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En vano

El Hada Oscura retrocedió. Jacob Reckless. No quería volver a ver su rostro. Todo ese miedo en él, el dolor… Sentía la muerte que el nombre de ella le llevaba como una herida sobre la blanca piel.

No era su venganza. Aun cuando el estanque, que le mostraba su miedo, fuera el mismo estanque del castillo en cuya orilla él le había transformado la piel en corteza.

Su hermana roja veía seguramente las mismas imágenes en el lago que las había alumbrado a las dos. ¿Qué esperaba de su muerte? ¿Que esta aliviara el dolor de su infidelidad o que sanara su orgullo herido? Su hermana roja no sabía mucho del amor.

El estanque se volvió oscuro como el cielo que se reflejaba en él, y sobre las olas únicamente siguió temblando su propia imagen. El agua la desfiguraba, como si su belleza se descompusiera. ¿Y qué? Kami’en ya no la miraba de todos modos. Solo miraba el vientre hinchado de su esposa humana.

Los ruidos de la ciudad atravesaron el jardín nocturno.

La Oscura se dio la vuelta. No quería ver nada más, ni a sí misma ni al amante infiel de su hermana. A veces anhelaba recuperar las hojas y la corteza que él le había dado.

Ni siquiera se parecía a su hermano.

La polilla que se posó en su hombro era como un jirón de noche sobre su blanca piel. Pero incluso la noche le pertenecía ahora a la otra. Kami’en dormía cada vez más a menudo con su princesa de rostro de muñeca.

¿Qué quería su hermana con todo ese miedo y todo ese dolor? No devolvían el amor.