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El otro lado
Zorro se dio la vuelta y Jacob agarró su mano. Recordó la sensación que producía perder el propio mundo por primera vez y encontrarse de pronto en otro. El mareo. La pregunta de si uno estaba soñando o despertándose. Sintió lástima por no poder dejarle más tiempo.
Jacob la apartó del espejo y destrozó el oscuro cristal con la culata del revólver. Dio golpes hasta que del marco de plata solo colgaron un par de afilados pedazos. Zorro se sobresaltó con cada golpe, como si él estuviera despedazando su mundo, y abrazó la bolsa que escondía la ballesta como si tuviera que aferrarse al único objeto que la unía a su mundo. Jacob se sorprendió de que su magia siguiera surtiendo efecto.
—¿Dónde estamos? —susurró Zorro.
Sí, ¿dónde?
A su alrededor estaba tan oscuro que Jacob apenas podía ver sus propias manos ante sus ojos. Tropezó con un cable y, al buscar apoyo, su mano agarró un pesado terciopelo.
—Kto tu jest?
El foco que se encendió sobre ellos era tan deslumbrante que Zorro se tapó los ojos con las manos. Los pedazos de espejo se astillaron bajo sus botas cuando retrocedió, y se enredó en una cortina negra. Jacob la agarró del brazo y la apartó a un lado.
Un escenario. Una mesa, una lámpara, dos sillas y, entre ellos, el espejo. Un atrezo. Nada más. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Se ocultaba desde hacía años entre polvorientos atrezos de teatro…? ¿Lo había usado alguien desde que Gismundo lo atravesara con sus caballeros, o había guardado su secreto desde entonces? ¿Cómo había llegado a manos del verdugo de las brujas? Tantas preguntas. Las mismas que Jacob se había formulado incontables veces sobre el otro espejo. ¿De dónde venían? ¿Cuántos había? ¿Y quién los había hecho? Había buscado largo tiempo las respuestas, pero el único indicio que tenía era la hoja de papel que había encontrado en un libro de su padre.
Otros dos focos se encendieron. Filas de asientos de color rojo se perdían en la oscuridad. Era un gran teatro.
—Rozbiliscie Lustro! —el hombre que se acercó a ellos se detuvo atónito cuando vio la mancha de sangre de la polilla en la camisa de Jacob.
Jacob metió la mano en el bolso mientras le brindaba al hombre la más amable de sus sonrisas.
—Przykro mi. Zapłacę za nie —su polaco no daba para mucho más. Si era polaco lo que oía. Hacía unos años, Jacob había hecho negocios con un anticuario de Varsovia, pero había pasado mucho tiempo de aquello.
Por fortuna, aún le quedaba un tálero medianamente vistoso, pero el hombre miró la moneda con tanta desconfianza como si Jacob le estuviera pagando con dinero de atrezo.
Consigue escapar de aquí, Jacob.
Agarró la mano de Zorro y tiró de ella hacia la escalera del escenario. Continuaba sintiéndose como recién nacido.
Camerinos. Otra escalera. Un oscuro vestíbulo y una fila de puertas de entrada acristaladas. Jacob encontró una que estaba abierta. El aire que les salió al paso estaba entremezclado con los olores y los ruidos de su mundo.
Zorro miró incrédula la calle de cuatro carriles que tenían delante. Las farolas que las iluminaban eran mucho más deslumbrantes que en su mundo. Un coche pasó. Los semáforos teñían el asfalto de color rojo y, al otro lado de la calle, un rascacielos se elevaba en el cielo nocturno.
Jacob le quitó a Zorro la bolsa engañosa y tiró de ella.
—Regresaremos pronto —le susurró—, te lo prometo. Solo quiero ver cómo está Will y encontrar un buen escondite para la ballesta.
Ella asintió con la cabeza y lo abrazó.
Había pasado.
Y todo iba bien.