Capítulo 19

Estuvieron tres días a oscuras. La única y débil luz que llevaba Relg sólo servía de punto de referencia para orientarse. La oscuridad se cerraba como una cortina delante de Garion, y el joven caminaba tambaleante sobre el suelo irregular, con una mano extendida para evitar un choque con alguna piedra imprevista. Pero aquella oscuridad y el olor a moho no eran todo lo que le preocupaba; también sentía el opresivo peso de las montañas sobre su cabeza y a su alrededor. Tenía la sensación de que las rocas lo aplastaban, de que estaba encerrado, atrapado entre kilómetros y kilómetros de piedra sólida. Hacía constantes esfuerzos por ahuyentar una vaga e inquietante sensación de pánico y más de una vez tuvo que morderse los labios para no gritar.

Relg seguía una ruta llena de curvas, que no parecía conducir a ningún sitio. Cuando los caminos se bifurcaban, las opciones parecían fortuitas; sin embargo, el ulgo se movía con seguridad a través de las cavernas oscuras y llenas de murmullos, voces del pasado que repetían sus ecos sin cesar y susurraban, susurraban... Aquella actitud de confianza de Relg era la única razón por la cual Garion no se dejaba llevar por el pánico.

De repente el fanático se detuvo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Seda abruptamente, con un dejo de pánico, y Garion sintió que las garras del miedo oprimían su pecho.

—Tengo que taparme los ojos —respondió Relg.

El ulgo llevaba una extraña cota de malla laminada, una curiosa prenda formada por placas de metal superpuestas, abrochada a la cintura y con una capucha ceñida que sólo le dejaba la cara al descubierto. Un pesado cuchillo, con punta curva, colgaba de su cinturón, y a Garion le producía escalofríos de sólo mirarlo. Relg sacó un trozo de tela de debajo de su cota de malla y se cubrió la cara con cuidado.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó Durnik.

—En la caverna que sigue hay una veta de cuarzo —respondió Relg— y refleja la luz que viene de afuera. Es un resplandor muy brillante.

—¿Cómo sabrás hacia dónde dirigirte si llevas los ojos tapados? —protestó Seda.

—La tela no es demasiado gruesa y me permite ver lo suficiente. Vámonos.

Giraron por una esquina de la galería. Garion vio una luz y tuvo que contenerse para no correr hacia ella. Siguieron avanzando. Los cascos de los caballos que guiaba Hettar resonaban sobre el suelo de piedra. La caverna era enorme y estaba inundada de una luz brillante y cristalina. Una resplandeciente franja de cuarzo atravesaba el techo en ángulo e iluminaba la caverna con un ardiente fulgor. Enormes piedras puntiagudas colgaban del techo como si fueran carámbanos y se encontraban con otras similares que se alzaban sobre el suelo. En el centro de la caverna, había otro lago subterráneo, y en el extremo superior del lago, había una cascada que formaba pequeñas olas en la superficie y provocaba un tintineo incesante, similar al de una pequeña campana de plata, que armonizaba con el leve y lejano canto de los ulgos, a kilómetros de distancia. Los ojos de Garion estaban deslumbrados por la amplia gama de colores que había a su alrededor. Los prismas del cuarzo cristalino modificaban la luz, la descomponían en fragmentos de colores e inundaban la cueva con los múltiples matices del arco iris. De repente, Garion se sorprendió a sí mismo deseando que Ce'Nedra estuviera allí para contemplar el panorama, y aquella idea lo dejó perplejo.

—Deprisa —urgió Relg con una mano sobre la frente, como para dar una protección adicional a sus ojos tapados.

—¿Por qué no paramos aquí? —sugirió Barak—, Necesitamos descansar y éste parece un lugar muy apropiado.

—Es el peor lugar de las cavernas —dijo Relg—. Deprisa.

—Tú amas la oscuridad, pero a los demás no nos seduce tanto como a ti —insistió Barak y echó un vistazo a la cueva.

—Protégete los ojos, tonto —dijo con brusquedad Relg.

—No me gusta tu tono, amigo.

—Si no lo haces, estarás ciego en cuanto pasemos a la siguiente caverna. Tus ojos han necesitado dos días para acostumbrarse a la oscuridad, pero si te quedas más tiempo aquí, perderás todo lo que has conseguido hasta ahora.

Barak le dirigió una mirada breve y fulminante, pero luego asintió con un gruñido.

—Lo siento, no te había entendido —se disculpó, y extendió el brazo para apoyarlo en el hombro de Relg.

—¡No me toques! —exclamó Relg y apresuró la marcha.

—¿Qué le pasa? —preguntó Barak.

—No quiere que lo corrompas —explicó Belgarath.

—¿Que lo corrompa...? ¿Que lo corrompa?

—Está muy preocupado por su pureza personal y cree que cualquier contacto puede ensuciarlo.

—¿Ensuciarlo? Si está más roñoso que un cerdo hundido en el fango.

—Es una suciedad diferente. Sigamos adelante.

Barak, enfurecido, caminaba a grandes zancadas detrás de los demás, gruñendo y maldiciendo. Entraron a otro pasadizo oscuro y Garion miró con nostalgia el resplandor, cada vez más débil, de la caverna que quedaba a sus espaldas. Luego giraron en una esquina y la luz desapareció por completo.

En aquella oscuridad llena de susurros no había forma de medir el tiempo. Avanzaban a tumbos y de vez en cuando hacían una pausa para comer o dormir; aunque el sueño de Garion estaba lleno de horribles pesadillas de montañas que se desmoronaban encima de él. Casi había perdido la esperanza de volver a ver el cielo cuando sintió la caricia de una brisa suave en el rostro. A su juicio, habrían pasado unos cinco días desde que abandonaran las cavernas apenas iluminadas de los ulgos para sumergirse en esa noche eterna; así que al principio pensó que aquella brisa de aire cálido era sólo producto de su imaginación. Pero entonces el aroma de los árboles y de la hierba se mezcló con el olor a moho de la cueva y supo que un poco más arriba había una abertura, una salida.

La brisa cálida se hizo más fuerte y la fragancia de la hierba comenzó a inundar los pasadizos por donde avanzaban con esfuerzo. El suelo cobró una inclinación ascendente y las penumbras comenzaron a dejar paso a la luz de una forma casi imperceptible. En cierto modo, parecía que salían de la noche hacia el primer amanecer en la historia del mundo. Los caballos, que avanzaban con esfuerzo detrás de ellos, también olfatearon el aire fresco y apuraron al paso. Relg, sin embargo, comenzó a andar cada vez más despacio hasta que por fin se detuvo. El ligero tintineo de su cota de malla habló por él: el ulgo temblaba e intentaba cobrar ánimos para seguir adelante. Volvió a taparse la cara mientras murmuraba una y otra vez unas vehementes palabras en el contuso lenguaje de los ulgos, como si suplicara. Una vez que se hubo tapado los ojos, siguió avanzando de mala gana, arrastrando los pies al andar. Entonces, una luz dorada resplandeció delante de ellos y divisaron la boca del pasadizo, una abertura irregular y dentada cubierta por una espesa maraña de ramas. De repente se oyó un suave traqueteo de cascos, y el potrillo, ignorando las firmes órdenes de Hettar, corrió hacia la abertura y salió a la luz.

Belgarath se rascó el bigote con la vista fija en el joven animal.

—Tal vez sea mejor que cuando nos separemos te lleves al potrillo y a su madre —le dijo a Hettar—. El animalito no parece dispuesto a tomarse las cosas con seriedad, y Cthol Murgos es un lugar muy serio.

Hettar asintió con gravedad.

—¡No puedo! —exclamó Relg de repente. Se volvió de espaldas a la luz y se apoyó contra el muro de piedra de la caverna—. ¡No puedo hacerlo!

—Por supuesto que puedes —le dijo tía Pol con tono alentador—. Vamos a salir muy despacio para que vayas acostumbrándote poco a poco.

—No me toques —respondió Relg con aire ausente.

—Se está poniendo pesado —gruñó Barak.

Garion y los demás subían con ansiedad, como si la necesidad de volver a ver la luz tirara de ellos. Avanzaron a duras penas a través de la maraña de arbustos en la boca de la cueva hasta que por fin salieron a la luz, tapándose la cara con las manos para no enceguecer. Al principio, el resplandor produjo un fuerte dolor en los ojos de Garion, pero después de unos instantes recuperó la vista. La disimulada entrada a las cuevas estaba en medio de la ladera de una colina. A sus espaldas, los cerros cubiertos de nieve de Ulgoland brillaban bajo el sol de la mañana, proyectándose hacia el intenso azul del cielo, y una vasta pradera se extendía ante ellos como si fuera un mar. Las altas hierbas tenían el color dorado del otoño y la brisa de la mañana las mecía con movimientos largos y ondulantes. La llanura llegaba hasta el horizonte y Garion se sintió como si acabara de despertar de una pesadilla.

Relg se arrodilló de espaldas a la luz en el interior de la cueva, poco antes de llegar a la abertura, y comenzó a rezar, golpeándose los hombros y el pecho con los puños.

—Y ahora, ¿qué hace? —preguntó Barak.

—Es una especie de ritual de purificación —explicó Belgarath—. Intenta desterrar de sí todo vestigio de corrupción e imbuir su espíritu de la esencia sagrada de las cavernas. Piensa que eso le dará fuerzas cuando esté afuera.

—¿Y cuánto piensa tardar?

—Supongo que una hora, más o menos. Se trata de un ritual bastante complicado.

Relg hizo una pausa en sus rezos, sólo para colocar un segundo trozo de tela sobre su rostro.

—Si se pone otro velo más sobre la cara acabará asfixiándose —observó Seda.

—Será mejor que me vaya —dijo Hettar ajustando las correas de su montura—. ¿Quieres que le diga algo más a Cho-Hag?

—Dile que informe a los demás de lo que ha ocurrido hasta ahora —respondió Belgarath—. Tal como se están poniendo las cosas, me gustaría que todo el mundo estuviera alerta.

Hettar asintió con un gesto.

—¿Sabes dónde estás? —le preguntó Barak.

—Por supuesto —respondió el alto algario y miró a la llanura de aspecto monótono que tenía delante.

—Ir y volver de Rak Cthol va a llevarnos por lo menos un mes —advirtió Belgarath—. Si tenemos oportunidad, haremos señales con una antorcha desde el acantilado del este antes de bajar. Recuérdale a Cho-Hag lo importante que es para él que nos espere allí. No es conveniente que los murgos se metan en Algaria; aún no estoy listo para una guerra.

—Estaremos allí —dijo Hettar mientras montaba—. Tened cuidado en Cthol Murgos —agregó.

Comenzó a cabalgar colina abajo hacia la llanura, con la yegua y el potrillo siguiendo sus pasos. De repente el potrillo se detuvo a mirar a Garion, dio un pequeño relincho de tristeza y se volvió para seguir a su madre.

—Voy a echar de menos a Hettar —gruñó Barak, meneando la cabeza con un gesto sombrío.

—Cthol Murgos no es el lugar apropiado para él —señaló Seda—. Hubiésemos tenido que ponerle una correa.

—Ya lo sé —suspiró Barak—; pero, de todos modos, lo echaré de menos.

—¿En qué dirección vamos? —preguntó Mandorallen mientras escudriñaba la llanura.

—Por allí —dijo Belgarath, y señaló hacia el sudeste—. Cruzaremos el valle por el norte en dirección al acantilado y luego atravesaremos el extremo sur de Mishrak ac Thull. Los thulls no patrullan tanto como los murgos.

—Los thulls no hacen nada a no ser que se vean forzados a hacerlo —señaló Seda—. Están demasiado ocupados intentando esquivar a los grolims.

—¿Cuándo partimos? —preguntó Durnik.

—Tan pronto como Relg acabe sus plegarias —respondió Belgarath.

—Entonces, tenemos tiempo para desayunar —dijo Barak con frialdad.

Cabalgaron todo el día a través de la llanura del sur de Algaria, bajo el azul intenso del cielo otoñal. Relg llevaba una vieja túnica con capucha de Durnik sobre su cota de malla y montaba con torpeza, con las piernas rígidas y extendidas hacia fuera. Parecía más concentrado en mantener la cabeza gacha que en mirar adonde iba.

Barak lo miraba con amargura y una clara expresión de disgusto en la cara.

—No pretendo decirte lo que debes hacer, Belgarath —dijo después de unas horas—, pero ese tipo nos traerá problemas antes de que acabemos nuestra misión.

—La luz le hace daño en los ojos, Barak —le dijo tía Pol al hombre corpulento—, y no está acostumbrado a cabalgar. No seas tan rápido para criticar. —Barak cerró la boca, pero no modificó su expresión despreciativa—. Al menos podemos confiar en que se mantendrá sobrio —observó con ironía tía Pol—, y eso es más de lo que puede decirse de algunos miembros de este grupo.

Barak carraspeó; se sentía incómodo.

Acamparon junto a la orilla sin árboles de un arroyo de curso tortuoso. Después de la puesta de sol, Relg parecía menos asustado, aunque era obvio que evitaba mirar directamente hacia el fuego. De repente levantó la vista y contempló las estrellas por primera vez; se quedó boquiabierto de espanto y su cara descubierta comenzó a brillar, empapada de sudor. Por fin se cubrió la cabeza con los brazos y cayó boca abajo con un grito ahogado.

—¡Relg! —exclamó Garion, corrió a su lado y lo tocó sin darse cuenta.

—No me toques —dijo Relg, jadeante, de forma instintiva.

—No seas tonto. ¿Qué te ocurre? ¿Estás enfermo?

—¡El cielo! —gimió Relg con desesperación—. ¡Me da mucho miedo!

—¿El cielo? —Garion estaba atónito—. ¿Qué pasa con el cielo? —inquirió mientras miraba las estrellas con expresión de familiaridad.

—No tiene fin —gimió Relg—, sigue hasta el infinito.

De repente Garion comprendió: en las cuevas él había tenido miedo, un miedo irracional, porque se había sentido encerrado. Ahora, a cielo descubierto, Relg experimentaba el mismo tipo de terror ciego. Garion advirtió, no sin cierta sorpresa, que tal vez Relg nunca hubiera salido de las cuevas de Ulgoland.

—No pasa nada —le aseguró con tono consolador—, el cielo no puede hacerte daño. Simplemente está allí arriba. No le prestes atención.

—No puedo soportarlo.

—Pues entonces no lo mires.

—Aunque no lo mire sé que está ahí. Todo ese vacío...

Garion miró impotente a tía Pol, pero ella le hizo un gesto para que siguiera hablando.

—No está vacío —continuó con torpeza—, está lleno de cosas; todo tipo de cosas: nubes, pájaros, rayos de sol, estrellas...

—¿Qué... qué son esas cosas? —preguntó Relg alzando la cabeza.

—¿Las nubes? Todo el mundo sabe lo que... —Garion se interrumpió. Era evidente que Relg no sabía lo que eran las nubes. Nunca en su vida había visto ninguna; así que el joven intentó reordenar sus pensamientos y tomar aquel hecho en consideración. Iba a resultar muy difícil de explicar y Garion hizo una profunda inspiración—. Muy bien, entonces empecemos con las nubes.

Llevó mucho rato y Garion no estaba seguro de si Relg comprendía lo que le decía o simplemente se concentraba en las palabras para evitar pensar en el cielo. Después de las nubes, el tema de los pájaros le resultó menos complicado, a pesar de que las plumas eran muy difíciles de describir.

—UL te habló —lo interrumpió—, te llamó Belgarion, ¿es ése tu nombre?

—Bueno —respondió incómodo Garion—, en realidad, no. Mi nombre verdadero es Garion, pero se supone que el otro llegará a ser mío más adelante, cuando sea mayor.

—UL lo sabe todo —aseguró Relg—, así que si él te llamó Belgarion es porque es tu verdadero nombre. Yo también te llamaré Belgarion.

—Preferiría que no lo hicieras.

—Mi dios me ha reñido —gimió Relg con una voz llena de desprecio por sí mismo—. Le he fallado.

Garion no alcanzaba a comprenderlo; de algún modo, además del pánico, Relg sufría los horrores de una crisis teológica. El hombrecillo se sentó en el suelo, de espaldas al fuego, con los hombros hundidos en una actitud de absoluta desesperación.

—No soy digno de él —añadió a punto de llorar—. Cuando UL me habló en el silencio de mi corazón, me sentí superior a cualquier otro hombre, pero ahora me siento como una basura —añadió con angustia y comenzó a golpearse la cabeza con los puños.

—¡Para ya! —dijo Garion con tono severo—. Te harás daño. ¿A qué viene todo esto?

—UL me dijo que tenía que revelar el nombre del niño a Ulgoland, y yo interpreté sus palabras como una muestra de su favor hacia mí.

—¿De qué niño hablas?

—Del Gorim, el niño. Es la forma que tiene UL de guiar y proteger a su pueblo. Cuando el trabajo de un Gorim anciano termina, UL pone una señal especial en los ojos del niño que deberá sucederlo. Cuando UL me dijo que había sido elegido para traer el niño a Ulgoland, yo revelé sus palabras a otros y ellos me honraron y me pidieron que hablara en nombre de UL. Yo vi pecado y corrupción a mi alrededor, lo denuncié y el pueblo me escuchó; pero las palabras eran mías y no de UL. Fui tan arrogante que pretendí hablar en su nombre y olvidé mis propios pecados para denunciar los de los demás. —La voz de Relg era áspera y estaba llena de vehementes autoacusaciones—. Soy una basura —aseguró—, un ser abominable. UL debería haber alzado su mano contra mí para destruirme.

—Eso está prohibido —dijo Garion sin pensarlo.

—¿Quién tiene el poder suficiente para prohibirle algo al divino UL?

—No lo sé, sólo sé que destruir está prohibido, incluso para los dioses. Es lo primero que aprendemos.

Relg alzó la vista con brusquedad y de inmediato Garion se dio cuenta de que había cometido un terrible error.

—¿Tú conoces los secretos de los dioses? —preguntó el fanático con incredulidad.

—El hecho de que sean dioses no tiene nada que ver —respondió Garion —. La regla es válida para todos.

Los ojos de Relg se encendieron con una súbita esperanza.

Entonces se incorporó hasta quedar de rodillas y se inclinó hacia delante, apoyando la cara contra el suelo.

—Perdona mis pecados —suplicó.

—¿Qué?

—Me enorgullecí de mí mismo cuando en realidad era un ser indigno.

—Cometiste un error, eso es todo. No vuelvas a hacerlo; pero, por favor, levántate, Relg.

—Soy perverso e impuro.

—¿Tú?

—He tenido pensamientos impuros sobre mujeres.

—Todos tenemos ese tipo de pensamientos de vez en cuando —dijo Garion, ruborizándose, y carraspeó con nerviosismo.

—Mis pensamientos son perversos..., ¡perversos! —gimió Relg lleno de culpa—. Arderé por ellos.

—Estoy seguro de que UL lo comprenderá. Por favor, levántate, Relg; no hay necesidad de que hagas esto.

—He rezado con mi boca, pero mi mente y mi corazón no estaban en mis plegarias.

—Relg...

—He buscado cavernas secretas más por el placer de encontrarlas que para consagrarlas a UL, y de ese modo he corrompido el don que me otorgó mi dios.

—Por favor, Relg...

Relg comenzó a golpear su cabeza contra el suelo.

—Una vez encontré una caverna donde los ecos de la voz de UL no desaparecían; no se la enseñé a los demás y guardé la voz de UL para mí solo.

Garion comenzó a preocuparse, pues el fanático de Relg estaba al borde de un ataque de histeria.

—Castígame, Belgarion —suplicó Relg—. Imponme una dura penitencia por mi maldad.

Cuando Garion le respondió, su mente estaba muy lúcida y sabía a ciencia cierta lo que debía decir.

—No puedo hacerlo, Relg —dijo con seriedad—. No puedo castigarte como tampoco puedo perdonarte. Si has hecho algo que no debías, es asunto tuyo y de UL, y si piensas que necesitas un castigo, tendrás que imponértelo tú mismo, pues yo no puedo ni quiero hacerlo.

Relg alzó su cara atormentada del suelo y miró a Garion con fijeza. Luego se puso de pie con un grito ahogado y salió corriendo, internándose en la oscuridad.

—¡Garion! —exclamó tía Pol con aquel dejo familiar en su voz.

—Yo no he hecho nada —protestó el joven, de forma casi instintiva.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Belgarath.

—Él dijo que había cometido muchos pecados —explicó Garion—, y quería que lo castigara o lo perdonara.

—¿Y entonces?

—No podía hacer eso, abuelo.

—¿Qué tiene eso de complicado? —Garion lo miró asombrado—. Todo lo que tenías que hacer era decirle una pequeña mentira. ¿Era tan difícil?

—¿Mentir? ¿Sobre una cosa así?

Garion se horrorizó de sólo pensarlo.

—Lo necesito, Garion, y no me servirá de nada si es víctima de una especie de histeria religiosa. Usa la cabeza, chico.

—No puedo hacerlo, abuelo —repitió Garion con terquedad—. Es algo demasiado importante para él; yo no puedo mentirle.

—Será mejor que vayas a buscarlo, padre —dijo tía Pol.

—Tú y yo aún no hemos acabado con esto, jovencito —lo riñó Belgarath y lo apuntó con un dedo en un gesto de furia.

Luego se fue a buscar a Relg mientras murmuraba algo para sí de muy mal humor.

Entonces Garion tuvo la dura certeza de que el viaje a Cthol Murgos iba a ser largo y desagradable.