62
Extinguida
Las voces eran horribles. Reñían. Gritaban. Lloraban. Aguardaban detrás de cada puerta y Zorro vagaba de habitación en habitación, de sala en sala; encontró oro y plata, botines amontonados sin orden ni concierto de ciudades saqueadas, arcas llenas de valiosas ropas, platos de oro sobre mesas vacías que, por un momento, trajeron el recuerdo del comedor del barbazul, camas bajo baldaquines color rojo sangre, muebles cubiertos con costras de joyas… La luz de la vela los desprendió como imágenes irreales de las tinieblas y todo ese esplendor se limitó a susurrar la locura de Gismundo. El palacio entero era un fantasma. Todas esas voces, toda esa tenebrosa hambre que lo llenaba… Toda esa vida muerta que no deseaba morir.
La titilante llama de la vela iluminó un cuarto de estudio. Libros. Mapas. Un globo terrestre. En el suelo reposaba la piel de un león negro, y el dibujo del tapiz que colgaba en la pared desvelaba que podía volar.
La vela se apagó.
Zorro sintió cómo su corazón comenzaba a latir más deprisa.
La había encontrado.
Jacob había encontrado la ballesta.
Mudó de forma. La zorra llegaría más deprisa junto a él.
Jacob viviría.
Todo iba bien.