10

Profundamente enterrada

El comedor de Valiant estaba igual de expuesto a la corriente de aire que el resto de su castillo, y Zorro agradeció la chaqueta que Jacob le puso sobre los hombros. Contra el miedo, en cualquier caso, ayudaba tan poco como el fuego de la chimenea, que el criado de Valiant alimentaba con madera húmeda.

La mesa, las sillas, los platos, los vasos, incluso los cubiertos tenían medidas humanas, pero las sillas estaban provistas de escalones para que el enano pudiera subirse a ellas sin el bochorno de que un criado tuviera que ayudarle. Valiant estaba de muy buen humor y por fortuna creía que el silencio de Jacob era consecuencia del cansancio del viaje.

Lo perderás, Zorro.

Esas palabras le colocaban un férreo anillo alrededor del corazón.

Se avergonzaba de haber creído que había permanecido tanto tiempo fuera por Clara. Tendría que haberlo conocido mejor después de todos esos años. Pero había estado tan cansada… todo ese amor desamparado, el deseo, el anhelo por él. Le había sentado bien darle la espalda a Schwanstein y estar sola un tiempo, percibir la propia fuerza. Ser feliz sin él. No era bueno amar demasiado, menos aún a alguien que consideraba el sentimiento una simple mona que, en algún momento, se dormía y se olvidaba. Un par de veces había jugado incluso con la idea de simplemente no regresar a Schwanstein. Pero ahora todo era distinto. ¿Cómo iba a dejarlo solo ahora?

Valiant preguntó a Zorro cómo estaba la gamuza.

¿Cómo? Hasta la carne de su plato hablaba de la muerte. Zorro clavó el tenedor en la carne de gamuza y miró a Jacob. Su rostro parecía tan joven cuando tenía miedo. Y tan vulnerable.

Prometiste protegerlo. El corazón de Zorro susurraba aquello una y otra vez. Entonces, cuando te liberó de la trampa. ¿Y qué? Las promesas eran inútiles cuando debían medirse con la muerte. Esta era como un lobo hambriento en el bosque. A su padre biológico lo había ido a buscar tan inmediato a su nacimiento que ella no recordaba su rostro, y tres años más tarde su única hermana había sido su víctima.

¡Pero Jacob no!

Por favor, Jacob no.

Valiant se sirvió por tercera vez y apostó con Jacob a que lo siguiente que los goyl atacarían sería Lothringen y no Albión. A quién le interesaba eso o si la hija de la emperatriz le daría efectivamente un hijo al rey goyl. Fuera, el viento aullaba como un animal hambriento y la noche era casi tan fría como su miedo.

—Sí, lo sé. ¡En el consejo de enanos voté en contra! —Valiant había bebido demasiado. Eso lo hacía aún más parlanchín. Naturalmente el palillo de dientes, con el que se sacaba la carne de gamuza de los dientes, era de oro—. Fue codicioso cavar tan profundamente, pero en este momento nada da más dinero que las minas de hierro —el enano aguardó a que los criados hubieran recogido los platos sucios y se inclinó hacia Jacob sobre la mesa—. No habían planeado cavar hasta la Ciudad Muerta. ¡Los idiotas solo se dieron cuenta al toparse con la puerta!

—¿De veras? —murmuró Jacob.

Apenas había comido nada.

Zorro lanzó a los dos dogos, que estaban tumbados delante de la chimenea, los huesos que había reunido en su plato. La zorra que había en ella sabía lo bien que sabían. A Valiant no le gustaban los perros. Eran tan grandes que apenas les sobrepasaba un palmo, pero habían venido con el castillo.

—Deberían haber vertido un cargamento de piedras delante y haberla olvidado. —Valiant dejó caer el palillo en la mano del criado—. Sabes que estoy siempre buscando un buen negocio. Pero ¿a quién quieren venderle esa cosa si finalmente consiguen entrar?

Jacob se sirvió el resto del deplorable vino que Valiant había dejado.

—¿Entrar dónde?

Al parecer escuchaba con tan poca atención como Zorro.

—¡En la cripta! ¿De qué crees que llevo hablando todo el rato? ¿Zorro no te ha contado nada?

Valiant lanzó una mirada llena de reproches a Zorro. Probablemente había recitado la historia una docena de veces. Pero ella había estado ocupada con sus propios pensamientos y pronto se había hartado de escuchar recitaciones sobre la historia y la política de los enanos. Uno de los perros se le acercó y le olfateó la mano. Quizá olía a la zorra bajo la piel humana.

Valiant bajó la voz.

—Es la tumba de ese rey con nombre impronunciable. Küsmund o como quiera que se llame. Ya sabes… el verdugo de las brujas.

Jacob vació el vaso.

—¿Gismundo?

—Sí. Como quiera que se llame. Todo es absolutamente confidencial. —Valiant hizo señas a uno de los criados y señaló la botella de vino vacía—. ¿Qué crees que es esto? —le abroncó—. ¡Trae una nueva! ¡Muchos viticultores mezclan últimamente su vino tinto con polvo de elfos! —murmuró a Jacob mientras el criado se marchaba deprisa—. Me pregunto cómo no se les había ocurrido antes. Mantienen a los elfos en jaulas. Cientos de jaulas. Es fantástico —alzó la copa y brindó con Jacob—: ¡Por los tiempos modernos!

Jacob miró su copa como si los elfos reclusos nadaran en su interior.

—¿La cripta estaba saqueada? —su voz sonaba tan indiferente como si estuviera preguntando por el sastre de Valiant.

El enano se encogió de hombros:

—Conoces el consejo de enanos. Ahorran en el lugar equivocado. De los cazadores de tesoros que han mandado, no ha vuelto ninguno. Pero te digo: ¡es mejor así! ¿Quién quiere un arma que termina cada guerra de un disparo? ¿Dónde está el negocio…?

El enano continuó hablando y Zorro percibió cómo Jacob buscaba su mirada. No estaba segura de lo que veía en sus ojos: esperanza o miedo a ella. El verdugo de las brujas. Intentó recordar lo que los cazadores de tesoros asociaban con ese nombre, pero todo lo que le vino a la memoria fue que en cada cementerio de brujas había una piedra que lo maldecía.

—¿Puedes llevarme a la cripta?

Valiant estaba en ese momento alabando el excelente beneficio que se podía hacer con las guerras, pero la pregunta de Jacob lo hizo enmudecer en el acto. El enano esbozó una sonrisa maliciosa, que levantó el ridículo bigote sobre sus dientes de oro.

—O sea que sí. Casi me habías convencido de que tenías conciencia. Al fin y al cabo solo se trata de negocios, ¿no es eso?

Jacob le quitó la copa de la mano:

—¿Puedes llevarme allí? Necesito una respuesta antes de que te bebas la silla.

Valiant le arrancó la copa.

—¿A quién quieres venderle esa cosa? ¿A los goyl? ¿O quieres hacer feliz con tu ayuda a un rey humano, para variar, y así reparar lo que hiciste por los rostros de piedra en la catedral? Jacob Reckless, el cazador de tesoros que decide quién gobierna este mundo.

El rostro de Jacob palideció aún un poco más. No le agradaba recordar la Boda Sangrienta y el papel que había desempeñado en ella.

El tono de su voz se volvió más ronco a causa del enfado cuando le respondió al enano:

—No ayudé a los goyl, sino a mi hermano.

Valiant hizo bailar sus ojos de forma burlona:

—Sí, lo sé. Eres un santo. Sin embargo, deberías estar contento de que los goyl mantengan en secreto quién les salvó la piel de piedra en la Boda Sangrienta. Son más odiados que nunca. Los atentados en Vena no son nada comparado con el enfado que tienen en sus provincias nórdicas. En Prusia y Holstein, los atentados son el pan de cada día, y Albión provee de armas a los rebeldes. El mundo es un barril de pólvora. El negocio de la dinamita y la munición nunca fue mejor. Lirios de hadas y agujas de bruja… —el enano gruñó de forma despectiva—, ¡mercancías de ayer! El comercio de armas. Ese es el futuro. ¡Y las manos de los enanos crean bombas muy manejables!

Su sonrisa reflejaba tal éxtasis que parecía estar contemplando el mismo paraíso.

—¿Qué hay en esa cripta? —preguntó Zorro mirando a Jacob con gesto interrogante.

Valiant se pasó la servilleta sobre el bigote humedecido por el vino.

—La ballesta más mortífera que se haya construido —su lengua se volvía más pesada a cada palabra. Zorro tuvo que esforzarse para comprender las palabras que balbucía—. Una flecha en el pecho del general y todo el ejército se convertirá en una montaña de cadáveres. No está mal… ni siquiera los goyl tienen algo comparable a eso.

Zorro miró a Jacob sin comprender. ¿Qué significaba aquello? ¿Quería desperdiciar el tiempo que le quedaba buscando un tesoro cualquiera?

—El cincuenta por ciento para mí —dijo Valiant—. No… el sesenta. O, de lo contrario, olvídate.

—Te daré el sesenta y cinco por ciento… —dijo Jacob—, si partimos mañana temprano.