22
Vuelvo a caer en la trampa de mi desesperado amor por Elisa. Había mezclado alcohol con pastillas aquella noche. Lo dejo todo y salgo para Madrid. José María la ha ingresado en una clínica privada. Él hace guardia frente a la puerta de su habitación. Me ve venir y viene a mi encuentro. Me coge firmemente del codo y me lleva a una pequeña salita. Estoy tan angustiada por Elisa que ni siquiera reparo en lo vehemente del gesto.
—Eres la amiga de Elisa —dice sin más preámbulo. Nunca nos hemos visto en persona.
—¿Cómo está?
No he comido, no he dormido, no he hecho nada más que pensar en ella. Estoy agotada, por el cansancio físico y la tensión emocional. Todo eso hace que no me dé cuenta, que no lo vea venir.
Estoy demasiado aturdida y asustada como para pensar en otra cosa que no sea Elisa.
—Me lo ha contado todo —dice él—. Creo que no es conveniente que estés aquí.
—¿En qué habitación está?
—¿No me has oído? No vas a ver a Elisa, no te vas a acercar a ella y vas a salir de aquí o te vas a llevar un guantazo, puta asquerosa.
La violencia verbal me paraliza, el odio que leo en su mirada, el lenguaje corporal que delata sus deseos. No me ha soltado el codo. Sus dedos se hunden en mi carne.
—¿Qué estás diciendo? Suéltame ahora mismo —intento desasirme de su agarre, pero él aumenta la presión. Hay un brillo de desprecio en su mirada, de asco.
—Elisa está enferma, tú eres su enfermedad. Mira lo que le has hecho con tus perversiones. No voy a decírtelo más. Te vas o te doy una hostia. No quiero verte cerca de ella nunca más. Eli no quiere volver a verte.
—Eso quiero oírselo decir a ella —le desafío.
Le veo en los ojos las ganas de pegarme. Aprieta los dientes cuando pronuncia las siguientes palabras:
—Elisa es mía.
La cólera enciende mi sangre. Los nervios me pierden. Me zafo de su agarre.
—¡Vete a la mierda! —Recorro apresurada el pasillo, gritando su nombre—. ¡Elisa!
No llego a la habitación. Un guardia de seguridad, alertado por José María, me detiene y me saca a empujones de allí.
Ahí acabó todo.
Una llamada de teléfono, verla una única vez más en persona y, después, mil mares y dieciocho años entre nosotras.
23