Dos mil años después

DOCTOR:

Hoy no voy a molestarle con mis angustias ni mi narcisista hipocondría.

Hoy quiero hablarle de dos hechos que quizás sean algo más que una coincidencia.

Verá, hace dos o tres meses estuve en un pueblo de Castilla donde sufrí repentinamente un dolor de muelas. Fui a la farmacia en busca de un calmante y me dieron lo que se suele dar en estos casos, pero al salir de la farmacia, una lugareña (así es como las llamábamos en mis tiempos) que había escuchado mis lamentos me dijo que las medicinas no servían para nada en los dolores de muelas, que solo calmaban el dolor pero que no curaban.

—Para eso que usted tiene lo único eficaz me explicó- es que se frote bien las encías con caca de oveja.

Yo fingí tomar en serio su consejo, le agradecí la información y para no ofenderla acepté el regalo que me hizo de unas mierdecitas del citado animal. Naturalmente no hice caso de su consejo.

Pues bien, doctor, ayer, cuando leía unos versos de mi amado Catulo, tropecé con un poema que de alguna manera entronca con la terapéutica que me recomendó la campesina como eficaz para el dolor de muelas.

El poema es aquel en el que Catulo habla despechado de Egnacio y que comienza diciendo:

"Egnacio ríe porque tiene blanquísimos los dientes." El pobre Catulo, que era constantemente traicionado por la casquivana Lesbia, sentía celos de Egnacio y de su hermosa dentadura y de sus risas y exhibiciones dentales y le llama idiota porque, escribió Catulo, "nada hay más idiota que una risa idiota".

Y acaba el poema diciendo:

—"... pero tú eres celtíbero y por esos pagos la gente lo que mea lo utiliza para fregar sus dientes hasta despellejarse las encías. Así que, cuanto más brillen tus dientes, más meadas habrás bebido, Egnacio."

Y aquí vienen mis dudas y mis curiosidades, doctor: ¿Puede haber alguna relación entre la blancura de los dientes de Egnacio regados por sus propios orines y los hábitos curativos de aquella anciana campesina, también celtíbera, que me recomendó los frotamientos de caca de oveja para tener sanas las muelas?

Han pasado casi dos mil años entre las dos informaciones. Es imposible que una costumbre perdure tanto tiempo sin que exista alguna causa, desconocida por la ciencia, que la justifique. Algo razonable debe haber en ambas tradiciones, porque nadie, pienso yo, se frota los morros con cacas y orines por capricho.

¿Puede ocurrir que alguna bacteria cacáfoga producida en nuestro cuerpo sea capaz de guerrear y vencer a otras que nos vengan yo qué sé de dónde? Las historias de la medicina y de la farmacopea han demostrado que en las observaciones empíricas populares siempre subyace alguna razón, de las llamadas científicas, aún desconocida.

Además, de estas dudas pueden nacer certezas que nos hagan millonarios, doctor. Las cacas inundan el mundo, son baratas. Con una buena presentación y una buena campaña de marketing y un buen nombre que suene a anglosajón podemos hacernos de oro.

Espero su opinión. Si usted se ocupa de la parte científica, cuente ya desde ahora con el cincuenta por ciento de los beneficios.

Hasta pronto, doctor. Espero sus noticias.