imagen

 

 

A casi todos nos enseñan de niños que el talento es algo innato, como tener el pelo castaño o los ojos azules. Por tanto, presuponemos que la muestra más clara de talento es un éxito instantáneo que llega sin el menor esfuerzo, similar al que tienen los niños prodigio. Sin embargo, una línea de investigación bien documentada demuestra que esa idea es falsa. El éxito temprano no sirve para predecir un éxito a largo plazo.

Muchos de los mejores profesionales en sus respectivos ámbitos suelen ser pasados por alto al inicio de su carrera y después, discretamente, se convierten en estrellas. Ejemplos de ello son Michael Jordan (al que expulsaron de su equipo universitario en segundo de carrera), Charles Darwin (considerado lento y mediocre por sus profesores), Walt Disney (despedido de un trabajo anterior por «carecer de imaginación»), Albert Einstein, Louis Pasteur, Paul Gauguin, Thomas Edison, Lev Tolstói, Fred Astaire, Winston Churchill, Lucille Ball y muchos otros. Una teoría, planteada por la doctora Carol Dweck, de la Universidad de Stanford, es que los elogios y las atenciones que reciben los niños prodigio los llevan, instintivamente, a proteger su estatus «mágico» asumiendo menos riesgos, lo que acaba por ralentizar su aprendizaje.

Los semilleros de talento no se crean para descubrir talentos, sino para construirlos día a día. Allí la precocidad no impresiona especialmente y nadie finge saber quién va a triunfar. Durante mi visita al Centro de Entrenamiento Olímpico de Estados Unidos, instalado en Colorado Springs, pregunté a un grupo de cincuenta entrenadores experimentados si sabrían valorar acertadamente la probabilidad de que un atleta de élite de quince años obtuviera una medalla en los juegos que iban a celebrarse al cabo de dos años. Solo una persona alzó la mano para responder.*

Anson Dorrance, el director de entrenadores del equipo de fútbol femenino de la Universidad de Carolina del Norte, que él ha llevado a veintiuna victorias en campeonatos nacionales, lo resume muy bien: «Una de las cosas más desafortunadas que veo cuando me dedico a buscar jugadoras jóvenes es a esa niña a la que, a lo largo de los años, se le dice una y otra vez lo buena que es. Cuando llega al instituto, ya ha empezado a creérselo. Y cuando lo termina, su rendimiento es bajo. Por otra parte, también se da el caso contrario: la niña que pasa desapercibida, la niña que discretamente y con determinación se propone conseguir algo. Y es siempre esa segunda niña, humilde, trabajadora, la que acaba convirtiéndose en la auténtica jugadora».

Si tienes éxitos precoces, haz todo lo posible por ignorar los elogios y sigue forzándote hasta el límite de tus habilidades, pues es así como mejorarás. Si no obtienes un éxito temprano, no abandones. Considera tus primeros esfuerzos no como definitivos sino como circunstanciales para el aprendizaje. Y recuerda que se trata de hacer un maratón, no un sprint.