarde. Entonces, despojado de otro plato de comida más, los ojos del felino se llenaron de furia. Mandorallen sacó la espada con mucho cuidado y, ante la sorpresa de Ce'Nedra, se la pasó a ella.
—Para que podáis defenderos si yo no logro vencerlo —explicó el caballero.
Vacilante, Ce'Nedra cogió la enorme empuñadura con ambas manos, aunque cuando Mandorallen soltó el extremo de la hoja, la punta se hundió de inmediato en la tierra. Por más que lo intentara, Ce'Nedra nunca podría levantar aquella enorme espada.
El león se encogió aún más, gruñendo; su cola se agitó con furia un momento y luego quedó rígida e inmóvil.
—¡Mandorallen, ten cuidado! —gritó Ce'Nedra mientras seguía intentando levantar la espada.
El león saltó. Mandorallen abrió sus brazos cubiertos de metal y dio un paso al frente para resistir el ataque del felino. Se encontraron con un enorme estruendo, Mandorallen cerró los brazos alrededor del cuerpo de la bestia, ésta pasó sus patas por encima de los hombros del caballero y sus garras produjeron un chirrido ensordecedor al arañar la armadura metálica, mientras sus dientes rechinaban al morder el casco. Mandorallen lo estrechó en un abrazo brutal.
Ce'Nedra salió del camino, arrastrando la espada tras ella, y contempló con los ojos muy abiertos la terrible batalla.
Los zarpazos del león se volvieron más desesperados y brutales, y en la armadura del caballero aparecieron profundos surcos, pero los brazos del mimbrano seguían apretando implacables. Los gruñidos se convirtieron en rugidos de dolor y el león ya no peleaba para matarlo, sino para escapar. Se retorcía, se movía con violencia e intentaba morderlo. Sus patas traseras se elevaron para arañar con furia el tronco cubierto de acero de Mandorallen y sus aullidos se hicieron más agudos, más llenos de pánico.
Con un esfuerzo sobrehumano, Mandorallen juntó sus brazos. Ce'Nedra oyó con impresionante claridad el ruido de huesos rotos, mientras un gran chorro de sangre manaba de la boca del felino. El cuerpo del joven animal tembló y su cabeza cayó hacia un lado, entonces Mandorallen abrió los brazos y la bestia muerta se desplomó como un fardo a sus pies.
La princesa contempló atónita a aquel hombre admirable manchado de sangre y con la armadura llena de arañazos. Acababa de presenciar lo imposible: Mandorallen había matado a un león sin más arma que sus poderosos brazos, ¡y todo por ella! Sin saber bien por qué, se sintió muy dichosa.
—¡Mandorallen! —exclamó —, ¡eres mi caballero!
Todavía jadeando por el esfuerzo, Mandorallen levantó la visera de su yelmo y dejó al descubierto sus ojos azules y muy abiertos, como si las palabras de la princesa le hubieran causado una gran impresión.
—Alteza —dijo con voz ahogada mientras se arrodillaba ante ella—, os prometo aquí, ante el cuerpo de esta bestia, ser vuestro auténtico y fiel caballero hasta el final de mis días.
En el fondo de su corazón, Ce'Nedra tuvo una extraña sensación, como si dos objetos destinados a estar juntos desde el principio de los tiempos por fin se unieran. No sabía a ciencia cierta qué había ocurrido en aquel claro salpicado por el sol, pero estaba segura de que era muy importante.
Entonces llegó el corpulento e imponente Barak, cabalgando con Hettar a su lado y los demás no mucho más atrás.
—¿Qué pasó? —preguntó el enorme cherek mientras se bajaba del caballo.
Ce'Nedra espero a que llegaran todos para contar la historia.
—Ese león me atacó —dijo como si se tratara de algo que ocurría todos los días—, y Mandorallen lo mató con las manos vacías.
—En realidad, tenía esto puesto —le recordó el caballero, que aún seguía de rodillas, mostrándole los guantes metálicos de la armadura.
—Fue el acto de valentía más grande que he visto en mi vida —continuó Ce'Nedra.
—¿Y por qué estás de rodillas? —le preguntó Barak a Mandorallen—. ¿Estás herido?
—Acabo de convertir a Mandorallen en mi caballero particular—declaró Ce'Nedra —, y él se arrodilló para recibir el honor como corresponde. —La princesa vio de reojo cómo Garion bajaba de su caballo con el entrecejo fruncido, como si estuviera a punto de estallar. Ce'Nedra, rebosante de alegría, se inclinó y depositó un beso filial en la frente de Mandorallen—. Levántate, caballero —le ordenó, y Mandorallen se incorporó haciendo chirriar su armadura.
Ce'Nedra estaba muy orgullosa de sí misma.
El resto del día transcurrió sin incidentes; cruzaron una cadena de colinas bajas y cuando el sol se ponía despacio tras un grupo de nubes al oeste llegaron a un pequeño valle, regado por un riachuelo burbujeante y fresco, donde pararon a pasar la noche. Mandorallen se comportaba con una cortesía digna de su flamante papel de caballero-protector, y Ce'Nedra aceptaba sus atenciones con condescendencia, mientras dirigía furtivas miradas hacia Garion para asegurarse de que reparaba en todo.
Un poco más tarde, cuando Mandorallen había ido a ver su caballo y Garion, malhumorado, había salido a dar un paseo, la princesa se sentó tranquilamente sobre un tronco cubierto de musgo y se felicitó por los acontecimientos del día.
—Estás practicando un juego cruel, princesa —le dijo Durnik con brusquedad mientras encendía el fuego unos pasos más allá.
Ce'Nedra se quedó atónita, no recordaba que Durnik se hubiera dirigido directamente a ella desde que se uniera al grupo. Era evidente que el herrero se encontraba incómodo en la presencia de la realeza y, de hecho, intentaba eludirla. Ahora, sin embargo, la miraba a los ojos y le hablaba con tono reprobador.
—No sé de qué hablas —declaró ella.
—Creo que sí lo sabes. —La cara vulgar y honesta de Durnik estaba seria y su mirada seguía firme en ella. Ce'Nedra bajó la vista y se ruborizó un poco —. He visto a las chicas del pueblo usar las mismas artimañas —continuó —, y nunca terminan bien.
—No es mi intención herir a nadie, Durnik. No hay nada entre Mandorallen y yo, ambos lo sabemos.
—Pero Garion no.
—¿Garion? —preguntó Ce'Nedra, azorada.
—¿No se trata de eso?
—¡Por supuesto que no! —contestó ella indignada. La expresión de Durnik, sin embargo, era muy escéptica—. Nunca se me hubiera ocurrido una cosa así —se apresuró a decir —, ¡es absurdo!
—¿De veras?
Las defensas de Ce'Nedra se desmoronaron.
—¡Es tan terco! —protestó—. No hace nada como debiera.
—Es un chico franco. Sea lo que sea, y se convierta en lo que se convierta, nunca dejará de ser el chico sencillo de la hacienda de Faldor. No conoce las reglas de las clases altas y nunca te mentirá para halagarte ni dirá cosas que en realidad no sienta. Creo que está a punto de ocurrirle algo importante, aunque no sé qué, pero estoy seguro de que necesitará toda su fuerza y su valor para enfrentarse a ello. No lo debilites con estos juegos pueriles.
—¡Oh, Durnik! —dijo ella con un gran suspiro —. ¿Qué voy a hacer?
—Sé franca y di sólo lo que sientas de corazón. No digas una cosa si piensas otra; con él no funciona.
—Ya lo sé, y eso es lo que lo hace tan difícil. Él fue educado de un modo y yo de otro. ¡Nunca nos entenderemos! —volvió a suspirar.
—No es tan grave, princesa —dijo Durnik con una sonrisa tierna y algo extraña —. Al principio os pelearéis mucho, pues tú eres casi tan obstinada como él, ya lo sabes. Habéis nacido en distintos lugares del mundo, pero en el fondo no sois tan distintos. Os gritaréis el uno al otro y os amenazaréis, pero con el tiempo todo eso pasará y ni siquiera recordaréis por qué os peleabais. Algunos de los mejores matrimonios que conozco empezaron así.
—¿Matrimonios?
—Eso es lo que planeas, ¿verdad?
Ella lo miró con incredulidad y luego rió.
—Querido, querido Durnik —dijo—, no entiendes nada, ¿verdad?
—Entiendo lo que veo —respondió él —. Y lo que veo es una jovencita que hace todo lo posible para atrapar a un chico.
—Eso sería imposible, ¿sabes? —suspiró Ce'Nedra —, incluso si a mí me interesara, que no es el caso.
—Claro que no —dijo él con tono sarcástico.
—Querido Durnik —repitió ella —, yo ni siquiera podría permitirme esos pensamientos. Olvidas quién soy.
—Eso es imposible —dijo él—, pues te cuidas mucho de recordárnoslo a cada momento.
—¿No sabes lo que eso significa?
—No entiendo adonde quieres llegar —dijo él con expresión de perplejidad.
—Soy la princesa imperial, la joya del Imperio, y como tal pertenezco al Imperio. No tengo ni voz ni voto en el asunto de mi matrimonio. Esa decisión la tomará mi padre junto con el consejo de asesores. Mi marido será rico y poderoso, tal vez mucho mayor que yo, y el matrimonio deberá ser conveniente para el Imperio y la casa de los Borune. Lo más probable es que ni siquiera me consulten sobre el tema.
—¡Pero es indignante! —objetó Durnik atónito.
—En realidad, no lo es —respondió ella —. Mi familia tiene derecho a proteger sus intereses, y yo soy un bien preciado para los Borune. —Volvió a suspirar; esta vez fue un suspiro pequeño y acongojado —. Sin embargo, ¡debe de ser bonito!, me refiero a poder elegir por una misma. Si pudiera hacerlo, tal vez incluso llegara a mirar a Garion del modo en que tú crees que lo hago, ¡aunque sea un chico imposible! Pero tal como están las cosas, sólo podría ser mi amigo.
—No lo sabía —se disculpó Durnik con una expresión melancólica en su cara vulgar y pragmática.
—No te lo tomes tan en serio, Durnik —dijo ella con calma —. Yo siempre he sabido que las cosas serían así.
Sin embargo, una gran lágrima brillante resbaló desde el rabillo de uno de sus ojos, y Durnik, incómodo, apoyó su mano curtida de trabajador en el brazo de la princesa, para consolarla. Sin saber por qué, ella le pasó los brazos por el cuello, escondió la cara en su pecho y rompió a llorar.
—Bueno, bueno —dijo él mientras palmeaba con torpeza los hombros temblorosos de la joven—. Ya, ya...