El primer paso para desarrollar una habilidad es determinar exactamente qué tipo de habilidad estamos construyendo. Todas las habilidades pertenecen a una de las dos categorías siguientes: «duras» o «blandas».
Las habilidades duras, de gran precisión son acciones que se ejecutan siempre de la manera más correcta y rigurosa posible. Se trata de habilidades cuyo desarrollo conduce a un resultado ideal, habilidades que cabría imaginar realizadas por un robot de confianza. Las habilidades duras tienen que ver con un tipo de precisión «reproducible», y tienden a darse en acciones especializadas, sobre todo en las físicas. Algunos ejemplos:
• el swing de un golfista, el saque de un tenista, o cualquier otro movimiento atlético preciso y repetido;
• un niño ante cuestiones matemáticas básicas (por ejemplo, una suma o las tablas de multiplicar);
• un violinista tocando un acorde específico;
• un jugador de baloncesto lanzando un triple;
• un joven lector traduciendo las formas de las letras en sonidos y palabras;
• un operario en una cadena de montaje, ensamblando una pieza.
En esos casos, la meta es desarrollar una habilidad que funcione como el mecanismo de un reloj suizo; es decir, que sea fiable y preciso, y que opere siempre de la misma manera, automáticamente, sin fallar nunca. Para las habilidades duras debemos ser siempre rigurosos.
Las actividades blandas de gran flexibilidad, por su parte, son aquellas que permiten alcanzar un buen resultado a través de múltiples caminos, y no solo de uno. No se trata de hacer siempre lo mismo de una manera perfecta, sino de mostrarse ágil e interactivo; se trata de reconocer al instante los patrones a medida que estos se despliegan, y de tomar decisiones inteligentes en el momento oportuno. Las habilidades blandas tienden a darse en actividades más generales, menos especializadas, sobre todo en las que incluyen la necesidad de comunicación, como por ejemplo:
• un jugador de fútbol que intuye una debilidad en la defensa y decide atacar;
• un agente de bolsa que descubre una oportunidad oculta durante una jornada comercial caótica;
• un novelista que, de manera instintiva, traza los giros de una trama compleja;
• un cantante tan apasionado que emociona a su auditorio;
• un agente de policía en turno de noche, evaluando un peligro potencial;
• un director ejecutivo que sabe interpretar la atmósfera de una reunión tensa o una negociación.
Con estas habilidades no perseguimos la precisión de un reloj suizo, sino más bien la capacidad de reconocer rápidamente un patrón o una oportunidad, y de superar una serie compleja de obstáculos. Las habilidades blandas tienen que ver con interpretar, reconocer y reaccionar.
El objeto de este consejo es evidenciar que las habilidades duras y las blandas son distintas (literalmente, usan distintas estructuras de circuitos cerebrales), y por eso se desarrollan a través de distintos métodos prácticos.
Empieza preguntándote cuál de esas habilidades tienen que ejecutarse de manera absolutamente rigurosa en todos los casos. ¿Cuáles deben realizarse con la precisión de una máquina? Esas serán las habilidades duras.
Pregúntate después qué habilidades deben ser flexibles, variables, y dependen de la situación. ¿Cuáles dependen de reconocer al instante modelos y de tomar la decisión más adecuada? Esas serán habilidades blandas.
Si no sabes con seguridad si una habilidad es dura o blanda, aquí tienes un test muy sencillo: ¿suele haber un profesor implicado en las primeras fases? Si la respuesta es afirmativa, entonces es probable que se trate de una habilidad dura. Si no, sin duda será una habilidad blanda. Los violinistas y los patinadores artísticos tienden a contar con maestros; los directores ejecutivos y los humoristas, no. Los tres consejos siguientes desarrollan un poco más esta idea, y exponen métodos de práctica pura y dura para desarrollar ambos tipos de habilidad.