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El primer bogatyr
Sala de esparcimiento de Siberia
Iberia (área euroafricana norte, sector ártico sur)
Julio del 2054
El nuevo programa de ondas alfa estaba surtiendo el efecto que buscaba. Yevgueni Khashimov se encontraba mucho más relajado, casi despreocupado, rozando un estado de optimismo poco frecuente en él. Tanto era así que se animó a dar un paso más para completar su desahogo y aligerar la tensión vivida en las últimas horas. Era un buen momento, todos los componentes del equipo de Siberia estaban ocupados en sus puestos, por lo que ni siquiera se molestó en bloquear los accesos de la sala. Se acomodó en la butaca y buscó los estímulos que necesitaba en aquellas imágenes que guardaba del reciente encuentro sexual que había mantenido con Ljudmila Sidorovskaya, la médico responsable del complejo. Con la atención puesta en el blanco del techo, se concentró en la cara sembrada de pecas de su compañera antes de desabrocharse los pantalones.
Fue tan rápido como intenso.
Ella le había ido mandando señales durante las semanas previas que él había sabido interpretar a la perfección: un par de miradas sugerentes que hicieron florecer pícaras sonrisas que maduraron en roces forzados. Yevgueni supo esperar pacientemente a que madurara el fruto hasta que una tarde se vio con la cabeza entre sus muslos en el cuarto de componentes. Y precisamente ese era el fotograma que pretendía exprimir para alcanzar una buena erección, con los ojos cerrados y la bragueta abierta.
Rememoró cómo logró dominar su ansiedad tomándose su tiempo, recorriendo lentamente con la lengua sus labios vaginales para terminar en el clítoris, donde se aplicó con especial empeño. Los gemidos de Ljudmila eran contenidos pero veraces y aquello le animó para introducirle el pulgar y describir un movimiento circular parecido al que seguía dibujando unos centímetros más arriba con su apéndice bucal. Aquel «métemela, ahora» que salió de su boca sonó más a ruego que a orden, pero él obedeció como un autómata. La estaba matando de placer.
Yevgueni notó que el orgasmo se estaba gestando y tuvo que bajar el ritmo. No quería correrse antes de terminar de visualizar pausadamente el metraje, de ninguna manera quería saltarse el instante en el que abrió la bata blanca y descubrió sus pechos pequeños y firmes, víctimas de una excitación manifiesta.
En ese momento, percibió cierto olor acre, parecido a aquel a pecina que emanaba a finales de verano de las orillas del pantano de Bratsk, adonde solía llevarle su padre a no pescar. La hedionda interrupción olfativa le forzó a abrir los ojos sin dejar de masajearse el miembro.
El sobresalto fue mucho más intenso de lo que habría sido un orgasmo que nunca llegaría a producirse.
En aquella embarazosa tesitura, Yevgueni Khashimov no fue capaz de detener la trayectoria de un objeto punzante que le atravesó el pecho hasta hundirse en el ventrículo derecho.
Por suerte para él, ya estaba muerto cuando aquel ser repugnante le arrancó de un mordisco el primer pedazo de carne: uno muy jugoso que parecía ofrecerle sujetándolo con su mano derecha.
Sala acristalada del puesto de mando de Siberia
Rusalka se frotó suavemente los párpados.
—La segunda fase consistía en inyectar los nanobots en el torrente sanguíneo. Hasta dos mil por microlitro de sangre de ocho tipos distintos, todos controlados por madre. Echen ustedes la cuenta. Permanecían aletargados hasta que emitíamos la orden. Entonces podían liberar ampakinas para inhibir la necesidad de descanso; nutrientes para alimentar el sistema digestivo; endorfinas para inhibir el dolor; enzimas y fármacos si resultaba herido leve. En casos graves, llegábamos incluso a apagar sus constantes vitales y mantener sus cerebros con vida para poder restaurarlos y reanimarlos.
—Soldados inmortales —musitó Patricia Jones—. Máquinas de matar como esas que han aniquilado a su equipo en Lukomorie.
—¡No! —respondió elevando notablemente el tono—. ¡En absoluto! Acepto que sirvieran de inspiración a la maldita Asamblea, pero nuestros soldados Khimera eran personas —enfatizó— que, cuando entraban en acción, disponían de herramientas que les proporcionaban ventajas competitivas para cumplir su misión. Los centinelas son máquinas programadas y optimizadas para la aniquilación que conservan su apariencia humana. Jamás pretendimos crear un puñado de seres cibernéticos. No se equivoque —pidió más sosegada—. Sepa además que, a pesar del enriquecimiento y de que los dotábamos del equipamiento defensivo más avanzado, muchos murieron en combate. En realidad, perecieron casi todos. En el último tramo de la contienda los destacamentos Khimera fueron utilizados para intervenir en operaciones en las que se usaba armamento pesado del cual no podían protegerse. Los Khimera fueron concebidos para la infiltración, actuar y desaparecer, no para el combate convencional. ¡Maldita sea! —recriminó amargamente a un ente invisible.
Erika bebió para recuperar calma y aliento. Los asistentes tragaron saliva prácticamente al unísono.
—Disculpen, he vuelto a desviarme de la cuestión principal. Veamos…, sí. Es verdad que no conseguimos ser los primeros en lograr injertos de unidades de memoria externa, sin embargo sí fuimos pioneros en conseguir la comunicación bidireccional simultánea. Como les he comentado antes, madre nos ofrecía más posibilidades de las que habíamos previsto en un principio. Primero descubrimos que podíamos volcar paquetes de información, muy útiles para completar una misión de los soldados Khimera. Luego comprobamos que era posible sincronizar a madre con nuestros satélites y redes de comunicación en campaña para que el sujeto dispusiera en todo momento de datos actualizados. No obstante, el gran avance se produjo cuando nos dimos cuenta de que podíamos conectar a madre directamente con la zona dorsolateral del córtex prefrontal.
—El área del cerebro responsable de la toma de decisiones del individuo —completó el científico noruego—. Claro.
—Exacto. Así, logramos emitir órdenes concretas y precisas al Khimera sin que fueran puestas en tela de juicio. Ya teníamos el soldado perfecto, pero no nos conformamos y quisimos dar un paso más: el agente perfecto.
Erika Lopategui dejó de hablar de forma repentina, como si momentáneamente se le hubieran terminado las palabras. De la misma manera, retomó el discurso:
—Quería. He dicho «quisimos», pero fui yo y solo yo quien se empeñó en llevar a cabo el programa Bogatyr. Ese agente que todos los servicios de inteligencia del mundo buscaban. ¿Saben de lo que les estoy hablando?
Petra Toivonen esbozó una mueca reveladora.
—De un agente que no sabe que lo es —desveló la líder del MOC.
—El agente perfecto, ese era nuestro bogatyr. Antes de que me lo pregunte —comentó mirando a la periodista—, les diré que el término alude a los caballeros medievales que protagonizaban las bylinas, poemas épicos, cuentos de la mitología tradicional de los pueblos eslavos. Hombres vigorosos de espíritu indomable y fuerza descomunal, dotados con capacidades extraordinarias como la magia o la nigromancia y movidos por grandes valores morales. Héroes de leyenda —remarcó— como fueron Ilyá Muromets, Alyosha Popovich o Dobrynya Nikitich. En Alátyr descubrimos que teníamos la posibilidad de marcar y codificar una serie de recuerdos para localizarlos a posteriori e impedir que se almacenaran en el hipocampo.
—¿Consiguieron el borrado de la memoria a corto plazo en los años treinta? —quiso saber extrañada Patricia Jones.
—No. No los borraban, simplemente no permitían que se acumularan en la memoria del sujeto —la corrigió Ake Dahl—. Conozco el proceso. El dispositivo implantado en el bulbo raquídeo emite una señal eléctrica que altera la liberación de vesículas neurotransmisoras en las terminales presinápticas. De esta forma generan un rastro fácil de seguir para posteriormente provocar una endocitosis externa, es decir, que ese recuerdo no se vuelva a activar. Una auténtica barbaridad.
A Erika se le descontroló una mueca reprobadora.
—Doctor, le ruego que evite veredictos fundamentados únicamente en prejuicios. Usted mejor que nadie debería saber lo complicado que resulta el cerebro humano y lo poco parametrizable que es su funcionamiento.
—Por eso mismo nunca me atrevería a jugar con él. Antes se permitió formular acusaciones contra mí, pero, por lo que nos está contando, ustedes mismos trataron de controlar el comportamiento del hombre.
—No lo he negado. Resulta muy sencillo hablar con perspectiva, pero cuando lo que se pretende es evitar que se desencadene un conflicto que arrastrará a la humanidad a la destrucción, se asumen riesgos —rebatió sin aspereza—. Precisamente se lo estoy confesando para que comprenda el alcance que tiene jugar a ser dioses.
Ake Dahl asintió con la mirada extraviada en su propia confusión.
—Jugar a ser dioses… —murmuró el noruego—. Seguro que no tardaron en encontrarse con el problema.
—Adelante, se lo ruego —dijo ella invitándole a hablar con un movimiento del brazo—; seguro que le van a entender mejor que a mí.
Cámara de examen fisiológico
Ljudmila sonrió al comprobar los resultados del último diagnóstico. El escáner primario había detectado múltiples lesiones internas de diversa consideración causadas por los brutales efectos de la onda expansiva. Sin embargo, los nanobots ya estaban realizando parte de sus funciones y la reparación de tejidos iba por muy buen camino. Ningún órgano vital había sufrido daños significativos y lo principal, el cerebro de Frederik Keergaard, se encontraba en perfectas condiciones.
Permanecía en coma inducido y en ese estado latente debería mantenerse durante dos semanas como mínimo antes de ser despertado para iniciar la primera fase de su recuperación psicomotriz.
Analizando aquel cuerpo desnudo, Ljudmila dejó volar su imaginación. No guardaba gratos recuerdos de su último encuentro amoroso con Yevgueni, pero dentro de aquella estación sumergida no existían muchas opciones de esparcimiento mejores que el sexo. El sargento de la dotación militar de la estación se había comportado como un quinceañero: torpe y precipitadamente. Tras demostrar su poca pericia en materia oral, le pidió que pasara a lides mayores, pero aquello duró tan poco que ni siquiera le ofreció la oportunidad de alcanzar el orgasmo. Desconocía si entre las virtudes enriquecidas del bogatyr estaban las habilidades sexuales, pero a Ljudmila no le importaría comprobarlo en absoluto. Aquel hombre tenía un cuerpo bien tallado, aunque eran muy visibles las marcas que había dejado el paso del tiempo, como el tronco de un roble que ha resistido mil tempestades. Tenía las facciones duras, pero en reposo se atisbaba cierta candidez infantil oculta tras esa plausible máscara de relajación.
Un ruido que provenía del exterior hizo que se girara repentinamente.
Allí fuera no tenía que haber nadie. A esa hora y en las circunstancias en las que se encontraban, todos debían estar en sus puestos. Todos menos uno al que le tocaba descanso.
Dejó escapar un suspiro de exasperación. Si Yevgueni pretendía un segundo asalto, le iba a sonar la campana antes de subirse al cuadrilátero. Pasó su tarjeta para salir de la cámara de examen fisiológico y propinarle el primer derechazo en la cara, pero el cañón de un arma apoyado sobre su frente le hizo arrojar la toalla.
Ljudmila Sidorovskaya los había visto cuando los capturaron en la aeronave. Supuestamente eran dos doctores chinos, pero todavía nadie había tenido la decencia de explicarle el motivo de detenerlos.
—No haga ninguna estupidez —le advirtió el hombre de rasgos mongoles.
—Aquí no pueden estar —protestó tímidamente Ljudmila.
—Se equivoca. Estamos justo donde queríamos estar —repuso él. La mujer que le acompañaba, de rasgos carentes de expresión, se colocó tras ella y la registró en busca de algún arma. No encontró nada.
—Dígame: ¿es ese el hombre al que se conoce como el bogatyr? —quiso saber señalando a Frederik.
Ante las muestras dubitativas de Ljudmila, el hombre de rasgos mongoles incentivó la respuesta con una sonora bofetada. Segundos después, ella asintió con tibieza.
Kai-Xi lo miró con detenimiento. Tenía delante de sus ojos al asesino de su padre, pero, postrado sobre aquella camilla metálica y conectado a la unidad domótica de curación, no parecía que el trofeo estuviera a la altura de lo esperado. Sin duda era un hombre de aspecto rudo, pero por mucho que lo escrutara no parecía más que eso: un hombre. No podía terminar con él de esa forma.
—Despiértelo —ordenó sin levantar la vista de su rostro.
—Señor…, se encuentra en estado latente —informó en tono calmado y respetuoso—. No puedo reanimarlo hasta que se complete el proceso en curso. Sería fatal para su sistema nervioso.
El Señor de Asia valoró todas las opciones antes de tomar una decisión. Levantó su Grom-21 y apuntó a la doctora.
—Dígame dónde puedo encontrar a la persona que está al mando. Esa a la que llaman Rusalka.
Sala acristalada del puesto de mando de Siberia
—Muy bien. Trataré de explicarlo sin caer en tecnicismos —se dijo a sí mismo el noruego—. Alterando el tránsito normal de esos recuerdos marcados, pero sin eliminarlos, estos seguirían circulando por el tejido neuronal buscando su lugar. Probablemente, afectarían al sujeto apareciendo como imágenes fugaces, escenas desordenadas de situaciones que su cerebro no sería capaz de procesar como experiencias vividas por él mismo. Puedo intuir que la mayor parte de ellas irían a parar al prosencéfalo y que, consecuentemente, durante los sueños estas señales veladas se manifestarían con mayor nitidez. El efecto para el sujeto sería muy similar a estar viviendo en el cuerpo de otra persona o, mejor dicho, como si un extraño se hubiera metido en su cabeza. ¿Me equivoco?
—Lo ha esbozado a la perfección. Pero necesitamos volver atrás. Como les decía, dentro de Khimera operábamos como células independientes. Solo unos pocos entendíamos la globalidad del proyecto, porque solo unos pocos conocíamos la totalidad del proyecto —parafraseó—. Tolya era mi enlace con el Estado Mayor en aquello que tenía relación con la cibercontienda; confiábamos el uno en el otro y tengo que decir que no me costó en absoluto convencerle de poner en marcha el programa Bogatyr. La premisa fundamental era mantenerlo en secreto, pero sobre todo asegurarnos de que no escapara a nuestro control. Así, ideamos la forma de activación y desactivación remota, tan sencilla como eficaz.
El silencio se adueñó de nuevo de la sala mientras Erika se humedecía la garganta.
—Lo logramos conectando a madre con el órgano de Corti del bogatyr.
—¡Una audiofrecuencia! —concretó Ake Dahl.
—Así es. Programamos un comando de activación por voz y otro distinto de desactivación para cada uno de los bogatyrí.
—¿Quiere decir que los activaban y desactivaban del mismo modo que damos órdenes al DOM? —preguntó con incredulidad Patricia Jones.
—Podría decirse que sí. Solamente teníamos que calibrar correctamente los filtros de los nanófonos injertados en la cóclea para que interpretara dicho comando como una frecuencia única y singular.
—Vamos, igual que un DOM de última generación. Ya puedo estar con la música a tope, que si le ordeno algo lo ejecuta —comentó la periodista.
—Igual, igual —refrendó despectivamente el noruego.
—Si me lo permiten, prosigo —terció Erika—. Gracias. Como les decía, todo ello lo hicimos para salvaguardar las identidades de nuestros agentes. Cuando desactivábamos al bogatyr este no recordaba nada, para él era como si no hubiera sucedido.
—Y de paso mantenían el control absoluto del sujeto —añadió Ake Dahl con acritud.
—No voy a negarlo. Así —continuó intencionadamente Erika—, decidimos que los candidatos los tendríamos que buscar fuera de nuestras filas. Ni siquiera en Moscú podían acceder a sus identidades. Logramos completar el programa en tres ocasiones. Frederik Keergaard, a quien ya conocen, fue el segundo de esos tres bogatyrí.
—Y el último —interrumpió la líder del MOC.
—Señora Toivonen, creo que le debo una explicación —dijo buscándola con la mirada—. Durante la Gran Guerra Negra, Rusia contaba con una legión de agentes repartidos por todo el terreno. Agentes convencionales —matizó—. A los hospitales de campaña llegaban diariamente cientos de heridos procedentes de los distintos frentes y aquel río revuelto era ideal para encontrar a nuestros candidatos. Queríamos individuos con un historial determinado, que atesoraran una capacidad intelectual muy superior a la media y con un perfil neuronal que se ajustara a un patrón preestablecido muy específico. Frederik encajaba a la perfección, aunque he de reconocer que fue su apellido lo que me hizo decantarme por él.
La mueca de desconcierto de Petra Toivonen no pasó desapercibida para la anfitriona.
—En otro tiempo conocí a su abuelo, de hecho…, no, ahora no. Si lo desea —dijo mirando a la mujer de raíces laponas—, buscamos el momento propicio para detallarle esa parte concreta.
Ella consintió.
—Se lo agradezco. El único problema era que…, en fin, que teníamos que recomponer su cuerpo. Él tenía muy poco que perder y mucho que ganar, no fue complicado convencerle. Lo trasladamos a Lukomorie para rematar el proceso. Nos costó casi nueve meses, pero el resultado del enriquecimiento fue excelente. Además, aprovechamos que debíamos realizar una reconstrucción orgánica compleja para reforzar su matriz ósea con cultivos de tejido a partir de osteoblastos de quitina, carbonato de calcio y los aminoácidos que integran la estructura proteínica presente en la seda de los arácnidos.
—¿Perdón? —dijo la periodista, perpleja.
—Dotamos su esqueleto de una capacidad extraordinaria para absorber energía, de una asombrosa resistencia —definió.
—Entendido —se conformó Patricia Jones.
—En todas las pruebas corroboramos que éramos capaces de encenderlo y apagarlo, disculpen los términos, a demanda. Es decir, que podíamos hacer que los recuerdos relacionados con las misiones no se registraran en su cerebro y, por tanto, únicamente Mijaíl, Tolya y yo estábamos al corriente de todo. En su existencia consciente, Frederik Keergaard era un jefe más de un grupo de asalto Khimera, pero en realidad…, en realidad era nuestro bogatyr más preparado. Disponer de un agente que no sabía que lo era y cuyos recuerdos más comprometedores podíamos anular nos proporcionaba una gran ventaja. Y no solo me refiero a nuestra propia seguridad —añadió.
—La posibilidad de infiltrarse en servicios secretos enemigos —completó Petra Toivonen.
Erika no ocultó su sorpresa.
—Se nota que su mente está acostumbrada a actuar en la clandestinidad —opinó—. Ese era el propósito. En concreto, con Frederik la idea era codificar sus recuerdos desde que fue herido en Johannesburgo para devolverlo después como un agente Khimera, un bogatyr, a las filas de la Unión de Estados Libres, nuestro futuro contrincante con total seguridad. Corría el año 2037 y el estallido del conflicto era cuestión de meses, quizá de semanas. Nos acabábamos de repartir Mongolia con los chinos y el alto mando del Bloque Asiático ya tenía marcada en el calendario la invasión de la India. Aquí fue donde el proyecto empezó a torcerse. Mijaíl se veía superado día tras día en las luchas de poder que se producían en los despachos del Kremlin y terminó cediendo a la presión. Yo no le serví de apoyo, todo lo contrario, y ahora sé que no estar junto a él en aquellos momentos causó una gran fractura entre nosotros que nuestros enemigos supieron aprovechar.
—¿Qué enemigos? —inquirió Patricia Jones.
—Los militares en general y el comandante en jefe de las fuerzas terrestres, Dmitriy Gareev, en particular. Gareev era extremadamente contrario a todo lo que tenía que ver con la guerra cibernética por la pérdida de importancia que implicaba desde la óptica castrense más conservadora. Así, cuando el proyecto llegó a sus oídos, hizo todo lo posible por controlarlo y en cierta medida lo logró. Durante la primera operación militar se aseguró de que participara un grupo de asalto Khimera y de que interviniera sobre el terreno ese supersoldado al que llamaban bogatyr, de quien tanto había oído hablar pero del que nada sabía. Yo no supe oponerme, aunque, si les soy sincera, estaba tan ansiosa como ellos por medir la eficacia del programa de adiestramiento en combate de Khimera. La misión consistía en infiltrarse en territorio enemigo, acceder a una base militar de alta seguridad de la Fuerza Aérea India y hacernos con el código fuente de acceso remoto a sus sistemas de administración. Si lo conseguíamos, tendríamos maniatado al país más poblado del planeta y dejaríamos vía libre a nuestros aliados chinos para la invasión terrestre sin tener que usar armas de destrucción masiva. Una vez satisfecha la curiosidad de los militares, podríamos continuar con nuestro plan e infiltrar a Frederik en la Unión de Estados Libres.
—Si no me falla la memoria, consiguieron aquel código que puso en bandeja al Bloque Asiático la invasión de la India —comentó Patricia Jones.
—Efectivamente, la misión se completó, pero el helicóptero que los trasladaba a casa fue derribado en el aire a escasos metros de tocar tierra. El aparato cayó en las estribaciones del Himalaya, en una zona tan inaccesible que ni los indios ni nosotros nos molestamos en organizar una expedición al lugar del siniestro. Inicialmente, Frederik registraba signos vitales, pero poco tiempo después dejamos de recibir señales de madre y todos le dimos por muerto.
—Es decir, que lo abandonaron a su suerte —juzgó Petra Toivonen.
—Sí.
Conductos de ventilación de Siberia
Samuel se sentía con fuerzas tras la ingesta proteínica. Habría preferido alimentarse con algo más de sosiego y degustar la pieza, sin embargo, solo pensaba en salir de donde fuera que estuviera y regresar al Macizo de Mandara. El arma que le había quitado a su presa y que ahora colgaba de su cinturón le serviría para hacerse con el control del clan; por fin tenía una, aunque, habida cuenta de su calamitosa primera experiencia, resolvió que debía aprender a utilizarla previamente.
Arrastrándose con la ayuda de brazos y piernas a través de aquellos angostos conductos, se movía con total libertad por las instalaciones, porque, a pesar de sus proporciones desproporcionadas, seguía siendo un duende y la oscuridad era su medio natural. En las cuevas estaba acostumbrado a desenvolverse con escasas condiciones lumínicas, dejándose guiar por los sonidos que captaban sus grandes pabellones auditivos. Y fue gracias al único sentido que destacaba en su especie como detectó a dos hembras de humanas en una sala en la que había otro hombre postrado en una camilla y conectado a decenas de artilugios.
—Presas fáciles —lucubró.
Sala acristalada del puesto de mando de Siberia
Erika se regaló unos segundos de descanso antes de proseguir.
—Aunque suene frívolo y tópico, para mí fue como perder un hijo.
—¿Cuándo supieron que había sobrevivido? —se adelantó la periodista.
—La estructura interna reforzada que les mencionaba con anterioridad le salvó entonces y le ha salvado ahora. Sin embargo, el combustible del helicóptero provocó un incendio que le afectó a la parte posterior del cuello y la espalda, inutilizando el tatuaje de grafeno que era la fuente de alimentación de madre. No volvimos a saber de Frederik hasta el año 2045, cuando en una reyerta con moradores recibió una leve descarga electromagnética que ocasionó la revitalización de madre el tiempo suficiente para dejar un rastro. Lo encontramos en lo que quedaba de Almaty, al sur del antiguo Kazajistán, en plena área de exclusión amarilla. No sabía quién era ni cómo había llegado a parar allí. Ya se pueden imaginar lo que nos costó recuperarle. En aquella etapa en Khimera ya trabajábamos en la clandestinidad y…, en definitiva, todo se hizo muy complicado —comentó eludiendo dar detalles—. Quiero que sepan —prosiguió dirigiéndose a Petra Toivonen— que jamás le reactivamos a madre; desde entonces, Frederik Keergaard ha actuado con total conocimiento de sus actos.
—Y su siguiente misión fue infiltrarse en nuestra organización —conjeturó la líder del MOC.
—No, antes me ayudó a saldar una deuda, digámoslo así, que arrastraba de mi pasado —confesó recordando a Olek—. Infiltrarse en el Movimiento de Oposición Civil fue el siguiente cometido y sin duda el más importante. Teníamos que cerciorarnos de que sus propósitos eran realmente los que parecían y cuando estuvimos convencidos de ello, le encomendamos traerles a ustedes dos hasta aquí.
—Ya —pudo decir la finlandesa en pleno proceso de asimilación.
—Permítame que le pregunte algo por no perder el hilo de la historia de Khimera —intervino Patricia Jones—. Ha mencionado antes que pasaron a operar en la clandestinidad. ¿Cuándo sucedió exactamente y por qué?
—Sí, gracias por guiarme —observó con sinceridad—. A pesar del éxito de la misión de la India, Dmitriy Gareev supo aprovechar el golpe que supuso para Khimera la pérdida del bogatyr y consiguió convencer al presidente de desviar los recursos destinados a la investigación para fortalecer su arsenal bélico. Ivanov ya estaba inmerso en plena contienda bélica y quiso cobijarse bajo el paraguas de los militares. Así, a pesar de la oposición frontal de Mijaíl, Khimera se quedó sin financiación. No obstante, para cuando aconteció aquello, Tolya y yo teníamos dos bogatyrí más en activo que ellos ignoraban: uno infiltrado en la cúpula militar de nuestros «queridos» aliados los chinos y otro, el primero, en nuestros propios servicios secretos. Así fue como descubrimos que alguien estaba haciendo negocio con Perséfone. Háganse cargo: el gas con el mayor índice probado de letalidad en manos del mejor postor. Dada la responsabilidad directa de Khimera, tomé la decisión de continuar por nuestra cuenta junto con el personal leal a la causa. Tolya me demostró su apoyo y dimos nuestro particular golpe de estado en marzo del 2038. Lamentablemente solo pudimos hacernos con el control de Siberia y Lukomorie.
—¿Qué pasó con Mijaíl Artémiev? —inquirió Ake Dahl.
Rusalka se bloqueó unos instantes.
—No podíamos contar con él —logró decir.
Nadie quiso interrumpirla en aquel clima de tensión.
—Mijaíl fue el responsable de que Perséfone cayera en manos de Koschéi, esa sombra que llevamos persiguiendo desde entonces. Cuando nos retiraron la financiación, Mijaíl buscó una solución rápida emulando lo que en su día hiciera nuestro presidente: vendiendo ojivas del gas Margaritka sin desvelar la fórmula. Sin embargo, el coronel general Gareev terminó convenciéndole para que les vendiera Perséfone a los chinos por una cantidad mucho mayor. La operación se hizo a través de un intermediario que garantizaba la confidencialidad a las partes. Una sola operación y salvaría Khimera. Pero ese intermediario era un tipo experimentado en esa clase de operaciones que supo repartir las cartas para jugársela a ambas partes. Alguien que finalmente se quedó con una importantísima suma y con el premio gordo: la fórmula de Perséfone. Ese intermediario era nuestro Koschéi. No descubrimos su identidad hasta varios años después, cuando ya era inmune, absolutamente intocable, el hombre más poderoso del planeta. Lo tuvimos siempre delante pero no supimos mirar en la dirección correcta.
Rusalka dejó caer su mirada, abochornada.
—Ese intermediario era Arthur Nichols, ¿me equivoco? —quiso saber Petra Toivonen.
Erika se mordió el labio a modo de respuesta.
—Pero tuvo la prudencia de cambiarse el nombre… —conjeturó.
—No. Ese era su nombre real, Arthur Nichols fue la identidad que utilizaba como agente.
—¡Por favor! ¿Quieren dejar de jugar a las jodidas adivinanzas? ¿De quién están hablando? —estalló la periodista descolocada.
—De Benjamin Harding. Del puto presidente de la Asamblea —desveló la líder del MOC.
—Exacto. Un ser despreciable que años atrás había vendido su alma a la Congregación de los Hombres Puros para empaparse de sus macabros procedimientos.
La noticia tardó en ser digerida por los presentes hasta que Ake Dahl se sobrepuso.
—Todavía no me ha respondido sobre lo que sucedió con Mijaíl Artémiev —reclamó.
Rusalka dio unos pasos hacia él. Algo se había enturbiado tras esos ojos azules, casi grises.
—Mijaíl trató de desaparecer cuando se dio cuenta de las consecuencias de sus actos, pero lo encontramos a través del bogatyr infiltrado en nuestros servicios secretos, que actuó en consecuencia. Tuvo una muerte rápida y digna —juzgó con frialdad.
Ake Dahl y la líder del MOC sincronizaron sendas expresiones colmadas de reprobación.
Erika subastó un gesto de fingida normalidad entre los asistentes, pero nadie pujó por él. Luego inclinó la cabeza y muy lentamente se apartó el pelo que le cubría la parte posterior del cuello. Un pequeño tatuaje de un animal mitológico con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón se mostraba nítido y vivo. Una quimera que lucía tan vigorosa como el día en que ordenó que se la hicieran para convertirse en el primer bogatyr.