Parto sin dolor y el coito no deseado

DOCTOR:

Los dolores de los partos, doctor, a mí me son indiferentes porque a mi edad es ya difícil que yo dé a luz un niño, una niña o un hermafrodita.

Sin embargo, como ciudadano incluido en los seis mil millones de seres humanos que poblamos la Tierra, esos dolores que le digo sí que me preocupan. Especialmente porque son los pueblos menos favorecidos económicamente los que mayor carga de dolores de parto sufren desde hace siglos.

Reducir la natalidad en el Tercer Mundo no es fácil. El ocio, la benignidad del clima y hasta, podemos decir, su masoquismo histórico para tolerar sufrimientos es bien conocido.

Para ellos especialmente van dedicadas estas reflexiones. Hay que cambiar la tradicional costumbre de que los embarazos se produzcan con placer y los partos con dolor, tanto para las madres como para los hijos. Lo razonable es que sea todo lo contrario. Así de sencillo y claro, doctor.

Los científicos de todo el mundo deben luchar para conseguir que los partos sean placenteros y para que los encuentros carnales entre hombres y mujeres sean espantosamente dolorosos, intolerables, como le digo.

De esa manera los hijos serían fecundados con los actuales dolores del parto y serían nueve meses más tarde traídos al mundo con los estremecimientos de los orgasmos más placenteros, insisto, porque no ignora que es difícil comprender esta idea. Con ese cambio biológico, la humanidad se vería pronto reducida a unos Límites razonables. No nacerían hijos del descuido, de las violaciones, de los fines de semana de alcohol y drogas.

Los hijos serían hijos de la voluntad de sus padres, de la responsabilidad, de los sufrimientos físicos de quienes de verdad van a amar a sus hijos.

El placer sexual encontraría así su verdadero sentido, ya no se pariría a gritos y con dolor. Nacerían hijos más felices, más sanos, menos traumatizados, con una idea del cosmos más optimista. no nacerían llorando como ahora.

Para las madres, la noche de la luna de miel, la noche de los besos y suspiros de amor y de placer sería ahora un crujir de dientes y de genitales, un gritar de intolerable dolor. Así mostrarían que aquel acto que están realizando es un acto de responsabilidad, y no una frivolidad y desenfreno.

¿Y los hombres?, se habrá preguntado usted seguramente. Los hombres serían las mayores víctimas porque ellos solamente sufrirían dolores, porque las fornicaciones, como le digo, serían un tormento y no tendrían a cambio los placeres de los partos. ¡Que se aguanten los hombres y se adapten a las nuevas leyes de la naturaleza, doctor! Los hombres llevan millones de años saboreando su machismo. Ya es hora de que las cosas cambien.

Creo que mi idea debe ser apoyada por todo el universo científico. La ciencia puede alcanzarlo.

Sé que los grandes perdedores serían quienes conforman el colectivo gay. En su vida sentimental solo tendrían dolores y no tendrían el placer de ser padres. Pero a cambio de esa pequeña renuncia en sus relaciones sexuales, dolorosas según las nuevas leyes biológicas, podrían demostrar que su amor es sincero, que no nace de la lujuria ni de la busca desordenada del placer sexual, que esos dolores son el más puro testimonio del amor más desinteresado. Eso es ya frecuente en ellos, dicen.

Supongo que está usted de acuerdo conmigo, doctor. Divulgue mis opiniones usted que viaja a tantos congresos médicos. Puede incluso decir que la idea es suya. No me importa. En estas reflexiones no busco la vanagloria, sino el triunfo de la razón.

Entre todos debemos conseguirlo.

Doctor, un abrazo.