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La trampa

Ponte en pie, Jacob. El dolor comenzaba a remitir, pero su corazón seguía atascándose, como si cada latido pudiera ser el último.

Aun así, Jacob. Solo unos pasos.

Coge la ballesta. Zorro llegará enseguida.

Logró efectivamente levantarse.

¿Y si Zorro no lo encontraba a tiempo? ¿Quieres dispararte tú mismo la flecha en el corazón, Jacob? La imagen casi resultaba divertida.

De cerca, la figura que estaba sentada en el trono era tan real como si Gismundo la hubiera ordenado hacer de carne y hueso. La mirada muerta atravesó a Jacob cuando se acercó al taburete. Cielos. Sus pies se atascaban casi como su corazón.

—Se lo pones difícil a la muerte —el bastardo se separó sigilosamente de la sombra, como había hecho en la cripta.

¿Dónde tenías los oídos, Jacob? El error más viejo del mundo: olvidar la precaución cuando el tesoro estaba al alcance de la mano. Moriría como un principiante.

El bastardo contemplaba los cuadros de las paredes mientras se acercaba a él. Jacob echó mano del revólver, pero la muerte lo volvía lento, y el goyl lo apuntó con la pistola antes incluso de que hubiera sacado el arma del cinturón.

—No me obligues a acortar los últimos minutos de tu vida —dijo Nerron mientras apuntaba a la cabeza de Jacob—. ¿Quién sabe? Quizá te quede aún una hora. ¿Cómo abriste la puerta? El maldito hierro me ha quemado las manos incluso a mí.

—No tengo la menor idea —la ballesta estaba tan cerca que solo habría tenido que extender la mano, pero Jacob vio que el goyl dispararía. Había aprendido a leer en los veteados rostros. En ese momento le recordaba también al de su hermano—. ¿Quién te ha liberado?

—El hombre de las aguas. Tenía la sensación de que sería útil dejarlo con vida. Aunque en las últimas semanas le habría retorcido una docena de veces el escamoso pescuezo. —Nerron miró alrededor buscando—. ¿Dónde está la zorra?

Saca la pistola, Jacob. Inténtalo al menos. ¿Qué tienes que perder?

Pero quizá no quedaba simplemente suficiente vida en él.

Nerron se detuvo frente a él.

—Es muy hermosa y no es algo que suela decir de las mujeres humanas. ¿Crees que se dejaría consolar por mí? Al fin y al cabo también se marchó con el barbazul.

Sí, a Jacob le habría gustado matarlo de un disparo.

—Estoy seguro de que todos los diarios publicarán una necrología sobre el gran Jacob Reckless. —Nerron se dirigió a la ballesta, la pistola seguía apuntando a la cabeza de Jacob—. Quizá vengan a mí para escuchar cómo exhalaste el último suspiro. Te prometo que lo describiré de forma muy halagüeña.

Jacob pasó la mano sobre la sangrienta huella de su camisa. Tan cerca. Su mano temblaba:

—¿A quién se la venderás?

—Estoy seguro de que te sorprenderías.

Nerron agarró la ballesta.

Zas.

El tictac comenzó tan pronto el goyl levantó el arma del taburete, pero no se percató de ello. Al principio él tampoco comprendió, cuando se dirigió al borde del círculo… y se chocó contra una pared invisible. La maldición que profirió habría sido un honor para un enano. Intentó pisar otro punto del borde del mosaico, pero naturalmente las piedras no lo dejaban salir.

No era un consuelo para Jacob que el goyl fuera tan ciego como él, pero quizá podía autodisculparse diciéndose que el miedo a la muerte no volvía más listo.

Era una trampa. Desde el principio. Habían quedado atrapados en ella al leer las palabras en la cripta, y quienquiera que fuera el muerto cuyo cadáver habían encontrado allí no había sido el verdugo de las brujas. ¡Las uñas te habrían tenido que hacer desconfiar, Jacob! ¿Ni rastro de putrefacción? ¿Dónde tenías tu sentido común?

Miró la figura sentada en el trono. El verdugo de las brujas estaba sentado frente a ellos, y la trampa que había colocado se había cerrado de golpe después de casi ochocientos años.

El bastardo arrojó con tal fuerza el taburete contra la pared invisible que los rodeaba que este se hizo astillas.

—¡Maldición! ¿Qué nos ha delatado?

Jacob se dejó caer sobre las rodillas:

—Nada —dijo—. Nos toma por sus hijos. Ese es el problema.

Sacó la bolsa con los cabellos de Louis del bolsillo y los lanzó lejos, aun cuando fuera demasiado tarde.

—La trampa estaba pensada para ellos, pero fueron más listos que nosotros. Se trata de un hechizo de tiempo.

Las brujas usaban relojes de arena, pero Gismundo había usado el reloj que había traído del otro mundo. ¡Lo viste, Jacob! ¿Dónde tenías tu sentido común? Un círculo mágico y un reloj. No hacía falta más.

—Un hechizo de tiempo… —el goyl golpeó las garras contra la pared invisible. Sonó como si chocaran contra un cristal—. Nunca lo había oído. ¿Cómo actúa?

—A partir de este momento, cada minuto nos costará un año.

Llegaría, pues, a hacerse viejo.

Las brujas solían matar de esa forma a sus enemigos más odiados, pero el verdugo de las brujas no había tenido en mente ninguna venganza. ¡Tenías que haberte dado cuenta en la misma cripta, Jacob!

—Cuando uno hechiza a sus propios hijos en el círculo —su voz sonaba ya más áspera—, consigue para uno mismo los años que les roba. Uno simplemente recupera la vida que se les ha brindado… cuantos más, mejor. A fin de cuentas, Gismundo no quería volver a nacer como un hombre viejo. Así que intentó atraer a los tres hasta aquí.

—¿Volver a nacer? —el bastardo miraba incrédulo la imagen de Gismundo.

—Sí. No es ninguna estatua. Es su cadáver. El verdugo de las brujas quería regresar de la muerte, aunque para ello tuviera que matar a sus hijos.

Tictac. El rechinar del reloj partía el silencio y Jacob sentía secarse su carne.

—Quizá habría funcionado con el mismo Louis —dijo—, pero nosotros no le serviremos. De todos modos, nos matará.

Y Zorro no podría hacer nada para liberarlos. Solo Gismundo podía romper el círculo. Jacob no sabía qué deseaba: que Zorro los encontrara aún con vida o mejor cuando todo hubiera acabado.

—¿Has oído, verdugo de las brujas? —gritó Nerron al muerto del trono—: ¡Has capturado a los erróneos! ¡Déjanos marchar! ¡Tus hijos no fueron tan estúpidos como nosotros y entretanto están tan muertos como tú!

Cada minuto, un año.

El bastardo se hundió de rodillas. Respiraba con tanta dificultad como Jacob, pero el hechizo apenas se notaría en él. La piel de goyl no envejecía.

—¡Admítelo! —gritó—. Admítelo. ¡He ganado!

Jacob cerró los ojos. No, no quería que Zorro los encontrara así. Quería que no los encontrara nunca y que todo aquello nunca hubiera sucedido. Pero ¿cómo había empezado todo? Cuando había cruzado el espejo. Si no lo hubiera hecho, nunca la habría encontrado y la zorra habría acabado en la trampa.

Levantó la mano. Parecía la de un hombre viejo.

No quería que lo encontrara así.