La fe de los santos
DOCTOR:
Yo soy un ignorante, doctor, uno de aquellos sencillos y mansos sandios que no comprendían las doctrinas de los teólogos ni sus sagrados misterios y que solo se salvaban por la gracia de la fe.
Yo soy un sandio de la farmacopea y me someto a la paternal sabiduría de sus sacerdotes. Lo que digan ellos para mí es obligatoriamente cierto. Sin su luz y su guía yo sería un pobre hombre perdido en el desierto o un orgulloso hereje enfangado en la soberbia y el error, un muerto del cuerpo y un muerto del alma. Porque yo, doctor, he depositado candorosamente un. cuerpo y mi alma en la grandeza de los sumos sacerdotes que forman una nueva trinidad: los fabricantes de las medicinas, ustedes los médicos, sacerdotes oficiantes, y los farmacéuticos, acólitos de los sagrados ritos.
Le digo esto, doctor, porque mire lo que dice el prospecto de la última medicina que usted me ha recetado:
Composición Cuantitativa: "... polivinilpirrolidona, carcosimetitalmidón sódico, hiproxipropilmetilcelulosa, óxido de hierro amarillo, óxido de hierro rojo, dióxido de titanio, poliésteres acrílicos dispersos, polietinelglicol, aceite de ricino hidrogenado y varios etcéteras más".
Precauciones: "... si se presenta una hemorragia gastrointestinal o un ulcus, debe suspender la medicación...".
Efectos Secundarios:
Gastrointestinales.- Ocasionalmente, dolor epigástrico y otros trastornos (p. ej.: vómitos, náuseas, diarrea).
Sobre SNC.- En ocasiones, cefalea, mareo, vértigo y, en casos aislados, trastornos de la sensibilidad o de la visión (visión borrosa, diplolia), tinnitus, insomnio, irritabilidad, convulsiones.
Hepáticos.- Raras veces trastornos de la función hepática, inclusive hepatitis, con o sin ictericia, y en casos aislados, fulminante.
Y añade: "Consulte a su médico inmediatamente si se presentan síntomas más graves, con malestar de estómago y"o coloración negruzca de las heces o reacción de hipersensibilidad (p. ej., erupción cutánea y ataques de asma)".
Afortunadamente, doctor, al parecer no hay peligro de lepras súbitas o estrangulamientos difusos idiopáticos.
¿Comprende ahora por qué le digo que pertenezco al cándido rebaño de los sandios y que creer ciegamente las indicaciones de las medicinas que tomamos todos los días es casi más difícil que creer en los misterios de la Santísima Trinidad?
Yo, doctor, a pesar de mis terrores, voy a iniciar el tratamiento tan amenazante por sus riesgos.
Mi fe en la medicina permanece firme, pero mi alma se llena de dudas y de turbaciones y en mi ignorancia solo me queda arrodillarme, sumiso y esperanzado, con aquella confianza de los antiguos sandios de la Edad Media, aceptando, sin comprenderlas, las palabras de los teólogos que les indicaban el camino de la salvación.
Así estoy yo, doctor. Así estoy, hecho un sumiso corderito pascual que desde su ignorancia y su modestia se atreve a preguntarle: “¿Y ustedes los médicos, dígamelo sinceramente, doctor, ustedes saben lo que recetan? ¿No son también, como los antiguos frailezucos, piadosos creyentes que abrazaban sin comprenderlos los grandísimos misterios de la revelación Divina?”.
Sé que me dirá que deje de leer los prospectos de las medicinas que me receta y que tampoco usted los ha leído. No puedo obedecer su consejo, doctor. La carne es débil y sucumbe fácilmente a las tentaciones y espejuelos del diablo.
Dejar de leer esos prospectos es superior a mis fuerzas. Sin leerlos, me sentía más desvalido todavía.
Prefiero arrodillarme con humildad, tomarme las medicinas que usted me receta y confiar en la Caridad del Señor y en los laboratorios de las industrias multinacionales del ramo.
Y que sea lo que Dios, usted y mi destino quieran.