Patricia Jones

Residencia de Patricia Jones. Cilindro Blue Lake

Cinturón metropolitano 1 de Nuevo Londres. Distrito 4

Britannia (área euroafricana norte, sector ártico)

Junio del 2054

Patricia Jones odiaba con todas sus fuerzas el tipo de música que John había seleccionado. En los locales de moda del distrito 12 ya machacaban suficientemente a los clientes con Killer Bees y Massive Pain como para tener que soportarlo al despertar. No obstante, ella prefería no meter mano en lo concerniente a la programación del DOM de la vivienda. Tenía muy presente la última vez que trató de modificar el iluminado automático del salón y terminó desconfigurando todo el sistema de gestión energético de la vivienda.

Su pareja llevaba dos semanas de viaje de negocios recorriendo el territorio Marenostrum, constatando la correcta utilización de los fondos destinados a la reconstrucción de las áreas más afectadas por la guerra. Lo echaba de menos más de lo que se había esperado, mucho más de lo que habría deseado. Se había encaprichado de John desde el primer día que lo vio y en aquel momento Patricia no estaba pensando en sus cualidades como conversador ni en su porte distinguido. Le parecía terriblemente atractivo y confirmó la sospecha tras acostarse con él, dando por buena la máxima de su prima Bronwyn: «Solo se sabe que un chico es guapo cuando te lo sigue pareciendo después de tirártelo». En unas horas terminaría la sequía y aquello evitó que disfrutara de su clásica sesión mañanera de ondas voluptatem. Estas actuaban directamente sobre la ínsula y el núcleo estriado del cerebro estimulando la segregación de hormonas sexuales que favorecían que el usuario pudiera alcanzar orgasmos de elevada intensidad.

Todavía sin incorporarse de la cama, grabó una nota de voz en su nuevo UAT Kronosphera para que el DOM avisara a John en cuanto pusiera los pies en casa de que debía cambiar el listado de canciones. El dispositivo había sido el último regalo de papá y, al margen de tener el mejor método de ajuste del mercado y contar con las últimas aplicaciones, lo que más le llamaba la atención era su nuevo diseño. Ensimismada en aquella fina lámina de grafeno perfectamente ajustada en el antebrazo, tuvo que reconocer que era más elegante que el modelo Crystal que seguían llevando muchas de sus amigas. A Patricia le encantaba estar a la última en todo lo relacionado con los avances tecnológicos, pero cuando se enteró de lo que le había costado sintió algo parecido a la vergüenza. Rememoró entonces otra petulante frase de su prima: «En el M1, una es considerada a la altura de lo que puede pagar por su UAT».

Y no le faltaba razón, porque en el cinturón metropolitano 1 de Nuevo Londres los ciudadanos de clase principal contaban con tantos privilegios que solo podían aspirar a ser el más principal de los principales.

Se incorporó con renuencia de la cama y se frotó los párpados mientras se dirigía a la estancia de aseo personal de la vivienda. Tras orinar, se mojó la cara y se miró al espejo. Pensó que debería corregirse esas arrugas de la frente con urgencia, pero últimamente no disponía de tiempo ni para acudir a su cirujano plástico, y eso que estaba incluido en su póliza Golden One. Desde la infancia, su madre le había hecho creer que sus rasgos constituían una belleza abrupta, diferente a las demás, cuando en realidad era la maternal manera de definir la fealdad. Así, a pesar de que ella había ido acercándose más a los cánones de belleza de la época a golpe de láser, no podía considerarse una mujer guapa. Como mucho, con atractivo social.

Enseguida empezaron a aparecer a la izquierda de su reflejo los datos del análisis de orina que acababan de enviarse a su compañía aseguradora. Todo en orden, excepto los niveles de hierro, que estaban, como siempre, algo por debajo de lo normal, lo que encarecería de nuevo el pago de la renovación de la póliza. Puso la mano en el espejo para acceder al Social Media del DOM y consultar la agenda. Resopló con amargura en el instante que se percató de que tenía que asistir a los actos programados por el decimoctavo aniversario del Outbreak Day, aquel día de infausto recuerdo para el mundo occidental en el que muchos historiadores revisionistas fijaban el inicio de la Guerra de Devastación Global. En Londres, la cadena de atentados suicidas dejó treinta y siete mil víctimas mortales entre la antigua estación de Charing Cross y los ya desaparecidos grandes almacenes Harrods, cuantiosos daños materiales y un terrible golpe en la entrepierna de los ingleses. Pero todavía no habían terminado de lamerse las heridas en la ciudad cuando, en pleno conflicto bélico, el Bloque Asiático señaló a la capital de Inglaterra como uno de los principales objetivos de la operación Otvet («respuesta»). Cientos de misiones aéreas dejaron la ciudad reducida a escombros, aunque, como ya ocurriera durante la Segunda Guerra Mundial, ni la destrucción ni la muerte de más de trescientos mil civiles minaron la moral británica. Resistieron y, casi dos décadas después, se estaba levantando sobre las cenizas de Londres una de las urbes capitalinas más prósperas de todo el área. Patricia Jones se sabía las cifras de memoria, no en vano en el Citizens era la tercera vez que le encargaban cubrir la noticia desde que aceptó trabajar en el periódico más importante de Britannia, perteneciente a Daily Networks, el grupo de comunicación más influyente del planeta. Patricia apenas guardaba recuerdos de la tragedia, entonces acababa de cumplir ocho años y su familia aún vivía en Glasgow, pero el Outbreak Day la seguía persiguiendo como si tuviera una cuenta personal pendiente con aquel 27 de mayo del 2036.

El estómago le recordó que la noche anterior se había metido en la cama sin probar bocado. Al detectar su presencia en la cocina, el DOM activó el modo resumen de las últimas noticias más consultadas en Follow, la red social de moda en el sector ártico del área. Una voz masculina cálida y grave narraba los titulares:

«La gobernadora de Britannia, la señora Show, ha advertido de que aplicará tajantemente las sanciones que imponga la Asamblea a los ciudadanos que superen las cuotas asignadas de consumo energético».

—Todos los días la misma maldita canción —comentó ella.

«A los cinco ciudadanos de orden principal acusados de pertenecer al Movimiento de Oposición Civil se les retirarán sus privilegios y serán expulsados de la urbe de inmediato».

—Más información —solicitó al DOM agarrando el compuesto vitamínico diario recién preparado por el programa de prevención sanitaria. Su ingesta era tan repugnante como obligatoria, si no quería arriesgarse a perder su póliza.

«Las familias de los cinco condenados pierden un grado en su condición de ciudadanía, aunque se les permitirá conservar sus propiedades. El comandante de la Milicia de la Urbe, el señor O’Gara, se mostraba muy satisfecho por el duro golpe proporcionado al núcleo dirigente de la organización clandestina. Según declaraciones de…».

—Terminar —ordenó—. Música.

Resopló con hastío al tiempo que empezaba a sonar una canción de las señaladas dentro de sus preferencias. Luego tocó el panel del refrigerador para consultar las posibilidades de desayuno que le ofrecían las distintas combinaciones de sus existencias alimenticias. El paupérrimo resultado la forzó a ordenar la compra configurada por defecto. Acto seguido, el sistema lanzó el pedido tras contrastar el surtido del DOM con el predefinido como óptimo por el usuario. La central de suministro se lo enviaría esa misma tarde al centro de aprovisionamiento del complejo de cilindros Blue Lake y con suerte respetarían el veintiocho por ciento de género no transgénico acordado en su póliza como ciudadana de orden principal. Antes de retirar el dedo índice del icono de compra, su pedido ya se estaba procesando. Así, por la noche podría preparar una cena en condiciones para celebrar su reencuentro con John.

Definitivamente tenía muchas ganas de verle, aunque no estaba muy segura de si ese sentimiento nacía en la cabeza, el corazón o la entrepierna.

Seleccionó la primera opción de desayuno que le ofreció el DOM: un café largo con leche, ocho galletas integrales y una pieza de fruta, que era la opción preferencial elegida por la usuaria según el histórico de consumo recogido por el sistema. La cafetera se puso en marcha en el momento que notó una ligera vibración en la muñeca. Miró su UAT. Era el director de Internacional del Citizens, Graham Andrews, o lo que era lo mismo: el jefe de su jefe. Se atusó el pelo y con un movimiento de su mano transfirió la llamada al panel visual de la cocina.

—Buenos días, señor Andrews —le saludó cuando vio aparecer su papada llenando la pantalla. Tragó saliva al reconocer la intensa actividad en la redacción del Citizens estando ella sin ducharse.

—Buenos días, Pat, y deja de llamarme señor Andrews, que me pones cinco años más encima de estos cincuenta y cinco que ya me cuesta asumir.

—Entendido, señ…, Graham —rectificó.

—He visto en tu agenda que hoy estarás cubriendo los actos del Outbreak Day.

—Como manda la tradición.

—Mejor que mejor, así podrás reciclar alguno de los artículos que hiciste para ediciones pasadas, porque a las 15:00 en punto te enviaré un vehículo a la localización exacta que marque tu UAT.

La periodista notó que se le aceleraba el pulso y optó por no contestar.

—Quiero tener una charla contigo sobre un asunto. Una oportunidad que te voy a servir en bandeja para que demuestres que has aprendido algo de periodismo. Si aceptas, iremos al Britannia Stadium, hoy disputan la final de la Premier League y allí nos encontraremos con el tipo de Daily Networks que tiene que aprobar la financiación del viaje.

—El viaje —repitió ella.

—Es probable que tengas que entrar en esos territorios del Mundo Manchado que acaban de reabrir.

Patricia notó que la lengua no se despegaba del paladar.

—¿Viajar a un área de exclusión? —logró preguntar.

—¿Habría algún inconveniente, Pat? —quiso saber ladinamente.

—En realidad, no.

—Lo imaginaba —mintió—. Supongo que has oído hablar del último bogatyr —introdujo cambiando el tercio con agilidad.

La cara de la periodista reflejaba un «me suena».

—Vuestra generación carece de memoria, ese es el gran problema al que nos enfrentamos hoy. Lo poco que sabéis lo aprendisteis en Facebook y Twitter, pero se os olvidó en el mismísimo momento que desaparecieron —se desahogó él—. El último bogatyr fue el tipo más buscado durante los primeros años de la reconstrucción, pero se le perdió el rastro y la mayoría terminamos por creer que estaba muerto y enterrado. Sin embargo, ayer nos ha llegado información muy fiable que nos hace pensar que está muy vivo.

Estas palabras motivaron que Patricia Jones encontrara el camino para llegar a la información que tenía guardada en su memoria.

—Claro. El misterioso superespía ruso ese que engañó a los suyos y a los de enfrente.

—A eso le llamo yo simplificar un titular —valoró ácidamente—. El último bogatyr fue el único superviviente de un grupo de agentes superdotados artificialmente, por definirlos de alguna forma —añadió—, que eran el estandarte de un proyecto mayor conocido como Khimera. Eso te suena más, ¿verdad?

—Verdad —improvisó.

—Como suele suceder en estos casos, lo único que sabemos es lo que nos han contado otros, que a su vez han oído hablar de ello, pero, en realidad, nadie tiene ni puta idea de lo que fue Khimera y menos de quién fue el último bogatyr.

—¿Cuántos eran?

—Nadie lo sabe con precisión, pero se supone que eran pocos, decenas, quizá menos, y todos cayeron antes de terminar la contienda.

—Todos menos uno, se supone.

—No se supone, uno sobrevivió. Es de las pocas cosas que se conocen con certeza a raíz de una comunicación interceptada por la Lupa cuando la Lupa era solo un rumor.

—Entiendo —dijo ella eludiendo el riesgo de seguir pareciendo una ignorante en la materia.

—Me alegro. Resulta que, después de tanto tiempo, nos ha llegado información fiable sobre su paradero actual —desveló—. O mejor dicho, su último paradero o, para ser más precisos, de la última vez que se le vio. O bueno… —rectificó de nuevo—, que se le creyó ver. O yo qué diablos sé. Luego te lo explico todo al detalle. Prepárate, Pat, tu vida está a punto de dar un giro importante —anunció Graham Andrews antes de cortar la comunicación.

Dando el primer sorbo de café y algo turbada, Patricia Jones abrió el navegador de la encimera y tecleó:

«El último bogatyr».

Tras aparecer los más de dos millones de resultados asumió que esa noche no cenaría con John.

Y la siguiente tampoco.