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Cuando se trata de práctica profunda, unos segmentos breves de dedicación diaria resultan más efectivos que una sesión semanal agotadora. El motivo de ello tiene que ver con el crecimiento de nuestro cerebro, que se produce de manera gradual, diariamente, hasta cuando dormimos. La práctica diaria, incluso si se realiza solo durante cinco minutos, alimenta ese proceso, mientras que si es ocasional obliga a nuestro cerebro a «ponerse al día». O como dice el pionero de la educación musical Shinichi Suzuki: «Practica los días que comes».

¿Cómo de breves pueden ser esos segmentos? Hans Jensen, profesor de violoncelo de la Universidad de Northwest, aportó un ejemplo cuando enseñaba a un alumno de medicina con muy poco tiempo que deseaba practicar solo dos minutos al día. Trabajando sistemáticamente, dividieron una pieza musical en los pasajes que la componían y se dedicaron primero a los más difíciles. El alumno logró aprender con éxito un estudio complicado en seis semanas. «Nos asombró lo bien que salió todo —comentó Jensen—. Las claves fueron una concentración total y ser implacables a la hora de detectar y solucionar cualquier mínimo error desde el principio.»

La otra ventaja de practicar todos los días es que se convierte en un hábito. El acto de practicar —sacar tiempo para hacerlo y hacerlo bien— puede concebirse como una habilidad en sí misma, tal vez la más importante de todas. Dedícale tiempo. Según algunas investigaciones, para establecer un hábito nuevo hacen falta unos treinta días.