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Los compañeros de equipo de la estrella del hockey Wayne Gretzky presenciaban, en ocasiones, algo muy curioso: a Gretzky cayéndose al suelo cuando practicaba en solitario sus ejercicios sobre el hielo. Aunque el espectáculo del mejor jugador de hockey del mundo tropezando como cualquier principiante pueda resultar sorprendente, de hecho tiene todo el sentido del mundo: a pesar de su gran destreza, Gretzky estaba decidido a seguir mejorando, a forzar los límites de lo posible. Y la única manera de lograrlo es crear nuevas conexiones cerebrales, lo que equivale a esforzarse, a caerse y, sí, a hacer el ridículo.

Hacer el ridículo, parecer tonto, no es divertido. Pero estar dispuesto a hacer el ridículo —dicho de otro modo, estar dispuesto a arriesgarse a sufrir el dolor emocional que implica cometer errores— es absolutamente esencial, porque esforzarse, fallar y volver a intentarlo es la manera que tiene el cerebro de desarrollar y formar nuevas conexiones. Cuando de lo que se trata es de desarrollar el talento, ten en cuenta que los errores no son tales en realidad, sino hitos que usamos para mejorar.

En algunos lugares se estimula el «error productivo» estableciendo reglas que animan a la gente a intentar cosas que, en otros contextos, parecerían extravagantes y arriesgadas; de hecho, se la insta a encontrar el punto óptimo que se encuentra en el límite de su capacidad (véase Consejo #13). Por ejemplo, los alumnos de la Meadowmount School of Music practican a menudo de acuerdo con una regla no escrita: si quien pasa por delante reconoce un tema, es que lo están interpretando demasiado rápido. El objeto de tocar tan exageradamente despacio (lo que crea unas melodías que recuerdan al canto de las ballenas jorobadas) es poner en evidencia pequeños errores que de otro modo pasarían desapercibidos y, así, crear unas interpretaciones de mayor calidad.

En el mundo de los negocios también se hace. Google ofrece un «20 % de tiempo»: a los ingenieros se les concede un 20 % de su jornada laboral para que lo dediquen a proyectos privados, no aprobados oficialmente, que les apasionen y en los que, por tanto, sean más proclives a asumir riesgos. Yo, en concreto, he conocido numerosas organizaciones que obligan a firmar «contratos» a sus empleados en los que estos se comprometen a asumir riesgos y cometer errores. Living-Social, la empresa de comercio electrónico con sede en Washington D. C., tiene una regla de oro que aplica a sus trabajadores: una vez a la semana, deben tomar una decisión laboral que les asuste.

Sea cual sea la estrategia, la meta es siempre la misma: animar a ir más allá y evidenciar que los errores deben reinterpretarse, y no asumirlos como definitivos sino como mera información que usar para seguir avanzando hasta alcanzar el objetivo.