Capítulo 1

Su alteza imperial, la princesa Ce'Nedra, joya de la casa de los Borune y la más encantadora flor del imperio de Tolnedra, estaba sentada con las piernas cruzadas sobre un baúl, en la cabina de roble debajo de la popa del barco del capitán Greldik. Con aire pensativo, masticaba un mechón de su cabello cobrizo mientras contemplaba cómo Polgara curaba el brazo de Belgarath el Hechicero. La princesa vestía la típica túnica corta de las dríadas, de color verde claro, y tenía una mancha de ceniza en una de sus mejillas. Desde la cubierta llegaba el sonido acompasado del tambor que marcaba el ritmo de los remos de los marineros de Greldik. Conducían el barco río arriba, lejos de la ciudad de Sthiss Tor, que estaba cubierta de ceniza.

La princesa estaba convencida de que su situación era espantosa. Lo que había comenzado como un movimiento más en el eterno juego de autoridad y rebelión que desde que tenía uso de razón había practicado con su padre, el emperador, de repente se había convertido en un asunto muy serio. La noche de su huida del Palacio Imperial de Tol Honeth con el maestro Jeebers, unas cuantas semanas antes, no había imaginado que las cosas llegarían tan lejos. Jeebers la había abandonado poco después —de cualquier modo, sólo le había sido útil por un breve período—, y ahora se hallaba rodeada de un grupo de gente sombría y extraña que venía del norte y cuya misión no alcanzaba a comprender. En el bosque de las Dríadas, lady Polgara —la sola mención de su nombre le provocaba escalofríos— le había anunciado con bastante brusquedad que el juego se había acabado y que ni sus intentos de escapar, ni sus lisonjas o artimañas de persuasión alterarían el hecho de que ella, la princesa Ce'Nedra, se presentaría en el palacio de Riva el día de su decimosexto cumpleaños, aunque tuviera que llevarla encadenada. Ce'Nedra estaba convencida de que Polgara decía la verdad y por un momento pudo imaginar cómo la arrastraban, mientras sus cadenas chirriaban y resonaban con un sonido metálico, para conducirla a aquella sala lúgubre donde cientos de alorns barbudos se reirían de ella. Tenía que evitarlo de cualquier modo; así que los había acompañado, no por propia voluntad, pero tampoco rebelándose de forma manifiesta. El brillo acerado en los ojos de Polgara le sugería la imagen de cadenas chirriantes, y aquella visión hacía que la princesa fuera mucho más obediente de lo que su padre, con todo su poder imperial, había podido conseguir.

Ce'Nedra sólo tenía una vaga idea de lo que hacía la gente que la acompañaba. Parecían perseguir algo o a alguien cuyas huellas los había conducido hasta los pantanos llenos de serpientes de Nyissa. Daba la impresión de que los murgos también estaban implicados en el asunto, pues no cesaban de interponer temibles obstáculos en su camino: y la reina Salmissra también debía de tener interés, ya que había llegado a secuestrar a Garion.

Ce'Nedra interrumpió sus reflexiones para mirar al muchacho que estaba al otro lado de la cabina. ¿Para qué lo querría la reina de Nyissa? Era tan corriente... Un campesino, un pinche de cocina, un don nadie. La verdad es que era bastante guapo, con el cabello lacio de color arena casi siempre caído sobre la frente..., y ella se moría de ganas de echárselo hacia atrás. Tenía una cara agradable, dentro de su vulgaridad, y podía hablar con él cuando se sentía sola o asustada, o discutir cuando estaba de mal humor, pues sólo era un poco mayor que ella. Sin embargo, se negaba a tratarla con el debido respeto y hasta era probable que no supiera hacerlo. ¿Por qué, entonces, sentía ese desmedido interés por él? Meditó sobre ello mientras lo observaba con aire pensativo.

¡Lo hacía otra vez! Enfadada, desvió la vista de su rostro. ¿Por qué lo miraba tanto? Cada vez que se perdía en sus pensamientos, sus ojos buscaban la cara del chico de forma automática, a pesar de que no era tan atractivo como para merecerlo. Incluso se había sorprendido a sí misma inventando excusas para situarse en lugares desde donde podía vigilarlo. ¡Era estúpido!

Ce'Nedra mordisqueaba un mechón de su pelo y pensaba, volvía a mordisquear y sus ojos continuaban con su minucioso estudio de los rasgos de Garion.

—¿Se pondrá bien? —rugió Barak, el conde de Trellheim, mesando con aire ausente su enorme barba rojiza mientras miraba a Polgara, que daba los últimos retoques al cabestrillo de Belgarath.

—Es una simple fractura —respondió ella, con tono de experta, mientras guardaba las vendas—, y este viejo tonto suele curarse rápido.

Belgarath levantó el brazo quebrado y dio un respingo.

—No tenías por qué ser tan brusca, Pol.

Su vieja túnica de color óxido tenía varias manchas de barro y una nueva rasgadura, fruto de su choque con un árbol.

—Tenía que fijarlo, padre. No te gustaría que quedara torcido, ¿verdad?

—Creo que has disfrutado haciéndolo —la acusó él.

—La próxima vez te la vendas tú mismo —sugirió ella con frialdad, mientras alisaba su vestido gris.

—Necesito un trago —dijo con un gruñido Belgarath al enfurruñado Barak.

El conde de Trellheim se dirigió a una puerta estrecha.

—¿Puedes subir una jarra de cerveza para Belgarath? —le preguntó al marinero que estaba fuera.

—¿Cómo está? —preguntó el marinero.

—De mal humor —respondió Barak —, y es probable que se ponga peor si no bebe algo pronto.

—Voy enseguida —dijo el marinero.

—Buena idea.

Éste era un motivo más de sorpresa para Ce'Nedra. Todos los nobles del grupo trataban a aquel hombre andrajoso con enorme respeto, y, sin embargo, no parecía tener un título. Ella podía distinguir con absoluta precisión la diferencia exacta entre un barón y un general de la Legión Imperial, entre un gran duque de Tolnedra y un príncipe de Arendia, entre el Guardián de Riva y el rey de los chereks; pero no tenía ni la menor idea de cómo catalogar a los hechiceros. La mentalidad materialista de los tolnedranos ni siquiera podía admitir la existencia de hechiceros. Era indudable que lady Polgara, que tenía títulos de la mitad de los reinos del Oeste, era la mujer más respetada del mundo; sin embargo, Belgarath era un vagabundo, un pelagatos y, a menudo, un verdadero estorbo. Y Garion, recordó Ce'Nedra, era su nieta.

—Creo que es hora de que nos cuentes lo que sucedió, padre —le decía Polgara a su paciente.

—Preferiría no hablar de eso —respondió él con brusquedad.

Polgara se volvió hacia el príncipe Kheldar, el extraño y pequeño noble drasniano de rostro afilado y humor sarcástico, que estaba repantigado en una silla, con expresión insolente.

—¿Y bien, Seda? —preguntó ella.

—Estoy seguro de que comprenderás mi situación, viejo amigo —se disculpó el príncipe ante Belgarath, con un exagerado gesto de pesar—. Si intento guardar el secreto, ella se las ingeniará para forzarme a hablar, supongo que de un modo desagradable. — Belgarath lo miró con una expresión acusadora y dejó escapar un gruñido de disgusto —. No es que yo quiera decírselo, ya sabes. —Belgarath miró hacia otro lado —. Sabía que lo comprenderías.

—¡Cuéntalo, Seda! —insistió Barak con impaciencia.

—En realidad, es una historia muy simple —dijo Kheldar.

—Pero tú te encargarás de complicarla, ¿verdad?

—Limítate a contarnos lo que ocurrió —le recomendó Polgara.

—No hay mucho que contar —comenzó el drasniano tras incorporarse en su asiento —. Hace unas tres semanas, las huellas de Zedar nos condujeron a Nyissa. Allí tuvimos algunos enfrentamientos con los guardas de la frontera, pero ninguno demasiado serio. Sin embargo, nada más cruzar la frontera, el rastro del Orbe señalaba hacia el este, y eso fue toda una sorpresa. Zedar venía hacia Nyissa con tal resolución que todos pensamos que había llegado a algún tipo de acuerdo con Salmissra. Tal vez eso era lo que pretendía hacernos creer, pues él es muy listo y Salmissra tiene fama de meterse en lo que no le incumbe.

—Yo ya me encargué de eso —dijo Polgara, con un tono algo lúgubre.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Belgarath.

—Ya te lo explicaré más tarde, padre. Continúa, Seda.

—No hay mucho más que contar —dijo Seda y se encogió de hombros —. Seguimos el rastro de Zedar hasta una de esas ciudades en ruinas cerca de la antigua frontera marag, donde Belgarath recibió una visita, o al menos eso dijo, porque yo no vi a nadie. La cuestión es que me dijo que había ocurrido algo que cambiaría nuestros planes y que tendríamos que dar media vuelta y venir río abajo hasta Sthiss Tor a reunirnos con vosotros. No tuvo tiempo de explicarme nada más, porque de repente la jungla se llenó de murgos que nos buscaban o a nosotros o a Zedar, nunca sabremos a quién. Desde entonces hemos estado esquivando murgos y nyissanos; hemos viajado por la noche, ocultándonos, cosas por el estilo. Enviamos a un mensajero, ¿ha conseguido llegar?

—Anteayer —contestó Polgara —, pero tenía fiebre y nos ha llevado bastante tiempo descifrar el mensaje.

Kheldar asintió.

—Además, con los murgos había grolims que intentaban encontrarnos con sus mentes. Para evitarlo, Belgarath hizo algo que, fuera lo que fuese, ha debido de exigirle mucha concentración, pues no prestaba demasiada atención a su camino. Esta mañana temprano, mientras ayudábamos a los caballos a cruzar un pantano, Belgarath caminaba dando tumbos, con la mente en otra parte, y le cayó un árbol encima.

—Debí imaginarlo —dijo Polgara —. ¿Lo tiró alguien?

—No lo creo —respondió Seda —. Podría haber sido una vieja trampa, pero lo dudo, pues el tronco estaba podrido en el centro. Intenté advertirle, pero él se metió justo debajo.

—Ya vale —dijo Belgarath.

—Intenté avisarte.

—No lo adornes, Seda.

—No quiero que los demás piensen que no te he advertido —protestó Seda.

Polgara meneó la cabeza y habló con un tono de profunda decepción.

—¡Padre!

—Déjalo ya, Polgara —dijo Belgarath.

—Lo saqué de debajo del árbol y lo asistí lo mejor que pude. Luego robé ese pequeño bote y partimos río abajo, íbamos muy bien hasta que empezó a caer este polvillo.

—¿Qué hicisteis con los caballos? —preguntó Hettar.

A Ce'Nedra le daba un poco de miedo aquel noble algario, alto y silencioso, con la cabeza rapada, su ropa de cuero negra y la coleta negra que pendía de lo alto de su cráneo. No sonreía nunca, y con la sola mención de la palabra "murgo", su cara de halcón cobraba una expresión dura como una piedra. Lo único que le daba un rasgo de humanidad era su exagerada preocupación por los caballos.

—Están bien —le aseguró Seda—, los he dejado atados en un sitio donde los nyissanos no podrán encontrarlos. Allí estarán a salvo hasta que vayamos a recogerlos.

—Cuando subiste a bordo has dicho que Ctuchik era quién tenía el Orbe —le dijo Polgara a Belgarath —, ¿cómo lo ha conseguido?

—Beltira no ha entrado en detalles —dijo el viejo, encogiéndose de hombros —. Sólo me ha dicho que Ctuchik estaba esperando a Zedar en la frontera de Cthol Murgos. Zedar logró escapar, pero ha dejado el Orbe.

—¿Has hablado con Beltira?

—Con la mente —respondió Belgarath.

—¿Te ha dicho por qué el Maestro quiere que vayamos al valle?

—No, y lo más probable es que ni siquiera se le haya ocurrido preguntar. Ya conoces a Beltira.

—Llevará meses, padre —dijo Polgara con un gesto de preocupación—. Hay mil doscientos kilómetros hasta el valle.

—Aldur quiere que vayamos allí —respondió él —, y no voy a empezar a desobedecerle ahora, después de tantos años.

—Y mientras tanto Ctuchik tiene el Orbe en Rak Cthol.

—No le servirá de nada, Pol. Ni siquiera Torak ha podido conseguir que el Orbe se sometiera a sus deseos y lo ha intentado durante más de mil años. Conozco bien Rak Cthol y Ctuchik no podrá ocultar el Orbe de mí; así que estará allí con él cuando decida quitárselo. Yo sé cómo tratar con ese mago.

Pronunció la palabra "mago" con un tono de profundo desprecio.

—¿Y qué va a hacer Zedar mientras tanto?

—Zedar tiene sus propios problemas. Beltira dice que ha sacado a Torak del lugar donde lo tenía escondido, así que podemos confiar en que mantendrá el cadáver lo más lejos posible de Rak Cthol. Hasta cierto punto, las cosas están saliendo muy bien; ya me estaba cansando de perseguir a Zedar.

A Ce'Nedra todo ese asunto le resultaba muy confuso. ¿Por qué estaban tan pendientes de los movimientos de aquel par de hechiceros angaraks y de esa misteriosa joya que todos parecían codiciar? A ella cualquier joya le daba lo mismo; su infancia había estado rodeada de tal opulencia que hacía tiempo que había dejado de conceder valor a los ornamentos. En aquel momento, su único adorno consistía en un par de pequeños pendientes de oro con forma de bellotas, y si les tenía tanto aprecio, no era porque fueran de oro, sino por el sonido que producían los ingeniosos y diminutos cascabeles que había en su interior cuando ella movía la cabeza.

Este asunto le traía a la memoria uno de los mitos alorn que, muchos años antes, le había contado un narrador de historias en la corte de su padre. Recordó que se trataba de una piedra mágica que había sido robada por Torak, dios de los angaraks, y recuperada por un hechicero y unos reyes alorns que la habían colocado en la empuñadura de una espada, en la sala del trono de Riva. Se suponía que protegería al Oeste del terrible desastre que tendría lugar si la piedra se llegaba a perder. Era curioso, pero el hechicero de la leyenda se llamaba Belgarath, igual que el viejo que tenía ante sí.

Pero de ser el mismo, tendría que tener miles de años, y eso era ridículo. Le debían de haber puesto el nombre de aquel héroe mítico o tal vez usara ese nombre para impresionar a la gente.

Una vez más, sus ojos se pasearon por la cara de Garion. El joven estaba en silencio, sentado en un rincón de la cabina, con los ojos fijos y la expresión seria. Ce'Nedra pensó que tal vez fuera esa seriedad lo que despertaba su curiosidad y hacía que no pudiera quitarle la vista de encima. Los demás chicos que había conocido —nobles o hijos de nobles— habían intentado ser seductores e ingeniosos, pero Garion nunca bromeaba ni hacía comentarios agudos para congraciarse con ella. No estaba segura de cómo debía tornarlo. ¿Era tan tonto que no sabía cómo comportarse? O tal vez lo sabía, pero no tenía interés en esforzarse. Al menos podría intentarlo, aunque sólo fuera de vez en cuando. ¿Cómo podía entenderse con él, si rechazaba de plano la idea de hacer el tonto para complacerla?

De repente Ce'Nedra recordó que estaba enfadada con Garion. Él había dicho que la reina Salmissra era la mujer más hermosa que había conocido, y aún era demasiado pronto para perdonarlo por un comentario tan ultrajante. Ya se ocuparía de hacerlo sufrir mucho por ese insulto en particular. La princesa jugueteaba distraída con un mechón de pelo que caía a un lado de su cara, mientras taladraba la cara de Garion con la mirada.

A la mañana siguiente la lluvia de cenizas, producida por la poderosa erupción de un volcán en algún lugar de Cthol Murgos, había disminuido lo bastante como para que pudieran volver a subir a cubierta. En la costa, la jungla todavía seguía cubierta por una niebla de polvo, pero el aire estaba lo suficientemente limpio como para que pudieran respirar. Ce'Nedra se sintió aliviada al poder salir de aquella sofocante cabina.

Garion estaba en el rincón de la proa donde acostumbraba sentarse, absorto en una conversación con Belgarath. Ce'Nedra notó, con cierta displicencia, que aquella mañana el joven había olvidado peinarse, y tuvo que refrenar sus impulsos de ir a buscar un peine y un cepillo para arreglar la situación. En su lugar, buscó con estudiado disimulo un sitio junto a la barandilla desde donde escuchar la conversación sin que nadie se diera cuenta.

—Siempre ha estado ahí —le decía Garion a su abuelo —. Solía hablarme, avisarme cuando me comportaba de forma estúpida o infantil y cosas por el estilo. Parecía que estaba en un rincón de mi mente, absolutamente sola.

Belgarath asintió con la cabeza mientras se mesaba la barba con la mano sana.

—La voz de tu mente parece tener vida propia —observó —. ¿Alguna vez ha hecho algo? Me refiero a algo más que hablar.

La expresión de Gañón se volvió pensativa.

—No lo creo. Me indica cómo hacer las cosas, pero creo que soy yo el que debe hacerlas. Me parece que cuando estábamos en el palacio de Salmissra me sacó del cuerpo para ir a buscar a tía Pol. — Frunció el entrecejo —. No —se corrigió—, pensándolo bien, creo que me dijo cómo hacerlo, pero yo lo hice solo. Cuando estábamos fuera, yo podía percibir su presencia a mi lado; fue la primera vez que nos separamos. Sin embargo, no podía verla. En realidad, durante unos minutos sí se hizo cargo de la situación y habló con Salmissra para arreglar las cosas y ocultar lo que habíamos estado haciendo.

—Has estado muy ocupado desde que Seda y yo nos fuimos, ¿verdad?

Garion asintió con un gesto de tristeza.

—Fue horrible, quemé a Asharak, ¿lo sabías?

—Tu tía me lo contó.

—El la abofeteó —dijo Garion —, y yo iba a atacarlo con mi cuchillo, pero la voz me dijo que lo hiciera de otro modo. Lo toqué con la mano y dije "quémate", sólo eso, y él ardió en llamas. Estaba a punto de apagarlo, cuando tía Pol me dijo que él había matado a mis padres, entonces hice que ardiera todavía más. Me rogó que apagara el fuego, pero no lo hice —concluyó tembloroso.

—Intenté advertírtelo —le recordó Belgarath con dulzura —. Te dije que no te sentirías muy bien cuando todo acabara.

—Debí haberte escuchado —suspiró Garion —. Tía Pol dice que una vez que usas este... —vaciló, como si buscara una palabra adecuada.

—¿Poder? —sugirió Belgarath.

—De acuerdo —asintió Garion —. Dice que una vez que lo usas no olvidas cómo hacerlo y vuelves a utilizarlo una y otra vez. Ojalá hubiera usado mi cuchillo, así no habría liberado ese poder.

—Te equivocas, ¿sabes? —dijo Belgarath con serenidad—; hace meses que estaba a punto de estallar. Por lo que sé, lo has usado sin saberlo al menos una docena de veces. —Garion lo miró con incredulidad—. ¿Recuerdas aquel monje loco que nos encontramos en Tolnedra? Cuando lo tocaste, hiciste tanto ruido que por un momento creí que lo habías matado.

—Dijiste que lo había hecho tía Pol.

—Mentí —admitió el viejo como si tal cosa—, suelo hacerlo con bastante frecuencia. La cuestión es que siempre has tenido este talento y tarde o temprano tenía que salir a la luz. Yo en tu lugar no me sentiría muy mal por lo que pasó con Chamdar; fue un método algo exótico, no exactamente lo que yo hubiera hecho; pero en el fondo, bastante justo.

—Entonces, ¿siempre estará allí?

—Siempre. Me temo que así es como funciona.

La princesa Ce'Nedra se sintió bastante complacida por aquellas palabras, pues Belgarath acababa de confirmar lo que ella le había dicho a Garion. Si el chico fuera menos obstinado, su tía, su abuelo y por supuesto ella misma —que conocían bien qué era lo mejor y lo más apropiado para él— podrían moldear su vida a su gusto sin mayores dificultades.

—Volvamos a esa voz que hay en tu interior —sugirió Belgarath—. Quiero saber más con respecto a ella. No me gustaría que tuvieras un enemigo dentro de tu propia mente.

—No es un enemigo —insistió Garion—. Está de nuestra parte.

—Da esa impresión —observó Belgarath—, pero las cosas no siempre son lo que parecen. Me sentiría mucho más tranquilo si pudiera saber con exactitud de qué se trata. No me gustan las sorpresas.

La princesa Ce'Nedra, por otra parte, estaba absorta en sus pensamientos. De una forma imprecisa, en el fondo de su mente tortuosa y compleja, comenzaba a cobrar forma una idea llena de interesantes posibilidades.