Capítulo 5

Garion no podía decir con exactitud cuándo su mente se había liberado de la suave compulsión de tía Pol para que cayera en una inconsciencia cada vez más completa, pero no debía de haber pasado mucho tiempo. Vacilante, como alguien que regresa despacio de las profundidades del sueño, se despertó y se encontró andando con rigidez hacia los caballos, junto a los demás. Cuando los miró, descubrió que sus caras estaban inexpresivas y atontadas. Le pareció oír la voz de tía Pol susurrando una orden: "dormid, dormid, dormid", pero por alguna razón carecía de la fuerza necesaria para hacerlo obedecer.

Sin embargo, en su conciencia había una sutil diferencia. A pesar de estar despierto, no parecía tener sentimientos y se sorprendió a sí mismo mirando las cosas con un distanciamiento calmo y lúcido, despojado de las emociones que solían agitar y confundir sus pensamientos. Sabía que debería decirle a tía Pol que no estaba dormido, pero sin saber por qué motivo decidió no hacerlo. Comenzó a analizar con paciencia las ideas y razones que lo habían llevado a tal decisión e intentó descubrir la razón fundamental que se encontraría en el fondo de aquella elección. En su búsqueda, rozó el rincón tranquilo donde se encontraba aquella otra mente y casi pudo sentir su actitud sarcástica y divertida.

—¿Bien? —le dijo en silencio.

—Veo que estás despierto —dijo la otra mente.

—No —corrigió Garion meticulosamente—; en realidad, creo que una parte de mí está dormida.

—Es la parte que se interponía entre nosotros. Ahora podemos hablar, tenemos que discutir unas cuantas cosas.

—¿Quién eres? —preguntó Garion mientras seguía de forma automática las instrucciones de tía Pol para volver al caballo.

—En realidad, no tengo nombre.

—Sin embargo, eres independiente de mí; me refiero a que no eres una parte de mí, ¿verdad?

—No —respondió la voz —, no somos la misma persona.

Ahora los caballos andaban al paso y seguían a tía Pol y al señor Lobo a través de la pradera.

—¿Qué quieres? —preguntó Garion.

—Tengo que hacer que las cosas salgan como corresponde. Lo he estado haciendo durante mucho tiempo.

Garion meditó sobre eso. A su alrededor el lamento se volvió más fuerte y el coro de gemidos y gritos se hizo más claro. Comenzaron a aparecer figuras transparentes e incompletas que flotaban sobre la hierba y se dirigían hacia sus caballos.

—Voy a volverme loco, ¿verdad? —preguntó arrepentido—. No estoy dormido como los demás y los fantasmas me volverán loco, ¿no es cierto?

—Lo dudo —respondió la voz—. Verás cosas que preferirías no haber visto, pero no creo que destruyan tu mente. Hasta es probable que aprendas cosas sobre ti mismo que te resultarán útiles más adelante.

—Eres muy viejo, ¿verdad? —le preguntó intrigado Garion.

—En mi caso ese término no tiene ningún sentido.

—¿Más viejo que mi abuelo? —insistió Garion.

—Lo conocí cuando él era pequeño. Es probable que te interese saber que él era aún más obstinado que tú y que me llevó mucho tiempo encaminarlo hacia donde debía ir.

—¿Lo hiciste desde el interior de su mente?

—Por supuesto.

Garion notó que su caballo atravesaba sin darse cuenta una de las imágenes espectrales que se formaban ante él.

—Entonces, te conoce, ¿verdad? Si estabas en su mente...

—Él no sabía que yo estaba allí.

—Yo siempre he notado tu presencia.

—Porque tú eres diferente; justamente tenemos que hablar de eso.

De repente, frente a la cara de Garion, apareció en el aire la cabeza de una mujer. Los ojos se le salían de las órbitas y tenía la boca abierta en un grito mudo. De los restos destrozados de su cuello cortado manaba la sangre como un manantial, aunque no parecía caer en ninguna parte.

—Bésame —graznó.

Garion cerró los ojos y su cara atravesó la cabeza.

—Ya ves —dijo la voz con tono casual —, no es tan terrible como tú creías.

—¿En qué sentido soy diferente? —quiso saber Garion.

—Es necesario hacer algo y tú serás quien lo haga. Todos los demás sólo han servido para prepararte el camino.

—¿Y qué es exactamente lo que tengo que hacer?

—Lo sabrás cuando llegue el momento. Si te enteras antes de hora, podrías asustarte. —La voz cobró un deje algo sarcástico—. Eres lo suficientemente difícil de manejar como para buscar complicaciones adicionales.

—Entonces, ¿por qué estamos hablando de ello?

—Necesitas saber por qué debes hacerlo. Eso te ayudará cuando llegue el momento.

—Muy bien —asintió Garion.

—Hace mucho tiempo ocurrió algo que se suponía que no debía suceder —comenzó la voz en su mente—. El universo se creó con un motivo y se dirigía a cumplir su destino sin complicaciones. Todo sucedía como debía, pero entonces algo salió mal. No fue algo demasiado importante, pero sucedió en el momento y el lugar apropiados, o tal vez sería mejor decir en el lugar y el momento inapropiados; la cuestión es que cambió el curso de los sucesos. ¿Lo entiendes?

—Creo que sí —respondió Garion con el entrecejo fruncido por el esfuerzo—. ¿Es como cuando arrojas una piedra con la intención de darle a un objeto, pero ésta rebota y golpea donde tú no querías que lo hiciera? ¿Como la vez que Doroon arrojó una piedra a un cuervo, pegó contra la rama de un árbol, rebotó y rompió la ventana de Faldor?

—Exacto —lo felicitó la voz—. Hasta entonces sólo había habido una posibilidad: la originaria; y ahora, de repente, había dos. Vayamos un poco más allá. Si Doroon o tú hubieseis arrojado otra piedra con gran rapidez y hubierais dado contra la primera piedra antes de que tocara la ventana de Faldor, es probable que ésta hubiera caído y le habría dado al cuervo en lugar de al cristal.

—Es posible —admitió Garion con tono de duda—, aunque Doroon no era tan bueno en tirar piedras.

—Yo soy mucho más bueno que Doroon —le dijo la voz—, ésa es la razón por la que existo. En cierto modo, tú eres la roca que yo he arrojado y si le pegas a la otra justo a tiempo, la desviarás y la enviarás a donde tenía que ir en un principio.

—¿Y si no lo hago?

—El cristal de la ventana de Faldor se rompe.

El espectro de una mujer desnuda con los brazos cortados y una espada atravesándole el cuerpo apareció de repente frente a Garion. La mujer gritaba y se quejaba y la sangre salía a chorros de los muñones de sus brazos en dirección al rostro de Garion. El joven alzó la mano para limpiarse la cara, pero ésta estaba seca. Su cabello atravesó el ruidoso fantasma sin alterarse en lo más mínimo.

—Tenemos que conseguir que las cosas vuelvan a su curso —continuó la voz —. Y lo que tú tienes que hacer es la clave de todo este asunto. Durante mucho tiempo lo que debía suceder y lo que en realidad sucedía tomaban distintas direcciones; ahora comienzan ya a converger otra vez. Tú tendrás que actuar en el punto en que se encuentren ambas líneas de acción. Si tienes éxito, las cosas volverán a su curso; si no lo consigues, todo seguirá en el camino equivocado y el propósito para el cual fue creado el universo fracasará.

—¿Cuánto tiempo hace que empezó todo esto?

—Antes de la creación del mundo, incluso antes de que existieran los dioses.

—¿Lo conseguiré? —preguntó Garion.

—No lo sé —contestó la voz—. Sé lo que debería suceder, pero no lo que sucederá. Aunque hay algo más que debes saber. Cuando se produjo el error, puso en movimiento dos líneas de posibilidades, y una línea de posibilidades tiene una especie de meta. Pero para que haya una meta, tiene que haber conciencia de ésta. Para simplificar, digamos que eso es lo que soy: la conciencia del propósito original del universo.

—Pero ahora existe otra conciencia más, ¿verdad? —sugirió Garion—. Me refiero a la que corresponde al otro juego de posibilidades.

—Eres aún más listo de lo que pensaba.

—Y esta otra conciencia querrá que las cosas sigan por el camino equivocado, ¿no es cierto?

—Me temo que sí. Y ahora llegamos a lo más importante. El momento en que todo este asunto se decida de un modo u otro está muy cerca, y tienes que estar preparado.

—¿Por qué yo? —preguntó Garion mientras apartaba una mano suelta que parecía querer aferrarse a su cuello —, ¿No puede hacerlo cualquier otro?

—No —le respondió la voz—. Las cosas no funcionan de ese modo. El universo ha estado esperándote durante millones de años, muchos más de los que tú puedas llegar a imaginar. Has estado avanzando en dirección a este acontecimiento desde antes del comienzo de los tiempos. Es tuyo solo, tú eres el único que puede hacer lo necesario. Será el evento más importante que ocurra no sólo en éste, sino en todos los planetas, en todo el universo. Hay razas enteras de hombres en mundos tan lejanos que la luz de sus soles nunca alcanzará la tierra; y si tú fracasas, estas razas dejarán de existir. Nunca te conocerán ni te darán las gracias, pero su existencia depende de ti. La otra línea de posibilidades conduce al caos absoluto, a la destrucción total del universo. Pero tú y yo tenemos otra meta.

—¿Cuál?

—Si tienes éxito, vivirás para verlo.

—Muy bien —dijo Garion—. ¿Y qué tengo que hacer? Me refiero a ahora...

—Tienes un enorme poder, que se te ha concedido para que hagas lo que debes, pero has de aprender a utilizarlo. Belgarath y Polgara están intentando enseñarte, así que deja de resistirte. Tienes que estar preparado para cuando llegue el momento y ese momento está mucho más cerca de lo que crees.

En el camino se cruzó una figura decapitada que sostenía su propia cabeza por los pelos con la mano derecha. A medida que Garion se acercaba, el fantasma levantaba la cabeza, y lo maldecía con su boca torcida.

Después de atravesar aquella horripilante figura con su caballo, Garion intentó volver a hablar a la voz que habitaba en su mente, pero por lo visto se había retirado, al menos por el momento.

Cabalgaron despacio sobre las piedras desmoronadas de una granja en ruinas. Los fantasmas se apiñaban entre las piedras, suplicaban mediante gestos o los llamaban intentando ser seductores.

—Hay una desproporcionada mayoría de mujeres —le comentó tranquilamente Polgara al señor Lobo.

—Era una particularidad de la raza —respondió Lobo—. De cada nueve alumbramientos nacían ocho mujeres. Eso ocasionó ciertos ajustes en las relaciones tradicionales entre los sexos.

—Da la impresión de que lo encuentras divertido —dijo ella con sequedad.

—Los maragos no tenían la misma concepción de las cosas que otras razas. El matrimonio nunca tuvo demasiado valor entre ellos y eran bastante liberales con respecto a algunas cosas.

—¿Ah sí? ¿Es ésa la palabra que se emplea para definirlo?

—Intenta no ser tan mojigata, Pol. La sociedad funcionaba, y eso es lo que cuenta.

—Pero aún hay algo más, padre —dijo ella—. ¿Qué me dices de su canibalismo?

—Eso fue un error. Alguien malinterpretó un pasaje de uno de sus textos sagrados, eso es todo. Lo hacían por una especie de obligación religiosa, no por gusto. En general, los maragos me caían bastante bien. Eran generosos, amistosos y muy honestos los unos con los otros. Disfrutaban de la vida, y si no hubiera sido por el oro, tal vez habrían superado ese comportamiento aberrante.

Garion había olvidado el tema del oro, pero cuando cruzaron un pequeño arroyo, miró hacia el agua deslumbrante y vio las pequeñas vetas amarillentas brillando entre los guijarros del fondo.

De repente se le cruzó un fantasma desnudo.

—¿No crees que soy hermosa? —le dijo, mirándolo de reojo. Luego se llevó las manos al enorme corte que había en su vientre, lo abrió, sacó sus entrañas y las depositó en la orilla del arroyo.

Garion sintió náuseas y apretó los dientes.

—No pienses en el oro —le dijo con brusquedad la voz de su mente—. Los fantasmas aparecen por la codicia, y si piensas en el oro te volverás loco.

Siguieron cabalgando mientras Garion intentaba apartar de su mente todos los pensamientos relativos al oro.

El señor Lobo, sin embargo, no dejaba de hablar de lo mismo.

—Siempre ha habido problemas con el oro. Por lo visto atrae al peor tipo de gente, en este caso a los tolnedranos.

—Intentaban erradicar el canibalismo, padre —respondió tía Pol—. Es una costumbre repugnante para la mayoría de la gente.

—Me pregunto si se lo habrían tomado con tanta seriedad si no hubiera habido tanto oro en el fondo de los ríos de Maragor.

Tía Pol desvió la vista del fantasma de un niño empalado en una lanza tolnedrana.

—Y ahora nadie tiene el oro —dijo ella—. Mara se ocupó de que así fuera.

—Sí —asintió Lobo y alzó la cara para escuchar mejor el espeluznante lamento que parecía llegar desde todas las direcciones y se sobresaltó ante una nota especialmente aguda del quejido—. Ojalá no gritara tan fuerte —agregó.

Pasaron junto a las ruinas de lo que parecía haber sido un templo. La hierba crecía entre las piedras blancas desmoronadas. Muy cerca se alzaba un enorme árbol adornado por los cadáveres de varios ahorcados, que se retorcían y se columpiaban sostenidos por las sogas.

—Soltadnos —murmuraban los cuerpos—, soltadnos.

—¡Padre! —exclamó de repente tía Pol y señaló la pradera que se extendía detrás del templo en ruinas—, ¡Allí! ¡Esa gente es real!

Una procesión de figuras con hábitos y capuchas avanzaba con lentitud por la pradera, cantando al unísono al ritmo del monótono son de las campanas que llevaban al hombro, en el extremo de unas pesadas varas.

—Los monjes de Mar Terrin —dijo Lobo—. La conciencia de Tolnedra. No hay nada de qué preocuparse.

Uno de los hombres encapuchados levantó la vista y los vio.

—¡Volved! —gritó. Se separó de los demás y corrió hacia ellos apartándose a cada paso de fantasmas que Garion no podía ver.

—¡Volved! —repitió —. ¡Salvaos! Os aproximáis al centro mismo del horror. Mar Amon está detrás de aquella colina y el mismísimo Mara recorre enfurecido sus calles encantadas.