Capítulo 24

A la mañana siguiente, cabalgaron hacia el este, a lo largo de la cadena de montañas. El cielo invernal tenía un gélido color azul y los rayos del sol apenas si irradiaban calor. Relg tenía los ojos vendados para protegerse de la luz y rezaba en un murmullo para evitar el pánico. En varias ocasiones divisaron nubes de polvo en medio del desolado paisaje de arena y sal que quedaba en el sur, pero nunca pudieron determinar si eran producidas por las patrullas de murgos o por vientos ocasionales.

Al mediodía el viento se enfureció y comenzó a soplar con fuerza desde el sur. Una enorme nube, negra como el carbón, ocultó la irregular cadena de montañas que se alzaba sobre el horizonte del sur. La nube avanzaba implacable y el resplandor de los relámpagos brillaba bajo su enorme masa negra.

—Se avecina una tormenta, Belgarath —rugió Barak con la vista fija en la nube.

—No es una tormenta —dijo Belgarath, y meneó la cabeza—. Es una lluvia de ceniza. El volcán ha vuelto a entrar en erupción y el viento trae la ceniza en esta dirección.

Barak hizo una mueca de disgusto, pero luego se encogió de hombros.

—Al menos, una vez que nos alcance no tendremos que preocuparnos por escondernos—dijo.

—Los grolims no nos buscarán con la vista —recordó tía Pol.

—Supongo que tendremos que hacer algo para evitar que nos busquen de otro modo —dijo Belgarath mientras se rascaba la barba.

—Este es un grupo demasiado grande para hacer un escudo —señaló tía Pol—, y eso sin contar a los caballos.

—Creo que podrás conseguirlo, Pol. Siempre has sido muy buena en eso.

—Yo puedo escudar mi lado si tú haces lo propio con el tuyo, viejo Lobo.

—Temo que no podré ayudarte, Pol. El mismísimo Ctuchik nos está buscando, ya lo he sentido en varias ocasiones, y tengo que concentrarme en él. Si decide atacarnos, lo hará muy aprisa. Quiero estar preparado, y si tengo que ocuparme de escudarnos, no podré hacerlo.

—Yo sola no puedo, padre —protestó ella—. Nadie puede escudar a tantas personas y caballos sin ayuda.

—Garion podrá ayudarte.

—¿Yo? —dijo Garion, desviando la vista de la gran nube para mirar a su abuelo.

—Nunca lo ha hecho, padre —señaló tía Pol.

—Alguna vez tendrá que aprender.

—Estos no son ni el lugar ni el momento apropiados para experimentos.

—Lo hará bien. Enséñaselo una o dos veces hasta que lo sepa hacer.

—¿Qué es exactamente lo que tengo que hacer? —preguntó asustado Garion.

Tía Pol dedicó una mirada fulminante a Belgarath y luego se volvió hacia Garion.

—Yo te enseñaré, cariño —le dijo—. Lo primero que debes hacer es mantener la calma; en realidad, no es tan difícil.

—Pero acabas de decir que...

—No importa lo que haya dicho. Ahora presta atención.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó con recelo.

—Antes que nada, relájate —respondió ella— y piensa en arena y rocas.

—¿Eso es todo?

—Tú hazlo, concéntrate.

Garion pensó en arena y rocas.

—No, Garion, no arena blanca, sino arena negra, como la que nos rodea.

—No me lo habías dicho.

—No creí que fuera necesario.

Belgarath se echó a reír.

—¿Prefieres hacerlo tú, padre? —preguntó enfadada. Luego se dirigió a Garion otra vez—: Hazlo de nuevo, cariño, y esta vez intenta no equivocarte. —El joven se concentró—. Así está mejor —le dijo—. Luego, cuando la imagen de roca y arena esté bien clara en tu mente, quiero que hagas como si la empujaras hacia fuera en un semicírculo para que cubra todo el costado derecho. Yo me ocuparé del izquierdo.

Garion lo intentó con todas sus fuerzas. Era lo más difícil que había hecho hasta ahora.

—No empujes tan fuerte, Garion. Lo estás arrugando y me resulta muy difícil hacer que los bordes empalmen. Mantén el escudo liso y firme.

—Lo siento —dijo, e intentó concentrarse en alisarlo.

—¿Qué tal lo hacemos, padre?

Garion sintió una tentativa de presión contra la idea que sostenía.

—No está mal, Pol —respondió Belgarath—, no está nada mal. El chico tiene talento.

—¿Qué es exactamente lo que estamos haciendo? —preguntó Garion, quien, a pesar del frío, tenía la frente empapada en sudor.

—Estáis haciendo un escudo —respondió Belgarath—, Te encierras en la imagen mental de arena y roca que se mezcla con la arena y la roca verdaderas de nuestro alrededor. Cuando los grolims buscan con la mente hombres y caballos, no nos descubren, pues sólo ven arena y roca.

—¿Y eso es todo? —preguntó Garion, contento de que fuera tan simple.

—Aún hay algo más, cariño —dijo tía Pol—. Ahora tendremos que extender el escudo de forma que nos encierre a todos. Hazlo despacio, unos cuantos centímetros por vez.

Eso no fue tan simple. La imagen del escudo se rompió varias veces, hasta que por fin logró extenderlo hasta donde tía Pol quería. Cuando las dos partes del escudo se unieron, Garion sintió que su mente se fundía con la de ella de una forma extraña.

—Creo que ya lo tenemos, padre —dijo tía Pol.

—Te he dicho que podía hacerlo, Pol.

La nube negra y violácea avanzaba amenazadora hacia ellos y los débiles rugidos de los truenos se hacían cada vez más cercanos.

—Si la lluvia de ceniza es como la de Nyissa, vamos a dar vueltas a ciegas, Belgarath —dijo Barak.

—No te preocupes —respondió el hechicero—. Tengo la mente en Rak Cthol. Los grolims no son los únicos que pueden localizar las cosas de este modo. Sigamos.

Avanzaron otra vez a lo largo del promontorio, mientras la nube de ceniza oscurecía cada vez más el cielo. Los truenos retumbaban con constantes rugidos y parecía como si los relámpagos hicieran arder aquella nube humeante. Los rayos caían con un ruido seco y crepitante, mientras cientos de millones de diminutos átomos bullían y se agitaban, produciendo enormes descargas eléctricas. Luego, mientras Belgarath los guiaba montaña abajo en dirección a las planicies de arena, el aire helado comenzó a traer las primeras partículas de ceniza.

Después de una hora, Gañón advirtió que mantener aquella imagen mental le resultaba cada vez más fácil y que ya no necesitaba concentrar toda su atención en ella como al principio. Al final de la segunda hora, la tarea comenzó a volverse aburrida y el joven recordó los enormes esqueletos que habían visto al entrar en aquel páramo. Mientras cabalgaban bajo la lluvia de ceniza cada vez más espesa, Garion construyó con esfuerzo la imagen de uno de aquellos monstruos para entretenerse y la unió a la del escudo. Tuvo la impresión de que había quedado bastante bien y además le había ayudado a pasar el rato.

—Garion —dijo tía Pol con firmeza—, no intentes ser creativo.

—¿Qué?

—Limítate a pensar en rocas y arena. El esqueleto es muy bonito, pero resulta bastante extraño que sólo tenga un lado.

—¿Un lado?

—No había ningún esqueleto de mi lado, sólo del tuyo. Mantén la imagen simple, Garion, no intentes adornarla.

Siguieron cabalgando con las caras cubiertas para proteger la boca y la nariz de la sofocante ceniza. Garion sintió una presión sobre la imagen que sostenía; fue como un temblor en su mente, algo similar a la sensación que había experimentado al capturar unos renacuajos en el estanque de la hacienda de Faldor.

—Sostén la imagen con firmeza, Garion —le advirtió tía Pol—. Es un grolim.

—¿Nos ha visto?

—No. Ahora se está alejando —añadió, y aquel temblor se desvaneció.

Pasaron la noche junto a otra de las montañas de piedras desmoronadas que abundaban en el páramo. Una vez más, Durnik construyó una especie de refugio bajo y cóncavo con rocas apiladas y la tela de las tiendas. Tomaron una cena fría a base de pan y carne seca y no encendieron fuego. Garion y tía Pol se turnaron para mantener la imagen protectora sobre ellos con la forma de una sombrilla, y el joven descubrió que cuando no se movían, la tarea resultaba mucho más fácil.

A la mañana siguiente todavía caía ceniza, pero el cielo ya no tenía el color oscuro del día anterior.

—Creo que está aclarando, Belgarath —dijo Seda mientras ensillaban los caballos—. Si aclara del todo, tendremos que empezar a esquivar patrullas otra vez.

—Será mejor que nos demos prisa —asintió el anciano—. Conozco un sitio donde podemos escondernos, a unos ocho kilómetros al norte de la ciudad. Me gustaría llegar allí antes de que pare la lluvia de ceniza. Desde las murallas de Rak Cthol se puede ver a una distancia de cincuenta kilómetros a la redonda.

—Entonces, las murallas deben de ser muy altas, ¿verdad? —preguntó Mandorallen.

—Mucho más altas de lo que imaginas.

—¿Más que las de Vo Mimbre?

—Diez veces más..., cincuenta veces más. Tienes que verlas para comprender lo que digo.

Aquel día cabalgaron con rapidez. Garion y tía Pol se esforzaban por mantener el escudo en su sitio, pero los viajes de investigación de los grolims se hacían más frecuentes y en varias ocasiones Garion sintió que la presión sobre su mente era muy intensa y lo tomaba por sorpresa.

—Saben lo que hacemos, padre —dijo tía Pol—, están intentando atravesar el escudo.

—Mantenedlo firme —respondió él—. Ya sabes lo que tienes que hacer si alguno de ellos logra entrar. —Ella asintió con un gesto ceñudo—. Avísale al chico.

Tía Pol volvió a asentir y se dirigió a Garion.

—Escúchame, cariño —le dijo con seriedad—. Los grolims están intentando cogernos por sorpresa, y el mejor escudo del mundo puede ser atravesado si se golpea con la fuerza y la rapidez necesarias. Si alguno de ellos lograra entrar, te pediré que te detengas. Cuando te lo diga, quiero que borres de inmediato la imagen de tu mente.

—No entiendo.

—No es necesario que lo entiendas, sólo limítate a hacer lo que digo. Si te pido que pares, desconecta tu mente de la mía en el acto. Voy a hacer algo muy peligroso y no quiero que sufras ningún daño.

—¿No puedo ayudarte?

—No, cariño, esta vez no.

Siguieron cabalgando. La lluvia de ceniza se hizo aún más fina y el cielo se volvió de un azul brumoso y amarillento. La esfera del sol, pálida y redonda como una luna llena, apareció al sudoeste del horizonte.

—¡Garion, para!

Esta vez no había sentido una presión, sino una aguda estocada. Garion se sobresaltó y borró la imagen de arena de su mente. Tía Pol se puso rígida y, con los ojos resplandecientes, hizo un breve gesto con la mano y pronunció una sola palabra. La agitación que Garion experimentó, mientras ella se concentraba en su voluntad, fue sobrecogedora. Entonces Garion descubrió con consternación que su mente seguía unida a la de ella. La compenetración que había mantenido la imagen en pie era demasiado fuerte, demasiado difícil de romper, y el joven se sintió atraído hacia ella mientras sus mentes se movían y atacaban al unísono como si fueran un látigo. Volvieron sobre el impreciso camino del pensamiento que había abierto el escudo y encontraron el origen de la grieta. Rozaron otra mente, una mente llena de regocijo por el descubrimiento. Entonces tía Pol, por fin segura de la posición de su objetivo, arremetió con toda la fuerza de su poder. La mente que habían tocado retrocedió e intentó romper el contacto, pero ya era demasiado tarde. Garion pudo percibir cómo aquella mente se dilataba, se expandía de una forma insoportable hasta que de repente estalló, explotó en una locura delirante, sometida por la fuerza descomunal de un horror tras otro. Entonces hubo un vuelo ciego y aterrador a través de unas piedras oscuras, un vuelo con el solo propósito de encontrar la espantosa salida final. Luego las piedras desaparecieron y Garion intuyó una terrible caída desde una altura incalculable. Por fin, el joven desvió su mente de aquellos pensamientos.

—Te he dicho que te hicieras a un lado —lo reprendió la tía Pol.

—No he podido evitarlo, no podía soltarme.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó perplejo Seda.

—Un grolim había entrado —respondió ella.

—¿Nos ha visto?

—Sólo un instante, pero ya no tiene importancia porque está muerto.

—¿Lo has matado? ¿Cómo?

—Ha olvidado defenderse y yo he seguido el camino de su pensamiento.

—Se volvió loco —dijo Garion con voz ahogada y llena de horror por el enfrentamiento—. Saltó desde algún lugar muy alto; quiso saltar porque era la única forma de librarse de lo que le ocurría —añadió con náuseas.

—Has hecho muchísimo ruido, Polgara —dijo Belgarath con expresión de tristeza—. Hacía años que no actuabas con tanta torpeza.

—Tenía un pasajero —dijo ella, y le dedicó una mirada fulminante a Garion.

—No ha sido culpa mía —protestó Garion—. Me has cogido con tanta fuerza que no me podía soltar. Nos habías atacado a todos.

—A veces haces eso, Pol —dijo Belgarath—. El contacto se hace demasiado personal y parece que quisieras quedarte así para siempre. Supongo que tendrá algo que ver con el amor.

—¿Sabes de qué están hablando? —le preguntó Barak a Seda.

—Ni siquiera puedo empezar a imaginarlo.

Tía Pol miraba a Garion con aire pensativo.

—Es probable que fuera culpa mía —admitió por fin.

—Algún día tendrás que dejarlo solo, Pol —dijo Belgarath con gravedad.

—Tal vez..., pero todavía no.

—Será mejor que volváis a levantar el escudo —sugirió el viejo hechicero—. Ya saben que estamos por aquí y habrá otros buscándonos.

Tía Pol asintió con un gesto.

—Piensa en arena, Garion.

Por la tarde, mientras cabalgaban, la ceniza continuó asentándose, y a medida que avanzaban, el aire se aclaraba más y más. Ya eran capaces de distinguir las formas de los montículos de rocas y de piedras redondeadas de basalto que emergían por encima de la arena. Cuando se aproximaban a otra de las bajas colinas de piedra que surcaban el terreno a intervalos regulares, Garion divisó una sombra oscura e increíblemente alta que se alzaba entre la niebla delante de ellos.

—Podemos escondernos aquí hasta que oscurezca —dijo Belgarath mientras desmontaba detrás de la colina.

—¿Ya llegamos? —preguntó Durnik y echó un vistazo a su alrededor.

—Esa es Rak Cthol —dijo el anciano, y señaló aquella sombra tenebrosa.

Barak la examinó con atención.

—Creí que era sólo una montaña.

—Lo es. Rak Cthol está justo encima.

—¿Entonces, es casi como Prolgu, ¿verdad?

—La ubicación de la ciudad es similar, pero aquí vive el mago Ctuchik, y eso la hace muy distinta a Prolgu.

—Creí que Ctuchik era un hechicero —dijo Garion con curiosidad—. ¿Por qué siempre lo llamas mago?

—Es un término peyorativo —respondió Belgarath—. En nuestra sociedad, se lo considera como un terrible insulto.

Amarraron los caballos a unas rocas al otro lado de la colina y subieron los doce metros que los separaban de la cima, donde se escondieron a esperar que cayera la noche.

A medida que la ceniza se asentaba, el pico comenzó a emerger entre la niebla. No era exactamente una montaña, sino un pico de piedra que se alzaba en medio del páramo. Su base, rodeada por una masa de piedras desmoronadas, tenía un diámetro de ocho kilómetros y las cuestas eran abruptas y oscuras como la noche.

—¿Qué altura tiene? —preguntó Mandorallen bajando la voz de forma inconsciente hasta convertirla casi en un susurro.

—Algo más de un kilómetro y medio —respondió Belgarath.

Un camino de cornisa se alzaba abrupto sobre el páramo y rodeaba los trescientos metros superiores de la oscura torre.

—Supongo que habrán tardado bastante en construirlo —dijo Barak.

—Unos mil años —respondió Belgarath—. Cuando estaba en construcción, los murgos compraron todos los esclavos que los nyissanos pudieron atrapar.

—Un negocio siniestro —observó Mandorallen.

—Es un lugar siniestro —agregó Barak.

A medida que el viento frío dispersaba la bruma, comenzó a emerger la silueta de la ciudad situada sobre el peñasco. Las murallas eran negras, al igual que las cuestas del pico, y torres negras distribuidas de forma irregular se alzaban por encima de ellas. Oscuras agujas emergían de los muros y se hundían como espadas en el cielo del crepúsculo. La ciudad negra de los grolims tenía un aire lúgubre, diabólico; y desde su encumbrada situación en la montaña, se cernía amenazadora sobre el árido páramo de arena, roca y pestilentes pantanos de azufre. El sol se hundía entre las nubes y la ceniza sobre el horizonte mellado del oeste, bañando el tétrico fuerte con un brumoso resplandor rojizo.

Las murallas de Rak Cthol parecían sangrar; era como si toda la sangre derramada en los altares de Torak desde los comienzos del mundo hubiese caído sobre la ciudad que tenían delante, y no había suficiente agua en todos los océanos de la tierra como para lavarla.