Los médicos placebos

DOCTOR:

Ustedes, creo, llaman placebos a las seudomedicinas inocuas e innocuas, que también admite la doble ene la Real Academia en su "Diccionario Manual Ilustrado de la Lengua Española" en su segunda edición de 1958, innocuas, repito, a las medicinas que no hacen ningún efecto y que a veces curan por sugestión. Son medicinas trampa que se recetan a los enfermos para sorprenderles en flagrante delito de falsedad hipocondríaca.

Y aquí surge una de las cuestiones que nos tiene muy preocupados a los profesionales de esas "falsedades" y que también deberían preocuparles a ustedes, porque, doctor, dígame sinceramente: ¿Cómo saben ustedes que los placebos no curan de verdad? Jamás podrán tener la certeza de los resultados de los tratamientos con placebos.

Usar placebos es un engaño, es seudociencia y, además, solo aproximada. No sé si me entiende, doctor. El placebo nace en la duda, siembra nuevas dudas y perpetúa las dudas.

Se lo digo yo, que durante algún tiempo, ofendido por el engaño de unos médicos que me trataban con placebos, me dediqué a engañar a los médicos que quisieron engañarme.

A veces fingía mejorías que llenaban de felicidad a los médicos maquiavélicos que creían que me estaban engañando, y otras veces fingía recaídas que les llenaban de consternación.

Los que muchas veces se comportan como placebos son ustedes los médicos. Casi siempre recetan a ojo con una candorosa fe en los laboratorios que lanzan sus novedades para que ustedes las prueben en los pacientes. Experimentan con ustedes y ustedes con nosotros. El mundo de la medicina es un inmenso placebo lleno de supersticiones, magia y azar.

Ustedes, doctor, sin tener conciencia de los efectos curativos que pueden producir con su presencia, son los verdaderos placebos.

Basta con que nos estrechen la mano cuando entramos en su consulta, basta con que nos acompañen hasta la puerta de su consulta cuando se despiden de nosotros, basta con que nos miren con afecto y no con indiferencia, basta con que los enfermos adivinen que usted se está interesando por nuestra persona, basta con eso para que nosotros, los desdichados y asustados enfermos, nos sintamos mejor cuando salíamos de su consulta que cuando entramos llenos de ansiedades.

Ese es el mejor placebo que pueden ustedes recetarnos, doctor. Envíen los otros placebos a las ONG esas que regalan medicinas semiusadas a los países pobres del llamado Tercer Mundo, donde da lo mismo que el placebo alivie o agrave, cure o mate, entierre o resucite.

Y una última observación que quizás pueda ayudarle a usted que es tan aficionado a practicar la magia de los placebos. Escribirle esta carta me ha curado de la ira que he sentido cuando he sabido que me trataba como a un niño tonto recetándome sedantes y otras chucherías porque, decía, que yo no tengo nada y que solo padezco "fantasías histeroides".

Pues se equivoca. Estoy muy enfermo. No sé de qué, pero estoy muy enfermo y se lo demostraré cuando un día, al abrir la puerta de su consulta, se encuentre usted mi cadáver abrazado al felpudo ese que tiene lleno de virus y de orines de los incontinentes que le visitan.

Y eso es todo, doctor. Si no me retira el saludo, un día de estos hablaremos de este tema del que puedo enseñarle muchas cosas.

Adiós, doctor. Un abrazo.