Capítulo 6
La procesión de monjes siguió su camino y el sonido de sus cantos y de las monótonas campanadas se hizo menos audible a medida que se alejaban por la pradera. El señor Lobo parecía estar muy concentrado y se mesaba la barba con la mano sana. Por fin suspiró con una expresión irónica.
—Supongo que no tendremos más remedio que enfrentarnos con él aquí y ahora. Si no lo hacemos, nos seguirá.
—Pierdes el tiempo, padre —respondió tía Pol—. No hay forma de razonar con él, ya lo hemos intentado.
—Es probable que tengas razón —asintió él—, pero al menos debemos volver a intentarlo. Si no lo hacemos, decepcionaremos a Aldur. Tal vez cuando se entere de lo que está pasando, asuma una actitud lo bastante razonable como para que podamos hablar con él.
Un grito desgarrador resonó en la soleada pradera y la expresión del señor Lobo se volvió amarga.
—A esta altura ya tendría que haberse cansado de gritar. Muy bien, vayamos a Mar Amon. —Giró su caballo en dirección a la colina que el asombrado monje les había señalado. Un fantasma lisiado se puso a parlotear delante de él, suspendido en el aire frente a su rostro.
—¡Oh, para ya! —exclamó Lobo, molesto.
El fantasma vaciló, tembloroso, y luego desapareció.
Tal vez en el pasado existió una carretera que llevaba a la colina. Ahora el impreciso sendero apenas si era visible entre la hierba, pero los treinta y dos siglos transcurridos sin que nadie pisara su superficie no habían conseguido borrarlo. Ascendieron por el sinuoso camino hasta la cima de la colina y desde allí contemplaron las ruinas de Mar Amon. Garion, todavía indiferente e inconmovible, dedujo cosas de la ciudad y reparó en otras que nunca habría percibido si no se hubiera encontrado en tal estado. A pesar de que la destrucción había sido casi total, las formas de la ciudad eran claras y evidentes. La calle —pues sólo había una— tenía forma de espiral y conducía a una plaza circular en el centro mismo de las ruinas. De repente Garion tuvo una extraña intuición y supo a ciencia cierta que la ciudad había sido diseñada por una mujer. Las mentes de los hombres crean líneas rectas, mientras que las de las mujeres suelen concebirlas curvas.
Con tía Pol y el señor Lobo a la cabeza y los demás siguiéndolos inconscientes y con expresión ausente, comenzaron a bajar hacia la ciudad. Garion cabalgaba en la retaguardia, intentando ignorar a los fantasmas que surgían de la tierra y lo acosaban con su desnudez y sus pavorosas mutilaciones. El lamento que había oído desde su entrada a Maragor se hizo más alto y más claro. A veces el grito parecía proceder de un coro, confundido y distorsionado por el eco, pero ahora Garion se daba cuenta de que se trataba de una sola y poderosa voz, teñida por un dolor tan profundo, que retumbaba a lo largo y ancho del reino.
Cuando se acercaban a la ciudad, se levantó un viento terrible, de una pavorosa frialdad y lleno de un potentísimo hedor a cementerio. Con un gesto automático, Garion se arropó con su capa, pero pronto reparó en que ésta no podría protegerlo, pues el viento no agitaba la hierba del camino y, por consiguiente, no podía ser un viento real. Además, si los caballos no escuchaban los lamentos, éstos tampoco podían ser reales. Sintió frío y se estremeció, por más que intentara convencerse a sí mismo de que la baja temperatura, al igual que el viento y los espantosos quejidos de dolor, eran más sobrenaturales que reales.
Aunque vista desde lo alto de la montaña Mar Amon parecía estar por entero en ruinas, cuando entraron en la ciudad, Garion se asombró al comprobar la solidez de las paredes de casas y edificios públicos que lo rodeaban. Además, desde un lugar no muy lejano, creyó oír las risas de unos niños y la melodía de una canción.
—¿Por qué sigue haciendo eso? —preguntó tía Pol con tristeza—. No sirve para nada.
—Es todo lo que le queda, Pol —respondió Lobo.
—Sin embargo, siempre acaba igual.
—Ya lo sé, pero durante un rato le ayuda a olvidar.
—Todos tenemos algo que olvidar, padre, y éste no es el modo de hacerlo.
Lobo miró con admiración las casas de aspecto real que los rodeaban.
—Lo hace muy bien, ¿no te parece?
—Es natural —dijo ella —, después de todo es un dios; pero aun así no es bueno para él.
Sólo cuando el caballo de Barak atravesó sin advertirlo una de las paredes y desapareció en la aparente piedra sólida para salir a la luz unos cuantos metros más adelante, Garion comprendió a qué se referían su tía y su abuelo. Las paredes, los edificios, la ciudad entera eran una ilusión, un recuerdo. El viento frío con su hedor a podrido se volvió más fuerte, y ahora arrastraba con él un intenso olor a humo. A pesar de que Garion aún podía ver la luz del sol brillando en todo su esplendor sobre la hierba, por algún motivo tuvo la sensación de que estaba oscureciendo. Las risas de los niños y la lejana melodía se apagaron y, en su lugar, Garion oyó gritos.
Un legionario tolnedrano con bruñida armadura y un casco con una pluma, de aspecto tan real como las paredes que los rodeaban, corría hacia ellos desde el fondo de la sinuosa calle. Su espada chorreaba sangre, su expresión estaba congelada en una espantosa mueca y sus ojos tenían un aspecto aterrador.
Cuerpos destrozados y mutilados cubrían la calle y había sangre por todos lados. Los lamentos se convirtieron en un chillido ensordecedor mientras la ilusión llegaba a su pavoroso clímax.
Al final, la calle en espiral se abría en una amplia plaza circular en el centro de Mar Amon. El viento helado aullaba en medio de la ciudad en llamas y el horrible sonido de las espadas al cortar carne y huesos retumbaba en la mente de Garion. El aire se hizo aún más turbio.
Las piedras de la plaza estaban llenas de recuerdos ilusorios de innumerables cuerpos de maragos que yacían bajo las ondulantes nubes de humo denso. Pero lo que había en el centro de la plaza no era una ilusión, ni siquiera un fantasma. La figura se alzaba imponente y brillaba en todo su esplendor; su carácter real era indiscutible y de ningún modo podía tratarse de una visión subjetiva de los que lo observaban. Llevaba en los brazos el cuerpo de una criatura asesinada que parecía condensar la suma total de los muertos de la encantada Maragor; y su cara, alzada con angustia por encima del cuerpo de aquella criatura muerta, estaba transfigurada por una expresión de dolor sobrehumano. La figura se lamentaba, y Garion, a pesar del estado soñoliento en que se encontraba y que lo protegía de la locura, sintió que los pelos de la nuca se le ponían de punta ante tal horror.
El señor Lobo hizo una mueca y se bajó del caballo. Pisó con cuidado sobre los cuerpos espectrales que cubrían la plaza y se acercó a aquel ser imponente.
—Señor Mara —dijo con respeto mientras lo saludaba con una reverencia. —Mara gruñó—. Señor Mara —volvió a decir Lobo—, no quiero molestaros en vuestro pesar, pero debo hablar con vos.
La pavorosa cara se contrajo y enormes lágrimas se deslizaron por las mejillas del dios. Sin decir palabra, Mara extendió los brazos que sostenían el cuerpo de la criatura, alzó la cabeza y gimió.
—¡Señor Mara! —repitió Lobo, ya en tono de súplica.
Mara cerró los ojos, inclinó la cabeza, y lloró sobre el cuerpo del niño.
—Es inútil, padre —le dijo tía Pol al viejo—. Cuando está en ese estado, es imposible comunicarse con él.
—Déjame, Belgarath —dijo Mara, todavía entre sollozos. Su potente voz vibró y retumbó en la mente de Garion—. Déjame solo con mi dolor.
—Señor Mara, se acerca el día en que ha de cumplirse la profecía —le explicó Lobo.
—¿Y a mí qué más me da? —sollozó Mara mientras estrechaba más fuerte el cuerpo del niño—. ¿Acaso la profecía me devolverá a mis niños asesinados? Yo estoy más allá de su alcance. Dejadme en paz.
—El destino del mundo depende de acontecimientos que deben ocurrir muy pronto, señor Mara —insistió Lobo—. Los reinos del Este y el Oeste se preparan para la última guerra, y Torak, el tuerto, vuestro maldito hermano que aún se remueve en su sueño, pronto despertará.
—Deja que despierte —respondió Mara y se inclinó sobre el cuerpo inanimado que tenía en los brazos con un nuevo acceso de llanto.
—Entonces, ¿os someteréis a su poder, señor Mara? —le preguntó tía Pol.
—Yo estoy más allá de su poder, Polgara —respondió Mara—. Nunca abandonaré la tierra de mis niños muertos y ningún hombre ni dios se atreverá a seguirme aquí. Deja que Torak se adueñe del mundo si así lo desea.
—Será mejor que nos vayamos, padre —dijo tía Pol—. Nada lo hará cambiar de opinión.
—Señor Mara —le dijo Lobo al dios sollozante—, hemos traído ante vos a los instrumentos de la profecía. ¿Los bendeciréis antes de que nos vayamos?
—No tengo bendiciones, Belgarath —respondió Mara—, sólo maldiciones para los hijos de Nedra. Vete de aquí con estos extraños.
—Señor Mara —dijo tía Pol con firmeza—, tenéis un papel reservado en el cumplimiento de la profecía. El destino implacable que nos empuja a todos, os empuja también a vos, y cada uno debe interpretar el papel que le ha sido asignado desde el comienzo de los tiempos, pues si la profecía se aparta de su curso, el mundo se destruirá.
—Que se destruya —gruñó Mara—. En él ya no hay alegría para mí, así que deja que sucumba. Mi dolor es eterno, y no lo abandonaré aunque por esa razón se destruya todo lo que ha sido creado. Marchaos junto con las criaturas de la profecía.
El señor Lobo saludó con resignación, se giró y volvió hacia los demás. Su expresión reflejaba un desesperado disgusto.
—¡Espera! —gritó Mara de repente. Las imágenes de la ciudad se tambalearon y desaparecieron—. ¿Qué significa esto? —lo increpó el dios.
El señor Lobo se dio la vuelta deprisa.
—¿Qué has hecho, Belgarath? —lo acusó Mara, que de repente se hizo inmenso—, Y tú también, Polgara. ¿Es mi pena un motivo de diversión para vosotros? ¿Os burláis de mi desgracia?
—¿Señor? —dijo tía Pol, desconcertada ante la súbita furia del dios.
—¡Monstruo! —gruñó Mara—. ¡Monstruo! —Su enorme cara se contrajo de ira, y, con un terrible dolor, avanzó hacia ellos y se detuvo junto a la princesa Ce'Nedra—. ¡Te desgarraré la carne! —le gritó a voz en cuello—. ¡Llenaré tu mente con los gusanos de la locura, hija de Nedra! ¡Te hundiré en el tormento y el horror hasta el final de tus días!
—Dejadla en paz —exclamó con brusquedad tía Pol.
—No, Polgara —gritó él con furia—, sobre ella caerá todo el peso de mi ira. —Sus temibles dedos se extendieron como garras hacia la imperturbable princesa, pero ella lo miró con aire ausente, inconmovible e indiferente. El dios resopló de frustración y se volvió para enfrentarse al señor Lobo—. ¡Es un truco! —gruñó—, ¡su mente está dormida!
—Todos están dormidos —respondió Lobo—. Amenazas y horrores no significan nada para ellos, señor Mara. Chillad y gruñid hasta que el cielo se venga abajo, que ella no os oirá.
—Te castigaré por esto, Belgarath —lo riñó Mara—, y a ti también, Polgara. Sabréis lo que es el dolor y el terror gracias a este arrogante desplante que me hacéis. Haré que estos intrusos se despierten y conocerán la agonía y la locura que haré caer sobre ellos —agregó y se hinchó hasta volverse de un tamaño descomunal.
—¡Ya es suficiente, Mara! ¡Basta! —La voz era de Garion, pero el chico sabía que no era él quien hablaba. El espíritu de Mara se volvió hacia él, levantando su enorme brazo para golpearlo, pero Garion se bajó del caballo para acercarse al dios amenazador—. Tu venganza acaba aquí, Mara —dijo la voz que salía de la boca de Garion—. La chica debe servir a mis propósitos y no la tocarás.
Garion advirtió con cierta alarma que había quedado situado entre el furioso dios y la princesa dormida.
—¡Sal de mi camino, chico, o te mataré! —lo amenazó Mara.
—Usa tu mente, Mara —le dijo la voz—, si es que no la has vaciado con tanto llanto. Sabes bien quién soy.
—¡Será mía! —bramó Mara—. Le daré innumerables vidas y desgarraré su temblorosa carne en cada una de ellas.
—No —respondió la voz—, no lo harás.
El dios Mara se incorporó otra vez y levantó sus temibles brazos, pero al mismo tiempo sus ojos reflejaron una sombra de duda. Y no sólo sus ojos, pues una vez más Garion sintió aquel poderoso roce en su mente, tal como le había ocurrido en el palacio de la reina Salmissra, cuando había sentido el contacto del espíritu de Issa. Los llorosos ojos de Mara parecieron reflejar un pavoroso reconocimiento, y el dios dejó caer sus brazos.
—Dámela a mí —rogó—, coge a los demás y márchate con ellos, pero déjame a la tolnedrana. Te lo suplico.
—No.
Lo que ocurrió entonces no fue magia y Garion lo supo en el acto. No hubo ni el ruido ni aquella extraña y precipitada agitación que acompañaba los actos de hechicería. Por el contrario, la mente de Mara parecía ejercer una terrible presión con la intención de dominarlo, pero la mente que habitaba en su interior respondió. Su poder era tan enorme que el mundo entero no era suficiente para albergarlo. No atacó directamente a Mara, pues una colisión tan espantosa hubiera destruido el mundo; pero se irguió con calma, férrea e inconmovible, contra el furioso torrente de cólera de Mara. Por un fugaz instante, Garion compartió la conciencia de la mente dentro de su mente y se sobresaltó ante su inmenso poder. En aquel momento, vislumbró el nacimiento de innumerables soles que giraban en grandes espirales en medio de la oscuridad del vacío; su nacimiento, su unión en galaxias y la formación de nebulosas que giraban con monotonía y sin pausa. Y más allá, se encontró cara a cara con la imagen misma del tiempo y vio su principio y su fin en un solo vistazo terrible y fugaz.
Mara se rindió.
—Debo someterme —dijo con voz ronca y saludó a Garion con una reverencia y una expresión extrañamente humilde en su rostro dolorido. Dio media vuelta y se cubrió la cara con las manos, sollozando de forma incontrolable.
—Tu dolor llegará a su fin, Mara —dijo la voz con ternura—, y un día volverás a sentir alegría.
—Nunca..., nunca —sollozó el dios—. Mi dolor durará para siempre.
—Siempre es demasiado tiempo, Mara —respondió la voz—, y sólo yo puedo ver dónde acaba.
El dios sollozante no respondió; se alejó de ellos y sus lamentos volvieron a retumbar en las ruinas de Mar Amon.
El señor Lobo y tía Pol miraban a Garion estupefactos. Cuando por fin el viejo habló, su voz reflejaba un temor reverente.
—¿Es posible?
—¿No dices tú siempre que todo es posible, Belgarath?
—No sabíamos que podías intervenir de forma directa —dijo tía Pol.
—De vez en cuando doy un empujoncito a las cosas o hago unas pocas sugerencias. Si pensáis con atención, recordaréis algunas de ellas.
—¿El chico es consciente de todo esto? —preguntó ella.
—Por supuesto; ya hemos tenido una breve charla al respecto.
—¿Qué le has dicho?
—Sólo lo que podía comprender. No te preocupes, Polgara, no voy a hacerle daño. Por fin se da cuenta de lo importante que es este asunto; sabe que debe prepararse y que no le queda demasiado tiempo para hacerlo. Ahora creo que es mejor que os marchéis, le estáis causando un gran dolor a Mara.
Pareció que tía Pol iba a decir algo más, pero miró a la figura sombría del dios que sollozaba, no muy lejos de allí, y asintió con un gesto. Se dirigió al caballo y encabezó la salida de las ruinas.
Tras volver a montar para seguirla, el señor Lobo aproximó su caballo al de Garion.
—Tal vez podamos hablar mientras cabalgamos —sugirió—, tengo muchas preguntas que hacerte.
—Se ha ido, abuelo —le dijo Garion.
—¡Oh! —respondió Lobo, evidentemente decepcionado.
El sol ya se ocultaba y se detuvieron para pasar la noche en una arboleda a algo más de un kilómetro de Mar Amon. Desde que habían dejado las ruinas, no habían vuelto a ver a los fantasmas mutilados.
Luego de alimentar y enviar a la cama a los demás, tía Pol, Garion y el señor Lobo se sentaron alrededor de un pequeño fuego. Una vez que aquella presencia que había en su mente lo hubo abandonado, Garion sintió que se hundía en una especie de sueño. Sus emociones se habían desvanecido por completo y no parecía capaz de pensar por sí mismo.
—¿Podemos hablar con... el otro? —preguntó esperanzado el señor Lobo.
—En este momento no está aquí —respondió Garion.
—Entonces, ¿no siempre está contigo?
—No siempre. A veces se marcha durante meses, o incluso más tiempo. Pero esta vez se ha quedado mucho tiempo, desde que quemamos a Asharak.
—¿Dónde está cuando está contigo? —preguntó el viejo con curiosidad.
—Aquí —Garion se tocó la cabeza.
—¿Has estado despierto desde que entramos a Maragor? —preguntó tía Pol.
—No exactamente —respondió Garion—, una parte de mí estaba dormida.
—¿Veías a los fantasmas?
—Sí.
—¿Pero no te asustaban?
—No. Algunos me sorprendían y uno me dio náuseas.
El señor Lobo levantó la vista de forma súbita.
—Pero ahora no te daría náuseas, ¿verdad?
—No, no lo creo. Al principio, las cosas me impresionaban un poco, pero ahora ya no.
Lobo miró al fuego con aire pensativo, como si buscara una manera de formular la siguiente pregunta.
—¿Qué dijo la voz de tu mente cuando hablasteis?
—Me dijo que hace mucho tiempo había sucedido algo que no debía ocurrir y que yo debía enmendarlo.
—Una forma muy sucinta de expresarlo —rió Lobo—. ¿Te dijo cómo iba a acabar todo esto?
—No lo sabe.
—Esperaba poder contar con alguna ventaja, pero veo que no —suspiró Lobo—. Parece que ambas profecías son válidas por igual.
Tía Pol tenía la vista fija en Garion.
—¿Crees que podrás recordar todo esto cuando te despiertes? —preguntó.
—Eso creo.
—Muy bien, entonces escucha con atención: hay dos profecías y ambas conducen al mismo hecho. Los grolims y el resto de los angaraks siguen una y nosotros seguimos la otra. Cada una de las profecías acaba en un hecho diferente.
—Ya veo.
—Ninguna de las dos profecías niega nada de lo que ocurre en la otra hasta tanto se encuentren en este hecho —continuó ella—. El curso de los acontecimientos que seguirán depende de este suceso. Una profecía triunfará y la otra fracasará. Todo lo que ya ha sucedido y lo que sucederá se unirá en ese punto para convertirse en un mismo acontecimiento. Los errores se borrarán y el universo se moverá en una u otra dirección, como si ése hubiera sido su rumbo desde el comienzo de los tiempos. La única diferencia real es que si fracasamos, nunca sucederá algo muy importante.
Garion asintió y de repente se sintió muy cansado.
—Beldin lo llama la teoría de los destinos convergentes —dijo el señor Lobo —. Dos posibilidades igualmente factibles. A veces Beldin es demasiado pomposo.
—No es un defecto muy original, padre —dijo tía Pol.
—Ahora me gustaría irme a dormir —dijo Garion.
Lobo y tía Pol intercambiaron una mirada rápida.
—Bueno —dijo tía Pol.
Se incorporó, lo cogió del brazo y lo condujo hacia donde estaban las mantas. Después de cubrirlo y arroparlo bien, le apoyó una mano fresca sobre la frente.
—Duerme, mi Belgarion —murmuró.
Y él durmió.