Capítulo 17

¡Era todo tan aburrido! La nieve y el frío que habían pasado en el viaje hacia Prolgu habían entumecido el cuerpo de Ce'Nedra y ahora el calor de las cavernas la mareaba. La larga e incomprensible charla de Belgarath con aquel viejo extraño y frágil le producía sueño. Además, aquella curiosa canción había comenzado otra vez en algún sitio, y sus ecos, que se repetían de forma incesante a lo largo y ancho de las cuevas, le provocaban aún más sueño. Sólo se mantenía despierta gracias a su extenso entrenamiento en el protocolo de la corte.

El viaje le había parecido horrible. Tol Honeth era una ciudad cálida y la joven no estaba acostumbrada al frío. Tenía la impresión de que sus pies nunca volverían a calentarse y había descubierto un mundo lleno de sobresaltos, terrores y sorpresas desagradables. En el Palacio Imperial de Tol Honeth, el enorme poder de su padre, el emperador, la había protegido de toda clase de peligros; pero ahora se sentía vulnerable. En un raro impulso de sinceridad consigo misma, Ce'Nedra admitió que su desagradable conducta con Garion se debía a esa nueva sensación de inseguridad. En cierto modo, la habían despojado de su pequeño mundo, seguro y privilegiado, y se sentía indefensa, desprotegida y temerosa.

El pobre Garion era un chico estupendo. Se sentía un poco culpable por usarlo como chivo expiatorio de su mal humor, así que se prometió a sí misma que pronto, muy pronto, tendría una charla con él y se lo explicaría todo. El lo entendería porque era un chico razonable, de modo que podrían cerrar el abismo que se había abierto entre ambos.

Garion sintió los ojos de la joven en él y se volvió a mirarla un instante, pero luego desvió la vista con aparente indiferencia. La mirada de Ce'Nedra se endureció como si sus ojos fueran de ágata. ¿Cómo se atrevía a hacerle algo así? Tomó nota mental de aquel desplante y lo agregó a la lista de sus muchas imperfecciones.

El anciano de aspecto endeble mandó a uno de los extraños y silenciosos ulgos a buscar al hombre del que hablaba Polgara y luego cambió el tema de conversación para hablar de cuestiones más generales.

—¿Pudisteis cruzar por las montañas sin que os molestaran? —preguntó el Gorim.

—Tuvimos algunos encuentros —respondió Barak, el conde de barba roja, con un tono que a Ce'Nedra le pareció algo sarcástico.

—Pero, gracias a UL, estáis todos a salvo —declaró el Gorim con expresión piadosa—. ¿Cuáles son los monstruos que siguen afuera en esta época del año? Hace ya muchos años que no salgo de la cueva, pero, si no recuerdo mal, casi todos se escondían en sus madrigueras al caer las primeras nieves.

—Encontramos hrulgos, venerable Gorim —le informó el barón Mandorallen—, algunos algroths y también un eldrak.

—El eldrak nos causó algunos problemas —dijo Seda con sequedad.

—Es lógico. Por suerte, no hay demasiados, pues son unos monstruos terribles.

—Tuvimos oportunidad de comprobarlo —dijo Seda.

—¿Cuál de ellos fue el que encontrasteis?

—Grul —respondió Belgarath —. El y yo ya nos habíamos enfrentado antes y aún me guardaba rencor. Lo siento, Gorim, pero tuvimos que matarlo, no nos dejó otra opción.

—¡Ah! —dijo el Gorim, con un ligero dejo de pena en la voz—. Pobre Grul.

—Yo no lo echaré de menos —dijo Barak—. No quiero ser entrometido, venerable Gorim, pero ¿no crees que sería buena idea exterminar a algunas de las bestias más problemáticas de las montañas?

—Son criaturas de UL, igual que nosotros —explicó el Gorim.

—Pero si no fuera por ellos, vosotros podríais volver allí arriba —señaló Barak.

El Gorim sonrió ante aquella idea.

—No — dijo con dulzura—, Ulgoland nunca dejará las cuevas. Hemos vivido aquí durante cinco milenios y, después de tantos años, hemos cambiado; ahora nuestros ojos no soportarían la luz del sol. Los monstruos de ahí arriba no pueden llegar aquí, y su presencia mantiene a los intrusos alejados de Ulgoland. No nos gustan mucho los extraños, así que tal vez sea lo mejor.

El Gorim estaba sentado junto a la mesa de piedra, enfrente de Ce'Nedra, y era evidente que el tema de los monstruos lo entristecía. Entonces la contempló durante un instante, luego extendió su mano débil y cogió la pequeña barbilla de la princesa, alzando su cara hacia la débil luz del globo que colgaba sobre la mesa.

—No todas las criaturas extrañas son monstruos —dijo, con sus grandes ojos violáceos llenos de calma y sabiduría—, mirad la belleza de esta dríada.

Ce'Nedra se sintió algo turbada, no porque la tocara, pues la gente mayor había respondido con ese mismo gesto a su rostro angelical muchas veces en su vida, sino por la inmediata presunción del Gorim de que ella no era totalmente humana.

—Dime, niña —le preguntó el Gorim—, ¿las dríadas todavía adoráis a UL?

La princesa no estaba preparada para esa pregunta.

—Lo... lo siento, venerable Gorim —titubeó—, pero hasta hace poco tiempo ni siquiera había oído hablar de UL. Por alguna razón, mi gente tiene muy poca información sobre vuestro pueblo y vuestro dios.

—La princesa ha sido educada como tolnedrana —explicó Polgara—. Es una Borune. Sin duda, habrás oído hablar de la unión entre su familia y las dríadas. Como tolnedrana, rinde culto a Nedra.

—Un dios servicial —dijo el Gorim—; un poco pomposo para mi gusto, pero muy eficiente. Pero ¿y las dríadas?, ¿recuerdan aún a su dios?

Belgarath carraspeó como si se sintiera un poco culpable.

—Me temo que no, Gorim. Se alejaron y los años han borrado todo lo que sabían de UL. De todos modos, son criaturas volubles, no muy dadas a la religión.

—¿A qué dios honran ahora? —preguntó el Gorim, con expresión de tristeza.

—La verdad es que a ninguno —admitió Belgarath—. Tienen unos pocos bosquecillos sagrados y una o dos imágenes formadas por la raíz de algún árbol venerable; eso es todo. En realidad, no disponen de una teología clara y precisa.

A Ce'Nedra aquella discusión le resultaba ofensiva, pero aprovechó la ocasión, se incorporó un poco y le dedicó una sonrisa encantadora al Gorim. Sabía exactamente cómo seducir a un anciano, pues había practicado con su padre durante años.

—Siento mucho las limitaciones de mi educación, venerable Gorim —mintió—. El misterioso UL es el dios tradicional de las dríadas y yo debería conocerlo, así que espero poder instruirme sobre él. Es probable que, a pesar de no ser digna de ello, pueda servir como instrumento para renovar la alianza de mis hermanas con su dios verdadero.

Fue un discurso muy astuto y Ce'Nedra se sintió bastante orgullosa de él. Sin embargo, para su sorpresa, el Gorim no se quedó satisfecho con aquella vaga expresión de interés y fue más allá.

—Diles a tus hermanas que el espíritu de nuestra fe se encuentra en El libro de Ulgo —le dijo con seriedad.

—El libro de Ulgo —repitió ella—, lo recordaré. En cuanto regrese a Tol Honeth obtendré una copia y la llevaré en persona al bosque de las Dríadas —añadió, segura de que con eso lo convencería.

—Me temo que las copias que puedas encontrar en Tol Honeth serán poco fieles —le dijo el Gorim—. Los extraños no conocen bien la lengua de mi pueblo y las traducciones resultan difíciles. —Ce'Nedra pensó que el anciano se estaba poniendo un poco pesado con todo ese asunto—. Como suele suceder con las escrituras —continuó él—, el libro sagrado está muy vinculado a nuestra historia. La sabiduría de los dioses es tan grande que ofrece sus instrucciones en forma de relatos, y mientras nuestras mentes disfrutan de ellos, asimilamos los mensajes divinos de manera inconsciente; nos instruyen al mismo tiempo que nos entretienen.

Ce'Nedra ya conocía aquella teoría. El maestro Jeebers, su tutor, le había dado largas y aburridas clases al respecto. Miró a su alrededor con desesperación, intentando encontrar otro tema de conversación.

—Nuestra historia es muy antigua —continuó el Gorim, inexorable—. ¿Te gustaría escucharla? —Ce'Nedra había caído en su propia trampa y no tuvo más remedio que asentir, indefensa. Entonces Gorim comenzó—: En los albores de los tiempos, cuando el mundo fue rescatado de la oscuridad por los caprichosos dioses, en el silencio de los cielos habitaba un espíritu llamado UL.

Con absoluta desesperación, Ce'Nedra advirtió que el anciano intentaba recitar el libro entero. Sin embargo, después de unos momentos de disgusto, comenzó a experimentar la extraña fascinación que despertaba la historia y, aunque nunca lo habría admitido, se sintió conmovida por los primeros ruegos del Gorim hacia el indiferente espíritu que apareciera ante él en Prolgu. ¿Qué hombre se atrevería a acusar a un dios?

Mientras escuchaba la historia, le pareció divisar un pequeño resplandor por el rabillo del ojo. Miró hacia él y vio que algo brillaba entre las enormes rocas de los muros. El resplandor era muy distinto de la luz mortecina de los globos de cristal que colgaban del techo.

—Entonces el corazón del Gorim se alegró —continuó recitando el anciano—, y al santo lugar donde todo esto había sucedido le dio el nombre de Prolgu, que significa Lugar Sagrado. Luego abandonó Prolgu y regresó a...

—¡Ya, Garach tek, Gorim! —gruñó alguien en el complicado idioma de los ulgos, con una voz cargada de odio.

Ce'Nedra giró la cabeza para mirar al intruso. Como todos los ulgos, era bajo y sus brazos y hombros estaban tan desarrollados que parecía deforme. Su cabello incoloro estaba enmarañado y sucio, llevaba un guardapolvo de piel con capucha, manchado con una especie de barro y sus grandes ojos negros brillaban llenos de fanatismo. Apiñados detrás de él, había una docena de ulgos con expresiones de sorpresa e indignación en sus rostros. El fanático del guardapolvo de cuero continuó con su retahíla de insultos.

La expresión del Gorim se endureció, pero soportó con paciencia las maldiciones de aquel hombre de mirada furiosa. Por fin, cuando el fanático hizo una pausa para respirar, el débil anciano se volvió hacia Belgarath.

—Éste es Relg —dijo con tono de disculpa—. ¿Entiendes ahora lo que te decía sobre él? Es imposible convencerlo de algo.

—¿De qué nos serviría? —preguntó Barak, molesto por la actitud del recién llegado—. Ni siquiera puede hablar una lengua civilizada.

Relg clavó sus ojos en él.

—Yo hablo tu lengua, extranjero —dijo con un tono cargado de desprecio—, pero prefiero no profanar las cavernas sagradas con sus palabras corruptas. —Entonces se volvió hacia el Gorim—. ¿Quién te ha dado permiso para recitar las palabras del libro sagrado ante estos infieles extranjeros? —preguntó.

La mirada del anciano Gorim se endureció de una forma casi imperceptible.

—Creo que ya es suficiente, Relg —dijo con firmeza—. Las idioteces que cuentes en las galerías lejanas a aquellos lo suficientemente estúpidos como para escucharte son asunto tuyo, pero lo que me digas a mí en mi propia casa, es de mi incumbencia. Todavía soy el Gorim de Ulgoland, pienses lo que pienses, y no tengo por qué darte explicaciones. —Contempló las caras asombradas de los seguidores del fanático—. Ésta no es una audiencia pública —le informó a Relg—; te mandé llamar a ti, no a ellos, así que diles que se vayan.

—Vinieron para asegurarse de que tú no me harías daño —respondió Relg con acritud—. Les he contado la verdad sobre ti, y los hombres poderosos temen a la verdad.

—Relg —dijo el Gorim con una voz gélida—, no tienes la menor idea de lo poco que me importa lo que les hayas dicho sobre mí. Ahora diles que se vayan..., ¿o prefieres que lo haga yo?

—No te obedecerán —dijo Relg con una risita burlona—. Yo soy su jefe.

El Gorim frunció el entrecejo y se puso de pie. Entonces se dirigió a los seguidores de Relg en la lengua de Ulgoland. Ce'Nedra no comprendió sus palabras, pero no necesitaba hacerlo, pues reconoció de inmediato el tono de autoridad y se asombró de la fuerza que el piadoso anciano imponía a sus palabras. Ni siquiera su padre se habría atrevido a hablar en aquel tono.

Los hombres que se apiñaban detrás de Relg intercambiaron miradas intranquilas entre sí y comenzaron a retroceder con las caras asustadas. El Gorim gritó una orden final y los seguidores de Relg dieron media vuelta y huyeron. Relg los miró con severidad y por un instante pareció que iba a llamarlos, pero por lo visto lo pensó mejor.

—Vas demasiado lejos, Gorim —acusó—. Esa autoridad no debe usarse en asuntos mundanos.

—Esa autoridad es mía —respondió el Gorim—, y me corresponde a mí decidir cuándo debo emplearla. Has elegido enfrentarte conmigo en el terreno teológico; por lo tanto, necesitaba recordar a tus seguidores, y a ti, quién soy yo en realidad.

—¿Por qué me has llamado? —preguntó Relg—. La presencia de estos infieles es una afrenta a mi pureza.

—Necesito de tus servicios, Relg —dijo el Gorim—. Estos extranjeros se disponen a pelear contra nuestro antiguo enemigo, el más maldito de todos los hombres. El destino del mundo depende de su misión, y necesitan tu ayuda.

—¿Y a mí qué me importa el mundo? —dijo Relg con un tono lleno de desprecio—. ¿Qué más me da el maldito Torak? Yo estoy a salvo en las manos de UL. Él me necesita aquí y no abandonaré las cavernas sagradas para corromperme en la vil compañía de monstruos e infieles.

—El mundo entero será corrompido si Torak consigue dominarlo —señaló Belgarath—. Y si fracasamos, Torak será el rey del mundo.

—Pero nunca reinará en Ulgoland —replicó Relg.

—¡Qué poco sabes de él! —murmuró Polgara.

—Nunca me iré de las cavernas —insistió Relg—. El niño llegará en cualquier momento y yo he sido elegido para revelar su nombre, guiarlo e instruirlo hasta que esté preparado para convertirse en Gorim.

—¡Qué interesante! —observó el Gorim con frialdad—. ¿Y quién te comunicó esa elección?

—UL me habló —declaró Relg.

—Es extraño, las cavernas siempre se han hecho eco de la voz de UL, así que toda Ulgoland debería haberlo escuchado.

—Le habló a mi corazón —se apresuró a responder Relg.

—Es curioso que hiciera algo así —respondió el Gorim con tono apacible.

—Esto no tiene sentido —dijo Belgarath con brusquedad—. Hubiese preferido que nos siguieras por propia voluntad, pero, quieras o no, vendrás con nosotros, pues un poder superior así lo dispone. Puedes discutir y resistirte cuanto quieras, pero cuando nos vayamos, tú nos acompañarás.

—¡Nunca! Me quedaré aquí al servicio de UL y del niño que se convertirá en Gorim de Ulgo. Mis seguidores nunca permitirán que me obliguéis a ir.

—¿Para qué necesitamos a este topo ciego? —pregunto Barak—. Sólo será una carga para nosotros. He notado que los hombres que se pasan el tiempo felicitándose a sí mismos por su santidad, suelen ser una mala compañía. ¿Y qué puede hacer éste que yo no pueda?

Relg miró con desdén al gigante de barba roja.

—Los hombres grandes con bocas grandes rara vez tienen cerebros grandes —dijo—. Mira con atención, peludo. —Caminó hacia la pared inclinada de la habitación—. ¿Acaso puedes hacer esto? —preguntó y atravesó la roca con su mano muy despacio, como si la estuviera hundiendo en el agua.

Seda silbó estupefacto y se apresuró a acercarse a la pared donde estaba el fanático. Cuando Relg sacó la mano de la piedra, Seda extendió la suya y la apoyó en el mismo lugar.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó mientras tocaba la piedra.

Relg rió con brusquedad y le volvió la espalda.

—Esa habilidad es la que lo hace útil para nosotros, Seda —explicó Belgarath—. Relg es un adivino. Sabe localizar las cavernas y nosotros necesitamos llegar a las que hay debajo de Rak Cthol. Si fuera necesario, Relg podría caminar a través de la piedra sólida para encontrarlas.

—¿Cómo es posible que alguien haga algo así? —preguntó Seda, todavía con la vista fija en el lugar del muro donde Relg había hundido la mano.

—Tiene algo que ver con la naturaleza de la materia —respondió el hechicero—. Aquello que vemos como sólido, en realidad, no es del todo impenetrable.

—Una cosa es sólida o no lo es —insistió Seda con expresión de perplejidad.

—La solidez es una ilusión —dijo Belgarath—. Relg puede hacer pasar las partículas que forman su sustancia a través de los espacios que existen entre las partículas que forman la roca.

—¿Y tú puedes hacerlo? —preguntó Seda con escepticismo.

—No lo sé —respondió Belgarath, encogiéndose de hombros—. Nunca lo he intentado. Además, Relg puede oler las cuevas y va directamente hacia ellas. Es probable que ni siquiera él sepa cómo lo hace.

—Me guía la fe —declaró Relg con arrogancia.

—Quizá sea eso —asintió el hechicero con una sonrisa tolerante.

—La santidad de las cuevas me atrae, pues soy atraído por todo lo sagrado —continuó Relg con voz ronca—. Y para mí dejar las cavernas de Ulgoland sería como volver la espalda a lo sagrado y dirigirme hacia la corrupción.

—Ya lo veremos —dijo Belgarath.

El resplandor que Ce'Nedra había notado antes en el muro comenzó a brillar y a lanzar destellos y la princesa pudo vislumbrar una figura imprecisa sobre la roca. Entonces, como si las piedras fueran sólo aire, la figura se hizo más clara y se dirigió hacia ellos. Por un instante, pareció que se trataba de un anciano con barba vestido igual que el Gorim, aunque mucho más corpulento; pero luego Ce'Nedra sintió la poderosa fuerza de un ser superior, y con un escalofrío de asombro, advirtió que estaba en presencia de una divinidad.

Relg se quedó boquiabierto ante aquel personaje barbado y comenzó a temblar con violencia. Luego, con un grito ahogado, se postró a sus pies.

El ser contempló con calma al fanático arrodillado ante él.

—Levántate, Relg —dijo con un tono suave que parecía contener todos los ecos de la eternidad, y las cavernas retumbaron con el sonido de su voz—. Levántate, Relg, y sirve a tu dios.