La hipocondría de un poeta
DOCTOR:
Me refiero, doctor, a Juan Ramón Jiménez, un exquisito de la hipocondría que sabía de sus padecimientos mucho más que todos los médicos que le atendieron.
En el libro "Juan Ramón de viva voz", su autor, Juan Guerrero Ruiz, íntimo amigo del poeta, describe todo lo que pensaba Juan Ramón de los médicos que le trataron, de los diagnósticos que hacían de sus dolencias y de los tratamientos que aceptó valerosamente sin que, al parecer, sirvieran para nada.
"Juan Ramón -dice Guerrero- me habla con desencanto de los médicos de Madrid -Marañón, Hernando, etc.-, a quienes conoce perfectamente, y los cuales toman ya casi a broma sus padecimientos, como si fueran fruto de su imaginación. El doctor Hernando, que siempre está atento y amabilísimo con él, no ha tenido suerte alguna en los tratamientos que le ha impuesto, y alguna vez el doctor calandre se los ha tenido que suspender por estar para él contraindicados en absoluto".
Juan Ramón pensaba que los enfermos no solo deben visitar a los médicos cuando están mal. Deben visitarles también cuando están mejorados. Yo, doctor, supuestamente hipocondríaco como el supuestamente hipocondríaco Juan Ramón Jiménez, creo que no solamente debemos visitarles cuando estamos curados, sino que debemos ir a cenar con frecuencia con ellos, si es que son ellos quienes pagan la cena a cambio de la generosidad que tenemos en describirles los síntomas de nuestras enfermedades mientras cenamos ofreciéndoles gratuitamente todo el arsenal de nuestros padecimientos. Pero vuelvo con las revelaciones de Guerrero:
"A Juan Ramón le quedó del doctor Gutiérrez Arrese mala impresión, pues es un médico que procede solo por el resultado de los análisis, sin hacer caso del enfermo.
Cuando Juan Ramón estuvo en su consulta y comenzó a explicarle lo que le ocurría, Arrese le dijo:
Todo eso no me importa. Lo que sea lo veré yo por los análisis.
Juan Ramón calló y como cuando tuvo que volver le preguntara el doctor qué tenía, Juan Ramón le contestó:
Lo que yo siento a usted no le interesa; ya lo sabrá usted por los análisis.
Se despidió alegando el pretexto de que se ausentaba, pero le dijo que podía enviarle la cuenta porque la casa quedaba abierta.
En efecto, a los cinco días se la envió y quedó pagada. Con algunos de esos médicos hay que temblar por sus cuentas. Arcaute, por ejemplo, le ha cobrado doscientas cincuenta pesetas por cada análisis que le ha hecho".
¡Doscientas cincuenta pesetas de las del año 1935, doctor!
Y sigue su relato Guerrero:
"Juan Ramón me dice que se le duermen los brazos, quedándose como muertos durante la noche, y que siente un dolor más acentuado por la madrugada. Se levanta con gran cansancio y pasa mal la mañana, no puede trabajar, teniendo que tenderse a veces en el sofá porque se le va la cabeza. En vista de lo sucedido con el doctor Oliver, que se marchó de veraneo sin ponerle tratamiento y que cuando volvió no le dijo nada hasta que él se decidió ir a verle, Juan Ramón ha decidido que va a prescindir de los médicos y de todos sus tratamientos de ensayos, que pueden trastornarle y que no le sirven para nada".
Juan Ramón era un gran lector y escudriñador de libros de medicina. Dice Guerrero:
"Estos días he leído bastante medicina en libros y revistas modernas, enterándome de lo último que se ha escrito sobre las "colitis" -antes se llamaban "intestino nervioso", me explica con gran conocimiento de la materia las teorías actuales sobre su enfermedad que tanto le ha quebrantado la salud.
Cuando voy a verle, a la hora de atardecer, le pregunto por su salud y, después de decirme cómo se encuentra, me habla largamente de los médicos más notables de Madrid, que pertenecen poco más o menos a su generación, y a los que conoce perfectamente. Hay médicos que se asustan ante los enfermos, me dice, y a los que tiene que tranquilizar: "No, doctor, no se asuste usted...", "A mí me ha ocurrido con algunos" -me dice Juan Ramón irónicamente".
Y llegó el momento, doctor, se lo digo desde mi propia experiencia, en que se produjo el salto cualitativo que se decía en aquellos años de las jergas seudofilosóficas del materialismo parisino circulante: Juan Ramón pasó de ser paciente hipocondríaco a ser doctor en funciones. Era inevitable.
Guerrero lo explica en su hermoso libro que estamos comentando, doctor.
"Ha visto tantos médicos, ha hablado tanto con ellos y ha leído tanto que ya conoce la medicina.
Toda mi conversación con Juan Ramón ha sido no con el poeta, sino con el gran médico que hubiera sido de haberse consagrado a la medicina, para la que tiene una visible vocación.
No se ría usted -me dice Juan Ramón-, porque todo lo que yo digo es fruto de una larga experiencia y de una constante observación. He sido tratado por muchos médicos, los mejores, y los he observado mucho, escogiendo de cada uno de ellos lo que verdaderamente estaba bien.
Yo he sido primitivamente un enfermo de hígado desde niño y esto me lo he diagnosticado a mí mismo. Luego lo han confirmado los médicos".
Y por fin, doctor, como todos los presuntos hipocondríacos, dio el paso inevitable: sentirse médico y recomendar tratamientos. Así lo hizo con la mujer de Guerrero, que le obedeció, no con los ojos cerrados, sino con los ojos abiertos de admiración.
Juan Ramón le aconseja, dice Guerrero:
"Por las mañanas, en ayunas, un derivativo del hígado y para abrir el apetito tomará, en medio vaso de agua, un jugo de limón con una cucharada de azúcar antes de levantarse.
El pan lo tomará siempre tostado, las carnes sin grasa alguna ni condimentos. Nada de salsas. El arroz blanco con jamón cocido picado. Los pescados blancos más bien delgados que gordos. Los gallos van bien y la pescadilla. Durante dos horas después de las comidas, no andar ni hacer ejercicio. Tomar una hora de sol, al aire libre, ya en este tiempo de doce a una, algún rato sentada y procurando que el sol le caiga sobre el vientre, que, a pesar del vestido, sienta bien el beneficio de los rayos ultravioletas".
Como ve, doctor, llegó a ser tan gran recetador como poeta. Yo habría puesto mi salud en sus manos con la ayuda complementaria de la suya, por si acaso, doctor.
Juan Ramón, como tantos otros difamados de charlatanes, empezó de hipocondríaco y acabó de médico. En muchos médicos ocurre lo contrario.
Y esto es todo. Espero que mis informaciones le hayan sido útiles. Ningún conocimiento es vano. Peor habría sido que hubiese usted perdido el tiempo leyendo cosas de los políticos.
Un abrazo, doctor, y hasta pronto.