Con frecuencia nos enseñan que el talento se inicia con unos dones genéticos, que las personas que lo poseen son capaces de realizar sin esfuerzo hazañas con las que los demás solo podemos soñar. Eso es falso. El talento empieza con una serie de encuentros breves y potentes que desencadenan la motivación al vincular nuestra identidad a una persona o un grupo de gran destreza. A ello lo llamamos «ignición», y consiste en un pensamiento minúsculo pero capaz de cambiar el mundo que enciende nuestra mente inconsciente: «Yo podría ser uno de ellos».
Esta primera sección trata sobre la creación de ese momento de ignición, y sobre la manera más constructiva posible de canalizar su energía. Los consejos cubren varias áreas —disposición mental, cómo diseñar tu práctica para las aptitudes que deseas construir y cómo mejorar tu aprendizaje «robando» eficazmente a las personas más capacitadas de las disciplinas en cuestión—, pero todas ellas comparten la misma meta: crear la chispa y hacer que sea el combustible para la práctica intensa.