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Aunque es muy natural y muy tentador querer anunciar nuestras grandes metas a los cuatro vientos, es mucho más sensato que nos las guardemos para nosotros mismos. En un experimento llevado a cabo en el año 2009 en la Universidad de Nueva York, a 163 sujetos se les propuso realizar un proyecto de trabajo complejo y se les dio 45 minutos para llevarlo a cabo. A la mitad de ellos se les pidió que anunciaran cuáles eran sus metas, y a la otra mitad, que las mantuvieran en secreto. Los sujetos que anunciaron sus metas abandonaron tras solo un tiempo promedio de quince minutos, y dijeron sentirse satisfechos con su trabajo. En cambio, los que mantuvieron la boca cerrada consumieron los cuarenta y cinco minutos íntegros, y siguieron fuertemente motivados. (De hecho, cuando el experimento terminó, habrían querido seguir trabajando.)

Contar a los demás cuáles son nuestras grandes metas hace que la probabilidad de que estas se materialicen disminuya porque crea una especie de recompensa inconsciente: engañamos a nuestro cerebro para que crea que ya hemos alcanzado nuestra meta. Callarnos nuestras metas es unas de las metas más sensatas que podemos plantearnos.